INFORMACIÓN Y PODER

HAY una creencia muy extendida acerca del conocimiento que los Gobiernos, a través de sus mecanismos de control, tienen de todo lo que ocurre. Especialmente se cree que los servicios de información de las grandes potencias tienen un detallado conocimiento de la vida política y social de todos los países en los que quieren influir. Estas ideas se desmoronan cuando tienes la posibilidad de entrar en los documentos informativos elaborados por los servicios de los poderosos.

Esta digresión viene a cuento de la desclasificación de documentos de los años 1973 y 1974 de la diplomacia norteamericana. Entre ellos, miles de cables enviados por el embajador de Estados Unidos en Madrid, Horacio Rivero, a Washington.

La lectura de los informes enviados sobre un hecho relevante en la evolución del PSOE, el Congreso de Suresnes, da idea de la disparatada información que suministran los terminales a los centros de decisión. El documento define a Felipe González como el «jefe de los radicales» y a Pablo Castellanos como «jefe de los moderados». Fino ojo el del redactor. El embajador sigue informando: el PSOE tomó dos iniciativas disparatadas, trasladar su «estructura administrativa (sic)» dentro de España y «acentuar la cooperación con grupos maoístas y demás».

Como observador de la realidad, nulo, y como profeta igual: «Pese a su reciente actividad, el socialismo español está más dividido que nunca. Sigue siendo improbable que los diversos partidos socialistas españoles se puedan algún día unir en una gran alianza socialista a nivel nacional».

¿Verdad que leyendo este informe se comprenden mejor los fracasos en la política exterior de Estados Unidos cuando ha querido intervenir en la marcha de algunos países?

Y es que muchos de esos informes los extraen los servicios de las embajadas de sueltos de periódicos sometidos a la urgencia de la noticia.

La profesión del periodismo, que fue tan importante cuando la prensa asumió el papel de contrapeso del poder, a fin de evitar sus abusos, ha debilitado la fuerza de su misión con el proceso de mercantilización de la noticia. No es fácil encontrarse con un periodista que más allá de las urgencias, de las sugerencias e imposiciones del cuadro de mando del periódico, conserve la frescura literaria que se debe exigir de quien tiene como función intermediar entre los hechos y las personas. Quiero rendir un homenaje a la profesión en la persona de un periodista andaluz, paseante de corte en Madrid: Víctor Márquez Reviriego, un artista de la pluma. Y una persona comprometida, desde los tiempos en que se consideraba el compromiso como una respuesta ética —él lo practicaba en las páginas de la revista Triunfo— hasta estos tiempos blandos en los que intelectual y compromiso es una conjunción rara. A propósito de una semblanza sobre mi persona en una serie de Presencias andaluzas, creó un término muy útil a la hora de la definición de los políticos: presbitocrator. «¿Qué es la presbitocracia? La vista cansada del poder. Una enfermedad que suele aquejar a los que mandan y que les hace no ver a los que con ellos se cruzan por los pasillos. Su curación se produce repentina y milagrosamente en cuanto los presbitócratas pierden las elecciones. Entonces recobran la vista y saludan, incluso abrazan, a todos los que antes eran invisibles en su deambular pasillero». Y hace una distinción conmigo: «Pues bien, Alfonso Guerra jamás fue un presbitocrator. Antes del poder, en el poder y después del poder. Siempre se comportó de la misma manera».

Agradecí que una persona inteligente y creativa supiera expresar mejor que yo mi compromiso con la coherencia en mi vida política y personal.

Una página difícil de arrancar
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