CÓMO ASESINAR A UN PUEBLO
EL 14 de marzo de 2004 estaban convocadas las elecciones legislativas. Sólo unos días antes, el 11, estallaron unas bombas colocadas en varios trenes de cercanías de Madrid. El atentado fue de una crueldad terrible; casi doscientas muertes y más de un millar de heridos produjeron en toda la población un impacto enorme que provocó una sensación de rabia, impotencia ante el terror, indignación contra los autores, congoja, desconsuelo, una consternación angustiosa que predisponía a todos a contribuir con su apoyo en la persecución y castigo de los terroristas.
Y en ese ambiente de aceptar todas las medidas necesarias para combatir el crimen se cruzó, en la mente de los gobernantes, la perversidad de obtener beneficios electorales del crimen.
En una maniobra que repugnó a millones de españoles, el Gobierno creyó que, según cuál fuera la autoría del crimen, ello podría significar una ventaja electoral para el partido en el poder. Quiso así convencer a la población de que la tragedia era obra del terrorismo de ETA cuando todo apuntaba a un ataque de grupos islamistas. La gente no pudo soportarlo y reaccionó culpando al Gobierno de mentir en una situación que tanto había sensibilizado a todos, de aprovechar el dolor para sus cálculos políticos. Pero el Gobierno se empeñó, en un ejercicio de ceguera política y humana, en convocar unas manifestaciones ¡en defensa de la Constitución!, un claro intento de orientar a la opinión pública hacia donde ellos habían decidido, creyendo que obtendrían ventajas políticas. La mayoría de la población no aceptó sus mentiras.
Las manifestaciones contra el terrorismo se celebraron en todas las ciudades y pueblos de España con la participación de todos los partidos, pero con un ambiente muy caliente debido a la presencia de los representantes del partido del Gobierno. La que marchó por las calles de Sevilla estaba encabezada por los primeros de las listas al Congreso y al Senado. Así que caminaba yo en primera fila junto al vicepresidente del Gobierno, Javier Arenas. Al paso de la comitiva todos los que estaban apostados a los lados de la calzada me increpaban para que me separase del vicepresidente, al que motejaban continuamente de mentiroso. Comenzó a caer una lluvia muy leve, lo que fue aprovechado para interrumpir la marcha y buscar refugio en la iglesia de la Trinidad, a pocos pasos, para volver a iniciar el recorrido cuando la lluvia se detuviese. Comprendí que nunca se reanudaría y en lugar de entrar en la iglesia me marché a mi casa, con un disgusto añadido a la tensión que sufríamos todos. Estar en la manifestación era totalmente necesario para expresar nuestra disposición contra el crimen terrorista, hacerlo en aquellas condiciones, acompañados por los que estaban manipulando la terrible tragedia, resultó un acto muy difícil de soportar con entereza.
Toda España se sentía asesinada por las explosiones provocadas por los terroristas, y ni siquiera tenían el alivio de refugiarse en un Gobierno que mostrase serenidad y firmeza en la persecución del crimen. Ellos estaban ocupados en una operación electoral que levantó la rebelión de la conciencia de todos. El resultado pudo verse sólo unos días después, cuando acudió el pueblo a votar: el PSOE ganó las elecciones, o para ser más exacto, el PP perdió las elecciones. Inmediatamente apareció la teoría de la conspiración: los atentados se habían hecho para lograr la derrota del PP, o el triunfo del PSOE. Alentada desde el partido conservador y esgrimida por el periódico El Mundo, nació la obsesión de que la investigación de los atentados había estado manipulada. Algunos llegaron a lanzar la absurda y criminal calumnia de que el PSOE estaba implicado en los atentados. Todavía quedan irreductibles orates que, cada cuanto tiempo, hacen reaparecer la conspiración que nació en su ira por la pérdida de las elecciones. Es una tradición histórica de las derechas españolas: cuando triunfan, el proceso es impecablemente limpio y democrático; cuando pierden, esgrimen siempre razones de ilegitimidad del proceso. Es la histórica aversión a las urnas de las derechas españolas.