UNA MISIVA INESPERADA
AL finalizar el XXXIV Congreso del PSOE y abandonar la dirección del partido recibí muchas cartas, mensajes, notas y expresiones directas de afecto y solidaridad. Así funcionan las cosas en la vida. Tus amigos, los que coinciden contigo se muestran apesadumbrados por lo que entienden que es un hecho injusto, y los que han estado tramando contra ti se ven obligados a mostrarse elegantes con el árbol caído. Todo dentro de lo que se acostumbra a hacer en circunstancias como aquélla.
Algún escrito, sin embargo, sí me provocó sorpresa, tanto por quién era el comunicante como por el contenido de la epístola.
Recibí una nota o billete firmado por el vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez-Cascos, en el que me manifestaba que aunque no existía entre nosotros relación en la que apoyar iniciativa alguna, consideraba un deber ofrecerme, «de manera absolutamente desinteresada y leal», la capacidad de propuestas o respaldo del Gobierno para acceder a responsabilidades suprapartidistas o institucionales que me permitieran continuar plenamente entregado al servicio público de España. Me rogaba que aceptara «la sinceridad de estas líneas». Le contesté agradeciendo su ofrecimiento y declinando toda propuesta. A nadie le hice sabedor de esta carta, pero han pasado ya casi veinte años y no me parece que cree ninguna incomodidad a nadie haciéndola pública.
La vida nos ofrece algunas sorpresas como ésta. De quien menos lo esperaba surgió una expresión solidaria sobre la base de aprovechar para la nación la experiencia acumulada por un adversario. Recordé los ofrecimientos, algo más concretos, es verdad, que hicimos desde el Gobierno en 1982 a los dirigentes de la Unión de Centro Democrático. Le pedí a Fernando Abril que influyera en algunas personas de UCD para que siguieran desempeñando su función en las tareas públicas y le solicité su colaboración personal. Años después le ofrecí, por encargo del presidente del Gobierno, un ministerio económico, y en otra ocasión el Ministerio de Interior. Su respuesta fue que creía que desde fuera del Gobierno podría ayudar mejor a la estabilidad de la vida política. Sé que algunos opinarán que la carta de Álvarez-Cascos fue enviada sobre la seguridad de que no sería aceptada su oferta. Puede ser, pero el hecho incontestable es que la envió, y bueno es dar cuenta de lo que sucedió.