Epílogo
OFICINA central de la CIA Langley, Virginia, EEUU Hora local: 1015 horas 4 de agosto GMT: 1415 horas 4 de agosto
—Bien Jesse, continúe —pidió Gardner.
—Eso es todo con respecto a Panamá. En Irán, la situación es un poco confusa desde la muerte de Motaki. El malestar social se está reprimiendo de manera brutal, pero la oposición dirigida por los estudiantes está ganando. El régimen se está colapsando y Ayatollah Rahmani ha solicitado asilo político en Francia.
—¿Por qué no se me ha comunicado? —refunfuñó Gardner.
—Acabo de enterarme y se lo estoy contando ahora.
Gardner se mordió la lengua y sonrió.
—Lo entiendo, Jesse. Siento haberle interrumpido. ¿Cuál es el pronóstico?
¿Qué pasa con este imbécil?, pensó Ward mientras seguía hablando.
—Desconocido —dijo— Probablemente el beneficiario sea el Consejo Nacional de Resistencia. Hablan de consolidar la democracia pero en realidad tienen raíces marxistas, aunque la mayoría de las personas saben que eso es agua pasada. Dominarán a cualquier coalición. En realidad, no es del todo malo. A veces, un enemigo racional y predecible es lo mejor que podríamos tener —suspiró.
Gardner guardó el documento.
—Buen trabajo, Jesse —hizo una pausa como si estuviese avergonzado— Me gustaría disculparme por mi comportamiento del pasado. Tendría que haberle escuchado.
Ward le miró con cierta cautela y Gardner le tendió la mano.
—¿Amigos? —preguntó Gardner esperanzado.
—Por supuesto —contestó Ward estrechándole la mano.
—Buen chico —Gardner acompañó a Ward hacia la puerta con su mano apoyada en su hombro.
Ward volvió a su oficina un poco incómodo y contando los dedos de su mano.
Oficina del director adjunto de operaciones Oficina central de la CIA Langley, Virginia, EEUU Hora local: 1415 horas 4 de agosto GMT: 1815 horas 4 de agosto
—A veces, un enemigo racional y predecible es lo mejor que podríamos tener —repitió Gardner, como si lo hubiese ensayado.
El director adjunto le miró desconcertado.
—Sí, bueno, un buen informe —subrayó.
—Solo hago mi trabajo, señor director.
—Y bien hecho pero, ¿dónde está Ward?
—Se ha pedido libre hoy. Problemas personales —dijo Gardner y bajó el tono de voz.
—Siento oír eso —dijo el director— Ward es un buen tipo.
Gardner guardó silencio, como si escondiera algo.
—Si tiene algo que contar, hágalo hijo.
—Señor, creo que está muy quemado. El informe de aptitud que acabo de redactar, lo refleja así.
El director asintió.
—Es triste, pero suele pasar. No cuestiono a los supervisores.
—Sí, señor. Gracias, señor.
—Y usted me ha impresionado. ¿Le gustaría trabajar directamente para mí?
—¿En qué puesto, señor?
—Uno que llevo años considerando —dijo el Viejo— Tenemos muchos colaboradores y el esfuerzo está descentralizado entre muchos grupos. Quiero una especie de ‘zar’ para que se haga cargo. Usted ha llevado a cabo operaciones. Un puesto en asesor mejoraría su currículum. ¿Qué le parece ser asistente del director adjunto para servicios administrativos?
—Me... me parece perfecto, señor. ¿Y... para cuándo? —tartamudeó Gardner.
—Ahora mismo. Haremos que le trasladen. ¿Alguna duda?
—No, señor —recapacitó Gardner— Bueno, sí. Tengo que revisar con Ward su informe de aptitud.
—Déjelo pendiente para su siguiente supervisor.
—Mejor que lo haga yo, señor. Se puede llegar a alterar. Puede que incluso lance acusaciones infundadas.
—No es la primera persona quemada con la que nos enfrentamos. Nosotros nos encargaremos —suspiró el director.
Oficina del director adjunto de operaciones Oficina central de la CIA Langley, Virginia, EEUU Hora local: 0935 horas 5 de agosto GMT: 1335 horas 5 de agosto
Ward estaba inquieto. Había llegado al trabajo y había encontrado la oficina de Gardner vacía y un correo electrónico que decía que su informe de aptitud lo realizaría “su próximo supervisor”, o lo que quisiera decir eso. Seguidamente le llamaron de la oficina del director adjunto.
—Jesse, disculpe la tardanza —dijo el director, saliendo de su oficina— Entre.
Le indicó a Ward que se sentará en el sofá. El Viejo sacó un documento de su mesa y se sentó frente a él. Había una mesita de café entre ellos.
—Realmente impresionante —el director señaló el expediente de Ward— Una larga lista de magníficas calificaciones y una mención del director. Lo único negativo es que ha denegado en numerosas ocasiones la posibilidad de ascender. ¿No le gusta estar en la oficina, Jesse?
—Se me da mejor el trabajo de campo... —Ward se retorció.
—Y no le gusta la política de oficina. Créame Jesse, conozco la otra cara del ascenso.
—Sí señor, supongo que la conoce.
—Hablaremos de ello más tarde. Primero, dígame cómo es que la ha llegado a cagar tanto.
—¿Disculpe?
—Su último informe de aptitud —el director le pasó un documento con una única página.
A medida que Ward lo iba leyendo, se iba poniendo cada vez más furioso.
—Pero esto... ¡esto es una puta mentira!
—¿Me lo debería tomar como que cuestiona la evaluación?
—Por supuesto que la cuestiono —Ward levantó la mirada y vio que el Viejo sonreía.
—Es suficiente —le arrebató el informe, se dirigió hacia su escritorio y lo metió en la trituradora de papel— Este documento dice que un polémico informe fue revisado por un alto cargo, en este caso yo y lo anuló. Éste —puso un informe enfrente de Ward— es un informe de aptitud de su nuevo supervisor, que también soy yo y en el que se le alaba. Algunas de las cosas que pone aquí podrían ser incluso ciertas. Firme.
—Pero, pero...usted no es... soy el último mono.
—Ya nos ocuparemos de ello. Firme —le ordenó el Viejo y sonrió al ver que Ward cumplía.
—Y ahora una pregunta —dijo el director adjunto— Pero piense antes de contestar. Un ciudadano estadounidense llamado Borqei ha muerto hace relativamente poco. ¿Qué sabes de esto?
—Solo se lo que el FBI nos contó, señor. Sospechábamos que unos extranjeros de nacionalidad desconocida iban a dar un golpe. El rastro se perdió en Ciudad de México.
—Buena respuesta —dijo el Viejo— Ahora otro asunto. Hechos recientes mostraron a todos, incluido al presidente, las posibles amenazas marítimas. A petición suya, estoy creando una Sección de Ayuda contra las Amenazas Marítimas que me informe directamente a mí. Usted lo va a dirigir.
—Señor, soy solo un agente de campo. Yo no...
—No me cuente esas mierdas. Yo también soy un agente de campo y míreme, aquí estoy y eso que me podría haber jubilado hace tiempo, pero el país me necesita, al igual que le necesita a usted —su cara se calmó— Jesse, es un buen trato. Recibirá parte del dinero de las reservas secretas y yo mantendré a los políticos alejados de su culo.
—No sé que decir, señor.
—Un “sí, señor, gracias, señor” sería lo apropiado.
Se quedaron mirando fijamente y Ward contestó.
—Sí, señor. Gracias, señor.
—Fantástico —dijo el Viejo y le estrecho la mano— Ya está todo el papeleo, solo comience a formar un equipo. Y no se olvide de ese tal Dugan, conoce muy bien la industria y me gusta su instinto.
—Ahora mismo me pongo a ello.
—Bien. ¿Usted y Dee Dee han estado alguna vez en la Casa Blanca?
Ward le miró confuso.
—Uhm, la visitamos cuando los niños eran pequeños...
El Viejo se rió.
—Pues Dee Dee y usted cenarán ahí la semana que viene. Será una cena privada en la que recibirá una mención de honor del Presidente.
—No... No sé que decir.
—Para ser un tío listo, Ward, tiene un vocabulario bastante limitado.
—¿Y qué pasa con Gardner?
La sonrisa de la cara del Viejo desapareció.
—Uhm, sí. Tenemos que hablar de ello, pero lo que estoy por contarle no debe salir de esta habitación. ¿Entendido?
Ward asintió.
—Sabrá que Gardner se está preparando para trabajar en la oficina. Trabajar para el Servicio de Inteligencia hace que el currículum sea más vistoso y su familia ha presionado a demasiados senadores para obligarle a trabajar conmigo. Tenía que ser una “posición de liderazgo”. Puesto que usted se negó a ascender en su grupo, supuse que él se quedaría sentado en esa mesa por más tiempo y que usted evitaría que tropezarse con su picha. Estaba dispuesto a intervenir si hubiese sido necesario pero las estúpidas acciones de Gardner me pillaron por sorpresa. Menos mal que usted se ocupó de todo.
—Entonces, ¿qué va a pasar con Gardner?
—Lo iba a despedir de todas formas, pero me di cuenta de que eso no era suficiente. Podría acabar trabajando en algún otro sitio en donde podría hacer realmente daño. De modo que le convertí en el ‘zar’ del material de oficina con un gran título. Ahora no podrá provocar ningún desastre más que quedarse sin grapas.
—Pero, ¿no se iba a marchar en un año o así?
—Eso es todo el tiempo que necesito. Como todos, ha firmado una exención de privacidad. Lleva bajo vigilancia un mes y ya se le ha visto con prostitutas menores de edad y comprando cocaína. Pronto tendré suficiente información como para filtrar a la prensa si intenta llegar a lo más alto.
—La vigilancia es legal pero filtrar información no lo es. ¿Por qué me cuenta esto, señor?
—Porque seguramente siga estando por aquí después de que yo muera. Le daré una copia de todo lo que tenemos sobre él para que así pueda descansar tranquilamente a sabiendas de que le tiene bien cogido por las pelotas. ¿Podrá vivir con ello?
—Sí, señor, podré.
—Bien, entonces hemos terminado —empezó a ponerse de pie pero se detuvo— A propósito, Gardner ha intentado convencerme con no sé qué mierdas sobre un “enemigo racional y predecible”. Le suena familiar, ¿no?
Ward sonrió abiertamente.
—De un discurso que usted pronunció. Sabría que lo usaría tarde o temprano.
Oficinas provisionales del Phoenix Shipping S.A. Lambeth Road, Londres, Reino Unido Hora local: 1445 horas 19 de agosto GMT: 1345 horas 19 de agosto
Al igual que sucedió con su homónimo, Phoenix Shipping resurgió de las cenizas en un espacio provisional y con material alquilado. El murmullo de las voces se veía interrumpido por los teléfonos que sonaban y se veían los monitores encendidos sobre un océano de escritorios de metal baratos. La señora Coutts estaba sentada como si fuese la portera junto al cubículo del tamaño de un armario del señor Thomas Dugan, provisional director general de Phoenix Shipping S.A.
Dugan sonreía mientras observaba la escena. El negocio iba viento en popa y el que el MI5 hubiese ayudado no fue una mala idea, ya que ofreció garantías a las personas correctas de que Alex había realizado un servicio ejemplar a la Corona y que el gobierno de Su Majestad haría la vista gorda sobre aquellas acusaciones que dijesen lo contrario. Las reclamaciones que se pusieron al M/T Asian Trader se pagaron de inmediato y por completo y las líneas de crédito se restablecieron y, en algunos casos, aumentaron.
Dugan se marchaba a casa todas las noches muy cansado pero feliz. Normalmente quedaba para cenar con Anna. Se habían comprado un apartamento en Belgravia; nada le había hecho sentirse tan bien desde hacía tanto tiempo cuando la vida estaba llena de promesas y volvía a casa del mar para encontrar a Ginny en el muelle, riéndose mientras sostenía un cartel en el que ponía HOLA MARINERO. ¿BUSCA PASAR UN BUEN RATO? Ginny estaría contenta, pensó él.
—El señor Ward por la línea uno, señor —le informó la señora Coutts.
Dugan cogió el teléfono
—Jesse, ¿qué tal todo?
—Bien —contestó Ward— Mejor que bien. Hemos creado una sección dedicada a combatir las amenazas marítimas. Me han dejado a cargo de ello hasta que la cague.
—Fantástico, Jesse, te lo mereces —le felicitó Dugan e hizo una pausa— ¿Y qué hay del imbécil de Gardner?
—Administrando los clips. Ya no volverá a ser un problema.
—Bueno, eso está bien. Por lo menos, no tendrás que vigilarte las espaldas.
—Y hablando de vigilar cosas. Tú sabes cuanto necesitamos...
—Quieto ahí, amigo. Me gusta lo que estoy haciendo
—Bien —insistió Ward— Quédate ahí. Es la tapadera perfecta. Haremos que tu tiempo con Alex sea rentable y solo mantén tus ojos y oídos abiertos. Un chollo.
—Recapitulemos, ¿te parece? La última vez que dijiste eso me pegó una paliza un panameño loco, me obligaron a saltar de un helicóptero a un barco en movimiento, casi arrastrado por la borda por gasolina, me dispararon, me libré de explotar por los aires y casi muero ahogado. Ah sí, casi me olvido, me partí la nariz.
—Nada de eso va a volver a pasar.
—Por supuesto que no porque no entraré al juego.
—Solo piénsatelo, Tom. Solo te pido eso.
—Escúchame atentamente, Jesse. NO-QUIERO-HACERLO. ¿Lo entiendes?
—Solo piénsatelo. Habla con Anna. Volveré a llamarte. Lo siento, pero el director adjunto de operaciones me llama. Adiós.
Dugan se quedó mirando al teléfono. Pero qué caradura, pensó mientras colgaba.
A 5 horas de diferencia horaria, Ward sonreía. Lo aceptará, pensó.
Residencia Kairouz Londres, Reino Unido Hora local: 2040 horas 19 de agosto GMT: 1940 horas 19 de agosto
Dugan y Anna tenían las manos agarradas por debajo de la mesa. La cena había sido espléndida y Gillian parecía una persona diferente a ese espectro ojeroso que había rondado la cabecera de la cama de Alex un mes antes. Por ello, parecía una persona diferente que nunca había sido. Llevaba puesto un modesto pero elegante vestido, era obvio que era nuevo y mucho de su pelo blanco había desaparecido. Tanto ella como Alex tenían un brillo especial, se intercambiaban sonrisas pícaras mientras Cassie parecía estar a punto de estallar porque quería contar un gran secreto. Una vez hubieron terminado el café, Alex pidió a la señora Hogan y a Daniel que se sentaran con ellos y se dirigió a los demás con voz ronca.
—Nos gustaría compartir con vosotros esta ocasión especial. Los hechos recientes han cambiado mi vida y me han dejado ver las bendiciones que me han sido otorgadas, —dijo mirando a Cassie y Gillian— y tomar medidas que duren para siempre. Se lo he pedido y Gillian me ha concedido el honor de...
—La señora Farnsworth va a ser mi nueva madre —explotó Cassie.
Alex se sentó perplejo a la vez que Gillian luchó en vano por evitar soltar una carcajada.
—Sí, bueno, supongo que era eso lo que me estaba costando tanto decir —dijo Alex con una amplia sonrisa.
Dugan y Daniel se levantaron y le estrecharon la mano a Alex felicitándolo, mientras que Anna y la señora Hogan sonreían en señal de aprobación.
—Venga cuéntanoslo, con pelos y señales —dijo Anna— ¿Cuándo ha pasado todo?
Alex le cogió la mano a Gillian.
—Cuando me di cuenta de lo que no había reconocer por tantos años.
—Me pilló un poco de sorpresa —afirmó Gillian ruborizada.
—Pero como bien dice una sabia mujer —dijo Dugan— “Una señorita educada está preparada para cualquier eventualidad”. Y usted, Gillian, es y siempre lo será, una estupenda señorita de los pies a la cabeza.
—Ves, ves —Alex le agarró fuerte la mano a Gillian mientras Cassie le agarraba la otra. Gillian rompió a llorar de felicidad.
—Bueno, tenemos champán frío. Señora Hogan, le ayudo con los vasos —dijo mientras se ponía en pie.
Gillian se tuvo que secar más lágrimas cuando Cassie se puso de pie de un salto y dijo.
—Yo lo haré, mamá.
Después del brindis, las mujeres se retiraron para hablar sobre la boda y Alex se fue con Dugan a la biblioteca. Tomaron un trago de brandy en silencio hasta que Alex comenzó a hablar.
—Thomas, pasaré más tiempo en casa. Te necesito aquí. Como director general y como socio a partes iguales. Además de percibir un salario, por supuesto.
—Alex, es muy generoso por tu parte. No sé qué decir.
—¿”Sí”, quizás?
—Si acepto, ¿cómo irá estructurado todo?
—Tú te encargarías de todas las cuestiones operativas y yo me ocuparía de las finanzas. El equipo perfecto, de verdad.
Dugan se quedó mirando a su vaso.
—Ward quiere que colaboremos con la CIA. Le he dicho que no pero le estoy dando vueltas.
Alex rio entre dientes.
—Es insistente, al igual que Anna. Ambos me han estado presionando, ya sabes.
—¿Y lo aceptarías?
—Es probable, mientras esto no ponga en riesgo ni a ti ni a mi familia.
—Estoy de acuerdo. Estar respaldado por el gobierno estadounidense y el británico es muy útil.
—Entonces, ¿aceptas mi propuesta?
Dugan sonrió y le estrechó su mano.
—Supongo que sí, socio.
Prisión Central de Monrovia Monrovia, República de Liberia Hora local: 1115 hora 8 de septiembre GMT: 1115 hora 8 de septiembre
El cemento arañaba las rodillas de Braun cada vez que se agachaba a lamer del charco, agradecido por las goteras del techo; el agua de la lluvia estaba más limpia que el agua sucia que le daban sus carceleros. El moho crecía en las paredes por encima de su colchón empapado y podrido. Hacía tiempo que había sacrificado su camisa y su ropa interior para mantenerse lo más limpio posible. Sus andrajosos pantalones se le caían. De vez en cuando, un cucharón de restos de gachas en su tazón. Devoraba ese lodo y guardaba un poco para atraer a las cucarachas y otras proteínas y guardaba alguna de estas para atrapar a las salamanquesas y ratas. Su demacrada cara, enmarcada por una barba y un pelo grasiento, le sonreía reflejada en el charco. Era un superviviente.
Sin embargo, estaba preocupado. Hace semanas le mandó un mensaje a Macabee y aún seguía pudriéndose en ese lugar. Empezó a considerar la posibilidad de que le hubiese traicionado cuando de repente escuchó cómo se abría la puerta y vio entrar a Macabee vestido impecablemente y con la nariz arrugada. Entró intentando no tocar nada.
—Bien, señor Braun. Aquí me tiene.
—¿Dónde coño ha estado, Macabee? ¿Por qué ha tardado tanto?
Se encogió de hombros Macabee.
—Pensé que dejarle aquí más tiempo le haría valorar debidamente los beneficios de mi ayuda. Y luego estaba el tema del juicio. En los juzgados están hasta arriba.
—¿Y cuándo será mi juicio?
—La semana pasada —sonrió Macabee— Usted se declaró culpable y ha sido condenado a la horca.
—¡Qué...!
—No se enfade hombre, señor Braun. Una “muerte” oportuna es perfecta. A menos que quiera quedarse aquí.
—No, no. Estoy más que listo para salir de aquí.
—Bien. ¿Cuál es la oferta? —asintió Macabee.
—La oferta es la misma que le hice en el avión, Macabee. Dos millones de dólares.
—¿Cómo va a pagarme?
—Le daré el número de mi abogado en Londres y una palabra clave. A cambio, él le dará los números de cuentas y autorizará al banco para que le aseguren directamente usted que hay fondos. Le mandaré el código de autorización para retirar el dinero una vez esté a salvo.
Macabee rio.
—¿Y se supone que tengo que fiarme? Eso es tan absurdo como su oferta. Acordemos primero esto. Diez millones de dólares.
—Eso es ridículo —expresó Braun.
Macabee se dio la vuelta.
—¡Espere! Diez millones me dejan sin nada. Dejémoslo en cinco.
—Últimamente su solvencia es tanto desconocida como irrelevante, señor Braun —Macabee sonrió al ver los huesos roídos de una rata en la esquina— Diez millones, mi última oferta.
—Está bien. Diez millones.
—Bien. ¿Dónde se encuentra el dinero?
—En tres cuentas. Aproximadamente dos, tres y cinco millones, respectivamente. ¿Por qué?
—Usted me dará el número de cuenta y el código de autorización para sacar los dos millones que servirán de depósito —le indicó Macabee— Confirmaré la existencia del resto cuando hable con su abogado como usted me ha indicado. Le llevaré en un avión bajo custodia a donde usted quiera, pero no le dejaré libre hasta que los ocho millones restantes no estén en mi cuenta, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Braun pensando ya algún plan para burlarse del liberiano.
Macabee sacó un cuaderno y un bolígrafo.
—Detalles, por favor.
Cuatro horas más tarde, Macabee estaba sentado en su escritorio, indeciso y lamentando no haber exprimido más al alemán. Luego reflexionó sobre lo fácil que fue y se dio cuenta de su error. Esperaba que Braun hubiese subido la apuesta final especialmente después de haber probado durante varias semanas la hospitalidad de la prisión central; aun así, fue demasiado fácil.
Suspiró; tal vez no debería ser tan avaricioso. Dudó una vez más y finalmente tomó una decisión. Descolgó el teléfono y marcó el número de Londres.
Prisión Central de Monrovia Monrovia, República de Liberia Hora local: 1015 horas 10 de septiembre GMT: 1015 horas 10 de septiembre
Braun caminaba con dificultad, tenía las manos atadas a la espalda e iba entre dos guardias y descalzo, mientras que el trío caminaba por un camino lleno de charcos hacia la horca. La andrajosa camisa que Macabee le había dado ocultaba un cinturón ancho que llevaba alrededor del torso. En la parte trasera del cinturón, accesible por un rasgón que tenía la camisa, había un ojal resistente. Un fino alambre trenzado a la cuerda de la horca se engancharía al ojal, transfiriendo la fuerza de la caída al cinturón. Se firmaría el certificado de defunción y el espacio que hay debajo de la trampilla se protegería de la mirada de los curiosos con un contrachapado, ocultando así a aquellos que quieran ayudar a bajar a Braun y así meterle en un ataúd rumbo a su libertad.
—Oh, Macabee —dijo mientras subía las rudimentarias escaleras— Gracias por acompañarme.
Macabee asintió mientras a Braun le pusieron en la trampilla y le encapucharon. Braun sonrió dentro de la capucha mientras le ajustaban el lazo y con una cinta métrica le tocaban desde el talón hasta la cabeza para medir la holgura de la soga. Buen teatro.
Las manos le soltaron, armaron la trampilla y los demás se alejaron. Braun giró su cabeza encapuchada hacia Macabee y le susurró.
—El alambre.
—Ay, señor Braun. No va a haber ningún alambre. Me temo que han pujado más que usted.
—¿Qué? ¡No me puede hacer esto, Macabee!
—En realidad, sí puedo.
—¡Espere, Macabee! Podemos arreglarlo. Hay más dinero, mucho más. Le mentí.
—Lo sé, señor Braun —afirmó Macabee— Qué pena que hayas esperado hasta este día para ser más comunicativo. Y por cierto, tengo un mensaje de Alex Kairouz. Me pidió que le dijese que disfrutase de su viaje al infierno.
Macabee dio la orden y el verdugo tiró de la palanca.
M/T Luther Hurd Fondeadero del lago Gatún, República de Panamá Hora local: 0630 horas 15 de septiembre GMT: 1130 horas 15 de septiembre
Milam se aferró a la escalera y miró dentro del tanque, iluminado por unos focos y oyó el crujido de los arcos de soldadura mezclados con el repiqueteo del choque de metal contra metal. Era el estruendo del progreso. Se agarró al peldaño más alto y pasó por el registro y se encontró cara a cara con unas botas desgastadas y una palma alargada.
—¿Necesita ayuda, viejo? —preguntó el capitán Vince Blake sonriendo a Milam.
Milam le devolvió la sonrisa y agarró la mano de Blake para subirse a la cubierta principal. Se separó su mono sudado de su piel mientras se acercaba a la regala en busca de brisa.
—Dios. Y eso que el sol aún no ha salido del todo. Calderón tenía razón cuando dijo que se rendía mejor en el turno de noche. Al medio día va a ser imposible trabajar ahí abajo.
Blake asintió mientras miraba una cola de barcos.
—Me alegro de que el canal esté a su máxima capacidad —se alegró— Estoy deseando estar en esa cola.
El barco había sido reflotado hace dos días. Blake y Milam tras los pasos del capitán de rescate hasta que este les amenazó con llevarlos a tierra. Les costó guardar silencio y compartieron sonrisas de alivio cuando el Luther Hurd finalmente fue remolcado de popa al lago para las reparaciones provisionales.
Habían discutido si aceptar otros destinos pero dejar el Luther Hurd en manos de otros no les parecía correcto. Arnett se había reunido con ellos, ascendido a primer oficial por orden de Blake. Un nuevo primer maquinista completó el grupo, un hombre reclutado por Milam. Se habían montado durante el remolque al norte, inspeccionando y haciendo listas de reparación.
Blake miró a su alrededor y agitó la cabeza. Generadores portátiles y equipos de soldadura llenaban la cubierta entre los escombros de las reparaciones en curso. Las cubiertas limpias y la brillante pintura ahora estaban sucias por la arena y la suciedad de la construcción de la presa. Las lluvias habían arrastrado la suciedad a lugares de difícil acceso o las arrastraron manchando los costados con churretones de suciedad. El costado de babor y la aleta de estribor eran masas de óxido, herencia de las rocas y el equipo que dejaron el acero al descubierto y el impacto contra el muro guía. El barco se hundió profundo por la popa y dejó expuesta el bulbo destrozado de proa.
—Dios, está hecha una mierda.
—Sí —confirmó Milam— La maldita arena entró por todas partes: prensas, sellos, por todas partes.
—¿Cómo está la sala de máquinas? —Blake preguntó.
—No está tan mal —dijo Milam— Cerré las ventilaciones, no ha entrado mucho. Las flexiones del cigüeñal están en los límites. Las revisaremos cuando el motor esté caliente pero no hay ninguna avería en la parte inferior de la popa; al menos no una que afecte al motor. La hélice y el timón están bien. A excepción del tanque y el pique de proa, agujereados por el ancla, el casco es hermético. Los buceadores lo están taponando por fuera para que podamos realizar reparaciones provisionales desde dentro. Cuando esté hermético y hayamos parcheado los agujeros entre tanques, nos podremos ir. Quizás dos días —cerró sus ojos— Si el jovencito holandés deja de darle vueltas al asunto.
Blake intentó no alterarse al ver que Pedro Calderón se acercaba con el capitán Frans Brinkerhoff. La cara del capitán de rescate estaba roja. El holandés fijó la mirada en Milam.
—¿A qué viene esta tontería de arrancar el motor principal, Milam?
—Tengo que probarlo. Pensé en dejar el motor principal encendido mientras nos remolcasen afuera.
—¿Ah, sí? ¿Debo recordarle que usted no puede tomar ese tipo de decisiones?
Ya estamos otra vez, pensó Blake mientras Milam se ponía colorado. Según el contrato, los panameños eran los responsables de hacer que el barco se pusiese en marcha, incluido la vuelta al astillero en San Diego para reparaciones. A su vez habían contratado una compañía de salvamento holandesa, por lo que relegó a Blake y Milam a puestos de observador, un puesto que no gustaba a ninguno de los dos pero en el cual Blake lo hacía mejor que Milam.
—De hecho, capitán Brinkerhoff —afirmó Blake— El oficial tiene razón. Estoy seguro de que largará el remolque en alta mar para dejarnos probar el motor. Esta será nuestra única oportunidad.
—Nah. Ese no es mi problema. Entraremos en el dique con remolcadores y llegaremos al muro guía de Miraflores remolcados y remolcado directo al mar. Esto es más eficiente, ¿ja?
—Mira, gilipollas —dijo Milam— Ningún barco del que he sido jefe se ha hecho a la mar remolcado, así que...
—Ah, de modo que esto tiene que ver con salvaguardar el orgullo del jefe de máquinas, ¿ja? ¿Y quién la va a pagar?
—¿Pagar el qué? —preguntó Milam.
—Costes adicionales por mantener los remolcadores preparados, una lancha para devolver a los amarradores a tierra, el tiempo perdido. Todos estos costes no están en el precio ofertado —advirtió Brinkerhoff— Seguiremos mi plan.
Milam miraba a Calderón mientras hablaba.
—Es posible que pueda ayudarle, capitán Brinkerhoff. Las autoridades del canal de Panamá proporcionarán los servicios necesarios sin ningún coste. ¿Le parece bien?
Brinkerhoff miró a Milam.
—Ja —dijo antes de marcharse enfadado.
—Gracias señor —le dijo Blake mientras Milam asentía.
—No es nada, capitán —dijo Calderón— Al menos puedo asegurarles una salida digna.
M/T Luther Hurd Fondeadero del lago Gatún, República de Panamá Hora local: 0730 horas 18 de septiembre GMT: 1230 horas 18 de septiembre
El primer oficial Lynda Arnett estaba en la regala de la cubierta principal y vio como se acercaba la lancha del práctico hacia el barco. El práctico se bajó de la lancha a la escala y empezó a subir hacia ella. La enseñaba solamente la parte de arriba de su cabeza, concentrado en la bamboleante escala y en la tarea entre manos. Cuando se acercó a la cubierta, Arnett se echó para atrás y le dejó espacio para abordar.
—Capitán McCluskey —saludó Arnett a la cara sonriente que aparecía.
—¿No pensaría que dejaría a otro que le sacasen, no? —Roy McCluskey le preguntó e ignoró la mano tendida de Arnett para darle un gran abrazo.
—Tengo que admitir que es la primera vez que abrazo a un segundo oficial —dijo McCluskey separándose de ella.
—Primer oficial —corrigió Arnett.
—¡Fantástico! Y bien merecido —y sonrió aún más.
Arnett intentó no mirar a los pies de McCluskey pero no lo consiguió.
—¿Cómo es que... cómo estás? —preguntó ella volviendo en sí.
—Está tan claro como el agua —McCluskey pisó con fuerza la cubierta con su prótesis del pie para que la viera— Consiguieron salvarme la rodilla y eso conllevó una gran diferencia.
Arnett asintió, le sonrió y se hizo un silencio incómodo.
—Lynda, si no hubiese sido por usted...
—Solo hice mi trabajo, capitán —le interrumpió Arnett.
—Aun así, muchas gracias —le agradeció McCluskey.
Arnett asintió otra vez, agradecido de que notase su malestar y cortó los agradecimientos.
—Ahora vayamos a ver al capitán Blake para que se pongan en marcha lo antes posible —dijo McCluskey.
Puente de las Américas Balboa, República de Panamá Hora local: 1045 horas 18 de septiembre GMT: 1554 horas 18 de septiembre
Ningún acontecimiento, salvo la apertura del canal, había impactado tanto a Panamá como el ataque del 4 de julio. Fue denominado así por consenso pero, a diferencia del 11S, fecha que por sí resultaba inadecuada, la gente rechazaba de manera instintiva un nombre que relegara la tragedia a un segundo lugar por detrás del aniversario de su gran vecino norteño. Al final, simplemente lo llamaron “Pedro Miguel”, una división en el tiempo. Los hechos sucedieron “antes de Pedro Miguel” y “una semana después de Pedro Miguel” y hablaban de ello con tristeza y con mucho orgullo por como se sucedieron los hechos.
De hecho había muchas historias: el práctico que retrasó las llamas, capitanes de remolcadores ágiles de mente recolectando la gasolina incendiada con la estela de sus hélices, bomberos que abandonaban vehículos en un atasco para correr kilómetros bajo el calor en un acto heroico pero sin éxito por salvar a niños en Miraflores. La lista era larga. Pero en la era digital, nada era como el hundimiento del Luther Hurd.
El video se vio en todo el mundo igual que lo del Bósforo, después lo de Irán y una docena de nuevas historias que dominaron las noticias le hicieron olvidar. Pero no en Panamá, en donde se mostraba repetidamente y el barco yanqui con un nombre extraño se convirtió, pese a su bandera, en un icono panameño. Su proceso de reparación fue ampliamente difundido y pasó desapercibido para los cuatro estadounidenses que no tenían tiempo para ver las noticias ni suficiente nivel de español para entenderlas. Pero la gente de Panamá no tenía intención de que el Luther Hurd se marchara sigilosamente.
Manuel Reyes se situó en la pasarela, mirando a través de la barrera de tela metálica y con una mano en el hombro de cada uno de sus hijos. Ellos llevaban unas banderas: la de Panamá en una mano y la de EEUU en la otra. Se sentía incomodo con la bandera gringa pero la vieja súplica de “Pero papá, los demás niños...” hizo que se le reblandeciera el corazón. Además, los yanquis le habían ayudado a vengar a María. Apretó con mucha suavidad los hombros. Estaban empezando a mostrar señas de su antiguo espíritu.
—Mira papa —señaló Miguelito— Allí, donde el barquito está disparando agua.
—Ajá, te crees un sabelotodo, Miguel —se burló Paco aunque con cierta rabia porque su gemelo había visto primero el barco— Eso es un barco de bomberos. Tienes que usar el nombre adecuado.
Reyes sonrió. Habían mejorado mucho.
—Los dos habéis acertado. Sí, Paco, eso es un barco de bomberos y sí, Miguelito, estoy seguro de que es el Luther Hurd.
Sus palabras se ahogaron cuando la gente de Panamá se despidió del Luther Hurd.
M/T Luther Hurd Cruzando los muelles de Balboa, República de Panamá Hora local: 1040 horas 18 de septiembre GMT: 1540 horas 18 de septiembre
Blake paseaba por el puente mientras McCluskey contralaba el barco. Arnett estaba en la consola y las autoridades del Canal de Panamá les proporcionaron un timonel, por lo que Blake se quedó sin obligaciones reales y un poco tenso. Y él admitió, mirando hacia su sucio y oxidado barco, sentirse avergonzado. Era como pasearse con la bragueta abierta esperando que nadie se diese cuenta. Le hubiese gustado haberse marchado por la noche.
McCluskey sonrió.
—No se preocupe, capitán Blake. No chocaré con nada.
Probablemente no importaría tanto, pensó Blake cuando vio aparecer en el horizonte los muelles de Balboa.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó a la vez que todos los barcos atracados hicieron sonar sus bocinas.
—Las barcos en puerto que le desean al Luther Hurd un buen viaje-dijo McCluskey perplejo por la reacción.
Blake se mordió el labio. Cuanta parafernalia al salir, pensó mientras se hacía a la mar rumbo al sur.
—¡Qué demonios!
—Avante muy poca —ordenó McCluskey
—A la orden, avante muy poca —confirmó Arnett
McCluskey sonrió abiertamente.
—Va a ser un poco complicado, capitán, pero creo que lo lograremos.
—Estamos frenando —dijo el primer maquinista— Me pregunto qué es lo que pasa.
—¿Quién sabe? —se encogió de hombros Milam— Perdimos las vistas cuando decidimos empujar en vez de señalar.
El teléfono sonó antes de que el primer oficial pudiera responder al ingeniero.
—Sala de máquinas, jefe al habla.
—Jim, suba aquí. Tiene que ver esto.
—Ya conozco Balboa, capitán. Necesito...
—¡Solo sube, jefe! ¡Ahora! —y Blake colgó.
—Mierda —dijo Milam— ¿Has acertado, primero? El Viejo es como un grano en el culo.
El ingeniero asintió y Milam empezó el largo ascenso por la escala farfullando sobre los amarradores sin tener en consideración a la gente que trabajaba para ganarse la vida.
Cuando salió de la zona de máquinas y entró donde los camarotes, escuchó un extraño ruido fuera. Preocupado subió corriendo por el tronco de escaleras central, subiendo de dos en dos e irrumpió en el puente para unirse con Blake en las ventanas de proa. El puerto estaba abarrotado de barcos de todo tipo que se extendían a lo largo del Puente de las Américas hasta el mar. El Luther Hurd navegaba lentamente en dirección al mar a través de una estrecha línea marcada por boyas temporales y vigilada por barcos de la policía, remolcadores en la proa y en la popa que le ayudaban a cruzar sin peligro y un barco de bomberos que iba delante y que lanzaba chorros de agua en el aire hasta formar un arco. De repente se escucharon bocinas de aire, silbidos, sirenas y campanas, mientras que los menos equipados golpeaban cacerolas con cucharones. Había banderas por todos partes, la mayoría de Panamá pero también se podía divisar algunas de EEUU. La gente estaba contenta y movían carteles que decían “Thank You” y “Muchas Gracias”.
—Dios mío —dijo Milam mirando en dirección al Puente de las Américas en donde vio que había colgada una pancarta en la que se podía leer en grande “Muchas Gracias, Luther Hurd” y en letras pequeñas “De parte de los niños de Panamá”. La pasarela del puente brillaba con banderas en miles de manitas.
—¿Quiénes son esos que están en el puente? —preguntó Milam mientras este cogía los prismáticos.
—¡Son...son niños! ¡Muchísimos niños! —contestó Blake.
Al pasar por debajo del arco del puente, McCluskey les sonrió y una enorme red que había tras la pancarta dejó caer sobre el barco miles de flores tropicales y tarjetas deseándole lo mejor, cubriendo el Luther Hurd como si fuese una carroza de carnaval. Milam se echó a llorar.
—Maldita alergia —dijo frotándose los ojos con el dorso de sus manos— Por Dios, estas malditas petunias van a obstruir las entradas de ventilación. Tengo que invertir los ventiladores —corrió hacia el santuario de su sala de máquinas mientras que Blake y Arnett sonreían al verle marchar.
Después, remolcados, Milam se quedó con Blake en el alerón del puente mientras se iban alejando de la costa.
—¿Cuánto crees, Jim? ¿Tres meses? —preguntó Blake.
—Deberían ser dos, pero puede que sean cuatro, dependiendo de la prioridad que nos den. Ya sabes que ahora mismo todos están contentos y satisfechos, pero tan pronto como empecemos a golpearlo y alguien tenga que pagar, la luna de miel se habrá acabado. Todo el mundo quiere ahorrarse un pavo, pero cuando te mojas el culo, yo soy el que se come el marrón. No veo más que discusiones, muchas horas e inspecciones a altas horas de la madrugada.
Blake no podía contener la risa.
—¿Pero qué chorradas estás diciendo? ¡Si te encanta!
Milam había fracasado estrepitosamente en su intento por parecer indignado.
—Da igual debemos comenzar nuestro segundo “viaje inaugural” en cuatro meses.
—Puede que ahora sí pueda llevarlo al puerto de carga —dijo Blake.
Milam soltó una risita y se recostó contra el quitavientos mientras la abollada proa del Luther Hurd navegaba lentamente entre el oleaje por detrás del remolcador. Blake vio como las flores esparcidas en su barco volaban por la sucia cubierta y se caían por los laterales oxidados, de los cuales, a pesar de todo, no se sentía avergonzado.