Capítulo uno

OFICINAS del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1900 horas 10 de mayo GMT: 1800 horas 10 de may

Alex Kairouz retiró la mirada de la pantalla, giró la silla y se inclinó sobre la papelera justo a tiempo para vomitar. Aun así, seguía teniendo náuseas y agachó la cabeza mientras sollozaba sobre la papelera. De repente apareció una mano que le daba un pañuelo.

—Límpiate la cara ensangrentada, Kairouz —dijo Braun.

Así hizo Alex y Braun siguió hablando.

—Por favor señor Farley, sea bueno y ayude a nuestro alumno con la tarea que tiene entre manos.

Alex se puso tenso por el dolor cuando le pegó el tirón del pelo a la vez que le giraba la silla para mirar otra vez a la pantalla del ordenador. Cerró los ojos para olvidarse de la horrible vista e intentó taparse los oídos para huir de los atormentados gritos de los que estaban hablando, pero Farley era más rápido y le agarró las muñecas por detrás, forzándoselas abajo.

—Abre tus enrojecidos ojos y coopera Kairouz, a menos que quieras una butaca de primera fila en directo —le amenazó Braun.

Alex no miró a la pantalla sino a Braun.

—¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres? Si es dinero...

Braun acercó unos centímetros su cara a la de Alex.

—A su tiempo Kairouz, a su tiempo —Braun bajó su voz y empezó a susurrar— Pero por el momento, tienes que terminar nuestra primera lección. Te aseguro que se pone mucho más interesante.

M/T Western Star Anchorage oriental de almacenamiento temporal, República de Singapur. Hora local: 1520 horas 15 de mayo GMT: 0720 horas 15 de mayo

Dugan se movió por la oscuridad húmeda del tanque de lastre del barco a la vez que esquivaba los charcos de barro. En la escala se limpió la cara con la manga húmeda y se dio media vuelta mientras farfullaba palabrotas en ruso. Con su linterna iluminó al corpulento primer oficial que luchaba por salir por la escotilla de acceso. El mono de trabajo del hombre, al igual que el de Dugan, estaba empapado en sudor y con manchas de óxido. El ruso consiguió pasar por la escotilla y se cruzó con Dugan en la escalera. El sudor caía por sus mejillas, con barba de tres días, mientras echaba una esperanzada mirada a Dugan.

—¿Subimos? —preguntó.

Dugan asintió con la cabeza y el ruso empezó a subir por la larga escala en un intento por salir del tanque antes de que Dugan cambiase de opinión. Dugan iluminó con su linterna por última vez el acero corroído e hizo una mueca por el resultado predecible debido a un mantenimiento pobre. Luego siguió al ruso por la escala.

Apareció en cubierta ya cuando casi se estaba acabando la tormenta tropical tan típica de Singapur. A causa del sudor, su mono se le había pegado al cuerpo y la lluvia fría sentaba bien. Pero el alivio no duraría mucho tiempo. La lluvia empezó a remitir y el vapor de la cubierta dejó al descubierto el efecto insignificante de la poca lluvia que había caído en el acero caliente. Dos marineros filipinos de pie cerca con impermeables amarillos, parecían dos niños pequeños vestidos con la ropa de su padre. Uno entregó a Dugan un montón de trapos y el segundo mantuvo abierta una bolsa de basura. Dugan limpió sus botas y tiró los trapos a la basura y se dirigió hacia la caseta de cubierta.

Se duchó y se cambió antes de dirigirse hacia el portalón. Se paró a mitad de camino para pasarle al camarero unos billetes por haber limpiado su camarote. El filipino, agradecido, intentó llevar la bolsa, pero cuando el otro le hizo señas, este corría para ir abriendo las puertas, a la vez que un Dugan avergonzado se iba abriendo camino hacia la cubierta.

—Otra vez, demasiada propina —pensó para sus adentros Dugan mientras bajaba por la empinada escala real a la lancha.

Se agachó para entrar en la cabina de la lancha y se quedó sentado durante el viaje a tierra. Tres cascarones en seis semanas. No pensaba contarle a Alex Kairouz que había malgastado su dinero inspeccionando otro bote oxidado.

***

Una hora después, Dugan se sentó en un sillón reclinable de la habitación del hotel. Cogió del minibar una lata de la cerveza cara y la abrió. Luego miró la hora: era la hora en la que empezaban a trabajar en Londres, así que era mejor darle un poco de tiempo a Alex para que comenzase el día antes de darle malas noticias. Dugan cogió el mando y encendió el canal de noticias “Sky News”. La pantalla se llenó con las imágenes de un fuego desatado en una refinería en Bandar-e-Abbas, Irán. Debe ser muy grande para considerarse noticia internacional, pensó.

Oficinas del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1015 horas 15 de mayo GMT: 0915 horas 15 de mayo

Alex Kairouz se sentó en su escritorio temblando de miedo, con los ojos cerrados y la cara oculta por sus manos. Se estremeció y sacudió la cabeza, como si intentase expulsar físicamente las imágenes que se habían grabado en su cabeza. Finalmente abrió los ojos y se quedó mirando a una foto de cuando era más joven: el pelo y los ojos negros en una tez aceitunada y unos dientes totalmente blancos que formaban una sonrisa de pura alegría mientras miraba fijamente a un paquete rosa en los brazos de una hermosa mujer. Se detuvo delante del telefonillo cuando sonó y luchó por serenarse.

—¿Sí, señora Coutts? —respondió por el telefonillo.

—El señor Dugan por la línea uno señor.

¡Thomas! El pánico se apoderó de él. Thomas le conocía muy bien. Seguramente notará que algo va mal y Braun dijo que si alguien lo sabía...

—Señor Kairouz, ¿está usted ahí?

—Sí señora Coutts. Gracias.

Alex se armó de valor y presionó fuerte el botón que parpadeaba.

—Thomas —respondió con una sonrisa forzada— ¿cómo está el barco?

—Basura.

—Mierda.

—¿Qué esperabas Alex? Un buen tonelaje cuesta dinero. Ahora cualquier cosa a la venta es basura. Ya sabes como funciona. Construyes tu propia flota a precios muy bajos y en mercados a la baja.

Alex suspiró.

—Lo se, pero necesito más barcos y sigo esperando. Bueno, vale. Mándame la factura —hizo una pausa para concentrarse y se quedó mirando fijamente a un cuaderno que había en su escritorio— Y Thomas, necesito un favor.

—Dime.

—El Asian Trader entrará en el astillero en dos días y McGinty fue hospitalizado ayer por apendicitis. ¿Puedes cubrirle con el barco hasta que yo encuentre otro inspector que te sustituya?

—¿Por cuánto tiempo?

—Diez días, dos semanas como mucho —dijo Alex.

—Sí, claro —resopló Dugan— Pero tendré que tomarme un día libre. Esta mañana recibí una llamada del Mando militar de la Marina de los EEUU. Quieren que inspeccione un pequeño barco de cabotaje en algún momento en los próximos días. No puedo ignorar a mis otros clientes, a pesar de que algunas veces parezca que estoy trabajando en tu plantilla a tiempo completo...

—Ya que sacaste eso...

—Por Dios, Alex. Otra vez no.

—Mira Thomas, nos estamos haciendo viejos. Quiero decir, tú tienes unos cincuenta ahora, ¿no?

—Voy a cumplir los cuarenta y siete.

—Vale, cuarenta y siete. Pero no puedes estar siempre gateando barcos. Es una pérdida de talento. Muchos pueden identificar problemas, pero yo necesito a alguien que los resuelva.

—Vale, me lo pensaré. ¿Qué te parece?

—Me gusta lo que me dices para callarme.

—¿Funciona? —preguntó Dugan.

—Está bien, Thomas. Me rindo. Por ahora. Pero volveremos a ello.

—¿Qué tal Cassie? —cambió de tema Dugan.

—¡Ah! Ella...

—¿Qué pasa? —preguntó Dugan.

—Perdona, estaba pensando en otra cosa, me temo. Cassie bien. Cada día se parece más a su madre. Y la señora Farnsworth dice que está haciendo sorprendentes avances, después de todo.

—¿Y qué tal la señora bruja? —le preguntó Dugan.

—De verdad Thomas, pienso que os llevarías muy bien si os dieseis una oportunidad.

—No creo ser la persona que necesite consejos, Alex.

—Bueno, si estuvieses más por ahí y la señora Farnsworth te conociese mejor, te resultaría muy simpática —comentó Alex.

—Sí claro, como que va a pasar eso —se rio Dugan.

—Seguramente tienes razón —se lamentaba Alex— De todos modos, le diré a la señora Coutts que te mande ahora mismo un correo electrónico con las especificaciones de las reparaciones del Asian Trader. ¿Te podrías acercar al astillero de Sembawang mañana por la mañana y prepararlo todo para su llegada?

—Así lo haré, amigo —respondió Dugan— Te llamaré en cuanto llegue y empiece con todo.

Alex le dio las gracias a Dugan y colgó. Había mantenido el tipo frente a Dugan y, por consiguiente, con todos los demás. Pero se le estaba agotando. Las minucias diarias de dirigir su compañía con la que tanto disfrutaba hace un par de días ahora parece no tener sentido. Probablemente no existirá ningún Phoenix Shipping cuando este bastardo de Braun esté acabado. Pero eso no importaba, solo importaba la seguridad de Cassie. La vista se le fue a la foto de la que fue una vez toda su familia y se volvió a estremecer al recordar imágenes del video de Braun en su cabeza.

Palacio de Miraflores Caracas, República Bolivariana de Venezuela Hora local: 1445 horas 18 de mayo GMT: 1915 horas 18 de mayo

Ali Reza Motaki, presidente de la República Islámica de Irán, se puso en la ventana y se quedó mirando fijamente a los cuidados jardines. Se puso tenso al contraerse su espalda. Incluso en la comodidad del jet presidencial, el vuelo de larga distancia que va desde Teherán hasta Caracas se notaba después. Se hizo un masaje en la parte inferior de su espalda y estiró su metro sesenta y siete.

—¿Y este Kairouz es controlable? —le preguntó una voz por detrás.

Motaki se volvió hacia el presidente Hector Díaz Rodríguez de la República Bolivariana de Venezuela.

—Vive para su hija —contestó Motaki— Hará todo lo posible por mantenerla fuera de peligro. No te preocupes amigo, Braun se está encargando de ello.

Rodríguez sonrió.

—¿Y qué piensas de Braun? ¿No es todo lo que te prometí?

—Parece... competente.

La sonrisa se desvaneció de la cara de Rodríguez.

—Pareces poco entusiasmado.

—Soy prudente y tú deberías serlo también. Ir en contra del Gran Satán es una cosa. Engañar a China y Rusia a la vez es otra. No podemos permitirnos errores —le advirtió Motaki.

—¿Pero qué opciones tenemos? —le preguntó Rodríguez— A pesar de todas sus palabras amables de amistad, ni los rusos ni los chinos accedieron a nuestra petición. Si nos las tenemos que ingeniar para que hagan lo correcto, así será.

Motaki se encogió de hombros.

—Dudo que los rusos y chinos lo vean como una simple maniobra.

Rodríguez asintió con la cabeza mientras Motaki se alejaba de la ventana para acomodarse en una butaca al otro lado del venezolano.

—Y ahora es incluso más crítico ya que hemos tenido éxito —seguía contando Motaki— El daño en la refinería de Bandar-e-Abbas es peor de lo que se ha informado en los medios. Irán tendrá que importar incluso más combustible que el requerido para el consumo interno, ya que los americanos le exigen a la ONU sanciones más estrictas. Está estrangulando nuestra economía, al igual que vuestra propia falta de acceso a los mercados asiáticos para el crudo venezolano inutiliza el vuestro propio.

—Eso es verdad —afirmó Rodríguez— Y para serte sincero, me preocupa el que usemos solo una compañía. Estamos poniendo todos los huevos en una cesta, como dicen los yanquis.

Motaki agitó su cabeza.

—No, Braun tiene razón. Con ataques en diferentes puntos, el plan es complicado. El que Braun escogiese Phoenix ha sido inteligente; una única compañía con barcos que comercian por todo el mundo y controlada por un único hombre sin consejeros externos. Controlar a Kairouz, controlar a Phoenix, sin preguntas.

Rodríguez asintió con la cabeza.

—Así que seguimos adelante. ¿Cuándo podría confirmar Braun la fecha del ataque?

—Esta mañana recibí un mensaje encriptado por medio de las vías habituales —dijo Motaki— El 4 de julio parece prometedor. Quizás podemos, como así dicen, aguarles la fiesta patriota a los americanos.

—Excelente —Rodríguez se frotó las manos— Eso me permitirá incluir algunos comentarios de condolencias en mi discurso para nuestro propio día de la Independencia del 5 de julio. Quizás podría empezar a poner estos terribles hechos a los pies de los americanos.

Motaki sonrió y agitó la cabeza.

—Y quizás, si se hiciese así, convertirse en chivo expiatorio si todo sale mal —pensó.