Capítulo once
EDIFICIO del apartamento de Anna Walsh Londres, Reino Unido Hora local: 1835 horas 15 de junio GMT: 1735 horas 15 de junio
—¿Estás seguro de que la casa no tiene micrófonos? —preguntó Dugan por tercera vez.
—Lo he barrido yo mismo después de que Anna nos hablara de la cena —explicó Harry— Me presenté como el técnico que venía a leer los contadores mientras la cocinera estaba en el mercado y la Farnsworth y el conductor estaban recogiendo a la niña en el colegio. Estuve en la casa solo durante un rato. Todo sigue igual; el teléfono está pinchado a una grabadora en las habitaciones de Farley, pero no hay micrófonos ocultos en la casa. Tiene sentido. No graba muchas de las chácharas domésticas.
—Aunque no importa, Tom —dijo Lou— Si Kairouz está bajo coacción, asumirá que le están controlando y no dirá nada. Y si está implicado, que es lo que parece ser, mentirá. Lo máximo a lo que puedes aspirar esta tarde es a retomar una relación mucho más cercana que podamos usar para ver si mete la pata. Puede que no te guste eso, pero es un hecho.
Dugan no dijo nada, aunque estaba frustrado porque no había logrado convencer a nadie sobre la inocencia de Alex. Su único prosélito y a medias, era Anna, aunque tampoco estaba muy convencida de brindarle su apoyo.
—Tom. Es mejor que nos marchemos si tenemos que estar en casa de Alex a las siete y media —advirtió Anna.
Residencia Kairouz Londres, Reino Unido Hora local: 1940 horas 15 de junio GMT: 1840 horas 15 de junio
Dugan y Anna llegaron un poco después de que la señora Farnsworth y Cassie llegasen a casa de los ensayos con el coro. Cassie aún llevaba puesto su uniforme del colegio. Abrazó a Dugan y le sonrió a Anna.
—Eres muy bonita —dijo Cassie con tono de admiración y con una evidente sinceridad.
Anna llevaba puesta una falda oscura y una blusa blanca de seda con un lazo al cuello y en las muñecas; simple pero impresionante. Se sonrojó.
—Muchas gracias, Cassie, tú también eres muy bonita.
—Me parezco a mi madre. Murió, pero tengo fotos. ¿Las quieres ver? Están en mi habitación —Cassie cogió de la mano a Anna.
—La cena está casi lista, Cassie —llamó la señora Farnsworth.
—Ah, vale —suspiró y soltó la mano de Anna— Después de la cena, ¿vale?
Anna sonrió.
—Estoy impaciente, Cassie.
Cassie insistió en sentarse entre Anna y Dugan. La conversación durante la cena se desarrolló de manera espontánea: Cassie charlaba y Anna escuchaba con mucho interés. La señora Farnsworth dijo poco pero observaba y aprobaba todo a regañadientes. Al final de la cena incluso la señora Hogan sonreía al servir café y asentía. Durante el postre, Anna estrechó afectuosamente la mano de Cassie. Sin embargo, al retirar su mano, el lazo del puño de se blusa se enrolló en su brazalete y se escuchó como se rasgaba.
—Ah, Dios mío —se lamentó Anna mientras se reía de vergüenza al ver el lazo que colgaba.
—Lo siento mucho, de verdad —se disculpó Cassie— Ha sido un accidente.
—Ha sido solo mi culpa —le dijo Anna— No ha pasado nada. Lo coseré.
—Yo puedo hacerlo —le dijo Cassie y se dobló el dobladillo del jersey, dejando entrever una aguja enrollado en un hilo que estaba clavada en la parte inferior de la camisa.
—Una señorita educada se prepara para cualquier eventualidad —recitó imitando perfectamente pero sin mala intención a la señora Farnsworth.
Anna parecía confusa.
—Hubo una vez en la que las señoritas se guardaban las agujas y el hilo cerca de la mano —explicó la señora Farnsworth— Parecía algo práctico.
—Sí y eso no es todo... —continuó Cassie.
—¡Cassie! —exclamó la señora Farnsworth— A lo mejor la señorita Walsh prefiere que se lo arreglen en otro sitio.
—Ah, no —se apresuró Anna a responder— Lo acepto encantada, Cassie. Y luego puede que vea las fotos.
—Vale —dijo Cassie— Podemos irnos arriba ahora y te puedes quitar la blusa mientras te la arreglo. No quiero pincharte. Eso duele.
—Una idea excelente —le premió la señora Farnsworth y se puso en pie— Cogeré una bata para la señorita Walsh.
Alex sonrió.
—Parece ser que nos dejan a nosotros solos, Thomas. ¿Me acompañas al estudio?
—Pensé que no me lo pedirías.
Unos minutos más tarde, se sentaron en el estudio con un coñac en la mano. Dugan miró a Alex por encima de la montura de sus gafas. Alex parecía mayor, mucho más mayor. Las canas en su sien se extendían ahora por su melena negra y sus ojos oscuros y ovalados aumentaban la palidez de las mejillas y las ahondaban. A Dugan le vino a la cabeza las fotos del “antes y después” de los presidentes de EEUU.
—No había disfrutado tanto desde hacía tiempo una comida o la compañía —agradeció Alex— Muchas gracias por haberos unido. Y Thomas, te pido disculpas por mi comportamiento de antes. Anna es estupenda —sonrió— A Cassie obviamente le gusta y eso que tiene el mismo sentido crítico que su madre. Así que si superó una cena con Cassie, descongeló a la señora Coutts y en una misma tarde cautivó tanto a la señora Hogan como a la señora Farnsworth, efectivamente es perfecta. Brindo por tu buena fortuna —dijo alzando su copa.
Dugan sonrió y alzó la suya también.
—Thomas, he estado pensando. Tenemos varios diques secos programados para el próximo año. Podríamos ahorrar bastante dinero si los limitamos a un único astillero y negociamos un buen descuento. Opino que sería una buena idea si te fueses una semana o dos a hacer turismo por los astilleros del Lejano Oriente y así lo discutes con ellos —se veía como sonreía Alex a través de su copa de coñac— Anna no tendrá mucho que hacer cuando estés fuera, te la podrías llevar contigo. Como sí fuesen unas vacaciones.
Hijo de puta, pensó Dugan. Está intentado deshacerse de mí.
—Buena idea —respondió Dugan intentando sonar despreocupado— Probablemente tengamos todos nuestro barcos en la ruta del Lejano Oriente si en el acuerdo del China Star es un indicio de la tendencia del mercado.
Alex se puso tieso.
—¿Qué quieres decir, Thomas?
—Ibrahim me contó sobre el acuerdo con el China Star. De hecho, parecía preocupado.
—El China Star es solo uno de los acuerdos de Braun. Realmente no conozco los detalles.
—El Alex Kairouz que yo conocía habría recitado cada palabra de cada póliza de fletamento de memoria —describió Dugan— Vamos, Alex. ¿Qué pasa?
—Olvídalo, Thomas. Por favor —los ojos de Alex se movieron rápidamente de un lado a otro de la habitación.
Lou tenía razón, Dugan pensó, Alex piensa que nos vigilan. Una situación sin salida. Necesitaba que Alex confiase en él, pero el hombre nunca lo haría si pensaba que le controlaban. Dugan pensó en su plan parcialmente formado y decidió arriesgarse.
—Puedes hablar libremente, Alex —le confirmó— No han colocado micrófonos.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? —le preguntó Alex.
—Sé que algo malo pasa, así que contraté un investigador —mintió Dugan— Vino por la noche y barrió la oficina. Sé que Braun ha colocado micrófonos en nuestras oficinas y teléfonos. Hoy barrió tu casa. Los teléfonos están pinchados pero no la casa. Cuéntame, Alex.
Alex ocultó su cara entre sus manos. Dugan esperaba que Alex se desahogase con él o, si estaba equivocado, que explotase y lo negase todo. De cualquier forma, las mentiras de Dugan le hicieron actuar como un amigo preocupado, no como un agente encubierto. Pero cuando Alex levantó su cara, esta no expresaba ni alivio ni enfado, sino terror.
—Thomas. ¿Qué has hecho? —las lágrimas recorrían sus mejillas pálidas y con barba de tres días.
—¿Qué quieres decir Alex? ¿Qué pasa?
—Cassie, él... Espera, te lo enseñaré.
Se puso de pie y cerró la puerta de su estudio. Luego sacó un portátil de su escritorio y lo puso en la mesita pequeña que estaba al lado de Dugan. Mientras el ordenador se iba cargando, Alex abrió su maletín y le entregó un CD a Dugan.
—Míralo —le ordenó Alex y Dugan introdujo el disco en el ordenador.
El vídeo empezó con un narrador, una mujer que hablaba en francés mientras iba caminando por las calles de un pueblo del Tercer Mundo y entraba en una cabaña rudimentaria. Dentro, un grupo de mujeres agarraba a una niña pequeña con los brazos y piernas en cruz. Una fabricó un cuchillo y empezó a cortarle los genitales a la niña, todo en primer plano a la vez que explicaba como iba haciendo esta carnicería. Incluso con el volumen bajo, se podían oír los gritos de la niña por encima de la narración. En la pantalla apareció una nueva escena: unos hombres corpulentos y sucios sodomizaban a una niña rubia de no más de 6 años. Dugan cerró con fuerza el portátil y tragó fuerte para evitar que la comida de la señora Hogan no terminase en la basura.
—Por Dios, Alex, ¿de dónde has sacado esa obscenidad?
—Braun —respondió Alex— Me dijo que todo esto le pasaría a Cassie si desobedecía. Tú solo viste unos segundos, pero dura más de una hora y se pone peor, muchísimo peor. Estoy obligado a verlo con regularidad.
—Espero que te hayas puesto en contacto con la policía.
Alex asintió.
—Intenté ir y contar lo de Braun, luego llamé a Scotland Yard. Estaba en espera cuando un vídeo de Cassie subiendo las escaleras del colegio apareció en la pantalla de mi ordenador, grabado a través de la mira de un francotirador con la cruceta en su cabeza. El mensaje era claro. Colgué. Braun me llamó y me advirtió de que no lo volviese a intentar.
Hizo una pausa.
—Incluso entonces, no me di por vencido, pero me di cuenta de que no podía alertar a la policía hasta que Cassie no estuviese a salvo. Sabía que mis teléfonos estaban pinchados, así que mientras cenaba con un cliente esa noche, me levanté para ir al servicio y entré agachado en la oficina del restaurante para usar el teléfono. Llamé a un contacto de la compañía de seguros que tengo contratada y organicé una reunión en el St. James Park el día siguiente a las dos. No tenía mucho tiempo, así que le dije al hombre que ya le proporcionaría los detalles en la reunión. Supuse que Braun no podía vigilar a todos, así que pensé en mandar los detalles por escrito al parque por medio de Daniel, con instrucciones pidiendo un guardaespaldas y un hogar seguro. Mientras le seguiría la corriente a Braun hasta que la gente de seguridad pusiese a Cassie a salvo. Nunca llegué tan lejos. Braun me llamó la mañana siguiente y me dijo que “se había tomado la libertad” de cancelar por mí mi compromiso. Dijo que no le haría nada inmediatamente a Cassie para no disminuir el valor de su secuestrada, pero si seguía con esas intenciones, la señora Farnsworth tendría un accidente fatal.
—¿Pero cómo es que averiguó lo del parque? —le preguntó Dugan.
—O se anticipó a quien podría llamar y pinchó sus teléfonos también o pinchó los teléfonos de mis restaurantes habituales; no son muchos. Lo único que sé es que me bloqueó por todas partes. Estaba aterrorizado.
—¿El hombre con el que contactaste no sospechó nada cuando se canceló?
—Llamó para confirmar un correo electrónico que Braun había mandado en mi nombre en el que decía que se cancelaba. Le dije que sí y me disculpé. Investigó un poco, pero no tenía sentido que sospechase que me estaban coaccionando. Así que, contraté a Braun y Farley —continuó Alex— Braun me obliga a ver el vídeo todas las semanas. “Sesiones de motivación” así las llaman. Se pone de pie a mi lado mientras lo veo y ofrece más detalles a lo que se enfrentaría Cassie si opongo resistencia de alguna forma. Tuve una sesión de estas esta tarde.
Dugan se sentó estupefacto. Era una sorpresa que Alex no se hubiese muerto de un ataque al corazón.
—¿Qué es lo que quiere, Alex?
—No es dinero. Le intenté comprar. Necesita a la compañía por algo.
—¿Y qué ha hecho hasta el momento? —le preguntó Dugan.
—No tengo ni idea —respondió Alex— Me hizo firmar contratos en blanco y darle carta blanca para acceder a todas las cuentas. Por lo general parece ser simplemente negocio, pero está haciendo cosas al margen y en mi nombre, quizás en el tuyo también. El China Star es un ejemplo de ello. Cuando Ibrahim empezó a curiosear, Braun me dijo que a no ser que le mantuviese callado mataría al hombre y a toda su familia. Tuve que amenazar al pobre Ibrahim con el despido y le dije que todas sus dudas se las remitiese a Braun.
—Es peligroso, Thomas, y muy bueno. Tu investigador puede que ya esté muerto y que Braun esté escuchando cada una de nuestras palabras. En un principio temí que pusieses en peligro a Cassie, pero me he dado cuenta de que no ha cambiado nada. Braun aún me necesita y ella es su garantía. Pero si Braun está escuchando, mañana despertarás muerto. Y si tus esfuerzos han escapado de alguna forma a su atención, deberías irte. Acepta mi oferta de visitar los astilleros y sigue adelante. No puedes ayudarnos, Thomas. Tengo que seguir adelante y esperar que Braun perdone la vida de Cassie. Sálvate a ti mismo y no le digas nada a nadie para que así Cassie no corra más peligro.
Dugan se dio cuenta de que prometer proteger a Cassie no sonaría creíble para Alex. Si Alex Kairouz, con todos sus contactos, no había sido capaz de hacerlo, ¿qué posibilidades tenía Dugan solo? Además, Alex pensaba que Braun estaba escuchando, a pesar de que Dugan se había asegurado. De repente, Dugan se dio cuenta de que Alex estaba jugando con los micrófonos ocultos al garantizar a Braun de que seguiría cooperando a la vez que, en caso de no haber micrófonos, advertía a Dugan de que escapase. Alex puede estar intimidado, pero su cerebro estaba trabajando al cien por cien.
La revelación era más inquietante que esperanzadora. Alex estaba llegando al límite y Dugan estaba preocupado por su salud, mental y física. Tenía que hacerle saber a su amigo que su situación no era desesperada y no iba a tener una oportunidad mejor que esta.
—Alex, sé que Braun no está escuchando porque hemos barrido la casa con un equipo mucho mejor del que está disponible a la venta. Estoy trabajando con la inteligencia estadounidense y británica.
Alex escuchó a Dugan explicarle y asegurarle que Cassie estaría protegida. Se pusieron de pie y Alex abrazó a Dugan con un alivio nuevo y feroz. Por primera vez en meses, Alex Kairouz no se sentía solo mientras se quedaba mirando el oscuro abismo.
Y Dugan se preguntaba cómo podría decirle a los otros sobre el nuevo miembro del equipo.