Capítulo veinte

OFICINA Central de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ) Ciudad de Panamá, República de Panamá Hora local: 0835 horas 4 de julio GMT: 1335 horas 4 de julio

Reyes colgó el teléfono. Algo no iba bien. El Asian Trader no se había retrasado suficiente en el lado del Pacífico para descargar los cuerpos de los marineros muertos. Una muerte en el mar era traumática para todos los afectados y por lo general la empresa implicada estaba ansiosa por bajar a tierra los restos y dejar atrás todo lo sucedido. El agente del barco también parecía sorprendido y decía que solo seguía las órdenes de un tal señor Dugan en las que le decía que nada debería evitar que el barco alcanzase su turno prioritario de tránsito.

Dado el acelerado tránsito, Reyes esperaba paralizar todo cuando le dijo al agente que puesto que el Asian Trader no echaría anclas en Cristóbal hasta primera hora de la noche, la investigación empezaría por la mañana y a la luz del día. El agente parecía despreocupado, como si ya lo diese por hecho y en cualquier caso, el mismo señor Dugan se encargaría de la investigación pero no llegaría hasta bien entrada la tarde.

Ahora bien, ¿por qué un fletador pagaría tanto por un tránsito anticipado y luego aceptaría así de fácil el que se retrasase? Tenía muchas preguntas para este tal señor Dugan. Pero se las haría mañana.

Miró al montón de correos que tenía en su bandeja de entrada y respiró hondo. Tenía muchas ganas de salir un rato de la oficina. Miró la hora y pensó en llamar a María para comer juntos más tarde. Y entonces se acordó. Estaba ayudando con la excursión a las esclusas hoy. Sonrió al recordar el entusiasmo que mostraron los gemelos en el desayuno por ver los barcos grandes.

Su sonrisa desapareció al mirar otra vez la bandeja de entrada. Respiró hondo otra vez y cogió una carpeta.

M/T Asian Trader Acceso de las esclusas de Pedro Miguel, República de Panamá Hora local: 0855 horas 4 de julio GMT: 1355 horas 4 de julio

Medina sentía como pesaba el detonador en se bolsillo mientras el Asian Trader se encontraba segundo en la cola para la esclusa Pedro de Miguel, la fila de barcos se extendía a su popa desde Miraflores hasta el Pacífico. Vio como se cerraron las puertas detrás del que iba delante, un petrolero cuya pintura reluciente demostraba que acaba de pintarse en el astillero y vio la bandera americana colgando inerte sobre el nombre M/T Luther Hurd pintado en su popa.

El capitán transmitió una orden del práctico para las máquinas y Medina movió la palanca de mando, haciendo caer lentamente a babor al Asian Trader a lo largo del muro central que sobresalía de entre las dos esclusas. Unos pesados cabos lanzados abordo, subieron unos cables para amarrar el barco a las “mulas” mecánicas que le ayudarían a cruzar la esclusa. Medina vio al Luther Hurd completar su viaje en vertical y alejarse lentamente de la esclusa que tenían delante, en dirección al Corte Culebra y más allá al lago Gatún.

Alá había sido generoso desde la muerte del contramaestre al enfriar la cubierta con lluvias diarias, pero hoy el sol daba tan fuerte que el acero quemaba y Medina se empezó a preocupar por fugas de gas. Su objetivo era la esclusa de Gatún al otro lado del lago Gatún, en donde incluso un fracasado intento de abrir una brecha en las esclusas con un explosivo podría destruir varios barcos y taponar las esclusas con escombros. Su objetivo secundario era aquí, en Pedro Miguel, en el cual al igual que en la esclusa superior en Gatún, aguantaba el agua del lago. La destrucción de cualquiera de las dos vaciaría el lago y destruiría el canal, con daños secundarios catastróficos. Alá guíame, rezó Medina mientras el barco se iba acercando muy lentamente en medio de campanas que sonaban remolcado por las mulas hacia la esclusa.

Barco de crucero Stellar Spirit Cerca de las esclusas de Pedro Miguel, República de Panamá Hora local: 1115 horas 4 de julio GMT: 1615 horas 4 de julio

El segundo oficial del Stellar Spirit se encontraba entre los pasajeros acodado en la regala a la vez que un petrolero subía muy lentamente por la esclusa del este y su propio barco se preparaba para entrar en la del oeste. A los oficiales del barco se les exigía mezclarse con los demás, no consistía en “maratones” con mujeres jóvenes deseosas de un romance, sino en paseos por el canal mortalmente aburridos con vejestorios y novios que solo asomaban para las comidas. Entre recién casados y casi muertos, pensó mirando por encima de las cabezas canosas hacia las puertas que se cerraban detrás del Asian Trader, mientras intentaba escabullirse.

Plataforma de observación Oficina de turismo de las esclusas de Miraflores, República de Panamá Hora local: 1115 horas 4 de julio GMT: 1615 horas 4 de julio

—¡Aiee! Miguelito.Cuidado —María Reyes cogió a su hijo— No escales. Eso va para ti también, Paco —le dijo a su hermano que estaba a punto de unirse a su gemelo en la barandilla.

—Sí, mamá —dijeron los niños al unísono antes de que el barco en la esclusa captase nuevamente su atención. María sonrió y dio un paso atrás, desde donde no perdería de vista a los niños.

Los pasajeros del barco grande y blanco saludaron a los niños emocionados hasta que la embarcación se movió hacia Pedro Miguel, seguido por un porta contenedores que llevaba apiladas muchas cajas de diferentes colores. Con los ojos de madre, María se dio cuenta de que los niños se empezaban a aburrir al verles correr de un lado a otro. Cogió a uno de los niños que corría y le abrazó muy fuerte.

—¿He pillado a Alejandro corriendo cuando sabía que no podía hacerlo?

—No, señora —respondió el niño con una sonrisa pícara.

—¿No eres Alejandro? Pues te pareces mucho a él. Bueno, si les ves, por favor recuérdale que no se puede correr.

—Sí, señora —respondió el que no era Alejandro.

—Bien —le soltó y le dio una palmadita— Compórtate y gánate un premio.

Mientras el niño que no era Alejandro divulgaba lo de las chuches, María se fijó en como la señora Fuentes le preguntaba, por medio de gestos, si se iban a comer. María asintió, juntó a todos los niños y los llevó a la escalera. Esperaba que les gustasen sus galletas. Sabía que a dos sí. Sonrió al ver a sus hijos, miniaturas de su padre. Si Manny volvía de Cristóbal pronto, pensó, podrían trabajar en su pequeño “proyecto”. Una niña estaría bien.

M/T Asian Trader En las esclusas Pedro Miguel, República de Panamá Hora local: 1142 horas 4 de julio GMT: 1642 horas 4 de julio

Al final, la decisión de Medina la hicieron por él.

—Puente, aquí proa —dijeron por la radio— Huele muy fuerte a gasolina, repito, huele muy fuerte a gasolina en la cubierta. Cambio.

Medina sacó su arma y se dirigió rápidamente hacia el práctico de control antes de que cogiese la radio para responder, salió como una exhalación al alerón de babor y disparó tanto al práctico como al capitán en la cabeza antes de volver al puente y encontrarse al práctico asistente confundido que venía del alerón de estribor. Terminó la confusión del hombre con una bala. El timonel aterrorizado huyó del puente y bajó por las escaleras exteriores. Medina no se preocupó por seguirle. Estaba más calmado ahora al volver al alerón de estribor, seguro de que cuando la gente de la aldea de su abuelo hablase ahora, sería de Saful, la espada del Islam, no de Faatina, la puta del infiel.

—¡Allahuuuuuu Akbaaaaaar! —gritó y pulsó el botón del mando a distancia.

***

La explosión fue más grande de lo que se imaginó, amplificado por el diseño de Medina. Doce explosiones en realidad, de dos en dos y separadas por milésimas de segundo, que empezaron por la popa y formaron una fuerza direccional, aporreando las puertas que mantenían el lago en la bahía.

Los proyectistas del canal no eran ajenos a la redundancia y las esclusas tenían unas sólidas puertas dobles y sobredimensionadas, las hojas gemelas de cada pareja biselada se juntaban en un punto aguas arriba para que el peso del agua las cerrase con fuerza si una esclusa se vaciaba. Un buen diseño pero insuficiente para una explosión de fuerza casi nuclear. Las puertas se arrugaron como el papel de estaño y se arrancaron de cuajo, sus restos inútiles se ondulaban en el torrente, impedido solo por los escombros del Asian Trader.

Contenida por las paredes de las esclusas y por agua incompresible que había debajo del barco, la onda expansiva de la explosión fue hacia arriba, arrancando por completo la sección del tanque de carga de los tanques de lastre y lanzándola al aire hasta desplomarse en un ángulo. Un extremo cayó en la proa del Asian Trader y el otro en el Stellar Spirit cuando el barco de pasajeros se asomaba por la esclusa occidental. Sin apenas tener un apoyo por el medio más que en los extremos, la sección de carga se partió en dos como una fruta demasiado madura. Lo tanques rotos vertieron toneladas de gasolina a las aguas que corrían para abrirse camino por las esclusas abiertas.

En la esclusa, la estanqueidad de los restos del Asian Trader se desvanecieron cuando el mamparo de colisión de proa colapsó en el pique de proa y la maquinaría de la cámara de bombas de popa se empotró en el mamparo de la cámara de máquinas. Se hundió, empujado por el torrente mientras se precipitaba al fondo frenado por los restos del doble casco reventados contra los muros de la esclusa. El acero chirriaba contra le muro gritando como un ser vivo a medida que cedía la inmensa fuerza de fricción que mantenía la masa hacia arriba y se asentaba en el fondo de la esclusa.

El extremo del bloque de carga roto y apoyado sobre la proa del Asian Trader cayó cuando la proa se hundió debajo hasta que el medio del bloque de carga reposó en el muro de separación de las esclusas. Ahí la sección se tambaleo, la parte alta sobre el Stellar Spirit, la media encima del muro de separación de las esclusas y la baja oscilando sin apoyo sobre la arruinada esclusa, mientras derramaba gasolina inflamada, tornando todo el escenario en una vorágine que succionaba el aire a los pasajeros aun vivos del crucero. Las llamas corrieron hacia el sur con la inundación, un fiero muro de muerte hacia Miraflores, Balboa y el ancho Pacífico de más allá..

M/T Luther Hurd Corte Culebra norte de la esclusa de Pedro Miguel, República de Panamá Hora local: 1142 horas 4 de julio GMT: 1642 horas 4 de julio

—¡Por Dios! ¿Qué ha sido eso? —preguntó el capitán Vince Blake mientras se encaramaba en el alfeizar y miraba a través del cristal roto de una de las ventanas del puente. El práctico sacudió su cabeza y corrió hacia el alerón, con Blake pisándole los talones. Blake podía ver a hombres tumbados en la proa del Luther Hurd, algunos empezaban a revolverse. Se movió a popa del alerón de puente y vio una escena similar en la popa.

—Todo el mundo está tirado —dijo Blake— ¿Tomarías el control mientras organizo la ayuda?

—Hazlo —dijo el práctico mientras se iba al alerón opuesto a la vez que Blake corría hacia el teléfono.

—Sala de máquinas. Jefe al habla —respondió Jim Milam.

—¿Todo bien por ahí abajo, jefe?

—Creo que sí. ¿Qué sucedió, capitán?

—Una explosión en tierra. El primero está tirado en proa y no puedo ver al segundo. Estamos bloqueados y no puedo abandonar el puente. ¿Puedes...?

—Estamos en ello —dijo Milam.

—Gracias, Jim —respondió Blake y colgó para unirse al práctico en el alerón de estribor.

Siguió la mirada del práctico hacia tierra, confundido.

—¿Hemos aminorado?

El sacudió su cabeza.

—Hay una corriente —dijo señalando a los torbellinos y restos que flotaban a lo largo de la orilla.

Oh, mierda, pensó Blake.

—Avante toda —ordenó el práctico.

—Avante toda —Blake transmitió la orden al tercer oficial en la palanca de mando.

El práctico miró hacia delante, con miedo en sus ojos.

Área del patio Oficina de turismo de las esclusas de Miraflores, República de Panamá Hora local: 1148 horas 4 de julio GMT: 1648 horas 4 de julio

María se impulsó hacia arriba con las baldosas calientes por el sol. Se veía el alivio en su cara al ver a sus hijos acercarse, aturdidos y llorando, pero ilesos. La señora Fuentes había sido muy oportuna al dejarles en el área del patio detrás del edificio justo antes de la explosión. La profesora, sin embargo, no corrió con tanta suerte. Estaba tirada contra el suelo y rodeada por un cerco de sangre que iba en aumento, se había dado con la esquina de un banco de cemento detrás de la cabeza. María intentó controlar su pánico y se santiguó antes de cerrar los ojos sin vida de la profesora.

Las otras madres se habían recuperado y estaban calmando a los niños aterrados, dando pequeños toques a los rasguños con servilletas mojadas en agua. Fuera de su esquina protegida, el suelo estaba lleno de cuerpos y brillaba por los cristales rotos. Un hombre grande y rubio entró tambaleándose en el alerón del puente del barco en la esclusa y miró detenidamente río arriba.

De repente, María se encontró en medio del agua y el hombre gritó, señalando mientras ella chapoteaba fuera de su esquina para mirar. El agua rebosaba por la puerta de la esclusa. Aquello que no caía en la esclusa se abría paso en las aguas poco profundas, pegaba contra los edificios y se derramaba por los laterales de las esclusas. Los cables de las mulas gemían mientras el barco subía, los operadores muertos o inconscientes eran incapaces de lascar los cables. Una a una, sacaron a las mulas de su vías y las volcaron. Corriente arriba, más allá de las cajas coloridas del portacontenedores, vio una imagen borrosa en amarillo.

—¡Fuego! —gritó el hombre rubio— ¡Adentro! ¡En lo alto! ¡Lejos de las ventanas!

María llamó a Isobel y Juanita y tres madres llevaron al grupo hacia arriba hasta la plataforma de observación. María sujetaba muy fuerte las manos de sus niños. Se puso al final de la fila y contaba a los niños. El primer nivel estaba repleto de cuerpos y cristales rotos a sus pies. Las madres ignoraron los gemidos dispersos y subieron a todos hacia arriba. Tenían que poner a salvo a los niños.

Los niños estaban llorando para cuando llegaron al siguiente nivel. María sentía el calor.

—No hay tiempo para ir más arriba —gritó intentando abrir una puerta— ¡Tenemos que entrar!

Pero la puerta estaba cerrada. El edificio tenía los accesos controlados y su única entrada era la de la planta baja. Las puertas se volvieron a cerrar detrás de la gente según iban saliendo a las plataformas de observación de cada nivel.

—Los servicios —gritó y la mujer juntó a todos los niños y los llevó hacia las tres puertas que había cerca del extremo de la plataforma de observación.

—No hay sitio —respondió María y las otras madres dividieron a los niños entre los dos servicios— Meteré a mis niños en el armario del conserje.

Isobel asintió y se cerró la puerta, dejando a María sola con sus hijos. Los arrastró hacia el pequeño armario, con un débil alivio al ver que una pila llenaba el pequeño espacio. Subió a los niños encima de la pila grande y abrió el agua fría, acallando sus quejas con unos cachetes.

—Escuchadme —reclamó— No apaguéis el agua. Mantened vuestra cabeza debajo y solo sacad vuestra nariz. ¿Entendido?

—No te vayas, mamá —suplicó Paco.

—Si me quedo no podremos cerrar la puerta. Estaré bien con los otros —mintió y añadió muy suavemente— Recordad que os quiero, hijitos.

—Si, mamá —los niños sollozaron al ver cerrar la puerta.

Dios, protege a mis hijos, rezó mientras iba entre el calor.

—Tus hijos no están aquí —le dijo Juanita al ver entrar a María— Deben de estar en otro servicio con Isobel.

María forzó una sonrisa y rezó a Dios para que le perdonara el que haya abandonado a sus hijos en un lugar más protegido.

—Sí, pero no había más sitio allí —mintió— Soy tu nueva compañera.

Juanita asintió y vio a María sacar el móvil, pero se había quedado sin batería. Se imaginó a Manny reprendiéndola por no haber dejado su móvil cargado. Oh mi amor, pensó, espero que sepas qué vida más estupenda me brindaste.

—¿Tienes tu móvil? —le preguntó a Juanita.

—Me dejé el bolso con todo el alboroto —confirmó.

María asintió a la vez que aumentaban el ruido y el calor.

—Oh María, ¿qué podemos hacer? —preguntó Juanita.

—Todo está en manos de Dios, Juanita —respondió María— Deberíamos rezar.

Juanita, incapaz de hablar, asintió con la cabeza y María se volvió hacia los niños.

—Niños, hablemos con Dios. Por favor, agarraos las manos y ayudaos mutuamente para ser valientes.

Unieron sus manos y se pusieron a rezar.

—Padre nuestro que estás en el cielo, santificado...

Centro de la CNN Atlanta, Georgia, EEUU Hora local: 1310 horas 4 de julio GMT: 1710 horas 4 de julio

La explosión animó un día de pocas noticias en EEUU y con una sala de redacción vacía por la fiesta. Al poco rato, un miembro de la CNN descubrió la cámara de Internet proveniente de las autoridades del Canal, con fotos en tiempo real de barcos en tránsito. Cinco minutos más tarde soñaba con una paga extra tras mandar por correo electrónico las últimas fotos de la cámara del Puente Centenario: una de un hombre en el puente del M/T Asian Trader, gritando y con un arma en una mano y un mando en la otra; la segunda mostraba la explosión. Las fotos se emitieron en un espacio de dos minutos y pasados los cinco, todas las cadenas las tenían. Muchos especulaban y los ejecutivos gritaban a la gente para que encontrasen un puñetero hecho o incluso llegar a inventárselo si fuese necesario.

Esclusas de Pedro Miguel República de Panamá Hora local: 1325 horas 4 de julio GMT: 1825 horas 4 de julio

Una brecha en una esclusa superior era un evento que se temía desde hace tiempo, ya que los diseñadores del canal le tenían respeto a las fuerzas de Dios y la naturaleza, una visión general validaba el proyecto unos meses antes de la apertura del canal coincidiendo con el hundimiento en las profundidades del “insumergible” Titanic. Pero sus miedos desaparecieron tras décadas de operación segura hasta que parecían tan raros como unos botines. En 1890, se retiraron las cadenas de seguridad para detener a aquellos barcos que fuera de control al comprobar que los barcos eran ahora tan grandes que no servían para nada las cadenas. En la década de los 50 y tras años de desuso, se eliminaron los diques de emergencia creados para cerrar brechas. Solo habían sobrevivido las puertas dobles, ahora hechas chatarra. ¿Qué proyecto habría previsto el fanatismo engañoso de la yihad?

***

El helicóptero sobrevoló Pedro Miguel a la vez que Juan Antonio Rojas, administrador de la Autoridad del Canal de Panamá, veía como la gasolina se vertía de tanques destrozados, no a borbotones ahora sino con burbujeos de aire que subían rompiendo en vacío. Cada gorgojeo estallaba, pero el gas ardía cerca de la fuente, con unas pocas y dispersas islas de llamas que flotaban hacia el sur.

—Se está quemando —le dijo al micrófono.

—Tienes toda la razón —dijo Pedro Calderón, director de operaciones de la Autoridad del Canal de Panamá, por detrás a Rojas.

—¿Cómo de rápido estamos perdiendo el lago? —preguntó Rojas.

—Difícil de decir —respondió Calderon— Sabré algo más en la próxima lectura de la profundidad, pero el lago ya estaba bajo. Si ese tapón falla... —dijo señalando a los restos del barco que bloqueaban parcialmente la esclusa.

En respuesta, empezó a salir otra vez gasolina de los tanques destrozados, lo que mandó unas bolas de fuego perturbando, así, un equilibrio precario. Los tanques destrozados no habían expulsado su contenido uniformemente y la mayor parte de la gasolina que quedaba en la masa destrozada estaba atrapada en el extremo más bajo sin apoyo. Una vez que el final de la carga se hubo vaciado desde la parte más alta, el bloque de carga pivotó en el muro central de la esclusa como si se tratase de un balancín enorme. El extremo más ligero se alzó del Stellar Spirit a la vez que el extremo inferior se hundía en las aguas de la esclusa. El extremo superior del bloque de carga estaba a solo unos centímetros del crucero cuando el acero debilitado por el fuego se colapsó en el medio: el extremo superior cedió sobre el Stellar Spirit mientras el extremo inferior se caía en la esclusa. El nivel del agua subió con este nuevo obstáculo, forzándolo a que se hundiese en la esclusa y separándolo del resto de los restos en tierra. En el momento de la separación, la porción del bloque de carga en la esclusa se volcó, llenando por completo la esclusa a la vez que chocaba contra el frente de la caseta de cubierta destrozada.

***

Los hombres en el helicóptero vieron sin poder hacer nada como la sección de carga daba contra la caseta de cubierta y la movía unos centímetros y luego miraron asombrados al ver como el agua comprimía la masa. El agua se salía a chorros por una docena de sitios y recorría varios metros de profundidad a ambos lados de la caseta de la cubierta, pero los escombros estaba embalsando el agua mucho mejor que antes.

—Gracias a Dios —susurró Rojas— Aguanta.

—Y Jesús, María y José —añadió Calderón mientras se santiguaba.

—Vamos a Miraflores —ordenó Rojas al piloto y en unos minutos estuvieron ahí.

El agua saltaba de las esclusas ladera abajo hasta medio metros de profundidad, llevando consigo charcos de gasolina ardiendo. Las llamas bailaban sobre los rápidos y rodeaban las mulas que estaban en las paredes de las esclusas, como si fuesen piedras en un río que provenía del infierno. Los edificios de operaciones y la oficina de turismo ardían y un carguero ennegrecido se balanceaba en una de las esclusas, levantándose golpeando muy fuerte contras las puertas de popa. De un momento a otro vieron como el flujo aumentaba y sobrepasaba el complejo.

—Traed a hombres en helicópteros —ordenó Rojas— Si abrimos totalmente las válvulas de las esclusas, podremos drenar el agua río arriba por debajo de la superficie y contener la gasolina que flota al norte de Miraflores.

A la vez que Calderon hablaba por la radio, Rojas miró hacia el sur. La gasolina estaba ardiendo en diferentes lugares y muy cerca había un casco en llamas, con su proa encallada totalmente; era el primer barco al que le alcanzaban las llamas al sur de Miraflores. Enfrentándose a la muerte, el práctico advirtió a aquellos de detrás y les ganó tiempo haciendo que el barco se cruzara a lo largo del canal como una puerta, deteniendo las llamas y evitando que su barco se hundiese en Balboa como un ariete en llamas.

Tampoco era ese práctico el único héroe, pensó Rojas, entreviendo río abajo donde los muelles más concurridos estaban intactos. Después de que los prácticos hubiesen girado sus barcos, soltaron sus remolcadores para alejarse en dirección al mar y a toda potencia. Los capitanes de los remolcadores habían tomado la iniciativa, adentrándose en la orilla en puntos estratégicos y usando el flujo de sus hélices para apartar el fuego de los muelles en Balboa, La Boca y Rodman, al otro lado del puerto.

—Ya viene personal de camino, jefe —informó Calderón— Debería volver al centro de operaciones.

—Una última parada —dijo Rojas al piloto— Las esclusas de Gatún.

—Así que amigo, ¿cuánto tiempo se mantendrá el milagro? —preguntó Rojas mientras se dirigían hacia el norte.

Calderon se encogió de hombros.

—Una hora, o un año. Todo está en manos de Dios.

Rojas asintió y se quedó en silencio hasta que sobrevolaron el lago Gatún.

—Ordené que se despejase todo el lago —explicó Calderon— Siete buques de clientes vinieron desde Cristobal antes del ataque. Les mandaremos de nuevo a Cristobal, junto con el buque proveniente del norte y que llegó al lago. Ocho barcos en total.

—¿Prioridades?

—Dos buques petroleros y tres portacontenedores, todos cargados y sin posibilidades de reducir su calado, saldrán los primeros. Luego dos embarcaciones con pasajeros y en último lugar un petrolero en lastre. Colocaremos a los buques con mayor carga en el antepecho de la esclusa superior aprovechando que tenemos agua. Si se necesita, aligeraremos los demás en el lago.

—¿El petrolero en lastre barco nuevo americano?

—Sí. Su viaje inaugural.

—¿Es ese? —señaló Rojas.

—Sí —confirmó Calderon y Rojas le hizo señas al piloto para dar vueltas alrededor del fondeadero.

—Bueno, Pedro. ¿Quién, según tú, crees que es el señor Luther Hurd?

—Ni idea, jefe —respondió Calderon.

—Yo tampoco —dijo Rojas— Pero podemos convertirlo en famoso. Deja al yanqui en el lago. Tengo una idea.