Capítulo diecisiete

M/T China Star Mar de Andamán al este de Banda Aceh, Indonesia Hora local: 0415 horas 3 de julio GMT: 2015 horas 2 de julio

Holt miró detenidamente a la oscuridad antes de que amaneciese mientras el China Star avanzaba muy lentamente. Farfulló y se dirigió hacia el radar: le cabreaba que la escolta llegase tarde. Estaba enfadado por el autoritario correo electrónico que le había mandado el tal Dugan, en el cual se le ordenaba que permitiese embarcar al “jefe del equipo de escolta” para una “reunión antes de partir”. Y su propia compañía no le había respaldado en su protesta.

El VHF graznó.

—China Star, aquí el jefe de equipo del MPS. ¿Me reciben? Cambio

—Le recibimos, MPS —respondió el capitán— Tengo dos blancos a estribor. ¿Son ustedes? Cambio.

—Afirmativo, China Star. En cinco minutos estaremos visibles. ¿Están aparejados para embarcar? Cambio.

—Por el costado de estribor. Lo iluminaré —caminó y encendió el interruptor. Unos focos bañaron el área de embarque y el mar contiguo en un círculo de luz.

—Gracias China Star. Tengo visual de la escala. Les veremos en cinco minutos, corto.

—Bonifacio —le ladró Holt— Haga algo de provecho. Vaya a saludar a nuestro invitado y acompáñelo al puente —el tercer oficial Bonifacio se marchó corriendo, maldiciendo la curiosidad que le había llevado a estar por ahí después de haber sido relevado.

Holt empezó escuchar ahora el ruido de los motores, un rugido que aumentaba y ahora disminuía cuando los botes redujeron la velocidad; uno se puso paralelo al barco mientras el otro se dirigió muy lentamente hacia la luz de la escala de práctico. Me condenaré, pensó al mirar la bandera. Marina de los EEUU. Luego empezó a maldecir al ver aparecer en cubierta no una sino seis figuras oscuras. Esperó hasta que un agitado Bonifacio apareció seguido de los visitantes.

Holt miró al grupo.

—Parece que ha perdido unos cuantos, Bonifacio.

—Capitán, les dije...

—No es su culpa, capitán. Nos desplegamos —dijo el líder del grupo, un americano.

Antes de que Holt pudiese responder, el hombre extendió su mano.

—Soy Bo Richards, MPS —se presentó y señaló a un segundo hombre— Este es el Alférez de Navío Hamad, de la Marina de los EEUU.

Holt estrechó sus manos y se quedó mirando a un tercer hombre que se había quedado un poco atrás y que agarraba con fuerza su arma.

—Si ayudamos a las empresas privadas, EEUU puede proteger el estrecho sin llegar a ofender a los gobiernos locales —dijo Richards.

—Al navegar bajo las barras y estrellas no pasan desapercibidos —advirtió Holt, el cual no se tragó el cuento— ¿Qué coño está pasando?

En ese instante sonó un teléfono y el segundo oficial contestó.

—Es el jefe —le informó. Holt cogió el teléfono.

—Hay tres tipos en mi sala de control de máquinas. ¿Qué coño está pasando, capitán? —exigió saber Anderson.

—Espere un segundo, jefe —dijo y se dirigió a Richards— El jefe de máquinas no está muy complacido por tu “despliegue” y yo tampoco. Así que volved a vuestros barquitos y seguidnos.

—Disculpe, capitán —dijo Richards— Haremos como usted desee. Sin embargo necesitamos reunirnos con usted y el jefe antes de irnos.

Holt titubeó.

—Perfecto —aceptó al final y llamó por teléfono— Jefe, ¿puede subir a la sala de reuniones de la cubierta D? —asintió y colgó.

—Señor Ortega, usted tiene el control del barco —le dijo al segundo oficial— Gobernando al uno dos cinco. Timonel a la rueda.

Holt escuchó la confirmación del hombre y se giró hacia el tercer oficial.

—Señor Bonifacio, descanse, pero antes diga al camarero que traiga café a la sala de reuniones.

Holt llevó al grupo a la sala de reuniones. Intentó no enfadarse al darse cuenta de que el tercer hombre, el más callado, se había quedado en el puente. Jon Anderson se unió a ellos en la sala de reuniones, estaba que se subía por las paredes. Al igual que antes, Richards distrajo al jefe con presentaciones mientras entraba el camarero con el café. Mientras servía el camarero, Anderson se dejó caer en una silla junto al capitán y Richards cerró la puerta.

Sin previo aviso, Richards arrojó violentamente al camarero contra la mesa y con un movimiento muy rápido sacó un arma pequeña con silenciador y disparó dos veces a la cara del hombre. Holt y Anderson miraron horrorizados como la sangre y el cerebro del camarero encharcaban la mesa. Miraron hacia arriba y vieron la tranquila sonrisa de Richards y unos ojos apagados.

—Ahora, caballeros, hablemos sobre nuestro pequeño crucero, ¿de acuerdo? —dijo Richards.

M/T China Star Estrecho de Malaca al oeste del puerto Klang, Malasia Hora local: 0245 horas 4 de julio GMT: 1845 horas 3 de julio

Richards vio a la tripulación del puente bajo el resplandor de las luces de la consola de instrumentos. Con un arma apuntándoles a la cabeza y con el camarero muerto frente a ellos, los oficiales superiores fueron muy cooperativos. La mayoría de la tripulación estaba encerrada en el salón. Se subió abordo todo el equipo y las lanchas cañoneras se ocultaron en la oscuridad rodeando el costado de estribor del barco, su vuelta enmascarada por la inmensa firma radar del propio barco.

El capitán estaba en el puente junto al segundo oficial Ortega, el tercer oficial Bonifacio y el timonel Urbano, todos ellos muertos del cansancio por no haber podido dormir en veinticuatro horas. Richards, Yousif y Sheibani se quedaron vigilándolos, dos les vigilaban mientras el tercero se echaba un rato y así se turnaban según lo necesitaran. Los tres secuestradores de la sala de máquinas, encargados de vigilar a Anderson y el primer maquinista Benjamin Santos, siguieron la misma pauta de “mientras dos vigilan, uno descansa”. Según el plan, solo los marineros de guardia sabían cuántos secuestradores había, e ignorantes de sus probabilidades, los otros secuestrados en el salón no estarían muy dispuestos a hacerse los héroes.

No es que importase. Las gruesas ventanas del salón eran de todo menos irrompibles y los picaportes de las puertas del salón estaban atados a la balancera del pasillo, así no se preocupaban por las llaves escondidas. El cuerpo del camarero arrojado al salón y la advertencia de que las puertas tenían bombas trampa desalentaron aún más cualquier intento de poner resistencia. Este miedo aumentó cuando el cocinero les informó de que las puertas estaban festoneadas con granadas cuando volvió custodiado con sándwiches, agua y cubos para “necesidades sanitarias”.

***

Holt miró por el radar con los ojos llorosos. Le hervía el estómago por todo el café que se había tomado.

—VLCC con rumbo sur, aquí el VTS de Klang —graznó el VHF— Informe. Cambio.

Sintió la pistola detrás de su cabeza.

—Muy bien, amable y serio —dijo Richards.

Oficina central de la CIA Langley, Virginia, EEUU Hora local: 1515 horas 3 de julio GMT: 1915 horas 3 de julio

—Jesse, dos llamadas en dos semanas —dijo Mike Hill— La gente empezará a hacerse preguntas.

Ward se rió.

—A ver, ¿qué tienes, Mike?

—¿Sabes ese barco que hemos estado siguiendo? ¿El China Star?

Ward se incorporó, interesado.

—Sí.

—Bueno, recogió a unos admiradores. Dos botes malayos como escolta.

Por Dios, eso ha sido rápido, pensó Ward.

—¿Malayos? ¿Estás seguro?

—No es seguro, pero los dos tíos en cada bote son asiáticos y navegan bajo banderas roja, blanca y azule —explicó Hill— Un viento de popa no deja ver bien las banderas, pero tienen rayas rojas y blancas. Eso significa EEUU o Malasia. Sé que no somos nosotros, así que tienen que ser ellos. Los botes se parecen mucho a los nuestros, pero es un diseño muy común.

—Dos hombres en cada barco es muy poco. Nuestras tripulaciones son más grandes.

—Déjame mirar otra vez. Mierda, hay una escala aparejada. Están abordo. Debí haberlo visto.

—En realidad estoy aliviado —dijo Ward— Hemos pasado un aviso por un canal indirecto a las autoridades locales pero aún no hemos obtenido respuesta. ¿Existen otros amigos en el área por si necesitan ayuda?

—Hay un ejercicio CFPE que se dirige hacia el sur —advirtió Hill al usar el acrónimo para referirse al ejercicio de Cooperación a Flote de Preparación y Entrenamiento— Un jodido grupo multinacional. Nosotros, Singapur, Malasia e Indonesia. Odio tener que encabezar ese desfile.

Ward se rió.

—Parece que todo está bien. Gracias por ponerme al día.

—Ningún problema, colega —afirmó Hill y colgó.

***

Ward no se podía quitar la sensación de inquietud al pensar que su aviso por la puerta trasera había dado buenos resultados. Dos horas más tarde estaba en el supermercado, comprando para su fiesta al aire libre del 4 de julio, cuando de repente se acordó. Se dio prisa en pagar para ir al coche. Al entrar pulsó con fuerza los números en su teléfono por satélite y rezó por que sus instintos fuesen erróneos.

M/T China Star Malacca Strait, Traffic Separation Scheme Sector 3 Due West of Port Dickson, Malaysia Local Time: 0450 Hours 4 July GMT: 2050 Hours 3 July

Sheibani cruzó las cortinas de la sala de derrota y entró en el oscuro puente.

—Estamos cerca —susurró— Es mejor nos ocupemos del exceso de tripulación mientras duermen.

—Hará que los otros sean más difíciles —protestó Richards.

—No escucharán nada desde la sala de máquinas —afirmó Sheibani— Y a estos les podemos decir que sus compañeros de tripulación intentaron escapar y mientras que unos cuantos acabaron heridos por las bombas trampa, el resto se dio por vencido ante los disparos de advertencia. Les dejará tranquilos durante un rato. Pronto estaremos en aguas indonesias y no los necesitaremos más. Cualquier imbécil puede hacer encallar un barco.

—Perfecto. ¿Lo harás tú?

—Sí. Me llevaré a Yousif.

—No —dijo Richards— Me quedaría con uno menos aquí.

—Harías bien en recordar quien está realmente a cargo, Richards.

El comentario se quedó en el aire hasta que Richards rompió el silencio.

—Está bien, pero de forma discreta y date prisa —susurró.

Sheibani sonrió en la oscuridad mientras se alejaba. Incluyó a Yousif como una idea de último momento para mitigar los remordimientos de su conciencia. No dejaría que el joven muriese sin antes haber bañado su espada en la sangre del infiel.

***

Sheibani echó un vistazo por la ventana. Los hombres dormían despatarrados en los sofás y en los sillones o en la cubierta. Tres insomnes jugaban a las cartas a la luz de una lámpara. Retrocedió y apuntó a una ventana e invitó a Yousif para que escogiese otra. Abrieron fuego, agujereando alrededor del borde del cristal grueso antes de efectuar los tiros al centro, mandando así una vorágine de fragmentos hacia dentro, seguidos por granadas a la vez que se agachaban. Sheibani corrió hacia la ventana después de las explosiones, impasible ante la carnicería y disparando a cualquier cosa que se moviese. Vio a Yousif inclinado sobre un charco de vómito.

—Contrólate y alégrate con la sangre de los infieles. Venga, unos cuantos aún se retuercen. Lanzaremos dos granadas cada uno y acabaremos con esto.

Yousif agitó su cabeza, mudo.

—Por las barbas del profeta, eres una mujer. Terminaré solo. Vamos.

Yousif subió tropezándose por las escaleras hasta el puente mientras se escuchaban las explosiones por detrás. Sheibani llegó al puente unos minutos después y se encontró con Yousif temblando en la oscuridad y limpiándose el vómito de su barbilla. El pésimo humor de Sheibani disminuyó por la facilidad con la que sus secuestradores aceptaron su relato de intento de huida. Si se daban cuenta de que los patrones de disparos y explosiones no encajaban con la historia, no lo mostraron. Una mentira reconfortante era más agradable que una verdad terrorífica.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo oeste del puerto Dickson, Malasia Hora local: 0510 horas 4 de julio GMT: 2110 horas 3 de julio

Sheibani se equivocó al pensar que su acto pasaba desapercibido abajo. Los maquinistas están acostumbrados al sonido y la vibración, ya que los ruidos siempre conllevan problemas. En la sala de control, Anderson y Santos sintieron los impactos a través de sus pies, aunque sus escoltas parecían no sentir nada.

Anderson caminó de un lado a otro delante de la consola de control. A diferencia de Holt, absorto en controlar el barco, su sala de máquinas automatizada le permitió tener tiempo para pensar. Habiendo estadounidenses entre ellos, supuso quiénes eran los secuestradores que no se suicidarían. Tenía parte de razón; Yousif y los hombres en los botes estaban ansiosos por convertirse en mártires, mientras que Richards y Sheibani planeaban escapar. Los tres guardias en la sala de máquinas también eran mártires poco entusiastas, mercenarios birmanos contratados por Richards.

Ninguno tenía la intención de provocar destrucción; no habían parado el sistema de gas inerte ni habían ventilado los tanques de lastre hasta el rango explosivo. O bien estaban dejando de forma intencionada el barco en condiciones seguras o bien eran torpes. Aunque no parecían torpes.

Anderson no se explicaba que él y Santos estuviesen ahí por accidente. Sus secuestradores anticiparon que quizás necesitarían un maquinista experimentado y, mientras ellos mataban uno para coaccionar al otro, o si uno de los dos escapaba, era muy probable que al otro no le matasen. Pero notó que se estaban acercando al punto culminante, quizás por todos aquellos impactos que sintió. Se les acaba el tiempo.

Se fijó en los guardias. Los maquinistas estaban acostumbrados a pasar largas temporadas en una sala de control sin ventanas y sus únicas distracciones eran, al menos, controlar el motor principal y la planta eléctrica. Sus guardias no tenían ningún tipo de estímulo mental y el haber estado confinados entre cuatro paredes les había pasado factura. Se notaba que estaban mucho menos pendientes de lo que estaban hacía unas veinticuatro horas, que fue cuando empezó la dura prueba. Anderson se arriesgó.

Santos vio a Anderson volverse hacia él y mover repetidamente sus cejas para captar su atención. Observó silenciosamente mientras Anderson miraba a la alarma de CO2 en el mamparo y luego le señaló con un dedo protegido por su cuerpo. Santos se quedó aún más perplejo cuando vio que Anderson miraba al armario con máscaras de evacuación de emergencia que se usaban para entrar al tanque y discretamente se señaló a sí mismo. Estaba claro que el jefe tenía un plan, ¿pero cuál? Aún estaba intentando juntarlo todo cuando Anderson se giró hacia el mayor de los tres guardias.

—Tengo hambre —afirmó— No vamos a escaparnos a popa, así que ¿por qué no nos traen otros sándwiches antes de que encuentre otra manera de salir de aquí?

El secuestrador miró confuso.

—Tú, no hablar.

—Santos puede ir con uno de tus hombres —presionó Anderson— Pueden irse y cerrar esa puerta —dijo y señaló a la puerta que llevaba a las escaleras de la caseta de cubierta.

—No. No comer. Cállate ahora.

De repente Santos entendió, pero el secuestrador no cooperaba. Anderson volvió hacia la consola decepcionado, pero Santos se alegró. Atrajo la atención de Anderson y asintió. Llevaba horas tramando su propia fuga. Lo único que le detenía había sido su miedo a que hubiese represalias contra Anderson. Ahora parecía que el jefe tenía un plan propio.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Al oeste del puerto Dickson, Malasia Hora local: 0525 horas 4 de julio GMT: 2125 horas 3 de julio

—Baño —Santos se cogió el estómago y se movió hacia la puerta.

El secuestrador más cercano le apuntó con su arma.

—Tú, para.

Santos gimió.

—Tengo que ir al baño.

El hombre habló y los otros se rieron, por supuesto que a costa de Santos. El primer hombre asintió y el subordinado acompañó a Santos fuera hasta el baño de la sala de máquinas y más allá de las escaleras de la caseta de cubierta. Después de que se cerrara la puerta de la sala de controles, Santos cruzó el estrecho vestíbulo hasta el baño. Intentó cerrar la puerta del baño pero, como se lo esperaba, su secuestrador se negó, así que Santos se quitó el mono, se sentó y se quedó mirando al hombre. Unos minutos después, se subió el mono y se dirigió hacia el lavabo pequeño que estaba, dando la espalda al secuestrador. Abrió el grifo y extrajo un puñado de jabón en polvo para las manos de un recipiente en el lavabo, todo a espaldas de su secuestrador para que no le viera. Murmuró una oración y cerró el grifo.

La sorpresa fue completa cuando el jabón voló hacia la cara del guardia. Su arma colgaba de su mano mientras apretaba los puños para tocarse los ojos que le quemaban. De un solo movimiento, Santos sacó un bolígrafo de su bolsillo y se lo clavó en la garganta al hombre. La sangre cubría a Santos a la vez que le agarraba de las muñecas al hombre y le empujaba contra el mamparo, rezando para que ningún sonido de la lucha llegase a la sala de control. El hombre jadeó y sangró con más fuerza hasta empapar la cara y el pecho de Santos. Paso una eternidad hasta que paró de chorrear sangre y un hedor llenó el espacio, lo que simbolizaba una pérdida de control del esfínter. Dejó que su cuerpo se deslizase por el mamparo y se quedó temblando, dispuesto a quitarse la imagen de su cara de su cabeza.

Santos se limpió lo mejor que pudo con papel absorbente para el váter. Una fregona de la taquilla de limpieza se convirtió en un cerrojo improvisado, atascando la apertura hacia el exterior de la puerta de la sala de control y el mamparo contiguo, su mocho comprimido muy fuerte contra la puerta, justo por encima del pomo. Cogió el arma del secuestrador y subió aprisa por las escaleras.

USS Hermitage (LSD-56) Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 4 Norte de la isla de Riau, Indonesia Hora local: 0525 horas 4 de julio GMT: 2125 horas 3 de julio

El capitán de navío Jack Leary, de la Marina de los EEUU, se sentó en su sala de espera con el teléfono por satélite pegado a la oreja.

—Comandante Leary, este es Jim Brices de la embajada de Singapur. Estoy en una conferencia con Jesse Ward, de Langley. Necesitamos su ayuda. Sigue hablando, Jesse.

Leary escuchó. Cuando Ward hubo terminado, Jim Brice habló.

—Puerto Klang no vio nada cerca del China Star ni mandó escolta alguna —dijo.

—¿Lo están siguiendo? —preguntó Ward.

Brice suspiró.

—Sospecho que arrastrarán los pies hasta que esté fuera de sus aguas.

—No lo van a secuestrar —afirmó Leary— Cualquier amenaza se tiene que tratar antes de que el paso se estreche en el estrecho de Phillip. ¿Pero qué podemos hacer al respecto?

—¿Puedes echarle un vistazo? —preguntó Ward.

—Estoy dirigiendo un ejercicio multinacional planeado durante meses. Solo puedo seguir rumbo norte.

Ward insistió.

—Quizás un navío...

—Mire, Ward —le advirtió Leary— No puedo adentrarme en aguas territoriales sin antes haber consultado a mis homólogos. Y ellos solicitarán instrucciones y no tomaremos ninguna decisión hasta que el petrolero no esté en llamas o a salvo y a mitad de camino de Japón. ¿Ve cuál es mi problema?

Ward suspiró.

—Sí, lo veo, comandante, pero ¿qué podemos hacer al respecto?

Tras un largo silencio, Leary le respondió.

—Supongo que asumimos un riesgo. Puedo mandar que sobrevuelen sobre el petrolero sin que resulte demasiado obvio. Si hay un problema, lo ventilamos, si termina bien, lo consideraremos como una iniciativa multinacional y todos se apuntan un tanto. Si no... Bueno, de todas formas nunca quise ser almirante.

—Gracias, comandante —dijo— Por cierto, ¿está con usted ese marinero del secuestro?

—¿Broussard? Sí, es uno de nuestros árbitros.

—Podría ser una buena idea que estuviese en ese helicóptero.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo oeste del puerto Dickson, Malasia Hora local: 0535 horas 4 de julio GMT: 2135 horas 3 de julio

—¿Dónde demonios habéis estado? —demandó Richards.

—Preparando nuestra huida —respondió Sheibani— Alá le sonríe a los precavidos.

—Perfecto —asintió Richards, más calmado— ¿Por cuánto tiempo más?

—Viraremos al canal occidental ahora y encallaremos en la isla de Rupat en una hora o poco más. Reduciré la velocidad. No quisiera encallar de mala manera rajando tanto el casco exterior como interior —sonrió— Es muy difícil nadar en petróleo.

Richards le devolvió la sonrisa, alentado al escuchar mencionarse la palabra huida. Sheibani se dirigió hacia donde estaba Ortega, cerca del timonel y le ordenó.

—Ponga rumbo a uno siete ah.

Holt entró desde el alerón justo cuando el segundo oficial protestó.

—El canal occidental es muy poco profundo. ¡No podemos!

Sheibani disparó a la cabeza de Ortega y Holt retrocedió horrorizado, trocitos húmedos de cerebro se pegaban a su cara y se deslizaban por su barbilla hasta caerse al lado del cuerpo tembloroso de Ortega.

—Uno siete ah —repitió Sheibani y el timonel aterrado giró el timón.

—Avante media —ordenó Sheibani.

Bonifacio se encontraba en el lado más alejado del puente, esperando, pero el capitán se quedó helado mirando al cuerpo de Ortega, apenas visible en la luz del amanecer. Bonifacio corrió hacia la consola.

—Avante media, sí señor —gritó.

Qué pena, pensó Sheibani. Justo cuando tengo entrenados a estos monos les tengo que matar.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo oeste del puerto Dickson, Malasia Hora local: 0542 horas 4 de julio GMT: 2142 horas 3 de julio

Anderson le echó un vistazo al reloj, esperando que Santos se diese prisa.

El hombre al mando dijo algo y su subordinado se dirigió hacia la puerta. Se le agolparon las ideas a Anderson en la cabeza, desesperado por ganar tiempo a Santos, cuando un movimiento inesperado hizo que se sujetase a la balancera de la consola mientras el barco viraba.

El hombre al mando llegó a la consola justo cuando el control de motor cambió a avante media.

—¿Qué haces?

Despistado, pensó Anderson, al retirar la mirada del hombre al mando y fijarse en el segundo hombre que iba de camino a la puerta, inseguro sobre qué hacer dado el nuevo desarrollo de los hechos.

—No hago nada, nosotros no controlamos aquí, sino el puente —explicó Anderson y señaló al teléfono— Tú habla con amigos. Ellos te dicen.

El secuestrador cogió el teléfono y una vez colgó Anderson se puso rápidamente a hablar en argot técnico.

—Vale, vale. Tú te callas ahora —el secuestrador le apuntó a la cara de Anderson con la pistola y se olvidaron de Santos por un momento. Anderson echó un vistazo a la hora. Mierda, Ben, ¿por qué tardas tanto?

***

Santos estaba de pie en la sala CO2, atormentado por la indecisión. ¿Realmente tenía que disparar el CO2? Ahora tenía un arma. ¿Debería intentar rescatar a Anderson? Sintió que el barco viraba lentamente y decidió confiar en sus instintos. Se santiguó, disparó y corrió a popa.

***

—¿Qué haces? —demandó el terrorista más mayor, apuntando hacia el pecho de Anderson.

—Yo no, el puente —gritó Anderson para que se le oyese por encima de la alarma— Grave error. Alguien abrió el gas para apagar el fuego de la sala de máquinas. ¡Gas llegará en veinte segundos! —señaló a la ruidosa alarma y el signo rojo grande que había debajo. PELIGRO— FUGA DE CO2 —CUANDO SUENE ALARMA DESALOJE INMEDIATAMENTE.

El primer hombre cogió el teléfono.

—¡No hay tiempo! ¡Nos quedamos, nos morimos! —Anderson fue hacia la puerta de la sala de máquinas.

El primer hombre tiró el teléfono y apuntó con su arma.

—¡Pare! —ordenó a la vez que el otro secuestrador luchaba por cruzar la salida más lógica que era la puerta que daba hacia la caseta de cubierta.

—No —mintió Anderson al señalar a la puerta que estaba bloqueada— Esa puerta se cierra automáticamente para mantener a la gente fuera de la sala de máquinas. No te preocupes por tu amigo. Escapará con Santos. Tenemos que ir en esta dirección —señaló Anderson por la ventana de la sala de control hacia una señal grande grabada que había en la sala de máquinas y en la cual se leía RUTA DE SALIDA DE EMERGENCIA y una flecha que señalaba hacia abajo.

El subordinado corrió hacia el lado de Anderson y los secuestradores se pusieron a discutir. Anderson cogió tres mascarillas de la estantería, se quedó con una y dejó las otras en la cubierta para disipar las sospechas de los hombres. Aunque no se dieron cuenta de que las dos mascarillas que habían dejado para ellos venían de una balda en la que las mascarillas estaban descargadas y que estaban a la espera de recarga.

Anderson colgó la mascarilla alrededor de su cuello y corrió hacia la sala de máquinas, con los hombres pisándole los talones y haciendo malabarismos con las mascarillas y las pistolas. Bajó corriendo por la empinada escala lateral evitando caerse. Se sujetó con la mano derecha a la barandilla que tenía detrás e intentó recobrar el equilibrio con su izquierda en el pasamanos del otro lado mientras saltaba de tres en tres escalones. Era una habilidad adquirida y pronto estuvo muy por delante de ellos, aumentando su distancia en cada tramo de escaleras saltando como si fuesen de caracol. Los secuestradores no pudieron hacer nada para pararle porque no se atrevieron a matar a su guía para salir del laberinto.

Planeó guiarles al tronco de salida de emergencia, seguro de que cuando ellos viesen la escala vertical hacia fuera, le empujarían para adelantarle al entrar en pánico. Cuando estuviesen en la escala, planeó volver a la sala de máquinas y escapar por una ruta diferente con su mascarilla. Los secuestradores no sabrían que Santos había cerrado la escotilla hasta que no estuviesen en un tramo muerto, arriba de la escala, sin ninguna salida.

Las sirenas de advertencia seguían sonando cuando Anderson llegó a la sala de máquinas baja y corrió a popa al lado del eje gigante en movimiento. No se había imaginado en esa posición. Desconfiarían de él si paraba ahora. Decidió tirarse en la cubierta a los pies de la escala, fingiendo un tirón muscular. Entró en el conducto y miró arriba hacia un cuadrado con un cielo negro estrellado. Mierda. Ben no había cerrado la escotilla.

Muy bien, cambio de planes. Intentaría cerrar la escotilla después de haber salido. Subió por la larga escala muy rápido y escuchó como se apagaban las bocinas. Ya a mitad de camino, el CO2 empezó a salir ruidosamente por las toberas de distribución y miró abajo. El gas en expansión se tragaba el calor del espacio húmedo, condensando la humedad en el aire. Sus aterrados perseguidores emergieron de la densa niebla blanca y treparon hacia él con todas sus fuerzas.

***

Santos estaba de pie en la cubierta principal mirando a la escotilla. ¿Realmente quiso decir que la cerrase? ¿A qué más podría haber hecho referencia el jefe cuando le dio la pista de “no voy a escapar a popa”? ¿Pero y si hubiese entendido mal cortase la salida al jefe? Pero no, la pista no pudo significar otra cosa. Entretanto las bocinas dejaron de sonar, Santos agarró el contrapeso elevadizo que mantenía la pesada escotilla abierta. Titubeó. Echaría un vistazo rápido y luego lo cerraría.

Se asomó por la brazola de la escotilla y vio a Anderson escalar rápido con los secuestradores justo detrás, todos los ojos puestos en la escalera y ninguno mirando hacia arriba. Santos se preparó y esperó hasta que Anderson empezó a aparecer.

—¡Salte jefe! —le gritó mientras le agarró del brazo a Anderson y le tiró hacia arriba. La fuerza de los dos consiguió que Anderson saliese disparado por la brazola de la escotilla. Santos levantó el contrapeso con toda su fuerza y la pesada tapa se cerró de un golpe. Tiró con fuerza de un perrillo de cierre roscado. Luego giró la tuerca de mariposa hasta enroscarla con fuerza. Nadie más saldría.

Debajo, el secuestrador más joven estaba a la cabeza, se equilibró en la escalera y soltó una ráfaga a la escotilla, a pesar de los gritos de protesta de su jefe. Las protestas se callaron rápidamente a la igual que el hombre, por los rebotes de las balas el espacio confinado del tronco de emergencia.

Los disparos apenas se notaron fuera, ahogados por la cantidad de sonidos que se escuchaban en un barco en marcha.

—¿Y qué ahora, jefe? —preguntó Santos y ayudó a Anderson a ponerse en pie.

—No tengo ni idea, Ben —dijo jadeando Anderson.