Capítulo veintitrés
M/T Luther Hurd Fondeadero del lago Gatún, República de Panamá Hora local: 0325 horas 5 de julio GMT: 0825 horas 5 de julio
Calderón estaba en la regala. Las luces de la cubierta hicieron del Luther Hurd una piscina brillante en la oscura profundidad del lago. Los marineros se aglomeraban, aparejando las mangueras y luces en los tanques entre gritos y maldiciones y un humor áspero, con el ruido del impacto de las llaves inglesas aflojando los registros de los tanques. Una lancha rozó el costado del barco y vio a dos hombres subir por la escala real hacia él.
El hombre más bajito agitó su cabeza.
—No está bien —dijo.
—Espera, Carlos. El capitán debería oírlo —recalcó Calderón. Llevó a los hombres a donde se encontraba Blake con Milam comprobando los mamparos agujereados en una disposición tanques.
—Adelante —dijo Calderón cuando asintió al jefe de los dos prácticos.
—El tapón se ha movido —advirtió el capitán Carlos Sánchez— La corriente está aumentando. La profundidad del agua delante de la esclusa es de solo 9 metros. Será difícil, incluso ahora.
—¿Debemos movernos entonces? —le preguntó Blake.
—Deberíamos levar anclas en una hora para empezar a primera hora de la mañana —le informó el segundo práctico, el capitán Roy McCluskey.
Milam asintió.
—Podemos terminar de camino. ¿ETA a la esclusa?
—Sobre las 0700 —respondió Sánchez. McGluskey afirmó con la cabeza.
Milam miró la hora.
—Muy bien, llegaremos a tiempo.
Sánchez levantó su mano.
—Hay más. Debemos cambiar nuestro plan. Señor Milam, ¿puedo? —Milam le pasó la carpeta. El piloto le dio la vuelta al papel para pintar por detrás.
—Bloqueamos la esclusa oriental con la aleta de estribor contra el muro guía central y la proa contra la orilla oriental —explicó— El problema está aquí —dijo señalando al boceto— Aquí, donde la orilla oriental se estrecha hasta llegar a la esclusa en esta pared diagonal. Si no podemos aguantar la proa contra la orilla mientras lastramos, acabará corriendose por la pared inclinada y se colará en la esclusa —hizo una pausa— Debemos hacer encallar la proa rápido y bien para que no se mueva. Entonces la corriente y los remolcadores mantendrán la popa contra la pared mientras lastras.
Blake asintió.
—¿Cuál es la profundidad cerca de la orilla?
Sánchez y McCluskey intercambiaron miradas.
—Tres metros y sigue bajando.
—Por Dios —dijo Blake— Jefe, ¿Cuánto necesitamos a popa para sumergir la hélice?
—Seis metros como mínimo —informó Milam— Y perdemos algo de fuerza en esa corriente.
—Puedo levantar la proa hasta 2,5 metros —explicó Blake— Pero pareceremos un gordo en la popa de una canoa vacía. Maniobrará...
—Como un cerdo —terminó McCluskey.
—Será difícil —reconoció Sánchez— La corriente es de cuatro nudos ahora. Debemos ir a toda máquina, dos o tres nudos más rápido que eso.
Blake se quedó mirando.
—¿Pretendes colocar a un barco de 40.000 toneladas bajo las peores condiciones y luego intentar encallar en un lugar en concreto a una velocidad real superior a los ocho nudos?
Asintió Sánchez.
—¿Y si nos pasamos? ¿O una ola de presión hace que la popa se rompa? Y luego entraremos en la esclusa a toda máquina, con el peso de todo el lago detrás de nosotros. Esto es... esto es... —Blake se quedó sin habla.
—Locura total —dijo al final Milam— No me presento voluntario.
Los pilotos intercambiaron miradas.
—Señores, no hay alternativa —confirmó Sánchez— Ahora no es plan de que se pierda poquito a poco el lago. Si el tapón falla, miles morirán río abajo. Tenemos que intentarlo. Con o sin ustedes.
—No puede hacerlo sin nosotros —le advirtió Blake— No hay tiempo.
—Vaya elección —dijo Milam— Arriesgarse a morir o pasar el resto de nuestras vidas mirando a las imágenes en las noticias de cuerpos flotando. Yo iré, joder, pero no me hace ilusión.
—Estoy de acuerdo —expuso Blake— Pero solo estamos hablando de nosotros.
—Gracias, caballeros —afirmó Sánchez, evidentemente aliviado.
—¿Remolcadores? —le preguntó Blake.
—Solo hay hueco para dos —dijo Sánchez— Uno para empujar la popa contra la pared mientras el otro tira de vuestra amura de babor para ayudarnos a girar hacia la orilla.
—Muy bien —dijo Blake-Pero voy dejar en banda el ancla de babor. Si se necesita, la largamos para ayudarnos a girar. Avisa al remolcador de proa para que quede.
—Dada la profundidad, puede que nos choquemos con ella si la largamos —le comunicó McCluskey.
—Si al final tenemos que usarla, ese será la menor de nuestras preocupaciones —dijo Blake.
Calderón miró a los dos prácticos, que asintieron y aceptaron el riesgo.
—Muy bien, está decidido —le dijo Calderón a Blake y Milam— Les dejo que trabajen caballeros. Capitán Sánchez y McCluskey quédense. Si necesitan algo, solo tienen que pedirlo.
Se dieron un apretón de manos y el grupo se marchó. Milam le dio la vuelta al papel que había en su carpeta y estudió el diagrama.
—Trasiega el lastre cuando quieras —le dijo a Blake— Habré salido del último tanque de lastre antes de que el agua me alcance.
—¿Estás seguro? —le preguntó Blake-No quiero que te mojes los pies.
—Será mejor que lo inundemos pronto y acabar con esto —gruñó Milam.
M/T Luther Hurd Norte del Puente Centenario, República de Panamá Hora local: 0725 horas 5 de julio GMT: 1225 horas 5 de julio
Blake se quedó mirando a Pedro Miguel, visible desde la distancia debajo del Puente Centenario mientras la máquina trabajaba dando atrás para retener el Luther Hurd en la corriente y la tripulación bajó hasta la lancha que espera. Todos se habían presentado voluntarios, pero mantuvo a los mínimos: todos ellos solteros, a excepción de Milam y él mismo. A pesar de sus esfuerzos por dejarla en tierra, Arnett había reivindicado su privilegio como oficial de puente con mayor rango para encargarse de la proa. Ahí estaba ahora, con tres marineros ocupándose de los cabos y haciendo que funcionase el molinete del ancla. Green, el mejor timonel de los hombres de Blake, se ocupó del timón. Milam se quedó con sus tres maquinistas.
Blake había rechazado la ayuda de las Autoridades del Canal de Panamá. Ya había demasiadas familias sufriendo en Panamá. Por esa misma razón, los prácticos rehusaron ofertas de sus colegas. El plan funcionaría o fracasaría sin importar el número de prácticos que hubiese a bordo.
El segundo maquinista empezó a sacar las mangueras del último tanque a la vez que Milam salía y mostraba sus pulgares arriba. Blake respondió con un saludo y el maquinista se dirigió a popa.
—Debería seguir —opinó McCluskey mientras empezaba a bajar las escaleras.
—Ve con Dios, Roy —le dijo de forma muy delicada Sánchez.
—Que Dios esté con todos nosotros, Carlos —contestó McCluskey.
La lancha con la tripulación se marchó. Blake deseó en silencio estar a bordo. Un helicóptero se acercó, con una cámara colgando de la puerta. Perfecto, maldijo.
M/T Luther Hurd Puerte Centenario, República de Panamá Hora local: 0735 horas 5 de julio GMT: 1235 horas 5 de julio
Blake vio como la tripulación se ponía a resguardo en el muro de la esclusa occidental antes de guardar los prismáticos. El grupo de Arnett pasó un cabo al remolcador de proa, que se alejaba, unido y preparado para ponerse a la par del petrolero. Con el remolcador ya a una distancia prudencial, vio como Arnett le señalaba a Álvarez el molinete y después mirar hacia abajo por encima de la amurada para ver el ancla. Álvarez liberó el ancla. La enorme cadena hacía un ruido sordo en el escobén, hasta que Arnett juntó rápido los puños y Álvarez detuvo el barbotén. Gritó una orden y giró el freno muy fuerte y embragó el barbotén, lo que dejó el ancla colgada y a punto de ser largada. Blake se sintió orgulloso ante la mirada de aprobación de McCluskey.
Sánchez habló por su radio y alertó a ambos remolcadores.
—Avante muy poca —ordenó.
—A la orden, señor. Avante muy poca —repitió Blake a los mandos de control del motor.
—Rumbo uno dos cinco —ordenó Sánchez.
—A la orden, señor. Uno dos cinco —repitió Green.
—Avante poca —ordenó Sánchez y al rato preguntó— ¿Cómo responde al timón?
El sudor se caía por tez morena de Green.
—Hace lo que quiere, capitán.
—Avante media —ordenó otra vez Sánchez.
—A la orden, señor. Avante media —respondió Blake a la vez que aumentaban la velocidad para conseguir que maniobre.
Enseguida estaban navegando rápido. Demasiado rápido. Sánchez se sintió como un hombre que saltaba con sus esquíes la primera vez y pensando ya en el aire que había sido una mala idea. Aceleraron cuando la sección transversal del canal disminuía y las leyes de la física se hacían con el mando. El mismo volumen que pasa por una abertura más pequeña en la misma cantidad de tiempo se tiene que mover rápido. No podía controlarlo a esta velocidad. Era mejor usar los remolcadores.
—Avante muy poca —gritó.
—A la orden, señor. Avante muy poca —confirmó Blake con preocupación en su voz.
En la proa, McCluskey levantó su radio y luego la bajó sin pronunciar ni una palabra. Solo podía haber un práctico al mando.
La popa caía lentamente a babor y Sánchez dio una orden a los remolcadores, cuando corregía unos borneos cada vez más amplios y fuertes a la vez que intentaba recuperar el control. Ya con la proa apuntando justo al centro de la esclusa, le ordenó al remolcador de proa que halase con fuerza a babor.
Al tirón del remolcador, el agua formaba espuma. El cabo se tensó y se partió en dos con sonido seco, retrocediendo en ambas direcciones como si se tratase de una goma elástica enorme. Mató un marinero en el remolcador al instante y arrojó a otro por la borda. En el barco, el otro extremo golpeó a McCluskey y a los hombres que estaban a su lado a la altura de las rodillas y los lanzó contra la amurada de acero antes de enrollarse en un guíacabos y golpear a Álvarez contra los controles del cabrestante. Solo se salvó Arnett que quedó mirando a los restos sangrientos de Álvarez.
—¡LARGANDO EL ANCLA! —gritó por la radio y agarró el freno mientras entraba en pánico al ver que no cedía. Se agachó para recoger una llave inglesa debajo del cuerpo de Álvarez y escuchó como Sánchez gritaba órdenes al remolcador desde la radio.
Sánchez ordenó al remolcador de proa retroceder para empujar la popa y al de popa avanzar para empujar la proa a babor. El capitán del remolcador de popa titubeó y luego se lanzó hacia delante por el hueco que se estaba cerrando rápidamente entre el barco y la pared que servía como guía. Todos muy conscientes del riesgo.
Arnett tenía ahora la llave agarrada en su mano izquierda haciendo palanca. La rueda se desbloqueó y el ancla se zambuyó con la enorme cadena saliendo disparada del barbotén. Cerró sus ojos ante la ducha de suciedad desprendida de la cadena que salpicaba su cara. Al chocar el ancla con el fondo, la cadena se se frenó y empezó a pegar tirones a medida que el barco garreaba.
—¡AFIRMALA! ¡AHORA! —sonó su radio.
Apretó el freno con su mano buena. La cadena se detuvo y se lascó otra vez cuando la inercia del barco levantaba más eslabones del fondo y el peso vencía al freno. Maldijo al ver como se le caía la llave de su mano y rebotaba debajo del cabestrante. Entonces cogió la rueda con las dos manos y tiró gritando como si se le rompieran los huesos. Se desplomó sobre la rueda con un sollozo de alivio al sentir como al final aguantaba el freno.
Un ruido sordo la confundió cuando el ancla zarpó de un tirón y chocó con el casco y el Luther Hurd siguió su carrera de proa.
Carlos Sánchez era un sesentón vigoroso, respetado y a punto de jubilarse. Aunque no estuvo a la altura de la tarea que tenía entre manos, por antigüedad era el “menos no cualificado”. Tanto su honor como su orgullo no le habían hecho rechazar la tarea cuando se presentó, a pesar de los fuertes dolores de pecho que sufría desde hacía días y de los cuales no se había quejado. Solo un cobarde se escondería detrás de tal insignificante incomodidad para evadir sus responsabilidades. Pero dolor volvió cuando empezó la carrera por la esclusa, lo que nubló su criterio en los minutos más estresantes de su vida. Los últimos mazazos habían provocado que viese cuerpos flotando que se le quedaban mirando como si supiesen que habían dado su vida por el orgullo de un viejo hombre mientras el dolor no le permitía ni respirar ni hablar. Se giró excusándose hacia Blake, seguro en sus últimos minutos de que había sido el artífice de un gran fracaso, pero vergonzosamente agradecido de que no viviría para verlo.
Blake sabía que Sánchez estaba muerto antes de llegar a él.
—Oh, mierda —murmuró Green mientras Blake comprobaba su pulso.
Blake se dejó llevar por sus instintos, ignorando a los remolcadores mientras se dirigía hacia la consola y metió la palanca todo avante. El barco tembló cuando la gran hélice empezó a palear.
—El señor es mi pastor, nada me falta... —rezaba Green con las manos agarradas muy fuerte al timón.
—Diez a babor —ordenó Blake, rezando porque tuviesen suficiente velocidad como para girar.
—A la orden, señor. Diez a babor —Green giró el timón— ...en verdes praderas me hace recostar...
Mientras giraban, Blake cronometraba el ritmo de giro contra un punto de referencia en la orilla. Demasiado despacio, pensó, estamos acabados. Pero por suerte o a causa de las fervientes oraciones de Green, el Luther Hurd tomó un respiro. El ancla, que iba rebotando en el barro y que de vez en cuando hacía algún agujero en el casco, hundió sus uñas en un pedrusco enterrado. La inercia lo arrancó de cuajo, pero no sin antes haber sacudido la proa, lo que provocó que se girase más rápido hacia babor. El bulbo de proa se arrugó y corrió hasta la orilla, empujando un inmenso montón de barro. El barco se giró sobre la proa como si fuesen unas puertas gigantes en una corriente La aleta de estribor se aplastó contra el muro guía central con un estruendo de chirríos del acero contra el cemento y cascadas de chispas. La inercia y la corriente llevaron al Luther Hurd hasta dejarlo en su sitio.
Río arriba, el canal se calmó de pronto y el capitán del remolcador que ahora estaba en popa patrullaba en círculos y llamaba a Sánchez por la radio. Río abajo y sin saber qué estaba pasando cuando el barco empezó a virar, el capitán del segundo remolcador se había refugiado en la entrada estrecha a la esclusa. Mantenía su posición con su proa contra corriente, aguantando con sus motores mientras el pequeño barco cabalgaba el agua que rebosaba. Se arrimó a una escalera de escape que había empotrada en la pared de la esclusa. El bote estaba perdido, pero la tripulación podría escapar aún.
Blake se levantó de donde se había caído desde la consola.
—¡Gracias Jesús! —lloraba Green colgado de la rueda del timón— ¡Joder, lo hemos conseguido, capitán!
La pareja se estaban cacheteando uno al otro tan fuerte que les dolía la cara cuando oyeron un terrible chirrido que provenía de las esclusas. Vieron aterrorizados como las condiciones en la esclusa habían cambiado y perturbado el equilibrio del tapón que se había formado con los escombros. Crepitaba una grieta en la soldadura entre la caseta de cubierta y la arruinada cubierta principal cuando se aceleró en los últimos metros de su longitud, lo que provocó que la masa se abriese y cayese por la esclusa en una impresionante zambullida. El agua rebosó de la esclusa, volcó al remolcador que estaba atrapado minutos antes de que pudiese llegar a la escalera de escape. Entonces se movió el Luther Hurd y la popa chirrió contra la pared al apoyarse. Blake corrió hacia el teléfono.
—Sala de máquinas. Primer Maquinista —dijo una voz temblorosa.
—Primero. ¿Dónde está el jefe?
—En la sala de bombas —respondió el primero.
Blake escuchó como se abrían las bombas hidráulicas del lastre. Gracias Milam, pensó después de colgar y se dirigió hacia el hueco de la escalera.
—Vamos, Green. Tenemos que irnos a la proa.
Arnett gruñó mientras intentaba levantarse. Sus dedos sobresalían de los restos sucios de la escayola como si fuesen salchichas moradas. De repente escuchó un gemido. Alguien está vivo, pensó y se fue tambaleando hacia el sonido.
La cubierta a proa del cabrestante estaba llena de sangre. Pisó un pie seccionado con su bota de trabajo anudada. Thorton y Billingsley estaban muertos contra la amurada. Roy McCluskey estaba entre ellos, gimiendo de dolor. Le faltaba parte de la pierna, desde la rodilla hasta el pie y no paraba de chorrear sangre por el muñón.
Ella se arrodilló entre tanta sangre y se quitó su cinturón. Él se quejó.
—Resista, capitán —le dijo.
Arrolló el cinturón en su muñón con su mano izquierda y apretó. Pero la sangre no cesaba. Presionó con su mano derecha dolorida y con su izquierda apretó más fuerte. Quedó inconsciente cuando ella consiguió que parase la sangre.
—¡Joder, no te me mueras ahora! —le gritó, expulsando todo el dolor y el horror que sintió en los últimos momentos. Lo repetía entre sollozos mientras se mecía de rodillas entre tanta sangre agarrando muy fuerte el cinturón. Le encontraron allí. Le costó mucho a Green separar sus dedos.
M/T Luther Hurd Esclusas Pedro Miguel, República de Panamá Hora local: 1135 horas 5 de julio GMT: 1635 horas 5 de julio
Solo permanecían a bordo Blake y Milam. Apenas salía agua del casco mientras los trabajadores rellenaban de arena a babor. Desde el puente, Blake veía a los camiones tirando piedras y cemento roto en la orilla oriental. Se escuchaban sonidos metálicos en el casco de excavadoras pequeñas empujando los escombros hacia el mar contra el costado del barco, seguido de arena y restos para rellenar los huecos y así crear un camino sólido contra el costado del barco. Las cargas siguientes se tiraron más lejos. Ya había entre 15 y 18 metros alrededor.
Blake hizo un gesto de dolor cuando las rocas y las palas de las excavadoras raspaban la pintura nueva y se formaba una nube de polvo sobre la impoluta cubierta. Agitó su cabeza y bajó las escaleras. La sala de control de máquinas estaba vacía pero vio a Milam a través de la ventana quieto en la pasarela y mirando abajo hacia la sala de máquinas. Su sala de máquinas. Un lugar limpio y brillante, recién pintado y lleno de equipos nuevo. El sueño erótico de todo maquinista, pensó Blake no de forma muy cruel.
Cruzó la puerta sigilosamente y se puso al lado de Milam, dudando si molestarle. Lo único que se escuchaba eran los zumbidos silenciados del generador de emergencia y los golpes secos de las rocas contra el casco. Al final, Blake carraspeó un poco.
Milam le miró con una sonrisa de tristeza.
—¿Qué trae por aquí a un amarrador al reino de un honesto trabajador?”
—Están enterrando nuestro barco, Jim. No podía ver más.
Milam agitó su cabeza.
—He estado en el mar casi 45 años. La mayoría eran cascarones oxidados más viejos que mantuve en funcionamiento con cinta adhesiva, alambre de embalar y cualquier cosa que pudiese hacer con un torno y un equipo de soldadura. Por fin consigo la sala de máquinas con la que siempre soñé y es una puñetera presa —suspiró y cambió de tema— ¿Se va a acabar todo esto?
—Sí —respondió Blake— Hablé con la oficina por satélite y me pusieron con el mismísimo Hanley. Va a alquilar un jet para llevarnos a todos a Houston, incluidos los heridos y los que hayan muerto.
Milam se alegró.
—¿Cómo está McCluskey?
—Calderón dice que sobrevivirá gracias a Arnett —aseguró Blake.
—Los tiene bien puestos —afirmó Milam. Blake opinaba lo mismo.
Los dos se quedaron quietos, reacios a marcharse. Se estremecieron cuando una roca dio muy fuerte contra el casco.
—Muy bien —dijo Milam— Voy a apagar el generador de emergencia.
Ninguno se movió.
—Mira, Vince —dijo Milam— Nos has salvado el culo. Eres un héroe.
—No me siento como tal —expresó Blake— Me siento como un completo idiota que no pudo ni siquiera llevar su nuevo barco al primer puerto de carga y que consintió que hombres buenos muriesen en el proceso.
Milam apretó el hombro de Blake.
—Sí, supongo que esto del héroe está sobrevalorado.