Capítulo dieciocho

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo Norte de la isla de Rupat, Indonesia Hora local: 0546 horas 4 de julio GMT: 2146 horas 3 de julio

—China Star, China Star. Está fuera del canal principal. Infor...

—Cambio —dijo Sheibani al micrófono, girando el botón para resintonizar la radio. Apretó el micro repetidamente y asintió con la cabeza tras ver las respuestas desde los botes, confirmando su conformidad por medio de un código acordado de antemano.

—Demasiado tarde para pararnos y su murmullo puede interrumpir el contacto con los botes —dijo a la vez que Richards asentía. Sonó una alarma poco familiar y miraron al otro lado del puente en donde Holt se encontraba de pie sobre un panel intermitente.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Richards y corrió hacia allá levantando la pistola.

Holt parecía apático, como si el que le hubiesen forzado a tirar el cuerpo de Ortega por la borda hubiese borrado cualquier ilusión de supervivencia.

—Estoy intentando silenciar esta maldita alarma si te quitas del medio de una puta vez.

Sorprendido, Richards accedió.

—¿Qué pasa? —preguntó al bajar la pistola.

—Fuga de CO2. Seguramente una falsa alarma.

Sheibani frunció el ceño. Extendió la mano para coger el teléfono justo cuando el barco se quedó a oscuras y de repente escuchó un ruido lejano y sordo proveniente del generador de emergencia.

—Motor principal se ha parado —gritó Bonifacio.

En la sala de máquinas, el generador de máquinas se detuvo de repente cuando el CO2 alcanzó el nivel del piso del generador y los motores absorbieron el CO2. Sin energía, los dispositivos de seguridad cortaron el motor principal y todo lo demás y el generador de emergencia ubicado en un lugar apartado se encendió automáticamente para hacer que funcionasen los limitados servicios de emergencia.

Richards bajó el arma.

—Falsa alarma, imbécil. Arréglalo ahora o estás muerto.

—No se puede arreglar rápido, ignorante hijo de puta —dijo Holt— El CO2 se tiene que purgar. Eso significa reajustar las ventilaciones y arrancar los ventiladores de impulsión. Se tarda un poco.

—¿Y cómo haces eso? —preguntó Richards.

Holt sonrió con superioridad.

—Llamo al jefe de máquinas.

Richards le tiró a cubierta.

—¡Suficiente! —gritó Sheibani a la vez que ayudó Bonifacio a Holt.

Sheibani empezó a llamar a la sala de control de máquinas pero pronto se dio cuenta de que no serviría de nada. Cualquiera que aún esté ahí ya estará muerto.

—Yousif, baja y compruébalo —ordenó— Pero con cuidado. Si tienes dificultades para respirar, vuelve inmediatamente.

Yousif asintió y se marchó. Mientras tanto, Sheibani se dirigió hacia la carta de navegación y midió la distancia con un compás de punta fija. Para cuando Yousif hubo vuelto, Sheibani estaba tranquilo. Estaban cerca de aguas indonesias y el impulso les llevaría allí.

—Gas —dijo Yousif, casi sin aliento por la escalada— Llegué a mitad de camino pero vi el cuerpo de uno de nuestros hombres. La puerta de la sala de control esta atascada con una fregona.

—¿Y la pistola del hombre?

Yousif agitó su cabeza.

—No está.

Sheibani señaló.

—Yousif, vigila a estos tres. Richards, únete a mí en el alerón.

—Esto no va bien —afirmó Richards cuando estaban solos.

El iraní se encogió de hombros.

—Encallará con o sin nosotros. El VHF está en el circuito de emergencia, así nos podremos comunicar con los botes. Si el birmano ha muerto, nos ahorramos matarlos y si alguno sobrevive, informarán que les ha dirigido un americano. Si los maquinistas están vivos y armados, se ocultarán en una posición defensiva y esperarán a la ayuda.

—Pero ellos saben qué pasó.

—Estuvieron en una cámara sin portillos y no saben nada —describió Sheibani— Hay muchos lugares para esconderse y el tiempo es oro. Y están armados. ¿Por qué arriesgarnos a que nos disparen? Dejémosles.

—Muy bien. Terminemos con esto chicos, vuelen los botes y lárguense de aquí.

—Media hora más —pidió Sheibani y sonrió al cielo iluminado— Cuanto más derivemos, menos tendremos que nadar.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo Norte de la isla de Rupat, Indonesia Hora local: 0558 horas 4 de julio GMT: 2158 horas 3 de julio

Anderson estudió a su subordinado cubierto en sangre a la luz del amanecer.

—Por Dios, Ben, ¿te has hecho daño?

—No, yo no —advirtió Santos, con la sangre ya seca. Miró abajo, como si fuese la primera vez que había visto la sangre y luego se inclinó y empezó a tener arcadas. Anderson estaba justo en frente y sin saber qué hacer al respecto.

Santos se puso derecho y se limpió la boca con la manga.

—Tenemos un arma —dijo al recuperarla de cubierta y tirándosela bruscamente a Anderson.

Anderson aceptó el arma desconocida.

—¿Y ahora qué jefe? —preguntó nuevamente Santos.

—Un VLCC a la deriva atraerá la ayuda —dijo Anderson— A bordo seguramente quedan tres secuestradores, e incluso con unos pocos más en los botes, les falta gente para aparejar un petrolero de este tamaño con suficiente carga como para hundirlo y no pueden usar el cargamento porque aún estamos inertes. Con un barco sin potencia, las bombas están apagadas, así que no pueden ni deshacerse del cargamento. Y parecen piratas, no terroristas, así que ¿por qué no simplemente limpian la caja fuerte y se van cagando leches?

Santos asintió como si estuviese también frustrado.

—Pongámonos en lo peor —dijo Anderson— Si los cabrones asesinos no se han ido antes de que la ayuda llegue, los rehenes se convertirán en fichas de intercambio. Si al menos pudiésemos liberar a algunos de ellos, se podrían dispersar y ocultarse —miró al cielo— Vamos antes de que salga el sol.

Santos asintió y arrastró a Anderson por el guardacalor a la caseta de cubierta y el resplandor de la luz de emergencia. Anderson abrió con cuidado la puerta contra incendios del tronco de escaleras y echó un vistazo al primer tramo hasta el descansillo de la cubierta A y empezó a subir. Un olor putrefacto les bañó en cuando abandonaron el hueco de la escalera de la cubierta A.

—Por Dios, huele como si alguien se hubiese quedado a gusto cagando —susurró Anderson.

Santos tenía el rostro contraído y corrió hacia delante, parando justo delante del cabo que trincaba la puerta del salón y a la vista de las granadas colgadas del marco de la puerta. La puerta de metal estaba llena de abolladuras, como si la hubiesen golpeado desde dentro con cientos de destornilladores. Algunos fragmentos aislados la habían atravesado hasta chocar contra el mamparo de acero que estaba al otro lado del pasillo cayendo contra la cubierta. Un hedor salía de los agujeros.

—Tenemos que entrar, Ben —dijo suavemente Anderson— Algunos vivirán.

Santos desató el cabo mientras su jefe estudiaba a las granadas. Las anillas en su sitio, ventanilla tapada. No obstante, Anderson tuvo cuidado al separar las granadas de sus ganchos magnéticos apartándolas a un lado.

La puerta abollada no quería ceder y Anderson la empujó. De repente cedió, con un sonido como de succión húmeda cuando una parte de un torso que lo bloqueaba se deslizó y Anderson se cayó con las manos y las rodillas. La sangre rebosaba entre sus dedos y empapó las perneras de su mono mientras miraba cuerpos troceados hechos un revoltijo. El hedor de los intestinos abiertos era abrumador. Intentó levantarse pero se resbaló, entonces gateó hacia atrás ayudado por sus manos y sus rodillas, cruzando el charco de sangre hasta que se irguió apoyándose en el mamparocontrario del pasillo, luchando para no vomitar y limpiando furiosamente sus manos contra su mono.

Santos se quedó mirando a la cámara. Después de unos minutos, se santiguó y cerró la puerta antes de deslizarse por el mamparo y sentarse frente a Anderson.

—No hay nadie vivo ahí, jefe —dijo muy silenciosamente.

—Tienen la intención de matarnos, Ben. Tengo que intentar ayudar a los que queden, pero solo tenemos un arma. Escóndete, Ben. Sálvate y testifica en contra de estos bastardos.

Santos agitó su cabeza.

—En esa cámara están dos primos y el marido de mi hermana y otros de mi pueblo —dijo— ¿Qué les diré a sus familias? ¿Que me oculté solo para vivir y poder testificar? ¿Quién lo creería? No podría vivir así, jefe. Solo esperando mi muerte. Iremos juntos.

USS Hermitage (LSD-56) Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 4 Norte de la isla de Riau, Indonesia Hora local: 0600 horas 4 de julio GMT: 2200 horas 3 de julio

El suboficial jefe Ricky Vega le pasó las mochilas a Broussad y luchó a bordo del SH-60 Sea Hawk para no caerse a la vez que el joven las estibaba.

—Bienvenido a las líneas aéreas Malaca —dijo el piloto por el micrófono de su casco— Creo que es de la primera vez que veo a balseros de pie y deambulando —sonrió abiertamente por encima de sus hombros.

Vega sonrió de vuelta.

—Que le jodan, señor.

—Ya veo que el haberse levantado en punto para trabajar le ha puesto de muy mal humor, suboficial Vega.

Vega hizo una pequeña mueca y esperó hasta que despegaron del Hermitage para hablar.

—¿Qué pasa ahora? Me dijeron que trajese a Broussard tan pronto como pudiese. Decidí acompañarle.

—Un viaje rutinario y sin complicaciones —afirmó el piloto— Tengo que echar un vistazo a unas lanchas cañoneras que siguen de cerca a un petrolero.

Broussard y Vega se intercambiaron miradas.

—¿Va armado? —preguntó Vega.

El piloto sonrió.

—¿En medio de un ejercicio multinacional? Ni por asomo. No son buenas relaciones públicas matar a tus aliados mientras los adiestras.

Vega acercó su mochila para que así su Beretta M9 estuviese a su alcance y Broussard hizo lo mismo. Ninguno había ido desarmado desde el incidente del Alicia. Otro “viaje rutinario y sin complicaciones”.

—¿Ya lo tienes en el punto de mira? —preguntó el piloto.

—Por Dios, sí —confirmó el copiloto— Es enorme. Estamos encima en veinte segundos.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo Norte de la isla de Rupat, Indonesia Hora local: 0618 horas 4 de julio GMT: 2218 horas 3 de julio

Los botes eran visibles ahora y la isla de Rupat era un punto negro a lo lejos. Sheibani miró en el puente a los rehenes, preguntándose si se cagarían encima cuando explotasen los botes. Sería divertido cuando se viesen a sí mismos ilesos. Sería como matarles dos veces. Y Yousif, a él se le negaría incluso la ilusión del martirio y entender justo antes de morir como le usaron.

—¡Helicóptero! —Richards señaló.

—Antes de lo esperado —dijo Sheibani indiferente— Muy bien. Acabemos con esto.

Sonrió en su camino hacia el VHF.

—Pronto estaremos en el Paraíso, Yousif. ¡Allahu Akbar!

—¡Allahu Akbar! —repitió Yousif como un papagayo y con una sonrisa nerviosa.

Sheibani apretó rápido el micro y el rugido de los motores partió el aire a la vez que los botes salieron disparados. Recorrieron 460 metros y giraron. La tripulación se dio ánimos antes de navegar a toda velocidad hacia el China Star, dejando una estela detrás de los mismos.

***

—Los botes se están apartando —dijo el piloto y giró el helicóptero para rodear los botes y dejar que se viesen por la puerta lateral derecha. Vega y Broussard observaron como los botes dieron la vuelta, su tripulación gritaba y gesticulaba antes de que el agua detrás de los botes hirviese y estos saliesen disparados avante.

—¡Esos son nuestros botes! —gritó Broussard por su micrófono— ¡Van a embestir contra el petrolero! ¡Terroristas suicidas!

—Acércate —ordenó Vega— Péganos a su culo y mantenlos a la vista.

—Entendido —respondió el piloto, disminuyó la velocidad y se acercó al costado de los botes. Vega y Broussard se levantaron y se agarraron al pasamanos mientras abrían fuego.

Disparar con pistolas desde una plataforma poco estable a un objetivo bamboleante era algo muy difícil. Esperaban tener suerte, pero no fue así. Los botes se separaron, lo que dificultó dar a los objetivos y el segundo hombre de cada bote llevaba una ametralladora del calibre 50. El piloto se giró para disminuir su blanco y escapó.

Broussard y Vega vieron bolas de fuego alzarse a los costados del barco, seguido de unos estruendos atronadores a la vez que llovía agua y escombros. Esperaron unas segundas explosiones que nunca llegaron.

***

Sheibani y Richards aparecieron de detrás de las cortinas corridas de la sala de cartas, en donde se pusieron a salvo de cualquier cristal volando. Sheibani se acercó a un confuso Yousif a la vez que Richards salía al alerón.

—Solo marcas de quemaduras en el casco y escombros en el agua —describió Richards al volver— El helicóptero se quedó a dos kilómetros suspendido en el aire, seguramente informando. Vamos.

—A su debido tiempo —dijo Sheibani y sonrió a Yousif.

—No... No entiendo —dijo confundido Yousif— ¿Por qué no hemos estallado?

—El sacrificio de nuestros hermanos es lamentable pero un subterfugio necesario —Sheibani se encogió de hombros.

—Has mandado hombres al sacrificio por ¿una clase de truco?

—Así es —respondió Sheibani— Ahora, en lo que a ti respecta...

—Por Dios —dijo Richards— Si quieres dar un discurso, preséntate al Congreso —y disparó a Yousif en la cara.

—¡Te dije que no disparases a la cabeza! —gritó Sheibani mirando a la cara arruinada de Yousif.

—¿Y? Le pueden identificar por el ADN y las huellas dactilares —le recordó Richards— Lleva chaleco antibalas, genio ¿Debería de haberle disparado a los pies y esperar a que se desengrase? Terminemos y vámonos.

—Muy bien —aceptó Sheibani— Puesto que estás tan ansioso, haz los honores.

Sin dudarlo, Richards disparó a Urbano en la cabeza, pero al apuntar a Bonifacio, Holt empujó al tercer oficial y la ráfaga de Richards salió sin control acabando destrozando su oreja y hombro. En cuanto cayó Bonifacio, Holt intentó asestar a Richards un gancho de izquierda a la vez que desviaba la pistola con su derecha. Richards esquivó el golpe y desvió la cabeza. Incapaz de levantar su ametralladora, disparó a los muslos de Holt y este se retorció como un torero mientras el impulso del capitán le tiró herido a cubierta.

Richards gateó hacia atrás y se tocó la oreja mientras lanzaba insultos al ver su mano ensangrentada.

—¿Por qué demonios no le disparaste? le exigió por encima del hombro.

—Supuse que podrías matar a hombres desarmados. Ahora, si ya has terminado de hacer el tonto, podemos...

Sheibani tembló tras una explosión a babor.

***

El helicóptero se mantuvo en el aire, con ordenes desde el Hermitage de “siga a discreción”, a la cual el piloto supuso que estaba jodido pasase lo que pasase.

—¿Qué opina, jefe? —preguntó— No hay muchos daños.

—Lo mismo que usted —dijo Vega.

—Acérquese —le instó Broussard— Tenemos que saber a qué nos enfrentamos.

—Escucha Rambo, todo nuestro arsenal son sus tirachinas no autorizados —advirtió el piloto.

—Vamos teniente —dijo Broussard— Ya no quedan más del calibre 50 y no parece que vayan a acabar con nosotros con armas pequeñas. Nos podemos acercar.

—Nosotros no pilotamos este pájaro, marinero. Eso lo haré yo.

—Las órdenes son seguir con el seguimiento, señor —explicó Vega— No puedo ver mucho desde aquí.

—Mierda. De acuerdo, daremos una vuelta rápida y luego nos pondremos a salvo —les comunicó el piloto e inclinó el helicóptero hacia el China Star.

M/T China Star Estrecho de Malaca, dispositivos de separación del tráfico sector 3 Rumbo Norte de la isla de Rupat, Indonesia Hora local: 0627 horas 4 de julio GMT: 2227 horas 3 de julio

Anderson esperó para subir disparado por la escalera exterior hacia el alerón de estribor del puente. El mar estaba lleno de escombros y se quedó analizando los últimos acontecimientos. Tenían un arma, poca munición y granadas que habían extraído del salón. La búsqueda por los talleres no sirvió para encontrar armas, aunque descubrieron algo que podrían usar para su plan. Encontraron un equipo de buceo y dos motos subacuáticas en el costado de estribor de la cubierta principal.

El plan era ponerse entre los secuestradores y los rehenes y dejar la vía de escape libre. Se arrastraron hacia la cubierta D, un nivel por debajo del puente y Anderson esperó en la escala exterior de estribor a que Santos entrara sigilosamente en la caseta de cubierta y lanzara una granada por la borda de babor como maniobra de distracción. Con los secuestradores concentrados en el lado de babor, Anderson esperaba salir corriendo hacia el puente desde estribor y ponerse entre los secuestradores y los rehenes y así mantenerles a raya hasta que Santos se uniese a él. Al oponer resistencia, esperaba que los secuestradores saliesen corriendo.

Pero la explosión de los botes complicó las cosas y Anderson se agachó inseguro contra el costado de la caseta. Se estremeció por unos disparos de arriba. Mierda, les estaban matando. Estaba subiendo por las escaleras justo cuando se oyó una explosión al otro costado del barco.

***

Sheibani corrió hacia el alerón de babor. Richards se quedó mirando a los hombres inmóviles y luego salió corriendo detrás de Sheibani.

—¿Qué está pasando? —quiso saber.

Llegó a la puerta de babor justo cuando Anderson entraba por estribor disparando. Fuera, Sheibani se retiró atrás para ponerse a cubierto. Richards empezó a abrir fuego cuando una bala perdida disparada por Anderson rebotó en el marco de la ventana hasta su chaleco con una fuerza punzante. Se echó atrás por la puerta y se agachó justo al lado de Sheibani.

***

Todo para nada, pensó Anderson mientras se ponía a cubierto. Los bastardos han matado a todos.

—Dios —gruñó Holt— Apuntas a una farola y matas una vieja.

A Anderson le invadió un alivio.

—¿Estás bien, Dan? —preguntó mirando por encima de su hombro.

—Por supuesto que no, gilipollas —gruñó Holt— El hijo de puta me ha disparado —siguió hablando con la voz temblorosa— Y han matado a los otros.

Anderson disparó al ver movimiento y dio a la puerta cerca donde había apuntado realmente, justo cuando Santos entró como una exhalación por la puerta de estribor y se tiró al lado de Bonifacio.

—Boney está vivo —les informó Santos— No ha sangrado demasiado. Creo que sobrevivirá.

El tercer oficial se quejó mientras Santos le llevaba a rastras para ponerle a cubierto.

—Gracias a Dios —afirmó Holt por detrás del timón, se arrastró para coger la pistola de Yousif y avanzó para ayudar a Anderson.

—Ben, anímales a que se vayan con una de esas granadas —dijo Anderson

***

—Que se jodan —respondió Richards— Como ya dijiste, dejémosles y marchémonos.

—Esos eran los maquinistas. La tripulación del puente ha escuchado cosas. Y podrán vivir, gracias a ti.

Discutieron. Sheibani estaba considerando matar a Richards cuando una granada cayó justo detrás, piqueteando en cubierta y rebotando siguiendo una loca trayectoria, pasó por su lado, cayó por el borde de la cubierta y explotó encima del bote salvavidas que había abajo.

—Por las barbas del profeta —se quejó Sheibani— Como me hubiese gustado que nos hubiésemos quedado algunas granadas.

—Esto... yo tengo una —mostró Richards al meter la mano en su bolsillo.

Alá libérame, pensó Sheibani.

—Pero lánzala, idiota. Y asegúrate de tirar de la anilla.

Sheibani miró hacia arriba al oír que el helicóptero se acercaba.

—Nuestro amigo sin dientes vienen a vernos, Richards. Por favor, no defraudes.

***

El helicóptero cruzó rápidamente desde estribor. Se levantó por encima de los silenciados resplandores dentro del puente. Algo al otro lado del barco y un hombre grande y armado, con un mono ensangrentado subió corriendo por las escaleras de estribor hacia el puente. Hubo más disparos.

—Esos chicos no están en un juego limpio —afirmó el piloto.

—Hay buenos y los malos pero ¿quién es quién? —preguntó Broussard a la vez que un hombre pequeño subía corriendo por las escaleras hacia el puente.

—Por el mono de la compañía —respondió Vega— Deben de ser la tripulación. Creo que los malos están en babor.

El piloto se dirigió hacia babor, justo a tiempo para ver una granada explotar encima de un bote salvavidas. Broussard enfocó con los binoculares las figuras oscuras que estaban agachadas delante de la puerta abierta del puente. Uno miró arriba.

—¡Sheibani! —gritó Broussard— ¡Ese bastardo asesino! ¡Acércanos! —cargó el cargador y Vega hizo lo mismo.

El piloto disminuyó de velocidad y estudió las armas que tenían los terroristas en las manos.

—Teniente, ese cabronazo mató a tres de mis hombres y despellejó a uno de ellos vivo. ¡No podemos quedarnos sobrevolando con el culo grapado sin hacer nada, señor!

—Entendido, jefe —contestó el piloto a la vez que sobrevoló el helicóptero por el costado del barco.

—Vale, marinero, dijo Vega sentado en la cubierta con los pies hacia la puerta —mejoremos nuestras probabilidades— se giró y levantó sus rodillas, con la Beretta entre ellas agarrándola con ambas manos, apuntó por la puerta —Junta las rodillas para apoyarte— dijo y Broussard hizo lo mismo —Así tendremos más estabilidad y no seremos un blanco tan fácil. Está claro que si nos alcanzan, vamos a ser cantores sopranos.

—Teniente —continuó hablando Vega— Manténganos un poco por encima, así no recibiremos fuego amigo desde dentro y viceversa, inclínese para que podamos ver los objetivos.

—Entendido, jefe. Que tenga una buena caza.

Broussard estaba intentado no pensar en una bala en las pelotas.

—Objetivo a la izquierda —dijo Vega, indicando que él se encargaría de Richards.

—Sheibani es mío —confirmó Broussard.

—Vamos marinero —le invitó Vega a empezar a disparar.

***

Una bala rebotó al lado de Sheibani silbando. Apuntó al cuadrado negro de la puerta del helicóptero pero no vio nada, solo una masa que apenas se distinguía cerca de la ventana.

—Deprisa, idiota —le insultó— Tenemos que matarles y entrar.

Richards se puso de pie y dejó la puerta a su izquierda. Para evitar exponerse, dispararía con la izquierda. Se estremeció cuando una bala pasó rozando hasta mamparo, tiró de la anilla y se giró a su izquierda.

***

Vega sabía que estaban demasiado lejos como para dar a alguien. Estaban disparando hacia abajo, así que no se tendrían que preocupar mucho por las balas que se perdían por estar tan lejos, pero todo lo que podían hacer era disparar y esperar a que un disparo diese en el blanco. Aun así evitaba disparar sin sentido, adaptándose según el piloto se iba acercando. Estaba agradecido de que su objetivo no le devolviese aún los disparos, cuando le vio echándose para atrás preparado para lanzar. En un abrir y cerrar de ojos, Vega examinó la situación y vació el cargador tan rápido como pudo tirar del gatillo.

Ninguna de las descargas de Vega dieron directamente en el objetivo, pero una bala perdida dio en el tobillo del hombre justo cuando lanzaba. Se agitó y lanzó la granada antes de lo previsto. Voló por encima del quitavientos, cayó a la cubierta principal y rebotó por el costado hasta explotar pero sin causar daños. Broussard, al oír los disparos de Vega y el diluvio de casquillos, abrió fuego.

***

—Yo me largo —dijo Richards mientras se oían los disparos a su alrededor. Se levantó y se fue cojeando hacia popa. Sheibani se levantó también y le adelantó para bajar antes por las escaleras y así refugiarse en la caseta de cubierta.

***

La alegría de Anderson ante una retirada fue breve.

—¡Por la puerta de la sala de navegación! —gritó y corrió a través de la cortina con Santos.

Santos dejó la puerta abierta y se quedó a un lado, permitiendo a Anderson que tuviese a tiro a cualquiera que subiese por las escaleras. Se pusieron rígidos al ver que la puerta de abajo se abría, seguido de unas pisadas que bajaban corriendo por las escaleras y se alejaban de ellos.

—Están corriendo —susurró Anderson— Todo ha acabado, Ben.

—Aún no, jefe —dijo Santos al apoyarse en la puerta.

***

Las escaleras eran de chapa sólida y Santos sabía que contendría una explosión en un nivel. En la cubierta D lanzó una granada, contra el mamparo como si fuese una bola de billar hasta el siguiente descansillo mientras rebotaba escaleras abajo detrás de los secuestradores que huían

—Por Paco y Juni —dijo los nombres de sus primos al esconderse y taparse sus oídos.

***

Sheibani escuchó el repiqueteo y saltó los últimos peldaños hasta el descansillo de la cubierta B. Se agarró al pasamanos para ayudarle a bajar saltando de tres en tres peldaños. Estaba ya lejos de la zona de peligro cuando vio como detonaba la granada por detrás de Richards.

Sus oídos le pitaron cuando continuó su apresurada bajada, agradecido por haber retrasado la muerte de Richards. Había planeado dejar el cuerpo del americano en el puente, su táctica de preparar dos equipos de rescate era una treta. Pero Alá había conservado al americano como un escudo. Sacó a Richards de su mente. Tenía que salir del tronco de escalera. Solo le quedaba una cubierta más.

***

Santos llegó al descansillo rápidamente, pero resbaló con los restos viscosos de Richards y se cayó en sus rodillas. Lanzó la granada en cuclillas, rebotando otra vez contra el mamparo del último descansillo.

—Por Víctor —invocó a su cuñado antes de agacharse. Se tapó sus oídos justo cuando oyó abrirse la puerta contra incendios de la cubierta principal. He fallado, pensó, mientras esperaba la explosión.

***

La puerta contra incendios de la cubierta principal se cerró detrás de Sheibani mientras corría por el pasillo y se tapó sus oídos justo antes de la explosión. Después de la explosión, se enderezó y apuntó con su arma a la puerta de incendios.

—Sal, sal mi necio amigo —susurró.

El maquinista tiró de la puerta contra incendios y se agachó hacia atrás para ponerse a salvo en el tronco de escaleras a la vez que las balas impactaban en el forro de metal de la puerta que se cerraba. Sheibani se maldijo por haber fallado en su treta y reflexionó. Si a ese grumete le sobrasen granadas, ya habría lanzado una y si estuviese armado, no podría haber disparado sin exponerse el mismo. Sheibani vigiló la puerta y se quitó su chaleco antibalas con una mano. Lo arrojó a la cubierta mientras y retrocedía hacia la puerta de estribor. Afuera, cerró la pesada puerta estanca de acero tras girar la manivela del pestillo, la cual hizo un ruido metálico al encajarse. Luego encajó las seis trincas de cierre, para retrasar la persecución. Sonrió abiertamente mientras se colocaba el traje de buceo. El helicóptero aún estaba en estacionario en babor y el grumete temblando en el tronco de la escalera, sin lugar a duda alegre por haber dado muerte al idiota de Richards. Aún estarían registrando el barco cuando el ya estuviese cerca de la costa.

***

Santos volvió a subir las escaleras para recuperar el arma del secuestrador. Cuando volvió al nivel de la cubierta principal, oyó un portazo y escuchó como las trincas de una puerta estanca se engranaban. Tiró de la puerta contra incendios para mirar y asomó la cabeza cerca de la cubierta, por donde no le verían. Al ver que no había ninguna amenaza, fue al pasillo, no hacia estribor detrás de Sheibani, sino hacia babor, para salir de la caseta por el costado contrario dar la vuelta por atrás a popa del guardacalor de máquinas. Anduvo tranquilamente y sin ninguna prisa.

***

Sheibani se reía en alto mientras levantaba la moto acuática por los puños, su peso presionaba sus muslos mientras la arrastraba al costado del barco. A un metro y medio de la borda su mundo se apagó.

***

Las bombas trampa había sido idea de Santos. Anderson levantó cada moto acuática, mientras Santos usó la cinta adhesiva del taller del contramaestre para pegar una granada en el hueco justo enfrente de la tapa del propulsor. Colocó la manilla de la granada hacia abajo, sujeta contra la cubierta por el peso de la unidad y luego pegó la manilla de la granada a la cubierta para que así no saltase y alertase a los terroristas mientras levantaban las unidades. Finalmente había tirado de las anillas.

Santos esperó fuera del ángulo de visión. Tenía miedo de que las bombas trampa se viesen y había mucho a los secuestradores escaleras abajo para mantenerles distraídos. Si el resto de los hombres desarmaban las trampas, Santos tenía pensado disparar contra ellos mientras se tiraba en el agua y les lanzaba granadas restantes.

Santos se estremeció por la explosión y salió corriendo entre los restos ennegrecidos de la moto acuática hasta donde Sheibani se encontraba inmóvil. La parte de arriba de su cuerpo estaba intacta, protegida por el cuerpo pesado de la moto, pero ambas piernas habían sufrido graves daños por encima de las rodillas. De los muñones se desprendía sangre arterial de un color rojo vivo, lo que provocó que se encharcara la cubierta. Sheibani se quejaba.

Santos se agachó y acercó su cara.

—¿Puedes oír, huérfano hijo de puta? —Santos le preguntó.

Sheibani asintió.

—Entonces quiero que sepas que esto es por todos aquellos a los que has asesinado hoy —Santos le escupió en la cara a Sheibani.

El iraní miró con una sonrisa despectiva mientras el escupitajo recorría su mejilla.

—Y esto es por sus familias —susurró Santos mientras se ponía en pie y se abría la bragueta— ¿Crees que Alá te acogerá en el Paraíso apestando a pis?

La sonrisa de Sheibani se desvaneció cuando sus ojos se escocían por el pis.

***

Santos se sentó con su mono sangriento, mirando al cuerpo, abrazando sus rodillas y llorando. Lágrimas de duelo por su familia, amigos y compañeros de tripulación. Lágrimas de desahogo del terror. Pero sobre todo lágrimas de alivio que cuando las madres y padres y mujer e hijos de sus compañeros de tripulación llorasen a sus hombres, supiesen que sus hombres habían sido vengados y que Benjamin Honesto Santos no se había escondido como un conejillo asustado, esperando a testificar.

***

El helicóptero se quedó sobrevolando y sus ocupantes miraban abajo al hombre llorando. Habían llegado justo a tiempo para ver horrorizados y en silencio como se sucedía la escena que había debajo de ellos.

—¿Quién coño es ese tío? —preguntó el piloto.

—Aún no se su nombre, pero es mi nuevo mejor amigo —dijo Broussard.

—Amen a eso —respondió Vega.