Capítulo ocho

M/T Asian Trader Refinería ExxonMobil Jurong, República de Singapur Hora local: 0615 horas 4 de junio GMT: 2215 horas 3 de junio

El primer oficial se puso tenso delante de la consola atento a la subida de nivel del último tanque de carga.

“Alto” gritó a su radio para ordenar que la estación parase de bombear. La carga estaba completa y a una seña de cabeza del primer oficial, Medina se fue a comprobar los calados.

Un Medina aliviado iba por el pasillo. Habían cogido un lastre mínimo para el corto tránsito hacia la refinería; el agua no había alcanzado ni los tapones. Los tanques de lastre estaban vacíos ahora y los tapones se mantuvieron abiertos a la vez que unos ventiladores poderosos empujaban un gas inerte hacia los tanques de carga vacíos, remplazando el aire rico en oxígeno antes de que apareciese gasolina en los tanques.

Había estado aterrorizado de que la presión de gas, escasa pero existente, desencajase los pequeños trozos de vaso de poliestireno que había colocado en los pequeños agujeros. Anduvo de un lado para otro de la cubierta, alerta a olores apestosos saliendo de las aireaciones de los tanques de lastre o de ruidos agudo y alto del gas silbando a través de un agujero abierto.

Pero estos se mantenían, alabado sea Alá, en lo alto de los mamparos, sumergidos ahora bajo 30 cm de gasolina en el lado del tanque de carga. No tardaría mucho en disolverlos.

Pero tardaría lo suficiente.

Oficinas del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1015 horas 4 de junio GMT: 0915 horas 4 de junio

Braun sonrió. Sutton había pirateado el acceso de seguidores de varios sitios de páginas de porno e hizo que rastrear sus comunicaciones fuese tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. Solo la lógica de ese método había convencido a Motaki de que ignorase su repugnancia al entrar en estas páginas. La sonrisa de Braun se hizo más grande. Quizás esto ampliaría los horizontes iraníes un poco.

Abrió un archivo encriptado. Motaki lo había hecho bien. Los chechenos parecían europeos y debajo de cada foto ponía edad, altura, peso y color de ojos y pelo. Braun imprimió las fotos y borró el archivo antes de escribir la dirección de la página web de trabajos marítimos en el Báltico para empezar a buscar marineros desempleados del antiguo bloque oriental que se pareciesen a los chechenos.

Edificio del apartamento de Anna Walsh Londres, Reino Unido Hora local: 1015 horas 8 de junio GMT: 0915 horas 8 de junio

Joel Sutton, el cual llevaba un uniforme de British Telcom y una caja de herramientas en la mano, llamó al timbre de Anna Walsh. Ir a cara descubierta era un riesgo, pero se había asegurado de que Dugan y la zorra estaban en el trabajo, así que nadie le reconocería. Cuando nadie había respondido, cogió la llave y se puso a trabajar.

Escondió micrófonos en los teléfonos y a lo largo del pequeño apartamento y un pequeño receptor en la estantería más alta de un armario estaba pinchado a un circuito que había quedado libre en el cableado del teléfono que ya había. Una vez satisfecho, dejó las cosas tal y como se las había encontrado y se bajó en el ascensor hasta el vestíbulo, en donde dejó su caja de herramientas mientras se dirigía hacia la furgoneta. Volvió con unas bolsas de compra muy pesadas, con las asas que se le clavaban en las manos, recogió la caja de herramientas y bajó con el ascensor hasta el sótano.

La caja del teléfono estaba muy bien señalizada y se puso manos a la obra. Veinte minutos más tarde, se echó hacia atrás para contemplar los resultados. Oculto tras una pila de cajas y conectado al panel por un cable oculto, había una caja de madera forrada con plomo con un cable de antena casi invisible que se dirigía hacia una ventana alta. La caja estaba insonorizada, con un altavoz dentro que reproducía de todos los sonidos del apartamento. Unos centímetros más allá había un móvil, activado por voz para marcar en cuanto oyese un sonido. No había ningún enlace entre los dispositivos más que ondas acústicas, lo que eliminaba la posibilidad de rastreo. La señal del móvil se podía detectar, pero aislarla sería complicado. Lo difícil se hizo imposible cuando el audio se retransmitía por medio de dos cajas idénticas, ambas ocultas muy lejos en áreas con un gran tráfico de móviles.

Todos los móviles eran imposibles de rastrear, se compraban en metálico y se modificaban con baterías de larga duración. Cada caja llevaba dentro suficiente explosivo goma dos y fósforo blanco como para destruir los contenidos y cualquiera que los abriese sin antes haber llamado al teléfono que había dentro e introducir un código para desarmarlo.

Sutton marcó el número de Anna Walsh desde otro teléfono desechable y dejó que sonara su buzón de voz pero sin dejar mensaje. En el sótano de la embajada iraní, se desconectó otro móvil después de grabar las palabras de Anna y un técnico llamó a su superior. Su superior caminó hacia una ventana de su oficina de la segunda planta y se alisó el pelo con la mano derecha a la vista de otro hombre que se encontraba al otro lado de la calle y que pretendía leer un periódico. El hombre se dirigió a una cabina y marcó un número de memoria.

—Hola —respondió Sutton.

—Perdón. Estaba llamando a George McGregor. Me he debido equivocar —dijo el hombre y colgó.

Sutton desconectó y extendió la mano para coger su caja de herramientas. La vigilancia estaba establecida para quien fuese el que lo lleve. Salió del edificio directo a deshacerse de la camioneta.

Oficinas del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1820 horas 8 de junio GMT: 1720 horas 8 de junio

Dugan se puso a maldecir a la vez que su monitor se puso negro por tercera vez. Comprobó su reloj. Quizás debería guardarlo. Desde que él y Anna habían iniciado una “aventura”, se quedaban hasta tarde todas las noches para establecer patrón de salida tardía de la oficina. Se iban juntos todas las noches y ya se había quedado Dugan a dormir dos veces en su sofá, por lo que llegaba con la misma ropa al día siguiente, algo que habían notado muchos chismosos. Lo que Dugan no había anticipado era el impacto de su relación con Anna en sus otras relaciones.

La señora Coutts mostraba desaprobación con sus frías miradas, se dirigía a él con una formalidad fría mientras Anna se había convertido, a los ojos de la señora Coutts, en algo así como una pobre inocente cuyo jefe lujurioso, un depredador sexual, le había llevado por el mal camino. Y empeoró. Daniel, el chofer, había compartido el cotilleo con la señora Hogan, la cocinera, quien, esperaba estar equivocado, se lo contó a la señora Farnsworth. Después de advertir a la señora Hogan sobre lo malo que es cotillear, la señora Farnsworth llamó por teléfono a la señora Coutts para que encontrase la fuente del cotilleo malintencionado y así acallarlo, solo para darse cuenta de que el rumor era verdad.

La señora Farnsworth, la cual nunca había sido una fan de Dugan, ahora se dirigía a él, si es que hablaban, como si estuviese un poco incómoda por algo que no podía quitarse de la suela de su zapato. La señora Hogan hacía constar su desaprobación a su manera. Los huevos de esta mañana parecían de goma, los habían servido con una tostada quemada y un zumo de naranja con un centímetro de pepitas en el fondo del vaso.

A la única mujer a la que aún le gustaba era a Cassie, pero ella estaba en la cama cuando él volvía a casa y su primera mañana ausente no había pasado desapercibido. Su interrogatorio de la mañana siguiente se había acortado por una máxima de la señora Farnsworth que decía “las jovencitas de bien no son cotillas”, acompañada por una mirada fija y helada puesta en Dugan.

Había llegado al máximo esta mañana cuando Alex empezó a carraspear varias veces.

—Es mejor que lo escupas antes de que tengas dolor de garganta, Alex —advirtió Dugan.

—Es raro, Thomas. Tu relación con esta tal Walsh está alterando el hogar.

—Estoy de acuerdo, pero maldita sea si por qué —dijo Dugan— Mi vida privada es la mía propia.

—Es verdad, Thomas. Pero las señoras, excepto la señora Farnsworth, por supuesto, te tienen en alta estima —sonrió Alex— Estoy seguro de que no creen que eres un monje, pero suponían que escogerías una pareja mucho más apropiada. Contratar a una mujer por su apariencia solo para llevártela a la cama es tan... sucio.

—Anna es una muy buen secretaria, joder.

—En efecto, una afortunada coincidencia según la señora Coutts —exclamó Alex.

—¿Y tú, Alex? ¿Compartes la opinión de las señoras?

El silencio fue la respuesta.

—La sartén le dijo al cazo, viejo amigo —dijo Dugan— Kathleen fue nuestra secretaria.

Rápidamente se lamentó de sus palabras. Alex se puso morado.

—Ni se te ocurra insinuar que mi matrimonio fue producto de unos devaneos de oficina baratos. Kathleen trabajó para mí durante años antes de empezar a salir. Soy tu amigo, pero si alguna vez repites esto, no lo volveremos a ser. ¿Entendido?

—Eso ha sido un golpe bajo, Alex. Perdón. Supongo que solo estoy confundido por la reacción de todos. Por supuesto que no quiero alterar a los tuyos. ¿Tendría que mudarme?

—Quizás sea lo mejor —respondió Alex, aún enfadado— ¿Pero a dónde? ¿Con la señorita Walsh?

—Eso es problema mío, Alex —contestó Dugan. El resto del viaje lo hicieron en silencio.

***

Y ahora estoy sin casa en Londres, pensó Dugan mientras Anna asomaba la cabeza por la puerta.

—¿Qué tal si cenamos? —le preguntó.

—Estoy de acuerdo —dijo Dugan a la vez que se levantaba para marcharse— Tenemos cosas importantes de las que discutir.

—¿Sí?

Dugan sonrió.

—¿Qué te parecería tener un compañero de piso?

Oficinas del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1830 horas 8 de junio GMT: 1730 horas 8 de junio

Perfecto, pensó Braun mientras Dugan y Anna se marcharon. La oportuna visita de Sutton estaba dando fruto y si el yanqui se mudaba, quizás pasasen más tiempo en el apartamento y podía descargar algo de la vigilancia. Esto se tenía que celebrar. Una agradable cena, cortesía de Kairouz y algo de entretenimiento. Marcó en su móvil a la vez que abandonaba la oficina.

—Mándame a la pequeña morena a las 10 —dijo por el móvil— Se me olvida su nombre.

—Yvette y el precio se ha triplicado —respondió una voz— Joder, estuviste a punto de matarla la última vez. No la pude hacer trabajar por días. Espero que me pague por el tiempo perdido.

—No hay problema —aceptó Braun— Asegúrese de que traiga los juguetes.

Colgó y le hizo señas a un taxi. Sonreía mientras se sentaba, las cosas iban bien.

Ladbroke Arms 54 Ladbroke Road Londres, Reino Unido Hora local: 2140 horas 8 de junio GMT: 2040 horas 8 de junio

Dugan y Anna salieron a la hermosa tarde, agradablemente satisfechos y apacibles por el vino. Le contó su problema con Alex durante la cena mientras Anna simulaba estar encantada ante la posibilidad de cohabitación. Dugan le siguió la corriente, aunque sin mucha ilusión por un sofá abollado por una buena cama. Anna se arrimó, con su cabeza en su hombro mientras llamaba al taxi.

—No, no —le dijo Anna— Hace una tarde preciosa, mejor caminemos.

Había poca gente en la calle, pero según se iban acercando al edificio de Anna, un hombre bajito y calvo, con la cabeza agachada y con el teléfono en su oreja, bajó corriendo las escaleras hasta chocarse con Anna, pero siguió sin detenerse. Dugan se le quedó mirando.

—Tranquilo Tarzán —le tranquilizó Anna y puso su mano en el brazo de Dugan para detenerle— Estoy bien. Déjalo pasar.

Anna tiró del brazo de Dugan y entraron en el edificio.

Ya estando en un lugar seguro, Dugan se relajó pero antes de poder hablar, Anna le había tapado la boca.

—Creo que me voy a duchar. ¿Te importaría frotarme la espalda, tigre? —le preguntó.

—Suena encantador —asintió Dugan mientras ella quitaba la mano de su boca.

Se quedó de pie en el baño, confuso y callado mientras Anna preparaba la alcachofa para que el agua diese fuerte en la cortina de plástico. Se quitó los zapatos y le hizo una señal para que hiciese lo mismo. Entonces cruzaron de puntillas la cocina pequeña y salieron por la puerta trasera del apartamento. Había dos apartamentos por piso, todos ellos con entradas principales, a las cuales se llegaba por medio del ascensor de residentes y entradas traseras, con un servicio de ascensores común. Mientras cerraba su propia puerta, un hombre alto con un traje arrugado hacía señas desde la puerta trasera abierta del apartamento de al lado. Anna entró en el apartamento, escoltada por Dugan y siguieron al hombre hasta el salón.

El hombre alto le sonrió.

—¿Y qué tal le va a nuestra puta de Phoenix Shipping?

—Vete a tomar por culo, Harry —respondió Anna— ¿Ya ha vuelto Lou?

—En cualquier momento —dijo Harry a la vez que sonaban unas llaves en la entrada y entraba Lou.

—Usted es el que se chocó con nosotros —dijo Dugan aún confuso.

—Culpable —se culpó Lou— Tenía que hacerle saber a Anna lo de los micrófonos.

Anna asintió al recién llegado.

—Tom, este es Lou Chesterton y... Harry Albright —señaló al hombre alto— Mis colegas en la Unidad de Anti-terrorismo.

Dugan les estrechó la mano y ella siguió hablando.

—¿Quién los ha puesto? —preguntó.

—Sutton —respondió Lou— Un trabajo profesional. Varios relés con bombas trampa. No se pueden rastrear.

—Dios, ahí se va nuestra oportunidad de sacar los pies del tiesto —comentó Dugan.

—Bienvenido a nuestro mundo, yanqui —le dijo Lou y se giró para hablar con Anna— ¿Está corriendo el agua?

—Lleva 5 minutos, pero no tenemos mucho tiempo —se volvió Anna hacia Harry— ¿Sonido?

Harry sonrió.

—Algunos de los sonidos eróticos más delicados que Internet ofrecía.

—¿Voces? —preguntó.

—No hay problema —respondió Harry— La conversación es poca y un poco... repetitiva. Lo distorsioné y puedes poner música para ayudar a enmascararla. Será suficiente para esta noche.

—¿Y qué hay después de los sonidos eróticos? —se interesó Anna.

—Los ronquidos son infinitos. Así hacemos tiempo para que vosotros dos podáis volver y grabéis algunos sonidos alternativos para más adelante.

—Yo no ronco —dijo Dugan.

—En realidad, sí. Como un maldito tren —aclaró Anna— Al menos en mi sofá.

—En realidad, los dos roncáis. Al menos en mis grabaciones —dijo Harry y Dugan sonrió.

—Vale, mejor que nos pongamos a ello —interrumpió Lou— Harry, dale el reproductor de CD a Anna mientras instruye al señor Dugan aquí.

Unos minutos más tarde, entraron sigilosamente en el apartamento de Anna. Apagó el agua y lanzó un gemido sensual a la vez que colocaba el reproductor de CD cerca del teléfono del dormitorio. Según se le indicó, Dugan gruñó sonidos sexuales, siendo consciente de que Anna se estaba conteniendo para no reírse. Puso música en su aparato y empezó la pista de sonidos eróticos. Satisfechos, salieron por la puerta de detrás y entraron en el otro apartamento.