Capítulo dos

M/V Alicia Anchorage oriental, República de Singapur Hora local: 1030 horas 20 de mayo GMT: 0230 horas 20 de mayo

Jan Pieter DeVries se rascó la tripa y miró hacia abajo desde el alerón del puente. Llevaba puestas unas bermudas caquis, una camisa arrugada y abierta porque le faltaban botones y unas chanclas. Por su tez tan morena y lo enmarañado que tenía su larga melena castaña, el treintañero se parecía más a un pescador ambulante que a un capitán y dueño del barco, ya que el M/V Alicia significaba para él su libertad.

Con tan solo 61 metros de eslora, 1.500 toneladas de peso muerto y poco calado, el M/V Alicia era un barco pequeño y marinero. Lo habían conservado en buen estado en años anteriores, cuando lo conocían por el nombre de Indies Trader y lo llevaba su estirada familia holandesa. Había sido una especie de “regalo de despedida”, la mejor manera para la familia DeVries de podar una de sus ramas más indeseables. Era una despedida que también le convenía a Jan Pieter. Incluso sin ningún mantenimiento, el Indies Trader pudo operar durante un tiempo en los puertos de Asia, lejos de la mirada de desaprobación de la familia DeVries y antes de que los inspectores de los cargadores cuestionasen su navegabilidad. Era perfecto para sus planes, tal y como se lo había prometido a un agente de bolsa llamado Willem Van Dijk.

Cambió el nombre del barco a Alicia, en honor a una chica cuyo apellido había olvidado pero cuyos apetitos sexuales y flexibilidad eran recuerdos aún muy vivos. Hizo el primer cargamento para Van Dijk y nunca miró hacia atrás. El agente de bolsa se encargaba de todo y cada viaje incluía escalas clandestinas en fondeaderos remotos donde se intercambiaban bienes ilícitos y en donde se repartían las ganancias.

Según se iban yendo de vacaciones los miembros de la tripulación, Van Dijk traía a sustitutos de Indonesia, entre los primeros se encontraba el competente piloto de primera Ali Sheibani. Sheibani comenzó pronto a gobernar el barco y DeVries se convirtió en un pasajero consentido. Pasaba poco tiempo en el barco mientras estaba en el puerto y en el camarote durante los viajes, escuchaba música con unos cascos modernos y fumaba hachís mientras observaba como iba aumentando el saldo de su cuenta bancaria. Al M/V Alicia le quedaban quizás cinco años de vida, todo ello contando con la reparación de averías. Después lo desguazaría y se retiraría como un hombre rico.

Pero primero tendría que convencer a la Marina de los EEUU. Miró en el interior de la bodega de carga abierta, a donde Sheibani había llevado a tres hombres: dos con un mono azul y un tercero con uno blanco. La figura vestida de azul le miró y DeVries asintió, al cual respondió con un saludo antes de que el hombre bajase su mirada y se volviese para hablar con sus compañeros. El otro hombre se rió. Al menos estaba de buen humor.

***

Dugan miró cómo el primer contramaestre de la Marina de los EEUU, Doug Broussard, devolvía el saludo del capitán holandés con otro saludo.

—El capitán chanclas ha llegado al puente —dijo Broussard— Demasiado trabajo.

Dugan y el tercer hombre del grupo, el suboficial Ricardo “Ricky” Vega, de la Marina de los EEUU, se rieron.

—Probablemente lo justo —afirmó Vega mientras asentía con la cabeza a un hombre pequeño con un mono que hablaba con un miembro de la tripulación que tenía cerca— El primer oficial de ahí parece que es el que lleva la batuta.

Broussard asintió con la cabeza.

—Sí, eso parece. Pero yo esperaba que su inglés fuese mejor —se inclinó— ¿Pero qué pasa con el barco?

Vega se encogió de hombros y se volvió hacia Dugan.

—¿Qué pasa con ello, señor Dugan? —le preguntó Vega— Usted es el experto.

Dugan negó con su cabeza y miró alrededor.

—Aún no está hecho una mierda, pero casi. Dale a chanclas unos años más y tendrá que ponerse unas botas de nieve para evitar tropezarse en la jodida cubierta —hizo una pausa— ¿Dígame otra vez por qué estamos inspeccionando a este cascarón de los mares?

Vega hizo una mueca.

—Pues porque no tenemos elección. Teníamos programado un ejercicio SEACAT programado en las costas de Phang Nga y nuestros barcos y equipos descargaron, por error, aquí en Singapur en vez de en Tailandia. Si no situamos los barcos antes para que los chicos de la Marina Real tailandesa nos echen una mano antes del ejercicio, todo saldrá de puta pena. No podemos avanzar con nuestro armamento propio porque los malayos y los indonesios son muy duros con respecto a las lanchas cañoneras extranjeras que no llevan escolta en aguas territoriales —Vega hizo una pausa— El Alicia es todo de lo que disponemos por el momento y que cumple con el plazo.

Vega volvió a mirar en la bodega de carga y negó con su cabeza.

—En realidad, —continuó hablando— no cumple nuestros requisitos para fletarlo. Por ello el MSC quería un tercero que le diese el visto bueno antes de partir.

—Vamos que los puñeteros fletadores del MSC buscan a alguien a quien culpar por si la maldita cosa se hunde —dijo Dugan.

—Sí, básicamente —sonrió Vega.

Dugan suspiró y miró pensativo.

—Perfecto, mire —dijo— Sus inspecciones son recientes y el equipo contra incendios se revisó el mes pasado. Estamos hablando de una navegación de dos días con buen tiempo y en aguas abrigadas, nunca lejos de la vista de la costa, con una docena de puertos de refugio. No es el Queen Mary, pero supongo que servirá.

Dugan terminó a la vez que se acercaba Sheibani, el primer oficial.

—Le gusta el barco, ¿verdad? ¿Quiere que arreglemos algo? Dígamelo sin ningún problema.

—Necesitaremos algunas orejetas soldadas a la cubierta para trincar el equipo. ¿Tiene alguna tiza que podamos usar para señalar la posición? —Dugan gesticuló como si pintara.

—Usted espere —dijo Sheibani con la mano abierta para señalar que esperase, a la vez que gritaba a un miembro de la tripulación en la cubierta principal que salía corriendo.

Mientras esperaban, Broussard señalaba a los puntales de carga.

—Esos tienen pinta de ser muy pequeños, jefe.

Vega se giró hacia Sheibani.

—Sus puntales, ¿cuántas toneladas?

—Tres toneladas —dijo Sheibani— Ambos puntales aguantan lo mismo: tres toneladas.

Vega asintió con la cabeza.

—Los botes con sus cunas pesan 20 toneladas. Necesitaremos grúas de tierra a ambos extremos.

—No hay ningún problema aquí en Singapur —dijo Broussard— Llamaré a Phang Nga.

Sheibani miró hacia arriba y se estiró con mucha agilidad para coger una tiza que se caía desde la cubierta principal.

—Usted indica y yo marco.

Dugan desplegó un boceto y empezaron con la bodega.

***

El primer oficial Ali Sheibani, también conocido como el comandante Ali Sheibani, del cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní, trasladado a la Brigada Qod para seguir el trabajo de Alá, alabado sea Su Nombre en el sureste asiático, miraba como la lancha de los infieles se iba a la vez que él intentaba ignorar al nervioso capitán que estaba a su lado.

—Esto es muy peligroso, Sheibani —repitió DeVries.

Sheinabi puso cara de desprecio.

—Un poco tarde para mostrar interés —respondió en un inglés perfecto.

DeVries se cabreó.

—Soy el capitán y el propietario. Cancelaré el contrato de fletamento.

—Inténtalo DeVries y tanto tu mando como tu propiedad tendrán un final muy desagradable —Sheibani echó una mirada a los marineros cercanos— Con un poco de ayuda, podrías caer en la bodega. Un acontecimiento trágico pero no poco frecuente. Vete ahora. Vete a escuchar música y a fumar hachís.

Se giró y el capitán DeVries, el capitán después de Dios del M/V Alicia, se escabulló.

M/V Alicia Estación marítima de Sembawang, República de Singapur. Hora local: 0830 horas 22 de mayo GMT: 0030 horas 22 de mayo

Dugan permaneció de pie en la cubierta principal del Alicia y miró a su reloj. Simultanear dos clientes a la vez siempre supuso un reto, pero él tenía poco tiempo antes de que el barco de Alex estuviese arriba en seco y el astillero estaba a cinco minutos. Echó un vistazo a la bodega por la escotilla abierta, a la vez que veía cómo el segundo bote atracaba al lado de su ya amarrado gemelo. Los estibadores se aglomeraron para desamarrar las eslingas y asegurar el bote. Dugan asentía con la cabeza el proceso de supervisión de Broussard.

—Bonitos botes, jefe —dijo Dugan al suboficial de la Marina, Vega, que estaba de pie a su lado. Señaló a un contenedor de acero asegurado en la popa de los botes— ¿Armamento en el contenedor?

—No se puede tener una lancha cañonera sin los cañones —exclamó Vega.

—¿No entraña eso algún riesgo? —preguntó Dugan— Quiero decir, con toda esta gente por aquí.

Vega negó con su cabeza.

—De todos modos, no podíamos mantener esto en silencio. Pensamos en dejarles ver cómo se van estos botes con nuestros chicos y las armas. A los andrajosos piratas del estrecho les gustan los blancos fáciles. Hemos escondido unos transpondedores de seguimiento en cada uno de los botes y uno de apoyo en el barco y Broussard irá informando sobre ello cada seis horas.

Dugan asintió con la cabeza y extendió su mano.

—Perfecto. Parece que tenemos todo. Está llegando un petrolero del Phoenix Shipping al dique esta mañana y deberá estar casi en seco, así que volveré al astillero. ¿Cuándo zarpará el Alicia?

Vega estrechó la mano a Dugan.

—A este ritmo terminarán para medianoche y zarparán a primera hora de la mañana —sonrió— Todo ello suponiendo que puedan sacar al capitán chanclas del burdel en el que esté metido.

Dugan se rió.

—Perfecto. Me pasaré por la mañana y veré si todo sale bien. De todos modos, voy de camino al astillero.

—Entonces ya te veré —asintió Vega.

Tampoco notó que un miembro de la tripulación se agachaba detrás de un cabrestante, mientras pretendía engrasarlo.

M/T Asian Trader Astillero de Sembawang, República de Singapur Hora local: 0930 horas 22 de mayo GMT: 0130 horas 22 de mayo

El tercer oficial del petrolero M/T Asian Trader de Phoenix Shipping, Ronald Carlito Medina, se abrió paso por la estrecha pasarela, a la vez que ignoraba las protestas de los nuevos obreros mientras pasaba a su lado. Se paró un momento en el costado del dique seco, cautivado por el caos controlado que se había desarrollado abajo. Una neblina invadió el ambiente cuando los trabajadores chorrearon el casco con agua a presión y vio al americano Dugan correr hacia el fondo del dique seco, con el gerente de mantenimiento del astillero a remolque. Dugan se paró y señaló el casco a la vez que su voz se abría camino entre el barullo de la maquinaria, solicitando más personal. El empleado movió su cabeza con su paciencia asiática, no para indicar su acuerdo sino para confirmar que había leído sus labios. Medina sonreía a la vez que bajaba por las escaleras del dique seco hacia la orilla.

Se abrió paso hacia la entrada principal y hacia el taxi que iba a la estación de tren de Sembawang MRT, mientras esquivaba bicicletas, camiones y carretillas elevadoras. Minutos más tarde estaba sentado en el asiento del tren y con la mochila entre sus piernas, mientras se recostaba y se quedaba dormido. Se le podía confundir con un estudiante o un funcionario en su día libre, cualquier cosa menos un yihadista en un intento por conseguir el paraíso. Pero para nada era así.

De padre cristiano y madre musulmana, aunque según datos oficiales era católico romano, se quedó huérfano desde muy pequeño y fue adoptado por sus abuelos musulmanes. Su abuelo, un hombre muy orgulloso, le llamó Saful Islam, o espada del Islam, y se dispuso a criar al niño correctamente y así intentar eliminar la mancha que había dejado en el apellido el matrimonio de su hija con un infiel.

A la edad de doce y con las bendiciones de su abuelo, el joven Medina se unió al movimiento separatista de Abu Sayyaf al servicio de Alá, al considerar su apariencia no moruna y su identidad oficial como regalos de Alá para cegar los ojos de los infieles. Era un recurso y uno muy valioso y los líderes de Abu Sayyaf pensaban que aún sería más valioso si tenía una tapadera legítima para poder vagar por el mundo. En el momento perfecto, Ronald Carlito Medina ingresó en la Academia de la Marina Mercante de Davao.

***

Medina estaba despierto cuando el tren paró bruscamente en la estación Novena. Salió corriendo del tren y subió las escaleras mecánicas hacia el centro comercial Novena. Pasó por delante de varias cadenas de establecimientos y restaurantes de comida rápida hasta sentarse en un terminal de un cibercafé. La reunión con su contacto el día anterior había sido muy complicada, al proveer a la misión de pocos recursos. Y la constante presencia a bordo del Asian Trader del americano Dugan era otra complicación no prevista. Pero Alá proveería. Movió el ratón e hizo clic en el enlace a la página web de la Autoridad del Canal de Panamá.