Capítulo catorce

EDIFICIO del apartamento de Anna Walsh Londres, Reino Unido Hora local: 2045 horas 22 de junio GMT: 1945 horas 22 de junio

—Ha sido una semana de locos desde que Jesse encontrase el enlace entre Irán y Venezuela y nosotros no tenemos aún nada —se quejó Dugan.

Anna se encogió de hombros.

—Eso no es ninguna sorpresa. Braun es inteligente y a lo mejor tuvimos un poco de suerte en lo del China Star. Al haber incrementado la vigilancia electrónica aquí y en Caracas y Teherán, nos enteraremos de algo.

—Sí, pero hasta entonces, todo lo que tenemos es el China Star y solo sospechas —dijo Dugan— Me gustaría que hubiese alguna forma para estar seguros.

—Pero también tenemos algo de tiempo por ahí, yanqui —dijo Harry— Acaba de partir. Estará en medio del océano por un tiempo, fuera de cualquier peligro.

Dugan asintió y entonces se puso a pensar en algo. Abrió su maletín y sacó su portátil y se puso a teclear algo. Abrió la página web Searates.com y empezó a introducir información.

—Mierda —dijo Dugan.

—¿Qué pasa? —preguntó Anna.

—A la velocidad actual, el China Star debería estar por la mitad de los estrechos de Malaca el 4 de julio. Ahora bien, ¿qué hay de raro en ello?

Hotel Crowne Plaza Yakarta, Indonesia Hora local: 1515 horas 23 de junio GMT: 0615 horas 23 de junio

Steven “Bo” Richards se repanchingó en una silla y con sus pies sobre una banqueta otomana. Llevaba puestos unos calzoncillos y sufría los efectos de una borrachera. Se había despertado a mediodía y levantó a la puta para que se ocupara de su erección matinal. Una vez terminó, la sacó al pasillo, le tiró dinero y le cerró la puerta en las narices mientras ella intentaba vestirse rápido. Se bebió toda la cerveza y tiró la lata en la alfombra antes de rascarse la tripa. La cama estaba totalmente deshecha y estaba aún el carrito con los restos del desayuno del servicio de habitaciones. La habitación necesitaba que la ordenasen, un hecho que lo había postergado la señal de No molesten que había colgado en la puerta.

Miró la hora y se puso de pie para ponerse unos vaqueros y una camiseta de tirantes. Estaba atándose sus zapatos cuando escuchó que llamaban a la puerta.

***

Sheibani se quedó mirando a la señal de No molesten y se tranquilizó. La escoria que había dentro era un matón del Gran Satán y Sheibani estaba deseando matarle antes de que nadie le viera. Pero para urdir el engaño necesitaban a los americanos y la ciudadanía y los registros de Richard estaban documentados. Forzó una sonrisa cuando Richards abrió una rendija la puerta.

—¿Sí?

—Señor Richards, soy Ali. ¿Puedo entrar?

Richards abrió la puerta, se apartó y le indicó el área de estar. Sheibani entró y se sentó con la espalda apoyada contra la pared y Richards sentado frente a él.

—¿Es de su agrado su habitación? —le preguntó Sheibani.

—Sí, sí, todo está perfecto —respondió Richards— ¿Cuál es el trabajo?

Qué americano. Sheibani luchó por no enfadarse.

—En una semana o así un barco llamado China Star atravesará los estrechos de Malaca, escoltado por fuerzas de seguridad entre los que se encuentran unos contratistas privados y personal de la Armada de los EEUU —describió Sheibani— O mejor dicho, hombres disfrazados con el uniforme de la Armada de los EEUU. Usted dirigirá a esas fuerzas.

—¿Por qué yo? —preguntó Richards— No soy marino y la paga está muy encima por un simple trabajo de seguridad.

—Todo a su debido tiempo, señor Richards. Por el momento digamos que...

—Planea hundir el barco y bloquear el estrecho —supuso Richards.

Sheibani se contuvo otra vez su rabia.

—Por el contrario. Evitaremos bloquear el estrecho, a la vez que parece que intentamos hacer eso. Encallaremos en aguas indonesias y escaparemos.

—¿No sería eso demasiado obvio para la tripulación?

—Nos encargaremos de la tripulación —dijo Sheibani.

—¿Recursos? ¿Cuántos en nuestro equipo? ¿Armas? —preguntó Richards.

—Usted decidirá sobre la estructura y el armamento del equipo. De hecho, quiero que usted mismo contrate a algunos del equipo. El objetivo es engañar. Nos acompañará un oficial de la marina joven de origen árabe-estadounidense.

—¿Y entonces para qué me necesita?

—Por el seguro —explicó Sheibani— Los supervivientes informarán sobre un ataque dirigido por los americanos.

—Pero usted tiene un americano.

Sheibani negó con su cabeza.

—El barco tiene bandera de Liberia, pero los oficiales superiores son americanos. Les pondremos en una situación atípica. Tendremos que tomar el control rápido antes de que ellos tengan la oportunidad de pensárselo mucho. Nuestro joven muyahidín aún no ha sido probado y se parece al árabe-estadounidense que es. Sospecharán poco de un compatriota que comparta una misma identidad étnica.

Richards sonrió con superioridad.

—Así que yo soy vuestra ficha blanca.

Sheibani asintió.

—Supongo que se podría decir así. ¿Alguna pregunta?

Richards agitó su cabeza.

—Ninguna pregunta más —respondió y luego sonrió— Pero viendo que soy un artículo valioso, creo que tenemos que renegociar.

Sheibani intentó no sonreír. Era tan predecible. Fingió poner resistencia y luego cedió a las exigencias desorbitadas de Richard. Después de todo, no sobreviviría para reclamar el dinero.

M/T China Star Hacia el sur del estrecho de Ormuz Hora local: 1640 horas 23 de junio GMT: 1240 horas 23 de junio

—Pon rumbo uno siete cinco —ordenó el capitán Dan Holt del VLCC M/T China Star por encima del hombro y echo una mirada hacia el tráfico marítimo.

—A la orden, señor, uno siete cinco —repitió el timonel y un minuto más tarde— Fijo en uno siete cinco, señor.

Holt miró como se ensanchaba el estrecho de Ormuz y como los barcos se desplegaban a lo largo del mar. Se dirigió hacia el radar para estudiarlo.

—Muy bien, enciende el piloto automático —dijo al timonel.

—A la orden, señor. Gobernando a uno siete cinco. Transfiriendo el control al piloto automático —informó el marinero y cambió los controles. Luego le echó un vistazo al repetidor del girocompas antes de alejarse del timón.

—Muy bien, Ortega, —le dijo Holt al segundo oficial— llámeme si lo necesita Espero no pillarle con la nariz pegada al radar. La visibilidad es buena, así que únicamente use el radar para confirmar la demora o distancia, no como sustituto de sus puñeteros ojos.

—Sí, capitán —obedeció Ortega.

—Muy bien. Tiene el control. El timón lo lleva el piloto automático, gobernando al uno siete cinco.

—Tengo el control del barco, señor. El timón lo lleva el piloto automático, gobernando al uno siete cinco —repitió Ortega.

Holt asintió bruscamente, salió por la puerta dando zancadas y bajó de un salto hasta su oficina. Se sentó en su silla y se quedó mirando a un correo electrónico impreso antes de coger el teléfono.

—Sala de máquinas. Al habla el jefe —respondió Jon Anderson.

—Jefe, ¿puedes subir?

—De acuerdo —respondió Anderson— Estoy dejando atado lo de la bomba de trasiego. Dame un minuto.

Diez minutos más tarde, el jefe estaba delante de la puerta de Holt con el mono manchado de aceite y con un trozo de cartulina limpia. Para evitar manchar la alfombra, se quitó los zapatos de trabajo y se quedó en calcetines. Se dirigió hacia el sofá y colocó la cartulina para proteger la tela antes de sentarse.

—Por Dios —se sorprendió Holt— ¿Alguna vez estáis los putos maquinistas limpios?

Anderson sonrió.

—Algunos trabajamos para poder sobrevivir en vez de engordar el culo de tanto estar sentado. Me dijo que viniese, así que aquí estoy. ¿Quiere que me marche?

Jon Anderson era uno de los pocos amigos del capitán Daniel Holt, una relación basada en el respeto mutuo y en el hecho de que Anderson no toleraba ninguna de las gilipolleces de Holt.

—No, joder —refunfuñó Holt mientras se sentaba— ¿Café?

—No, ya me he tomado uno —sonreía Anderson mientras el barco se balanceaba— Dios, qué gusto estar aquí fuera y de vuelta a la mar.

—Estoy de acuerdo —afirmó Holt— Solo estoy sorprendido de que no nos llenase de mierda hasta las cejas cuando embarcaron y encontraron a muchos americanos abordo. No puedo decir que haya estado contento de estar allí.

Anderson se encogió de hombros.

—Quizás tuvimos un ángel de la guarda. De todos modos, ¿qué pasa?

Holt le mostró a Anderson el correo electrónico y esperó a que lo leyese.

—¿Qué coño son los servicios marítimos de protección?

—Justo lo que quiere decir —confirmó Holt— Contrataron armas para protegernos en los estrechos de Malaca.

Anderson miró un poco escéptico.

—¿Estamos hablando de hombre armados andando por todo el barco?

—No lo creo. Creo que únicamente nos seguirán de cerca en un bote.

—Aun así suena muy raro —afirmó Anderson— Estoy seguro de que no saben una mierda sobre la seguridad en los petroleros. Recibimos todo tipo de formación sobre no usar cerillas, mecheros, equipos que provoquen chispas, etcétera, etcétera, etcétera, ¿y ahora se supone que tenemos que estar de acuerdo con una panda de gilipollas con el gatillo fácil rodeando nuestro barco con ametralladoras?

—Estoy de acuerdo, pero el fletador los contrató y nuestro propietario está de acuerdo, así que eso es todo —respondió el capitán— Mientras se mantengan lejos, todo estará bien.

—Sí, bueno, como ha dicho, no hay nada que podamos hacer al respecto —Anderson sonrió abiertamente— Además, ya verás como alguien acaba siendo sobornado. Les pasarán una factura de cien mil y acabará escoltándonos en una canoa un viejo con un solo diente y una pistola con perdigones.

Holt se rió.

—No lo dudo ni un minuto.