Capítulo treinta y dos
EN la recta final hacia el aeropuerto internacional de Vnukova Moscú, Federación Rusa Hora local: 1600 horas 14 de julio GMT: 1200 horas 14 de julio
—Aterrizamos en 10 minutos, señora.
La secretaria de estado sonrió a la azafata dándole las gracias antes de guardar el documento en su maletín y abrocharse el cinturón. Había sido un turbulento vuelo de 72 horas con escalas en Ankara (Turquía) y Bakú (Azerbaiyán). Aún no se podía creer lo que había conseguido en tan poco tiempo. Miró el documento y sonrió. No era muy amiga de los servicios de inteligencia pero esta vez los espías se habían superado a sí mismos. El plan era magistral.
Volvió a pensar en dejar a los chinos fuera del plan y muy a su pesar creyó que era lo mejor. A su homólogo chino le había proporcionado la información suficiente para disipar sus dudas sobre cualquier ambigüedad de EEUU en el ataque a Malaca. Sin embargo, había demasiadas piezas sueltas en el plan propuesto por los espías. La participación de China complicaría las cosas innecesariamente. Rusia era la clave.
El Kremlin Moscú, Federación Rusa Hora local: 1900 horas 14 de julio GMT: 1500 horas 14 de julio
La secretaria se sentó con el presidente y el ministro de asuntos exteriores ruso y se fijo en como intentaban contener su ira mientras veían el video. Cuando terminaron de verlo, el ministro de asuntos exteriores se volvió hacia ella.
—Señora secretaria, esto es francamente inquietante —dijo mirando al presidente ruso— Vamos a analizarlo y actuaremos en consecuencia pero es obvio que no se puede hacer nada a corto plazo. Y aunque le agradecemos que nos lo haya traído en persona, nos tiene intrigados cuáles han sido sus intenciones al hacerlo.
La secretaria de estado miró fijamente a los rusos.
—He venido hasta aquí para buscar su cooperación. Como dice un proverbio ruso: se lo estoy sirviendo en bandeja.
El presidente ruso se pronunció entonces.
—Es difícil esconder nuestra indignación, pero hasta que no se vuelva a abrir el tráfico a los petroleros, tenemos que seguir en el bando de Motaki. Los primeros cargamentos de petróleo iraní para cumplir nuestros contratos europeos están de camino a Rotterdam y el pago del combustible ruso está llegando ahora a Irán.
—¿Y si no se vuelve a reanudar el tráficos de petroleros?
Le cambió el rostro.
—¡Eso es inaceptable! Amenazaría toda nuestra economía. La ley internacional y los precedentes establecidos hace ya mucho tiempo están de nuestro lado. Si los turcos siguen actuando así, el ataque militar será inevitable.
—Tiene razón, pero el Tratado de Montrose fue firmado hace más de 70 años y, debido a la opinión pública mundial, dudo que los turcos respondan a los ultimátums.
—¿Y qué propone? El tratado permite el paso por el estrecho del Mar Negro a todo el mundo. Si no defendemos este derecho, pondríamos nuestros únicos puertos de aguas templadas bajo control en manos extranjeras. ¿Cree usted que EEUU aceptaría que Cuba bloquease el estrecho de Florida? No podemos ocuparnos de Irán hasta que no se reanude otra vez el transporte de petróleo.
—¿Tiene que transportarse por el estrecho?
El presidente resopló.
—¿Sino cómo lo hacemos? ¿Por oleoductos? No hay ninguno adecuado. Además tienen que pasar por Turquía o Georgia y los contratos que se firman no son fiables. ¿Nos está pidiendo que abandonemos el derecho al libre tránsito para encomendarnos a otros países?
—Abandonar no, señor presidente, simplemente ser más estratégicos —dijo extendiendo un mapa— Si me permite. El cinco por ciento de las exportaciones que se realizan por el Mar Negro se pueden transportar desde el norte hasta los puertos del Báltico, a través de sus propios oleoductos. ¿Correcto?— él asintió —
—Como ya sabe —continuó— El plan de occidente es construir un oleoducto en 6 meses que cruce Turquía, desde Samsun en el Mar Negro hasta Ceyhan en el Mediterráneo. Pero puede que el proceso se acelere y lo tengan acabado en seis semanas o menos, permitiendo que los petroleros naveguen entre sus puertos y Samsun. Desde ahí, el petróleo puede ser distribuido a través de Turquía hasta Ceyhan, así evitarían cruzar los estrechos. Así transportaría la mitad de sus exportaciones.
Los rusos la escuchaban atentamente.
La secretaria señaló hacia oriente y siguió hablando.
—En Baku en Azerbaiyán, la línea que antiguamente unía Baku con Novorosíisk, que transportaba petróleo azerí a su puerto, está inactiva desde que los azeríes prefieren usar la línea que une Baku-Tbilisi-Ceyhan.
Los rusos se molestaron al escuchar que todavía algunas compañías occidentales perjudicaban la influencia rusa.
—¿Y eso que tiene que ver?
—Las terminales de las líneas Baku-Novorosiisk y Baku-Tbilisi-Ceyhan están a dos kilómetros de distancia. Hay espacio suficiente en la línea Baku-Tbilisi-Ceyhan, por lo que la conexión se puede realizar en pocos días permitiéndoles cambiar la dirección de la línea Baku-Novorossiisk e inyectar su petróleo desde Novorossiisk hasta el Mediterráneo vía Baku. Al combinar todos estos pasos, ustedes verían como el noventa y cinco por ciento de sus exportaciones se transportarían a mercados occidentales en semanas.
—¿Y el cinco por ciento restante?
—Cruzará el estrecho del Bósforo en unos petroleros, por lo que mantendrían su derecho al libre paso.
Los rusos le miraron con escepticismo.
—¿Los turcos y los azerbaiyanos están de acuerdo?
—Sí, aunque están pendientes de las negociaciones sobre las tarifas de los oleoductos. Los turcos permitirán el paso a aquellos petroleros que hayan aumentado su seguridad con el fin de evitar accidentes y ataques terroristas. Quieren que los equipos de inspección lo formen un ruso, un turco y un observador de un país neutral con la condición de que vayan rotando. Se inspeccionarán los barcos antes de salir de los puertos rusos, por “cortesía” de su gobierno. Así nadie sentirá que está siendo “condescendiente”. Este acuerdo puede mostrarse al público como un esfuerzo de cooperación internacional para atender un tema difícil. Lo mejor de la cooperación mutua y la diplomacia.
—Excepto, por supuesto, las tarifas —contestaron los rusos con cierto tono de burla— Pagamos un rescate para transportar el petróleo que hoy en día se mueve de forma libre. Todo esto está detrás de las bonitas palabras de los turcos sobre seguridad y medioambiente.
—Con la tarifa que han aceptado, casi no amortizan sus costes.
—Pero aumentan los nuestros. ¿Por qué se ha impuesto una tarifa tan baja? Es sospechoso.
—Porque los turcos, señor presidente, saben que conseguir una reducción del 95% en el tráfico de petróleo pacíficamente es una ganga —hizo una pausa la secretaria— Y las tarifas son una miseria comparado con el coste de una acción militar contra Turquía, ya que la OTAN se pondría del lado de Turquía.
Los rusos miraron con furia.
—Esto pone las manos de los Turcos en nuestra yugular.
� —Con su permiso, señor, la historia y la geografía ya las pusieron hace tiempo.— y preguntó con la voz más templada —¿Pagarían también si les agarrasen los fanáticos iraníes?
Suspiró y le dedicó una pequeña sonrisa.
—Tiene su punto de razón, señora secretaria. Conoce demasiado bien nuestra red de distribución de petróleo.
—Lo tomaré como que está de acuerdo con nuestros análisis —dijo sonriendo.
Asintió mientras fruncía el ceño.
—El cincuenta por ciento en días y la reanudación completa en seis semanas parece posible. Aunque quizás podamos conseguirlo mucho antes. Los iraníes están siendo demasiado complacientes. Si les presionamos, creo que podemos convencerles para que ahora exporten grandes cantidades y creen una reserva de petróleo de 6 semanas en las aguas que estén fuera de su alcance. Pondremos como excusa que el reciente parón nos tiene algo nerviosos y que estamos alquilando capacidad adicional de almacenamiento en los puertos europeos. Creo que volveremos a ponernos en una semana o quizás diez días —sonrió— Y luego ya veremos cómo cerramos el transporte de su petróleo.
La secretaria de estado le devolvió la sonrisa.
—De nuevo, sin ofenderle, señor presidente, puede que prefiera seguir suministrándoles por más tiempo.
Los rusos se miraron.
—¿Otra “sugerencia”, señora secretaria? —le preguntó el ministro de asuntos exteriores.
La secretaria asintió y continuó explicándoles el plan.
Dearborn, Michigan USA Hora local: 13:00 horas 18 de julio GMT: 17:00 horas 18 de julio
Borqei avanzaba cojeando con la pierna llena de metralla iraní y preocupado después de haberse reunido con los padres adoptivos de Yousif. La pareja se quedó impactada después de que se encontrase fuera de su casa el cuerpo sin vida del chico, acribillado y víctima aparente de un tiroteo desde un coche. Cómo llegó el cuerpo de Yousif hasta allí sigue siendo un misterio. Los padres del chico estaban desconsolados cuando Borqei les mostró el mensaje de Motaki en el que describía la muerte de Yousif como un acto heroico. Borqei dudaba que fuera así tanto como los padres de Yousif.
La prensa había puesto en un pedestal a “Joe Hamad”, el típico chico estadounidense y vinculó su muerte con una banda de latinoamericanos, incitando de esta manera a tomar represalias. Los defensores del Islam era una colección variopinta de delincuentes de origen árabe, sin devoción pero sin embargo decididos a defender los honores del Islam. Su única incursión en la parte suroeste de Detroit dejó herido a un miembro de Los Pumas, la pandilla que mandaba en esa zona y por ello la tensión entre ellos aumentó a la vez que pedían calma desde ambos lados. Borqei había aparecido dos veces en televisión y había recibido amenazas de muerte, pero nada de eso le había molestado tanto como la pérdida de su protegido por fines dudosos. Caminó con dificultad pensando en Yousif y pidiendo por que estuviera disfrutando de las recompensas del paraíso.
El teniente Manuel Reyes se sentó en el asiento del copiloto. Pensaba que Dugan era un hombre de honor y por eso no le había sorprendido la llamada que recibió la noche anterior. Tampoco le había sorprendido que el pequeño “favor” que le estaba haciendo al agente Ward pareciera estar planeado, de modo que le sería imposible participar en las operaciones de Venezuela. Es decir, esto habría sido imposible si hubiese hecho el favor un día más tarde, como se había decidido. Por eso estaba haciendo el pequeño favor un día antes.
—Esto es vergonzoso, Manny —dijo Pérez desde el asiento del conductor de un lowrider, tenía que gritar para que se le oyese por encima del rap español— Si tengo que escuchar esta pinche música por más tiempo, al único al que voy a matar es a mí mismo.
Reyes asintió. Los dos llevaban pañuelos de Los Pumas, pantalones descoloridos y camisetas de tirantes que dejaban a la vista tatuajes, o más bien calcomanías, típicos de la pandilla y con colores estridentes. Llevaban colgadas en el cuello cadenas de oro.
—¿Es él? —preguntó Reyes señalando a un espacio vacío que había al otro lado de la calle.
Pérez miró hacía donde señalaba Reyes.
—Es él. Se parece al de la foto.
—Ponte en marcha y haz que se levante la parte delantera —le ordenó Reyes.
Pérez asintió. El coche se elevó haciendo un chirrido mientras que Reyes bajaba el volumen de la música. Se iban acercando, como si se tratase de un depredador malévolo, con la parte delantera elevada y con la parte trasera casi arrastrando.
Borqei se estaba bajando de la acera cuando de repente algo le golpeó a la altura de la cintura y atrapó su cuerpo entre el pavimento y el parachoques trasero. Lo arrastraron con violencia hasta el final de la calle, cuando Pérez levantó la parte trasera del coche y se dio a la fuga, dejando otra muerte a lomos de la banda.
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) Campo de Instrucción Santa Maria de Barrinos, República Bolivariana de Venezuela Hora local: 0545 horas 20 de julio GMT: 1015 horas 20 de julio
Manuel Reyes y Juan Pérez se pararon frente a una choza primitiva, vestidos con ropa de camuflaje sudada y mirando hacia un grupo de edificios similares. Había un camino asfaltado que contrastaba con el sucio camino que llevaba a la entrada del campamento desde el interior de Venezuela hasta el este y la frontera de Colombia que estaba a 10 kilómetros al oeste. De repente salió corriendo un hombre del edificio.
—Los gringos terminaron, teniente. El campamento está a salvo —dijo el cabo Vicente Díaz.
—Bueno Vicente, váyase a comer y a descansar —dijo Reyes mirando la hora y le dijo a Pérez— Tú también, Juan. Me uniré a vosotros en un momento.
Mientras se alejaban, Reyes los miraba con aprobación. Durante dos años, el joven Díaz se ha hecho pasar por un panameño descontento en las FARC, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Había pasado desapercibido mientras controlaba lo que ocurría en el Darién, la extensa selva situada entre Panamá y Colombia que las FARC usaba como refugio. No iba a ser capaz de volver a infiltrarse, pero Reyes y el capitán Luna acordaron que esta misión justificaba la pérdida.
Reyes se giro al ver como se acercaba el jefe de los “gringos” y le sonrió. El sargento Carlos Garza, de las Fuerzas Especiales de la Ejército de los EEUU y sus cinco hombres no parecían gringos. Los nativos que vivían entre Puerto Rico y Tejas compartían la herencia hispana y un deseo de convertirse en los mejores soldados del planeta. Las Fuerzas Especiales lo vieron y se ocuparon de que recibiesen formación en el idioma. Ahora bien, ya fuera su dialecto la jerga de la costa Este de Los Ángeles, Spanglish de Puerto Rico o Tex-Mex, todos ellos podrían hacerse pasar por nativos en cualquier lugar de habla hispana del planeta.
Reyes y Pérez tuvieron que hacer lo imposible para reunirse con los “Gringos de Garza” la noche anterior al ataque a la frontera venezolana ya que las fuerzas colombianas les pisaban los talones. Tuvieron que reforzar el engaño con una lluvia intencionada de imprecisos disparos. El jefe de las FARC, avisado por los venezolanos en la frontera, estaba esperando en el campo de instrucción. Vio cómo llegaba un camión lleno de reclutas nuevos dirigidos por Díaz, un hombre al que ya conocía y al que ya había instruido. Dichas llegadas no eran sin precedentes y el jefe de las FARC decidió mandarlos a descansar y ocuparse de ellos por la mañana. Un día que nunca llegó para los veinte narco-terroristas en el campamento.
—El campamento es seguro, teniente —dijo Garza saliendo al porche.
—Me lo ha dicho Díaz. ¿Y ahora qué?
—Ocuparemos su lugar y esperaremos. Tras el golpe, colocaremos los cuerpos para simular un tiroteo, les quitaremos los tatuajes u otras marcas y les vestiremos con los uniformes del ejército colombiano y haremos que vuelen por los aires lanzando granadas. Les haremos creer que ha sido una acción trasfronteriza.
—¿Necesita ayuda?
—No, señor —contestó Garza— Mis hombres imitan bien a las FARC en caso de que tengamos visita. Díaz nos ha dado contraseñas. Buen tío ese Díaz.
Reyes sonrió.
—Estoy de acuerdo, sargento, aunque es bueno oírlo de otro profesional.
Garza vaciló un momento.
—señor, ¿puedo preguntarle algo de profesional a profesional?
—Pregunte, sargento.
—El plan consistía en esperar a Díaz, pero no a usted ni a Pérez —hizo una pausa— No estaba planeado que ustedes aparecieran y su presencia es un riesgo. No tengo ni idea que imbécil ha aprobado esto, pero si esto acaba causando víctimas, le aseguro que ese y yo tendremos más que palabras.
—Si me permite, sargento. No hay ningún “tarado” involucrado y sospecho que sus superiores se quedarán igual de disgustados cuando adviertan nuestra presencia. Ahora que no podemos echarnos atrás, le diré la verdad. Nos hemos invitado nosotros mismos a sabiendas de que estaba espiando y apostando que si aparecíamos nos aceptaría desde el primer momento. Me haré cargo de cualquier consecuencia en cuanto volvamos.
Garza se reprimió un insulto y luego dijo.
—De acuerdo. Ahora están aquí, pero vienen solamente como observadores. ¿Entendido?
Reyes miró a los ojos al estadounidense.
—Siento defraudarle, sargento. Tengo una promesa que cumplir.
Garza tanteó el terreno.
—Es por su esposa, ¿verdad?
Reyes se puso tenso.
—¿Cómo lo sabe?
—Le he escuchado sin querer. No puedo permitir que su vendetta con Rodríguez haga peligrar el plan.
—El plan es matar a Rodríguez, ¿no? ¿Quién puede tener más derechos a matar a ese maldito bastardo que yo?
—Mierda —dijo Garza mientras se sentaba en el escalón del porche— Lo sospechaba, solo conoce parte del plan. Siéntese, teniente. Nadie va a disparar a Rodríguez.
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) Campo de Instrucción Santa Maria de Barrinos, República Bolivariana de Venezuela Hora local: 1450 horas 20 de julio GMT: 1920 horas 20 de julio
Rodríguez miró hacia abajo mientras volaba haciendo círculos en el King Air, contento de que los hombres de las FARC esperasen en formación. Ofrecería una rápida diatriba contra los yanquis y mientras sus hombres comprobaban los almacenes, él se marcharía. Sus hombres harían la revisión, por supuesto, pero podría decir con sinceridad que no vio nada. La sinceridad era importante.
Suspiró. Nadie era tan honesto. En su acuerdo con las FARC pidió el diez por ciento del valor de la cocaína que se transportaba. Era impresionante cómo aumentaban esos ingresos después de que empezara a realizar esas visitas esporádicas al campamento.
Incluso sin el dinero que obtenía de la droga, los campamentos eran un activo situado para aterrorizar a sus enemigos. En un principio, las FARC prestaban sus efectivos a cambio de un refugio para descansar y rearmarse, pero cuando los EEUU proporcionaron a los colombianos mejores recursos para acabar con el tráfico de drogas, las FARC pusieron su distribución bajo protección de Rodríguez. Pagando unos honorarios, por supuesto. Efectivos gratis y dinero para el bolsillo.
Su estado de ánimo se transformó durante las ansiosas las semanas siguientes a lo ocurrido en Panamá, al ver el interés que despertó en los medios de comunicación el ataque del Bósforo y las noticias sobre la muerte de Braun. Se dio cuenta de que la fina línea que lo unía a los ataques se había cortado. Confiado ahora, estaba a la ofensiva, en sus discursos condenando los ataques como si se tratasen de una conspiración estadounidense, como pretexto para ejercer el control sobre los puntos de cuello de botella con el objetivo final de recuperar el Canal de Panamá. Concluía sus discursos comprometiéndose con “el honor y el valor de la República Bolivariana de Venezuela para resistir hasta a la muerte a la hegemonía estadounidense”.
Rodríguez frunció el ceño. Su estado de ánimo decayó por los estrechos límites del King Air. La longitud de la pista de aterrizaje impidió que pudiera usar su avión y redujo su personal de seguridad a seis. Pero eran sus mejores hombres y pensó, al volverse hacia la última fila, que ahí estaba su cabeza de turco.
—Navarro, ¿te tirarías por un puente por tu presidente? —dijo con burla.
El rostro sombrío que le estaba mirando era una copia de sí mismo, tenían hasta las mismas cicatrices. Ambos llevaban pantalones chinos y camisas de un rojo brillante y cuello abierto.
—En serio, Navarro —dijo Rodríguez— Qué mal humor tienes. Tienes un hermoso rostro que necesitó poca cirugía; te proveo de una hermosa vida y solo pido que sonrías y saludes. Y aun así te enfurruñas. Quizás tu hija sería una mejor compañía. ¿Cuántos años tiene? ¿Quince?
—Disculpe, Excelencia. Sería un honor morir sirviéndole.
—Mucho mejor, Navarro —dijo Rodríguez y sonrió al escolta que tenía al lado.
El hombre le sonrió.
—Como siempre, señor presidente, Navarro saldrá primero. Cuando estemos seguros de que todo está bien, volveremos a por él y usted tomará en su lugar.
Rodríguez suspiró.
—Si el tonto supiese hablar, no tendría razones para tener que embarcarme en estos tediosos viajes.
Reyes prestó atención cuando la puerta se abrió y seis hombres se tiraron del avión formando un círculo y en el que se podía distinguir a un hombre con camisa roja. Los falsos guerrilleros presentaron armas sin el seguro puesto. Un disparo dentro del avión desvió la atención de los escoltas mientras que el hombre que iba en medio aterrizó en el asfalto. Los disparos de los estadounidenses alcanzaron uno a uno y los seis escoltas murieron antes de golpearse contra el suelo.
Garza y sus hombres rodearon el avión mientras que los gemelos con la camisa roja bajaban dando tumbos, seguidos por el copiloto con una pistola.
—¿Y el piloto? —preguntó Garza.
—Muerto —respondió el hombre— Era leal a Rodríguez.
—Yo no soy Rodríguez —dijo el hombre que iba al lado del copiloto— Soy Víctor Navarro. Él es Rodríguez —señaló a su doble que se acercaba.
—¿Estás seguro? —preguntó Garza— ¿Cuál es la contraseña?
El hombre miró a Garza con pánico mientras éste seguía hablando.
—La lluvia en Sevilla... —se detuvo Garza— Continúa la frase.
Rodríguez sonrió.
—...es una maravilla.
—De hecho, fui yo quien lo inventó —Garza miró al otro hombre con la camisa roja— ¿Contraseña, señor?
—Rodríguez es tonto del culo —sonrió Navarro.
—Mucho gusto, señor Navarro —dijo Garza y le hizo una señal a sus hombres para que atasen a Rodríguez.
—Ahora bien —comentó Garza dirigiéndose al copiloto— Le propongo a usted y al señor Presidente —sonrió a Navarro— que coordinen sus historias. Le añadiremos autenticidad con agujeros de bala en zonas no vitales del avión.
—Un momento, sargento —dijo Navarro antes de que Garza se marchara— Quizás tendría que dispararme a mí también en una zona “no vital”.
—No creo que sea necesario, señor Navarro.
—Al contrario. Puedo echarle la culpa a la diferencia en mi voz o en mis gestos por el estrés de haber sido disparado. Este caso, sería la única vez en la que estaría contento de “recibir una bala” por el presidente.
Garza se encogió de hombros.
—De acuerdo. Le haré un rasguño en el brazo justo antes de salir —Navarro aceptó y Garza se acercó a Rodríguez, el cual estaba arrodillado en el asfalto y rodeado por dos estadounidenses, Reyes y Pérez mientras el resto de las fuerzas se encargaba de disponer los cuerpos en el escenario.
—¿Y ahora qué? —le preguntó Reyes a Garza.
—El presidente Rodríguez/Navarro regresa, avión derribado. Está enfurecido de modo que todos mantendrán la cabeza gacha. La sospecha recaerá sobre el vicepresidente, al cual se le permitirá dimitir y será sustituido por un miembro poco conocido de la pandilla de Rodríguez, que será un miembro secreto de la oposición. Entonces Navarro deshará las peores abusos: restablecerá el límite de relecciones, quitará los controles de prensa, etcétera. En pocos meses, sufrirá un ataque al corazón y el vicepresidente tomará el mando. Entonces repatriaremos a Navarro y su familia a EEUU, donde se les hará una operación de cirugía estética y tendrán nuevas identidades. Y Rodríguez aquí tendrá un funeral de estado —manifestó mirando hacia abajo.
Aun con la boca tapada, se escuchaban las súplicas de auxilio de Rodríguez que intentaba liberarse.
—Bien —dijo Reyes— No habrá asesinato ni teorías de conspiración.
—Una mesa embalsamada y una cámara frigorífica aguardan en Colombia —dijo Garza.
Rodríguez forcejeaba aún más fuerte al ver como un soldado se sacaba una jeringuilla del bolsillo. Garza miró a Reyes.
—¿Quiere hacer los honores, teniente?
—Durante días he soñado con meterle una bala en la frente, pero este... este saco de mierda me hace vomitar. No me veo sacrificándolo como si fuera un perro rabioso —dijo Reyes quejándose.
—Solo recuerde Miraflores —le susurró Pérez— Y a todos aquellos que ha matado solo con la inmundicia en estos almacenes. Es peor que un perro rabioso y para los perros no hay segundas oportunidades, Manny.
El sufrimiento de María llenó la mente de Reyes y en pocos segundos se lanzó sobre Rodríguez y le clavó la aguja en el cuello. Una vez que el cuerpo dejó de moverse, Pérez retiró sus manos.
Oficina del Presidente Teherán, República Islámica de Irán Hora local: 0945 Horas 25 de julio GMT: 0515 horas 25 de julio
Motaki se reía mientras leía. El petróleo ruso volvía a fluir y la prensa estatal publicaba la noticia a los cuatro vientos. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se veía optimismo por las calles. Dejó el informe y presionó el intercomunicador.
—Ahmad —llamó— Por favor, tenga un coche esperándome en la puerta.
—Ahora mismo, señor Presidente. ¿Puedo saber a dónde se dirige para avisar a seguridad?
—A ningún sitio en particular, Ahmad. Solo quiero salir y estar con la gente. No les diga nada a los de seguridad. Intimidan a la gente.
—señor Presidente, ¿está usted....está seguro de que...es prudente?
—Estaré bien, joven amigo —le reprochó— Será como antes, cuando vagaba por las calles libremente. Solo necesito al chófer.
—Muy bien, señor Presidente —aceptó Ahmad.
Teherán, República Islámica de Irán Hora local: 1125 horas 25 de julio GMT: 0655 horas 25 de julio
El carburo de boro era el mejor contaminante: indestructible, inerte, el tercer material más duro conocido por el hombre y disponible para comercializarse como polvo fino. Mezclado con la pintura que se usa en los interiores de los camiones cisterna y en los vagones, los duros y pequeños cristales eran en un principio inofensivos y apenas comprometían la calidad del petróleo durante una inspección y la transferencia de la custodia a las fronteras. Después de todo, nadie comprobaba que eso fuera carburo de boro
Mientras que el combustible ruso se transportaba mediante los sistemas de distribución iraníes, el impacto fue acumulativo, sintiéndose primero en las pequeñas ciudades cercanas a las fronteras. Por todos lados, los coches antiguos dejaron de funcionar y los mecánicos de los pueblos se estrujaban el cerebro sin saber la razón de esos fallos repentinos.
El cáncer se extendió a los centros de la población, alcanzando una masa crítica en Teherán que a altas horas de la madrugada con cada vez más los coches echando humo parándose. Los conductores, indiferentes ante este último traspié, empujaron sus coches hasta el taller más cercano. Al amanecer, ya había cola en todos. Los conductores se juntaron en grupos, fumando y reflexionando sobre cuál sería la causa de las averías.
El carburante era el principal culpable y la admiración por la jugada maestra de Motaki con los rusos se transformó en ira mientras los conductores esperaban la factura por su estupidez. El veredicto llegó a media mañana cuando los mecánicos desmontaron las culatas y echaron un vistazo a los pistones gripados y ennegrecidos. Como si fuesen médicos dictaminando una enfermedad terminal, juntaron las manos llenas de grasa y dieron la noticia: es necesario cambiar el motor, un diagnóstico que condena a la mayoría de los coches afectados al desguace.
La noticia se difundió mientras que los expectantes conductores se amontonaban y mandaban mensajes de advertencia a la familia y amigos para que no repostaran. Sin embargo, las advertencias llegaron demasiado tarde. Por toda la ciudad se iban quedando cada vez más coches parados, una masa inamovible de bocinas atronadoras y gritos de enfado. Se retiraron los coches estropeados, una de las pocas libertades que quedaban. Era una pérdida que no se podía tolerar.
Los gritos ganaron fuerza y se unieron en único canto.
—¡Muerte, muerte, muerte a Motaki!
Motaki miró a través de la ventana, perplejo. Carburante barato equivalía a un tráfico agobiante, pero él estaba disfrutando del paseo a la vez que la gente tardaba en reaccionar. Quería estar entre la gente y disfrutar de su aprobación. Podría bajarse del coche y andar entre ellos, pensó, ya que no se movían.
El chófer salió del coche estirando su cuello y entró negando con la cabeza.
—¿Qué pasa, Rahim?
—Todos los capós están levantados, señor. Y desde lejos se escuchan gritos “¡Muerte a EEUU!”, creo.
Motaki sonrió.
—Da gracias a Alá por haber proporcionado a nuestra gente un objetivo para descargar su frustración, aunque no creo que el Gran Satán provoque atascos.
Rahim soltó una risita mientras Motaki veía como un conductor miraba por la ventanilla. El hombre sacó un móvil de su bolsillo, miró la pantalla y leyó un mensaje de texto. Hizo una mueca y levantó la mirada. Al reconocer a Motaki, lo señaló y gritó. Una muchedumbre se abalanzó sobre el coche, forzando las puertas y aplastando sus caras de enfado contra el cristal mientras gritaban: “¡Muerte, muerte, muerte a Motaki!”
El coche se empezó a tambalearse y Motaki se puso a buscar su móvil. Levantaron el coche y lo tiraron. Sus ocupantes se cayeron como si se tratasen de muñecos de trapo. Volvieron a tirarlo y esta vez el coche dio vueltas de campana. Motaki tiró el móvil y Rahim se quedó inconsciente, una bendición que nunca habría deseado. Motaki estaba tumbado en el techo y miraba a los pies y las caras de burla que estaban boca abajo. Oyó como se rompía el cristal y de repente empezó a oler gasolina cuando los restos de una botella dieron en el asfalto y un líquido claro empezó a colarse por la ventana antibalas.
—Aquí tienes tu gasolina rusa, excremento de Satán —gritó una voz— Bébetela. ¡No arrancará nuestros coches!
Más gasolina salpicaba el coche desde las gasolineras cercanas, invadidas por la muchedumbre. Bajaron con cualquier cosa que contuviese líquido, tirando el combustible contaminado y gritando abuso. Se formó un charco de combustible alrededor del vehículo y se prendió fuego por una chispa, lo que provocó que una docena de alborotadores empezaran a arder y fuesen corriendo entre la muchedumbre como si se tratasen de antorchas humanas.
Se empezó a mandar un mensaje de texto de advertencia según la policía se abrió camino con sus motos entre los coches que estaban parados, lo que hizo que la gente se dispersara. La policía se dirigió hacia la limusina carbonizada, el más imprudente se quemó sus manos al intentar abrir las puertas que estaban cerradas o forzar las ventanas antibalas. Aunque sus esfuerzos fueron en balde: el chofer había muerto por un traumatismo craneoencefálico y Motaki estaba tumbado en posición fetal en el techo del coche y con quemaduras por un lado del cuerpo.