Capítulo siete

OFICINAS del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1015 horas 1 de junio GMT: 0915 horas 1 de junio

—¿Cuántos más? —Dugan preguntó al interfono.

—Solo uno señor —respondió la señora Coutts— A la señorita Anna Walsh en diez minutos.

—Que entre directamente, por favor —le dijo Dugan.

Estaba preocupado. ¿Se había perdido alguna señal? Ward le había dicho que reconocería al agente en cuando apareciese y solo tendría que “seguirla”, signifique lo que signifique eso. Si el último candidato no era el agente, Dugan la habría cagado enormemente.

Miró por los grandes ventanales hacia el Támesis, justo al otro lado del muelle Albert Embankment y se sorprendió otra vez por la insistencia de Alex en usar su oficina. Era raro debido a la resistencia que opuso Alex a contratar una nueva secretaria y su irritación cuando Dugan presionó con el tema.

***

Braun se sentó en la oficina al otro lado de la sala multiusos comprobando planificaciones y escuchando por un oído. Insistió en que las entrevistas se realizaran en la oficina de Kairouz. Quería una impresión del americano y era más fácil mover a Dugan que infestar de micros su oficina temporal en la sala de conferencias. Estaba feliz de que Dugan hubiese exigido tener secretaria. Cuanto más se obsesionaba en dichos detalles, menos tiempo tenía para entrometerse. Y quizás contratase alguien a quien mereciera la pena tirarse. Braun había abandonado sus propios planes con pesar por una amiguita. Alguien muy cerca era un incordio a no ser que estuviesen en la operación y él no quería ampliar el equipo. Sonrió. A lo mejor Dugan le ayudaría.

***

—Entre, señorita Walsh —Dugan invitó a entrar a la última candidata al puesto y la sentó en el sofá.

Medía 1,65, su pelo de un castaño rojizo le llegaba hasta los hombros, tenía los ojos verdes, pecas en la nariz y parecía mucho más joven de los 38 que ponía en su currículum. Llevaba una falda de lana hecha a medida que le llegaba hasta las rodillas y que acentuaba sus piernas revestidas en seda oscura. El cuello de su blusa de diseño era revelador y emanaba sexualidad.

Sonrió.

—Mi currículum actualizado —le entregó a Dugan varias páginas.

Se sentó en su silla y leyó la nota adjunta.

Puede que nos encontremos bajo audio o videovigilancia. Sígueme el rollo. Tiene que dar la impresión de que soy una putita a la que quiere contratar por su aspecto. Termínalo todo dándome el puesto.

Dugan asintió.

—Muy bien, señorita Walsh. Cuénteme algo de usted.

Su forma de recitar era cautivadora. Cuando hablaba de su velocidad de pulsaciones, cruzaba las piernas una y otra vez; cunado de las hojas de cálculo y de software, se inclinó y sonrió. Para entonces, ya no estaba escuchando. Con retraso se dio cuenta de que sus labios habían parado de moverse.

—Sí, muy impresionante señorita Walsh —dijo un tanto aturdido y pasó una página hasta detenerse.

—Disculpe que haga un inciso, señor Dugan, pero su despacho es muy bonito —le dijo.

—En realidad me lo presta mi director general mientras el mío se termina.

—Bueno, es precioso. Y el sofá muy cómodo-sonrió —¿Le darán otro como este?

—¿Por qué no la contrato y se asegura de que así sea?

—Me encantaría, aunque depende del salario por supuesto —respondió— Lo que usted me ofrece está por debajo de mis expectativas, me temo. ¿Podría ser más flexible?

—Podría ofrecerle un poco más —le ofreció Dugan— ¿Qué le parece un 10 por ciento?

—Supongo que podría empezar por ahí hasta que usted se quede satisfecho con mis... servicios —sonrió— Luego espero un incremento del 25 por ciento.

Dugan se levantó y extendió su mano.

—Bienvenida a bordo señorita Walsh.

Anna se puso en pie y se acercó hasta coger su mano.

—Anna, por favor.

—Muy bien, Anna. Pongámonos en marcha.

***

La señora Coutts fulminó a Anna con la mirada antes de girarse hacia Dugan.

—¿Y cuándo va a empezar, señor? —le preguntó con la voz helada.

—Mañana a ser posible —contestó Dugan— Se encargará de equipar mi nueva oficina.

La señora Coutts le miró como si le acabasen de pegar una bofetada.

—Bajo su supervisión, por supuesto —añadió Dugan, pero el daño ya estaba hecho.

—Muy bien, señor. Venga conmigo señorita Walsh —le dijo la señora Coutts y se dirigió hacia el pasillo mientras Anna corría detrás.

Dugan vio como desaparecían y se preguntó cómo podría taponar esa vía de agua con la señora Coutts.

***

Braun se quedó en la entrada y vio como se marchaba Anna. Y joder, qué buena; lo suficiente como para distraer a Dugan. Y cuando Dugan esté fuera del camino, le doblaría el sueldo de la zorra si le complacía. Después de todo, era el dinero de Kairouz.

M/T Asian Trader Astillero de Sembawang, república de Singapur Hora local: 1945 horas 1 de junio GMT: 1145 horas 1 de junio

Medina se apoyó en la regala y mentalmente metió prisa a sus compañeros vestidos “para ir a tierra” para bajar por la empinada escala. El barco flotaba amarrado ahora a un muelle, la cubierta principal muy por encima del muelle con sus tanques casi vacíos. El segundo oficial sonrió y saludó a Medina, luego le dijo algo al hombre que tenía al lado, el cual sacudió su cabeza y se río, sin ninguna duda con un chiste a costa de Medina. Dejémosles que se rían, pensó Medina; el último en reírse sería él.

Se había ofrecido voluntario para la guardia de noche, explicando que su deseo era explorar Singapur por el día. Pasó esos días en ciber-cafés y, según se desarrollaban sus planes, en las tiendas de electrónica de las Torre Sim Lim y volvía para dormir la siesta cada tarde y así se preparaba para pasar las noches solo en cubierta. O casi solo. El turno de noche en el astillero lo poblaban los enfermos, los cojos y los perezosos: coronaban la escala en busca de un lugar para dormir y nunca más ser vistos, nada mas que como horas-hombre en la factura del astillero. Al principio era un poco arriesgado cuando Dugan estaba por ahí. Tenía la mala costumbre de presentarse a todas horas para comprobar los avances. Pero cuando el período de astillero ya casi se había acabado, con el pequeño italiano al mando, las cosas eran más previsibles en las guardias de noche.

Medina entró en la caseta de cubierta, subió las escaleras hasta la cubierta de puente y entonces empezó a bajar lentamente por cada cubierta, revisó cada pasillo para asegurarse de que todos estaban en tierra. Avanzó hacia la sala de máquinas, en donde vio como los trabajadores del astillero se iban quedando dormidos por los rincones y luego caminó desde proa a popa por la cubierta principal sin encontrar a nadie. Satisfecho, se dirigió hacia su camarote y cerró la puerta tras él antes de escarbar en su taquilla.

Puso dos cosas sobre su cama, se sentó en la silla de su escritorio y se les quedó mirando, aún asombrado de que se esperase que hiciese un poderoso disparo con esas miserables armas. Una Makarov antigua con un único cargador y un chaleco de explosivos, ahora desmontado, era todo su arsenal. Su contacto le había entregado las cosas, le dijo “Alá te guiará” y se marchó, dejando a Medina inseguro y tembloroso por las posibilidades de un fracaso.

Sonrió ahora al pensar en sus dudas iniciales, ya que Alá había sido generoso en Su consejo. ¿No le había transmitido Alá el interés por la electrónica unos años atrás y no le había abierto los ojos a Medina hacia el punto débil del canal? ¿Y no le había relatado el Sagrado Corán cómo David había dado muerte a Goliat con una única piedra?

Medina abrió un cajón del escritorio y sacó dos paquetes envueltos en plástico, los dos últimos de los doce que había que colocar. Cada uno tenía el tamaño de un paquete de cigarrillos y un trozo de cable de antena asomaba de cada uno. Contenían explosivo plástico, sacados de su chaleco de los explosivos, y cada uno llevaba un detonador, un pequeño circuito de ignición remoto de su propia invención, una batería de nueve voltios para alimentar todo y un imán pequeño pero poderoso. Su fuerza destructiva era mínima pero cada uno produciría un destello importante y eso era todo lo que necesitaba.

La boca de Medina estaba seca. Mañana el barco se dirigiría hacia el muelle de carga de refinería. Había hecho progresos desde que Dugan se marchó, pero tenía que terminar esta noche. Metió una carga en cada uno de los bolsillos delanteros, se puso una riñonera y bajó a la cubierta principal.

El astillero estaba libre de los ruidos distantes y destellos de soldadura de los diques secos, pero Medina se sentía expuesto con los resplandores de las luces de cubierta. Respiró hondo y se forzó a sí mismo a un paseo tranquilo, subir a la cubierta hasta el venteo del tanque de lastre número uno. Cerca del conducto de ventilación, escudriñó la cubierta y luego sacó la bobina de alambre y el cúter de su riñonera. Metió el fino alambre por el conducto poco a poco para evitar cocas y cuando un tramo largo colgaba hacía dentro del tanque, cortó el alambre, dobló lo que sobraba por debajo de la abertura del conducto y lo aseguró arrollándolo a la cabeza de un tornillo, casi invisible.

Se movió hacia un paso de hombre y se miró dentro del oscuro espacio vacío. Habían quitado las luces provisionales. Sacó una cinta elástica para la cabeza cabeza de la riñonera, se la puso y colocó una pequeña linterna en ella como si fuese una luz de cabeza para dejar así libre sus manos e iluminar su camino por la escala. Dejó la escala en la vagra horizontal superior y avanzó hacia la proa del tanque, uno de los doce que formaban el doble casco entre los tanques de carga y el mar, contando las cuadernas de los costados del barco mientras caminaba. Cuando se consideró en posición, miró y sonrió mientras la luz iluminaba por el conducto que se abría cerca del costado del barco, el alambre fino que había colocado colgando, casi invisible.

Elementos estructurales avanzaban por el casco exterior como estanterías igualmente espaciadas o peldaños de una escalera gigante y Medina subió, estirándose y esforzándose para impulsarse hasta la parte inferior de la cubierta principal. En la parte más alta, se colgó de una mano, con su pie en el siguiente elemento inmediato más abajo mientras alcanzaba el costado del barco con una carga. Lanzó un gruñido de alivio cuando el imán aspiró la carga hacia el acero y luego examinó la ubicación. Se encontraba en la parte más alta, como una caja detrás de una estantería alta, invisible a no ser que alguien subiese por la estructura que Medina tenía.

Metió la mano por debajo del conducto y acercó el alambre que sobraba hacia la antena y enrolló los dos juntos y con sus dedos temblorosos los fijó con una pequeña tuerca. El sudor el picaba en sus ojos y empapaba su mono y se limpió los ojos con el dorso de la mano que tenía libre para poder así estudiar su trabajo bajo el haz de su pequeña luz. Perfecto, pensó y empezó a bajar poco a poco.

Clang. El agudo sonido del acero contra acero puso el corazón de Medina en un puño y se colgó inmóvil mientras escuchaba si más ruido indicaba que había actividad en la cubierta principal que estaba encima de él. Se recuperó y siguió bajando, ahora más rápido. De vuelta a la vagra horizontal, se dirigió a popa hacía la escala sin ningún plan claro. ¿Debería subir? Aún tenía que taladrar y tapar un pequeño agujero cerca de la parte superior del mamparo común entre este tanque y el tanque de carga contiguo. ¿Pero qué pasaba en la cubierta principal? ¿Y si estaban atornillando la tapa del paso de hombre? Nadie sabía que él estaba ahí. Estaría atrapado hasta que se muriese de hambre o se hundiese cuando inundaran el tanque de lastre.

Medina respiró hondo y controló su miedo. Metió su mano en la riñonera y sintió el taladro sin cable a través de la tela. Se puso firme y se movió desde el tanque hasta el mamparo del tanque de carga.

Veinte minutos más tarde, Medina sacó con cuidado su cabeza por el paso de hombre e inspeccionó la cubierta principal. Quien quiera que hubiese estado ahí se había ido y se impulsó hasta salir del paso de hombre y ponerse de pie en la cubierta. Sus piernas le dolían de trepar, pero sintió el peso de la carga restante en su bolsillo y apretó el ritmo. Una hora y media más tarde salió del último tanque de lastre, sudando y sucio pero exultante de alegría. Entró en la caseta de cubierta y se dirigió hacía la sala de bombas, en donde fue directo hacia el panel de control con la etiqueta “Mariner Tek —Modelo BT 6000— tanque de lastre sistema de detección de gases”.

Sacó un par de juegos de alicates finos y una bobina de alambre de su riñonera, luego aseguró el botón de encendido al panel y lo abrió. Esto era lo más fácil. Se había estudiado el diagrama en el manual técnico durante días y se lo sabía de carrerilla. Sus dedos volaban mientras hacía varios puentes y luego los mezcló entre los cables existentes para que nada pareciese que estaba mal. Dio un paso atrás y admiró su trabajo antes de cerrar el panel y encender el sistema.

Unas luces verdes brillaban y mostraban que todos los tanques de lastre estaban seguros y no tenían gas. Sonrió otra vez, una vez supo que esas luces se quedarían verdes a pesar de las condiciones de los tanques. Apagó el sistema y tarareó una cancioncilla mientras subía a su camarote para darse una ducha.

Oficinas del Phoenix Shipping S.A. Londres, Reino Unido Hora local: 1615 horas 3 de junio GMT: 1515 horas 3 de junio

Dugan arrugó su nariz por un leve olor a pintura fresca y vio a través de la puerta cómo Anna sacaba carpetas de su escritorio y maniobraba alrededor de una escalera en la oficina del exterior. Dugan trabajaba todo el día, aun con las protestas de Alex y a pesar de que su nueva oficina estaba en obras. Una transformación del almacén en un espacio de oficinas estaba casi completa y a lo largo del proceso, Anna se dirigió a la señora Coutts todo el rato. Se las ingenió para calmar la antipatía de la señora mayor siguiendo sus sugerencias al pie de la letra, incluso consejos sobre como vestir apropiadamente. Desafortunadamente, la sensualidad de Anna derrotó incluso los consejos de vestuario de la señora Coutts. La vieja secretaria concluyó que la pobre chica estaba destinada a parecerse a una putita, sin remedio alguno.

—Lo último de la pila, Tom —dijo Anna al tirar en su escritorio las carpetas.

—Gracias —le agradeció Dugan— ¿Los ordenadores?

Anna suspiró.

—He ido a Sutton unas cuatro veces hoy.

—OK. Persíguele —le dijo Dugan.

Cuando Anna se fue, Dugan echó una última mirada a su trasero bien definido antes de obligarse a sí mismo a volver al trabajo. Abrió la carpeta que estaba encima del montón y encontró una nota.

Dugan, invítame a cenar esta noche. Tenemos que hablar.

Dugan guardó la nota en su bolsillo. Ya era hora. Ward dijo que mantendrían contacto por medio de Anna. Hasta la fecha, no había habido ninguno. Se sentía solo y, por primera vez, se sentía incómodo ante la presencia de Alex.

Pulsó el interfono.

—Sí Tom —respondió Anna.

—¿Puedes quedarte hasta tarde? Puede que necesite que me busques otros archivos. Te lo pagaré con una cena. Tú escoges el lugar.

Ella rió.

—Casi la mejor oferta que he tenido hasta ahora. Trae tu tarjeta dorada.

—No hay problema. Gracias —aceptó Dugan y cogió el teléfono para llamar a Alex.

—Sí Thomas —contestó Alex al ver el número en el identificador.

—Alex, me quedó a trabajar. Por favor, ofrécele a la señora Hogan mis disculpas.

Alex hizo una pausa.

—Yo también tengo cosas que hacer. Lo postergará por nosotros.

—Alex, eso no es necesario. He hecho...

—No hay ningún problema Thomas. Solo llamo a casa...

—Alex. Tengo otros planes.

Se hizo un silencio.

—Muy bien —dijo al final Alex— Te veré entonces mañana.

Dugan colgó, preocupado por el comportamiento de su amigo. Suspiró y volvió a la carpeta que estaba estudiando.

***

—Son las siete —dijo Anna desde la puerta�— Matarme de hambre no es productivo. Soy más agradable con el estómago lleno.

Dugan se puso de pie y se dirigió a la puerta.

—Disculpa. Se me ha pasado el tiempo. ¿Has escogido un lugar?

Anna asintió y recogió sus cosas. Mientras salían, señaló una luz que se veía por debajo de la puerta.

—El capitán Braun está trabajando hasta tarde.

Dugan se encogió de hombros.

—Siempre está aquí cuando me marcho.

***

Ya era hora de verdad, pensó Braun, irritado por el fracaso de Kairouz de controlar a Dugan. No significa que se preocupaba mucho. Trabajar hasta tarde era una treta clara para intentar algo con la zorra. Había tardado bastante. Braun sonrió. Si se hacían amantes, colocar micrófonos ocultos en su piso valía la pena.

Ladbroke Arms 54 Ladbroke Road Londres, Reino Unido Hora local: 2210 horas 3 de junio GMT: 2110 horas 3 de junio

Anna escuchaba mientras Dugan hablaba. Después de desviar sus intentos por discutir negocios con un apretón de manos rápido y una sacudida de cabeza casi imperceptible, se quedó con cada una de sus palabras. Se merecía un Oscar. A pesar de saber que se trataba de una actuación, disfrutaba de sí mismo.

—¿Postre? —preguntó el camarero.

Dugan lanzó a Anna una mirada burlona.

—Estoy llena —le dijo— ¿Quieres tomar un café en mi casa?

Dugan pidió la cuenta.

En el taxi, Anna trepó a sus piernas y le besó y estuvo así hasta que llegaron a su edificio. Dugan salió del taxi, incapaz de esconder su excitación al taxista que sonreía con suficiencia, mientras que Anna le empujaba hacia el pasillo hasta darle un beso ardiente que duró hasta el ascensor, en donde le besó en su cuello y se reía tontamente. Le arrastró hacia la puerta y se puso a manejar torpemente la llave antes de empujarle a entrar, con sus labios en los de él y cerró la puerta detrás de él con su pie. Entonces se detuvo.

—Siéntate. Señaló a un sofá mientras cerraba con pestillo, luego se dirigió hacia a una silla.

Dugan se quedó en la entrada, totalmente confuso.

—Estoy segura de que sabes que eso no iba en serio —afirmó.

Echó la mirada hacia abajo.

—Una parte de mí tenía esperanzas.

Su cara se volvió fría.

—Sí, bueno, la esperanza de una eterna primavera. Siéntate.

Dugan obedeció.

—OK, ¿y ahora qué?

Ella se tranquilizó.

—Primero, me disculpo si sobreactué. Aún no sabemos como de cerca nos vigilan. No estaba segura de que pudieses fingir. Por eso te excité.

—Magníficamente —dijo Dugan.

Anna se ruborizó.

—Entienda, señor Dugan, estoy felizmente casada. Trataré con usted de manera profesional y no espere más.

—¿Casada? ¿De verdad? —preguntó Dugan— Debe ser duro.

—Eso no es de su incumbencia.

—Tiene razón. Perdóneme —se disculpó— ¿Podríamos considerarlo, únicamente como un fin para nuestra tapadera, nuestra primera discusión y dejarlo a un lado?

Ignoró el sarcasmo.

—Esta noche definiremos nuestra tapadera. Podemos hablar libremente aquí. Peinarán este lugar todos los días. Supongamos que le están vigilando en otro sitio, seguramente en la oficina.

—¿Está segura? —le preguntó Dugan.

—Metimos a un infiltrado entre los conserjes para hacer un barrido. Nuestras oficinas y la de Kairouz están pinchadas; todo desde la oficina de Braun.

—Así que Braun es el que lleva todo. Y está pinchando a Alex para que no se involucre.

—Pues está involucrado. A lo mejor está usando a Braun para negarlo todo.

—No puedo creer que Alex sea cómplice del terrorismo.

Anna no se comprometió a nada.

—Ya veremos. De todos modos, es aquí donde nos comunicaremos. Como amantes, será algo habitual venir aquí por las noches o incluso escabullirse para las citas de las tardes. Haremos que se levanten cejas pero no sospechas.

—¿Pero no podría cualquiera colocar micrófonos en este sitio?

—Nosotros nos encargamos. Te informaré solo si es necesario y cuando sea necesario.

Dugan se enfadó.

—Infórmeme cuando me considere digno de su confianza.

—Tom, compartimentemos. No tiene por qué ser tan susceptible.

Lo tuvo en cuenta él.

—Sí, entiendo. Discúlpeme que haya exagerado. Dejemos atrás cualquier hostilidad y volvamos a ser Tom y Anna.

—Me vale. Siempre y cuando deje de ser tan condenadamente descarado.

Dugan sonrió.

—Pero si esa es mi cualidad más atractiva.

Agitó su cabeza y se dirigió hacia la cocina para hacer café. Cuando volvió, se sentaron para discutir la estrategia.

—Esto va a ser más difícil de lo que pensé —replicó Dugan— Debo admitir que Alex se está comportando de una forma muy extraña. Es como si se esforzase por recortar mis horas de trabajo. Llegamos tarde todos los días y luego me saca de la oficina a las cinco en punto. Algo poco típico en él; el chico es un adicto al trabajo. Braun le debe estar coaccionando de alguna forma, quizás con amenazas hacia Cassie.

Anna parecía escéptica.

—He visto los archivos de Kairouz. No es alguien a quien se le intimida fácilmente. Después de que asesinasen a toda su familia durante la guerra civil libanesa, se vino a Londres de joven sin ningún penique y sin futuro y se las ingenió para construir una gran compañía naviera de la nada. Ahora es rico y tiene contactos. Si se siente amenazado, ¿por qué no va a las autoridades?

—No sé. Pero Alex Kairouz no es ningún terrorista.

Anna suspiró.

—Empecemos con lo que sí sabemos. Este tal Farley entró en escena después de contratar a Braun. Podemos suponer que es uno de ellos y que el chico de los ordenadores está dentro es seguro. Entre los empleados de la oficina se comenta que cuando Braun echó a la gente de informática y trajo a Sutton justo después de entrar en la compañía. Sospecho que el infierno se congelará antes de que podamos obtener un acceso a los ordenadores que sea fiable.

—El problema más grande es como podemos fisgonear sin levantar sospechas si nos cogen —preguntó Dugan— Si Braun le está metiendo presión a Alex de alguna forma, es bastante inteligente. No queremos que se ponga a la defensiva.

Anna sonrió.

—Solo necesitamos un móvil creíble. Tienes uno hecho a medida.

Dugan parecía confuso.

—Piensa en ello —le dijo Anna— Usted y Braun son rivales. Diseñemos nuestro rastreo como un intento de destapar alguna incompetencia o actividad ilícita en el lado de Braun, para así poder socavarlo frente Alex. E incluso si nos pillan, parecerá politiqueo corporativo.

Dugan asintió, impresionado.

—Muy inteligente.

Anna sonrió por el cumplido y pasó la próxima media hora instruyendo a Dugan sobre como desarrollarían su relación como la tapadera. A medianoche, le dejó salir.

—Debemos mantener las apariencias —le susurró en la puerta y le sacó con un beso ardiente.

***

Braun se desplomó en el asiento del conductor. Acababa de decidir que el yanqui le estaba sacando provecho a la noche cuando Dugan salió del edificio y dio la vuelta camino arriba. Le sobrestimé, pensó Braun. Cuando él se marche, estoy seguro de que la puta disfrutará con un hombre de verdad.