Capítulo treinta y tres

EDIFICIO del apartamento de Anna Walsh Londres, Reino Unido Hora local: 2345 horas 25 de julio GMT: 2245 horas 25 de julio

Dugan estaba tumbado en la cama, abrazado a Anna mientras ella dormía con la cabeza apoyada en su pecho. Anna se despertó, levantó la cabeza, le sonrió y volvió a apoyar la cabeza sobre su pecho.

—¿Preocupado? —le preguntó.

—Solo estaba pensando en los rusos y en Irán —contestó Dugan.

—Eh, justo lo quiere oír una chica después de una noche fantástica de sexo.

—Lo siento —dijo Dugan mientras Anna murmuraba algo inaudible. Ella le dio unas palmadita en el pecho y se dio la vuelta.

—Simplemente que me sorprende que los rusos hayan aceptado nuestro plan tan rápidamente —aclaró Dugan unos minutos después.

—Eh —Anna murmuró— La sonrisita de Braun grabada en video debió funcionar —comentó y se quedó profundamente dormida.

Dugan se sentó a oscuras en el salón con media cerveza que había dejado en la mesita del café y que ya estaba en estado de condensación. Escuchó un ruido en la puerta del dormitorio y miró.

—¿Tom? —dijo Anna.

La vio moviéndose en la oscuridad y cerró los ojos cegado por la luz que acababa de encender Anna. Volvió a abrirlos y vio cómo se ataba el fino cinturón de seda y se sentaba frente a él.

—¿Qué pasa Tom?

—¿Cuántas personas conoces que en su lecho de muerte estén con esa sonrisita? Y si hay un video de Braun, ¿por qué no lo he visto?

—Tom...yo...

—El maldito bastardo está vivo, a que sí —no era una pregunta.

—Por favor, Tom, no... no lo entiend...

—¿No qué? ¿No lo entiendo? Ah, sí, claro que lo entiendo. Esta es la típica gilipollez de los espías del “solo lo que se necesita saber”. Algo como “el fin justifica los medios” para hacer tratos con el Diablo. ¿Qué puede motivaros a ti y a Jesse a hacer cualquier tipo de trato con este bastardo asesino?

Anna estaba tranquila ahora, con la voz fría.

—Por un lado tu maldita libertad y así como la de Alex. ¿Se te ha ocurrido que, a pesar de todo lo que ha pasado, no tenemos ninguna prueba contundente que incrimine a Braun? Alex confesó y te involucró, fue entonces cuando hicimos el trato, ni siquiera sabíamos si llegaría a sobrevivir para retractarse. Y en caso de que hubiese sobrevivido, era su palabra contra la de Braun.

Anna continuó antes de que Dugan la pudiera interrumpir.

—¿Cómo crees que le sacamos el nombre del barco a Braun? —preguntó Anna— ¿Crees que Jesse le habría sumergido en agua en la sala de recuperación? A pesar de tu menosprecio por los espías profesionales, en ocasiones apreciamos mejor la realidad. Hicimos lo que teníamos que hacer y Alex y tú sois libres gracias a ello.

—De acuerdo —dijo Dugan algo más calmado— ¿Pero por qué no me lo dijiste?

—Por que llegamos a la conclusión de que eras incapaz de mentirle a Alex —respondió— Debido a lo que él y su familia tuvieron que sufrir, pensamos que era mejor que no supiese que Braun está libre.

—¿Libre? ¿A qué te refieres con libre? —preguntó Dugan— Tengo que suponer entonces que le prometiste a este bastardo algún tipo de reducción de condena, pero esto es...esto es...

Anna suspiró y cogió el teléfono.

—Estoy llamando a Ward. No quiero hablar más sobre esto contigo

***

—Inmunidad total —repitió Ward dos horas más tarde— Todas las jurisdicciones (Reino Unido, EEUU, Turquía, Singapur, Panamá, Indonesia y Malasia) y una vez se haya recuperado, un avión privado con autonomía de 5 mil millas lo llevará donde él quiera ir.

—¿Dónde está ahora? —preguntó Dugan.

—En un apartamento en Kensington que hemos convertido en una especie de hospital privado —dijo Anna— Los doctores le indicaron que tenía que estar tres semanas de convalecencia y pasado mañana le darían el alta.

—Así que eso es todo —le reprendió Dugan— Le darás un besito, le despedirás en el aeropuerto y ya habrás terminado. Karl Braun ya no existirá nunca más —dijo Dugan sarcásticamente— ¿No lo vais a seguir?

—No se molestó ni en ponerlo en el acuerdo porque sabe que intentaremos seguirlo —dijo Ward— Sin embargo, es un bastardo escurridizo y en donde quiera que esté siempre habrá un avión esperándole o tal vez una flota entera. Cuando aterrice por primera vez, correremos el riesgo de perderlo. Y si hay un tercer avión parado o dos aviones en marcha esperando en el mismo aeropuerto pero que vuelan a diferentes lugares, estamos jodidos. Creo que lo más seguro es que lo perderemos.

—Si oficialmente está muerto, ¿por qué no le colgáis el muerto a él y ya?

Ward miró a Anna y luego a Dugan.

—Porque las cosas no funcionan así, Tom. Los jefes de estado de los 7 países lo han decidido así. Ni los EEUU ni el Reino Unido quieren parecer que rompen unilateralmente el acuerdo, ni siquiera si éste tiene que ver con un brutal asesino.

Dugan suspiró y cogió el acuerdo que estaba en la mesita de café.

—Tom —dijo Ward— Estás perdiendo tu tiempo con eso. El Departamento de Estado y los hombres de Anna tienen una docena de abogados que han leído y estudiado el contrato con lupa. Braun no es tonto. El contrato es muy específico y no tiene fisuras.

Dugan ignoró a Ward y siguió leyendo. Después, levantó la mirada con una sonrisa en su expresión.

—Espera, déjame que lo entienda —le dijo Dugan a Ward— Tú y Anna le dejáis en el avión y ya está, ¿no?

—Ese es el plan. Pero Tom —le advirtió Ward— Sea lo que sea que estás pensando, no funcionará. Tenemos que seguir lo que pone en ese contrato al pie de la letra.

—Y así será, colega —dijo Dugan.

Aviation House Aeropuerto de Heathrow, Londres, Reino Unido Hora local: 1000 horas 28 de julio GMT: 0900 horas 28 de julio

—Fuera —ordenó Braun extendiendo los brazos esposados hacia Lou y Harry.

—Aún no —dijo Lou mientras se alejaban de la seguridad. Harry solo observaba.

—Idiota, pero vale, ten tu minuto de gloria —dijo Braun.

La mirada de Braun se iluminó cuando vio que se acercaba una limusina por la pista para llevarle al avión y divisó figuras que le eran familiares.

—Agente Ward. Agente Walsh. ¡Qué bien que vengan a despedirme! —habló efusivamente mientras le metían en la limusina.

—Déjate de tonterías, Braun —dijo Ward.

—Le sugiero que usted también se deje de tonterías y empiece por decirles a estos gorilas que me quiten las esposas —afirmó Braun mostrándole las esposas.

Anna asintió y Lou le quitó las esposas al alemán sin demasiado cuidado.

—Mucho mejor —aseveró Braun tocándose las muñecas— Y ahora, si no hay nada más, seguiré mi camino.

—Bon voyage —le deseó Ward.

Braun sonrió y subió los pequeños escalones que le llevaban hacia el avión. Tan pronto como entró, dos enorme hombres de color lo agarraron de los brazos, le obligaron a sentarse y le esposaron al reposabrazos.

—Pero, ¡qué coño pasa!

Un hombre mucho más bajito y con un traje hecho a su medida se quedó mirándole y le habló.

—Karl Enrique Braun —recitó— Está usted arrestado por cometer actos terroristas contra los buques con bandera liberiana el M/T China Star y el M/T Asian Trader el 4 de julio de este mismo año. Bajo la ley de Liberia, todo lo que diga puede ser utilizado en su contra.

—¿Qué es esta gilipollez? —dijo Braun— Tengo inmunidad, idiota. Ya me estás quitan...

—De hecho, no la tienes —dijo una voz detrás suya.

Braun giró la cabeza y vio a Dugan andando por el pasillo del avión con unos papeles enrollados en su mano derecha, dándole golpecitos sobre la izquierda.

—Le presento al señor Ernest Dolo Macabee —señaló Dugan al más bajito— Es el Ministro de Asuntos Exteriores de la República de Liberia.

—Me importa una mierda quién es él —gritó Braun— Tengo inmunidad total. Ahora...

Dugan le mostró los papeles y le dijo.

—No eres tan inmune como pensabas, Braun. En este contrato no se menciona nada sobre Liberia.

—Tus juegos no me asustan, Dugan —comentó Braun con cierto tono de desprecio— El propósito de este contrato era darme la inmunidad total. No creo por un momento que tu gobierno te permita entregarme a estos monos.

Macabee se puso tenso.

—Qué comentario mas sutil, Karl —pensó Dugan mientras sonreía a Braun— Los gobiernos que están involucrados no han roto el acuerdo, Braun. De hecho, lo siguen al pie de la letra. Lo que está sucediendo no aparece en el acuerdo.

—¡TENGO INMUNIDAD TOTAL! —gritó Braun.

—Desgraciadamente, señor Braun, en Liberia no —contestó Macabee como si estuviera enseñando a un estudiante torpe— Pero no es sorprendente que nos haya pasado por alto. Tenemos muchos barcos que navegan bajo nuestra bandera y recursos administrativos limitados. Constantemente cedemos la jurisdicción al país donde se ha cometido el crimen o, en caso de que se cometa en alta mar, se la cedemos a las autoridades del siguiente puerto. Sin embargo, siempre nos reservamos el derecho a procesar, en caso de que sea necesario. Se debe hacer justicia, señor Braun. Eso lo saben hasta los “monos”.

—Esto es ridículo —dijo Braun— Este argumento nunca se sostendrá, Dugan. Me prometieron libertad y un avión que me llevaría donde yo quisiera.

—Y has entrado en el avión como un hombre libre y después has sido arrestado por otras autoridades. Y en cuanto al avión, en este contrato no se estipula nada sobre quién debe ser el propietario de dicho avión —le señaló en el contrató— Simplemente se especifica la autonomía y que te llevará al destino que escojas.

Dugan se giró hacia Macabee.

—Señor Ministro —preguntó— ¿Está dispuesto a llevar al señor Braun dónde él quiera antes de volar con él hacia Liberia?

Macabee afirmó.

—Pero por supuesto, señor Dugan. Aunque dudo que pueda bajarse del avión cuando lleguemos a donde él quiere volar.

Dugan disfrutaba haciendo como que revisaba el contrato.

—Uhm, aquí no pone nada sobre que tenga que bajar del avión.

Braun tiró de las esposas a la vez que gritaba que todo aquello era un abuso. Macabee le hizo un gesto con la cabeza a uno de sus hombres, el cual ahogó su diatriba con un trozo de cinta adhesiva sobre la boca de Braun.

—Hablaré con el señor Braun para que me diga hacia dónde quiere volar una vez estemos en el aire —dijo Macabee— ¿Puedo hablar con usted en la pista, señor Dugan?

Dugan aceptó y siguió al elegante africano hasta la pista. Como estaba acordado, Ward y los británicos se habían marchado, cumpliendo de esta manera su parte del acuerdo. Una vez en la pista, Macabee miró a Dugan.

—Bueno, sabe usted que justicia aplazada es justicia denegada. De modo que llevaré al señor Braun a casa —dijo estrechándole la mano— Aunque no quería marcharme sin antes agradecerle a usted y a su gobierno el generoso regalo.

—Ha sido un placer, señor ministro —contestó Dugan devolviéndole el apretón de manos— Aunque le pido por favor que sea discreto con lo que se refiere al avión. El agente Ward tuvo que pedir algunos favores a amigos de la Agencia Antidrogas. La transferencia no era estrictamente legal, pero estoy seguro de que ustedes harán un mejor uso del avión que los traficantes de droga a los que les fue confiscado.

Macabee sonrió.

—Entiendo —dijo y subió al avión.

Diez minutos más tarde, Dugan vio cómo el avión se perdía en el horizonte. Por primera vez, desde que conoció a Ward y Gardner en Singapur hacía dos meses, se sentía tranquilo.