Capítulo cuatro

EMBAJADA de los EEUU Napier Road, República de Singapur Hora local: 1445 horas 26 de mayo GMT: 0645 horas 26 de mayo

¡Por Dios! Qué edificio tan horrible. Dugan subió las escaleras hacia la entrada de la embajada. Una vez que los guardias de seguridad de Singapur hubieron confirmado su identidad y a qué venía, pasó por los detectores de metal y las puertas a prueba de bombas y después por un Marine de guardia hasta llegar a donde los pasaportes. Minutos más tarde, se encontraba en una sala de conferencias sin ventanas cuando Jesse Ward apareció, seguido por un chico joven.

Dugan no había visto a Ward en persona desde hacía un tiempo. El pelo negro y áspero del hombre era ahora más fino y con algunos cabellos grises, y su tez morena tenía ahora más arrugas. Aunque su inteligencia aún se notaba detrás de esos ojos de color café suave, vistiendo unos caquis y una chaqueta azul arrugada parecía normal y corriente; la apariencia perfecta para un agente de inteligencia.

—Encantado de verte, Tom —dijo Ward mientras Dugan daba un fuerte apretón de manos y asentía a su compañero— Este es mi jefe, Larry Gardner.

Vaya contraste, pensó Dugan al darle la mano a Gardner. Gardner era mucho más joven, con un moreno impecable, una apariencia de estrella de cine y un cabello oscuro peinado con secador. Su traje nunca había reposado en un estante de tienda, ya sea de lujo o no, y su corbata de seda lucía un nudo perfecto. El puño de su camisa blanca de vestir asomaba por su chaqueta, dejando entrever unas iniciales grabadas y un Rolex de oro, los cuales revelaban recursos más allá de un salario de funcionario. Parecía un abogado. Dugan le cogió manía en el acto.

—Bueno, ¿qué queréis? —Dugan preguntó mientras se sentaban— Debe ser importante si habéis venido desde Langley hasta Singapur.

Ward abrió su boca pero Gardner le interrumpió.

—¿Cuál es su relación con Phoenix Shipping, Dugan? —le preguntó.

Dugan le lanzó una mirada inquisitiva a Ward y luego se encogió de hombros.

—Alex Kairouz es mi mejor cliente y un buen amigo. Llevo uno de sus barcos que está ahora mismo en un astillero allá en Sembawang —hizo una pausa— ¿Por qué? ¿De qué va todo esto?

—¿Le sorprendería saber que a Kairouz le relacionan con terroristas?

Dugan puso cara de sorpresa antes de que sus ojos mostrasen enfado.

—¿Alex Kairouz? ¿Terroristas? Gilipolleces. Odia a esos musulmanes fanáticos.

—¿Quién ha dicho nada de musulmanes, Dugan?

Dugan fulminó con la mirada a Gardner.

—Era lo primero que se me vino a la cabeza. El IRA y el Frente Popular de Liberación de Kansas no han volado a nadie últimamente.

Gardner se puso colorado, abrió una carpeta, e hizo como que estudiaba los contenidos.

—Le ha dado mucho dinero.

—No me ha dado ni una mierda. Me pagó por los servicios prestados.

—Quizás, pero su asociación y otras cosas le ponen bajo sospecha —le advirtió Gardner— Ward aquí habla bien de usted, pero hasta que no estemos seguros en dónde reside su lealtad...

—¿En dónde reside mi lealtad? —le interrumpió Dugan, mirando primero a Ward y luego centrando su mirada nuevamente en Gardner— Sabe, si fuese un poco sensible, esto heriría mis sentimientos.

—Mira Dugan, abandone esa actitud —le advirtió Gardner— Su deber como ciudadano americano...

—Señor Gardner. Larry. ¿Puedo llamarle Larry? —le preguntó Dugan y siguió hablando sin esperar una respuesta— Larry, le aseguro que cooperaré.

Gardner le sonrío a Ward de forma chulesca.

—Sin embargo, la colaboración significa relaciones —siguió hablando Dugan— Por ejemplo, disfruto los lazos que nos unen al agente Ward y yo. Pero Larry, yo no siento esa misma química aquí. Estoy seguro de que es mi culpa, pero creo que debo seguir con uno de tus socios —hizo una pausa— ¿Están Moe o Curly Joe disponibles?

La sonrisa en la cara de Gardner se desvaneció.

—Hijo de puta —le dijo y se levantó para salir fuera cerrando la puerta de un portazo tras él.

Ward agitó su cabeza.

—Me podrían despedir, Tom.

—No. Incluso el gobierno necesita algunas personas competentes por aquí. ¿Por qué no me invitas a una cena mientras me informas sobre mis deberes como americano leal?

Ward asintió.

—Perfecto. Te veré en el vestíbulo del Trader a las ocho. Y duerme un rato, estás hecho una mierda.

—Gracias —dijo Ward.

—En serio —respondió Dugan— Si te mueres, tendré que ocuparme de ese imbécil.

Marisquería Chen Fu Boat Quay, República de Singapur Hora local: 2135 horas 26 de mayo GMT: 1335 horas 26 de mayo

Ward vació su vaso. Los caparazones de los cangrejos se desbordaban por el plato, al cual le rodeaban platos casi vacíos de fideos secos y otros manjares de Singapur. Dugan alzó una jarra con cerveza Tiger y levantó sus cejas, pero Ward declinó la invitación. Dugan rellenó su propio vaso y miró alrededor. Se sentaron solos en la terraza del ático del restaurante, alejados del bullicio de todos los restaurantes con terrazas que bordeaban Boat Quay. El acceso por una escalera de espiral estrecha complicaba el servicio, pero el estatus de Dugan como antiguo cliente que da buenas propinas le permitía tener una zona apartada para cenar.

—¿Suficientemente seguro para ti? —le preguntó Dugan.

Ward asintió.

—Bueno, cuéntame Jesse. ¿Cómo es que has acabado teniendo a ese gilipollas como tu jefe?

Ward se encogió de hombros.

—La agencia se apunta, de vez en cuando, a “la loca teoría semanal de administración de empresas”, en este caso, los “candidatos líderes” que rotan en los puestos de supervisión. Operaciones está, por lo general, exento, pero no esta vez. Gardner es nuestro primer candidato. Me lo encasquetaron porque el terrorismo marítimo no atrae tanto como los aviones estrellándose.

—Sin ninguna duda, todos le han calado. Tiene bastante poca personalidad.

—Puede ser muy hábil cuando quiere y tiene contactos. Tiene aspiraciones políticas —Ward sonrió abiertamente— A lo mejor te estás cagando en un futuro presidente.

Dugan se estremeció.

—Dios nos guarde.

—De cualquier forma, yo me encargaré de él.

—¿Encargarte de él mientras hacemos el qué exactamente? —le preguntó Dugan.

Ward miró fijamente a los ojos de Dugan.

—Tom, necesito que aceptes la oferta de Kairouz.

Dugan parecía estar confundido.

—¿Cómo...?

Entonces entendió.

—Hijo de puta. ¿Has pinchado mi teléfono?

Ward no pestañeó.

—Por supuesto que lo hemos pinchado. Al igual que el mío y el de todos los demás. Puede que no lo hayas leído, pero firmaste esa renuncia hace mucho, mucho tiempo. Tiempo atrás, cuando aceptaste mantener tus ojos y oídos bien abiertos y hacer fotos para nosotros ahora y siempre. ¿Como se podría hacer de otra forma? Nos jugamos demasiado como para no controlarnos.

Después de un largo minuto, Dugan asintió.

—De acuerdo, tienes razón. Pero eso no significa que me guste. Así que, ¿qué pasa con Phoenix? Ah sí y ¿qué demonios quiso decir Gardner cuando dijo que mi relación con Alex “y otras cosas” me ponían bajo sospecha? ¿Qué otras cosas?

—Inspeccionaste un barco para el MSC la semana pasada —dijo Ward.

Dugan asintió.

—El Alicia, pero ¿por qué es importante eso?

—Lo secuestraron en la ruta hacia Tailandia.

—¿Secuestrado? Imposible —exclamó Dugan— ¿Y qué hay del destacamento de la marina?

—Tres muertos —contestó Ward— El único que sobrevivió fue el jefe del equipo, un joven primer contramaestre llamado Broussard. Logró escaparse dando él la alarma y le recogieron los malayos mientras flotaba en el estrecho.

Dugan se quedó callado.

—Le conocí —al final dijo— Parece un buen muchacho.

Ward solo asintió y Dugan siguió hablando.

—Pero aún sigo sin saber qué tiene que ver eso con Phoenix... o conmigo.

—El MSC alquiló el barco a Willem Van Dijk, de Rotterdam —le anunció Ward— Van Dijk se enteró del trabajo por una llamada de Phoenix. Estaba bajo vigilancia por los holandeses por temas que no guardaban relación con el contrabando. La misma conversación telefónica era segura, pero escucharon lo que él decía por medio de unos micrófonos ocultos en su oficina y rastrearon el origen desde Phoenix en Londres. Solo sumaron dos más dos después del secuestro.

—Lo que sucede es que el MSC alquiló el Alicia porque era el único que estaba disponible y eso no fue casualidad —continuó hablando Ward-Ahora que lo pienso, Van Dijk gastó mucho dinero en alquilar otros barcos adecuados en diferentes puertos marítimos solo para quitarlos de en medio.

Ward miró fijamente a los ojos de Dugan.

—La gente no secuestra lanchas cañoneras solo para hacer esquí acuático. Ahí está tu conexión con Phoenix y el hecho de que hayas inspeccionado el barco antes de que lo secuestrasen y conocieses el cargamento...

—Junto con otras miles de personas —le espetó Dugan.

Ward levantó las manos.

—No estoy diciendo que estés involucrado, Tom, pero es una coincidencia y a la gente en mis negocios no les gustan mucho las coincidencias. Te conozco desde hace tiempo, pero para alguien como Gardner, tú pareces sospechoso. Me estoy arriesgando al traerte aquí. Para serte sincero, seguramente yo no lo habría hecho, excepto por nuestra larga relación y por el hecho de que, por tu relación con Kairouz, tú eres nuestra mejor opción para entrar rápido en Phoenix.

—Jesse, no me he entrenado para esto.

—Principalmente, nos ayudarás a colocar a un agente británico —dijo Ward.

Dugan dudó y jugó con la idea de contarle a Ward sobre el reciente extraño comportamiento de Alex Kairouz. No, pensó, es mejor dejar eso por ahora.

—Simplemente no me siento bien espiando a Alex —afirmó Dugan.

—¿Qué es lo mejor para Kairouz? ¿Tenerte a ti o a un extraño?

Dugan se quedó callado.

—Muy bien, lo haré —dijo finalmente.

—Bien. Todo ello si aceptas la posibilidad de que Kairouz sea culpable.

—¿De la misma forma en la que aceptas que yo soy culpable? —le preguntó Dugan.

Ward cambió de tema.

—Dime qué recuerdas sobre el Alicia.

Dugan se encogió de hombros.

—No recuerdo mucho más. Solo es un barco de cabotaje con una bodega corrida y con un patrón, un holandés que quiere hundirlo. Un primer oficial que se llama Ali algo Sheboni, creo. Parece estar manejándolo todo.

—Sheibani —le corrigió Ward— Según Broussard, Sheibani arregló el secuestro y asesinó a tres de los chicos de Broussard en el proceso. Dos a quemarropa y a sangre fría.

La cara de Dugan se endureció.

—Ese jodido cerdo. ¿Tienes alguna pista?

Ward agitó su cabeza.

—Teníamos el estrecho cubierto de satélites unas horas después de las noticias, sin observar nada. El Alicia no pudo haber salido del estrecho entonces. Suponemos que estará en lado Indonesio, dada su última ubicación conocida y que iba a velocidad máxima, podría estar en cualquier parte a lo largo de las 200 millas de costa, mil si contamos islas y calas. Cientos de escondites buenos.

Dugan asintió.

—Ya veo el problema. No puedes descartar ningún lugar por culpa de la profundidad del agua. Según recuerdo, el Alicia cala hasta 4 metros a plena carga. Eso equivale a 1.500 toneladas. Los botes y todo su equipo sumaban en total menos de 50. Puede estar bastante ligero.

—Es verdad —confirmó Ward— Pero la prioridad principal es la de recuperar los botes y no creemos que los secuestradores perderán su tiempo en alejarlos del Alicia. Los botes mismos son más fáciles de esconder y navegar a través de los manglares.

—Ahí tienes tu respuesta —le dijo Dugan.

Ward parecía confundido y Dugan siguió hablando.

—Las grúas del Alicia no pueden manipular los botes. Necesitan de una grúa. Y las grúas de tierra necesitan muelles resistentes y las grúas grandes y flotantes son pocas y están muy apartadas entre sí.

Dos días antes M/V Alicia Islas Riau, costa de Indonesia Hora local: 0400 horas 24 de mayo GMT: 2000 horas 23 de mayo

Sheibani se movía desde un alerón del puente hasta el otro a la vez que tranquilamente daba órdenes al timón, dirigiendo al Alicia por las aguas someras e intrincadas a las profundidades de los manglares a la luz de la luna y con marea alta. Tenía a su mejor hombre al timón y había aligerado el Alicia hasta los 2 metros de calado. El resto de la tripulación equiparon las regalas con luces portátiles potentes y avisaban sobre los obstáculos.

Con la hélice y el timón parcialmente sumergidos, el barco se manejaba mal, pero cada vez que encallaba en el barro, esperaba a que la marea lo despegase y luego Lamentaba que nadie supiese sobre el paradero final del Alicia y apreciase su habilidad, pero engañar a los infieles era motivo suficiente.

Una vez el cielo se iluminó por el este, divisó su objetivo antes de que amaneciese: un muelle de cemento a punto de desmoronarse en un estanque de aguas tranquilas. Los árboles crecían entre las grietas del muelle, algunos con un diámetro de 30 centímetros, unas copas más altas que la caseta de cubierta del Alicia y ramas gruesas que se extendían por el agua. Sheibani dio un grito de aviso y la tripulación salió disparada hacia la caseta de cubierta a la vez que él se refugió en la caseta del timón y aumentó la velocidad. Empujó a un lado al timonel y cogió él mismo la rueda para pegar con fuerza el babor del Alicia al muelle, la velocidad del barco forzaba la superestructura, las botavaras y los mástiles a través del follaje. Las sólidas ramas se partían sonando como cañonazos y se caían en la cubierta a la vez que el pequeño barco se iba deteniendo muy lentamente. El Alicia se escoró ligeramente hacia estribor mientras se abría camino por los obstáculos, fue entonces cuando Sheibani escuchó como chirriaba el acero en el cemento. Apagó el motor y el Alicia tembló hasta detenerse.

Unos segundos más tarde, Sheibani se encontraba en el alerón del puente a estribor y se quedó observando cómo su tripulación salía enfurecida de la caseta de cubierta y se dirigían hacia sus puestos de trabajo asignados. Algunos se dirigieron hacia el muelle y comenzaron a amarrar los cabos, a la vez que otros arrancaban las motosierras y empezaban a limpiar la cubierta de las ramas rotas e iban tirando los restos por la borda. Tras unos minutos, el barco estaba seguro, las raíces que colgaban protegían la mayor parte de la embarcación. Las mallas de camuflaje se encargarían del resto.

Llegó por primera vez a este lugar con una motocross y con un hombre mayor como guía que había trabajado aquí hace mucho tiempo. Todo lo que quedaba era un muelle a punto de derrumbarse y un cobertizo prefabricado destartalado, con los lados oxidados y cubiertos por parras y el extremo derrumbado en la oscura selva. Convencer al Fondo Internacional de Desarrollo para financiar un puerto a gran distancia de las aguas profundas debe haber sido muy difícil, incluso años atrás, pero los promotores tenían buenas contactos. Arrojaron un dique y excavaron un agujero de 11 metros de profundidad al lado para cobrar gran parte del pago por anticipado. Meses más tarde, cuando un equipo de inspección encontró el lugar abandonado, con mucha maleza y con un canal de aguas profundas que entraba hacia el muelle y que solo existía en papel, el gobierno fingió estar indignado, el FID se encogió de hombros y todos se olvidaron del lugar hasta que Alá llevó a Sheibani hacia allá 30 años después. Durante 3 años había usado el lugar como un almacén de contrabando, fondeaba el Alicia en aguas profundas muy lejos y se acercaba con una Zodiac. Tanto el barco como el lugar habían cumplido, pero era hora de seguir adelante.

M/V Alicia Islas Riau, costa de Indonesia Hora local: 1300 horas 25 de mayo GMT: 0500 horas 25 de mayo

Sheibani asentía con la cabeza a la vez que iba por la bodega, feliz por el progreso. Veía como se aglomeraban los hombres ante los botes, quitaban las eslingas de trincaje y aseguraban unas fuertes lonas de vinilo por encima de las aperturas de las cabinas de mando antes de sellar por completo los botes con un envoltorio industrial elástico. Muy pronto acabarían siendo tan flotantes e insumergibles como los corchos.

En la popa de la bodega los hombres vaciaban los contenedores de las armas y lanzaban su contenido desde la cubierta principal hasta el muelle de cemento resquebrajado mientras que, más a proa, el jefe de máquinas se agachaba en la cubierta para cortar la chapa. El siseante soplete cambió de color y un círculo limpio de acero cayó al agua del tanque de lastre de abajo y los bordes calientes empezaron a echar vapor. Sheibani echó un vistazo por la escotilla al cielo que se podía ver a través de las ramas de árboles colgantes y las mallas de camuflaje, entonces fue a la escala, repasando los preparativos mientras subía a la cubierta principal. Todo lo que quedaba era instalar una red de cables por la bodega, tirantes entre las orejetas del fondo de la bodega y de la escotilla para reunir los botes justo debajo de la escotilla abierta. Si Dios quería, podía hundir su prisión al amanecer. No echaría de menos el Alicia ni el calor ni los monos indonesios.

M/V Alicia Islas Riau, costa de Indonesia Hora local: 0500 horas 26 de mayo GMT: 2100 horas 25 de mayo

El cielo se iluminaba mientras Sheibani permanecía con la tripulación en el muelle. El Alicia estaba ahora más bajo que el muelle y una escala de embarque empinada y corta descendían a la cubierta principal. La malla de camuflaje ya no estaba y la escotilla estaba abierta cuando el jefe de máquinas trepó por la escala.

—Ya está hecho, Comandante —dijo— Está por debajo de marcas con la proa un poco más hundida. He empezado a inundar las bodegas de carga por medio de los tanques de lastre barrenados. El agua llegará hasta el extremo y agilizará el hundimiento de la proa. La cámara de máquinas a popa se hundirá lo último. Para cuando las aguas provoquen un cortocircuito en las bombas, estará hundiéndose solo —hizo una pausa— Si Dios quiere, se hundirá rápidamente.

Sheibani asintió y miró. El agua empezó a subir por la bodega y los botes empezaron a flotar libremente y subían a la vez que el barco se hundía por debajo de ellos. Entonces la cubierta del Alicia se hundió y el agua se derramó por las brazolas de la escotilla y cayó en forma de cascada en los botes por todos los lados. Los botes rebotaban y se balanceaban en el agua por debajo de las riadas y en unos segundos el Alicia se hundió a sus pies entre un remolino de burbujas. Una sonrisa aliviada dividía la cara del jefe de máquinas a la vez que los botes se balanceaban sobre el agua hacia la superficie sin un rasguño y un grito espontáneo de “Allahu Akbar” crecía de las gargantas de la antigua tripulación del Alicia

***

DeVries sentía la baldosa fría en su carrillo mientras se encontraba tumbado atado de manos y pies. Sentía un dolor punzante en la cabeza tras la paliza y sentía como la cubierta se inclinaba por debajo de él mientras el casco gemía bajo una tensión poco familiar. Las luces se apagaron, cerró los ojos y pidió que se terminase la pesadilla. Los volvió a abrir cuando el agua mojó su carrillo. Empezó a chapotear con la inundación y a maldecir a los barcos, al mar y a su familia de estirados. Al final, su tumba quedó marcada por un trozo de la cubierta del puente, los topes de los mástiles y plumas de carga roñosos y enmascarados por la selva circundante. La única señalización de que el capitán Jan Pieter DeVries, capitán después de Dios del buque Alicia, se había hundido con su barco.