Capítulo seis

CASA del Conocimiento Islámico Dearborn, Michigan, EEUU Hora local: 0930 horas 27 de mayo GMT: 1330 horas 27 de mayo

Mohammad Borqei se puso de pie, con los puños apretados en su espalda mientras se estiraba para disminuir la rigidez de las heridas viejas de metralla. Metrallas americanas, ya que el Gran Satán había sido generoso a la hora de ayudar a Saddam cuando el desquiciado asesinaba iraníes. Borqei se tragó su enfado. Se fue de la ventana a su escritorio y recogió el mensaje de Teherán.

Una sonrisa melancólica cruzaba su rostro barbudo al pensar en Irán, un hogar que ya no volvería a ver. Había tardado años en crear su “leyenda” como moderado, avanzando puntos de vista que detesta por todas las mezquitas de Teherán, aguantando la hostilidad de sus compañeros para al final acabar en prisión por actos sediciosos. Entonces había “escapado” a los EEUU a través de Canadá y los estúpidos americanos habían arrastrado al caballo troyano a través de las puertas.

Se había asentado en Dearborn, junto con su comunidad de musulmanes y se había unido a grupos interconfesionales que predicaban la tolerancia. Cuando el imán de la Casa del Conocimiento Islámico murió en un accidente de coche, era la opción más lógica para asumir el liderazgo de la preeminente comunidad de la mezquita. Con la idea de ganar los votos islámicos, el congresista local dio un empujón a la petición de ciudadanía de Borqei y se quedó sonriendo al prestar juramento. En efecto, la “asimilación” pública de Borqei era tan convincente que socavó su misión. Su círculo íntimo de fieles era pequeño y resistente a todos los esfuerzos de expansión.

A pesar del cinismo con respecto a los ideales americanos cómo se predicaba y practicaba, para los musulmanes de Dearborn era optimista. Los conflictos con sus vecinos americanos “de verdad” eran habituales, pero se las ingeniaba con palabras durante las reuniones y no apedreando a la muchedumbre o con terroristas suicidas. Cada compromiso al que llegaba a duras penas era una victoria pequeña, mientras que sus hijos jugaban al fútbol americano y comían pizza halal y construían sus nuevas vidas, mucho mejores que aquellas que dejaron atrás.

Borqei se enfrentó a la paradoja. Su necesidad de americanos “asimilados” nunca la encontraría entre musulmanes nacidos en EEUU que se habían corrompido más allá de la redención. Hezbollah había venido a su rescate, merodeando mucho por los campos de refugiados para huérfanos. Mientras se adiestraban en Irán, Borqei preparaba el terreno y ayudaba a los fieles de su círculo más íntimo para obtener la ciudadanía que les permitía, a su vez, usar la Ley de Nacionalidad Infantil estadounidense para adoptar a “niños extranjeros”. Todos ellos habían terminado el entrenamiento de Hezbollah. Llegaron comprometidos a servir al Islam convirtiéndose incluso en más americanos de apariencia. Él tenía ahora una docena y el primero era el de mayor calidad.

Yousif Nassir Hamad, o “Joe” Hamad, estaba terminando la universidad con honores y con una beca de la Marina de los EEUU en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva estadounidense. Con dominio del árabe, estaba muy solicitado y Borqei le había estado ayudando a revisar sus opciones y decidir en qué parte de la marina serviría mejor al Islam. Ahora lo habían decidido por ellos. Borqei se quedó mirando fijamente al mensaje con desagrado.

Residencia Kairouz Londres, Reino Unido Hora local: 0815 horas 28 de mayo GMT: 0715 horas 28 de mayo

—¡No! —se quedó Cassie mirando desafiante y dejó caer la cinta de pelo en la mesa— Este uniforme ya es lo suficientemente malo... Por favor papá, dile que no lo tengo que llevar.

Alex examinó el lazo por encima de su taza, mientras recordaba como disfrutó Cassie cuando la señora Farnsworth lo hizo por primera vez. Mientras que Cassie luchaba entre su edad física y mental a la edad de 15, los conflictos empezaron a ser más habituales, algo muy difícil para Cassie pero aún más difícil para la señora Farnsworth.

—Cassie, el lazo te hace más guapa —le dijo.

—Lo odio, lo odio —hablaba Cassie mientras miraba sus cereales y hacía pucheros.

—Cassie, una chica educada no hace pucheritos —le comentó la señora Farnsworth— La gente reacciona a las cortesías, no al mal genio o demandas que irritan. ¿Por qué no me vuelves a preguntar, señorita?

Alex se tensó. La campaña la-señorita-perfecta había sido difícil para él, pero la señora Farnsworth era insistente en que el desafío repetido había reforzado las habilidades de Cassie. Aceptó la teoría pero era incapaz de ocasionarle molestias a Cassie. Se mordió la lengua y dejó que le corrigiese la señora Farnsworth, es de agradecer que esté hecha de otra pasta.

—Por favor, señora Farnsworth, ¿tengo que llevarlo puesto? —le preguntó Cassie, apenas perceptible.

—No si no quieres —respondió la señora Farnsworth— Ahora sube y arréglate el pelo. Es casi la hora de marcharse.

—Ah, gracias —se alegró Cassie mientras corría hacia la puerta. Se detuvo a mitad de camino y se volvió— Ah, casi me olvido. ¿Cuando llegará el tío Thomas, papá?

Alex sonrió.

—Llega esta tarde, Cassie. Cenará con nosotros.

—Bien —sonrió Cassie y salió disparado hacia la puerta.

—¡No corras! —le gritó la señora Farnsworth mientras se giraba Cassie.

Alex soltó una risita mientras se iba Cassie.

—Un poco tarde, me parece.

La señora Farnsworth sonrió.

—Avanza poquito a poco.

—¿Esperabas más?

El ama de llaves asintió.

—Un carácter firme. ¿Se ha fijado como ha intentado provocarnos? Una buena señal.

Alex se guardó juzgarla. Se había preocupado de Cassie desde su infancia y las estanterías de su dormitorio estaban rebosando de libros sobre el desarrollo, necesidades especiales y técnicas pedagógicas de recuperación. Muchas noches la veía a través de la puerta abierta devorar tomos de conocimientos.

Suspiró.

—Tengo emociones cruzadas al ver como la manipulación reemplaza a la inocencia.

—La pérdida de inocencia es inevitable, señor, si tiene que acabar independizándose. No estaremos por aquí siempre.

Alex asintió mientras tomaba a sorbitos el café en silencio. La señora Farnsworth parecía inquieta, aunque estaba a punto de hablar en varias ocasiones, estaba estudiando su café.

—El café no es tan interesante. Diga lo que piensa, señora Farnsworth. Si es sobre Thomas...

La señora Farnsworth sacudió su cabeza.

—Me he resignado a su amistad con el grosero del señor Dugan desde hace tiempo. Me preocupa este Farley. No parece bueno, señor.

Alex se enderezó.

—Sigue.

—No puedo entender por qué, sin previo aviso, le contrató como nuestro chofer y destituyó a Daniel después de tantos años de servicio leal. Me he ocupado de mantener a Daniel ocupado con otras tareas, pero se siente perjudicado. Puede que nos deje.

—Tiene usted toda la razón, señora Farnsworth y pido disculpas. Se presentó una necesidad y una serie de razones que no puedo discutir, pero lo he hecho mal.

—¿Necesidad, señor? ¿Qué necesidad? Farley es imprudente y desagradable hasta el extremo, merodeando la cocina, ofende a la señora Hogan con un humor grosero y llama a Daniel a su cara “viejo judío” —bajó el tono de su voz— Y se come a Cassie con los ojos y no disimula su lujuria. Ese patán se tiene que ir.

Alex había intentado intervenir en numerosas ocasiones antes de poder hablar.

—Se marchará pronto —le respondió— Hasta entonces, asegúrese de que Cassie no se queda a solas con él.

—¿Ha entendido lo que le he dicho, señor?

—Perfectamente, pero no puedo despedirle ahora —respondió Alex apretando los labios— Es un guardaespaldas. Ha habido... han amenazado con secuestrar a Cassie.

—Por Dios ¿Quién? ¿Ha avisado a la policía?

—Correos electrónicos anónimos —mintió Alex mientras recitaba la historia que Braun se había inventado— La policía los está investigando. Me recomendaron contratar a Farley.

La señora Farnsworth digirió las noticias pero se centró en la amenaza inminente.

—Entendido señor. Pero aun así no confío en Farley. Le tenemos que sustituir.

—Imposible —dijo Alex.

—Pero seguro que la agencia que contrató...

—¡Por Dios, mujer! —dijo con la cara roja— Le agradecería que no se entrometiese y haga lo que le diga —la fulminó con la mirada y pareció relajarse según se sentaba, con los codos en la mesa y la cara tapada por las manos como si se escondiese de su propio arrebato.

La señora Farnsworth se sentó impactada hasta que Alex volvió a hablar, con la cabeza gacha e intentando evitar sus ojos.

—Esto era impensable. Por favor, discúlpeme señora Farnsworth. Estoy alterado y preocupado por Cassie.

Ella se puso tiesa.

—Como yo también, señor. ¿Eso es todo?

—Contrataré otro coche y usaré a Daniel para que haga recados en la oficina. Eso calmará sus sentimientos y le dejará tiempo para conocer a Farley.

Se puso de pie.

—Sea lo que decida, señor, tengo que vigilar a Cassie.

Alex la llamó por su nombre cuando ella se acercó a la puerta y se giró.

—Respecto a sus sospechas. Por favor, vigile a Cassie de cerca.

—Siempre lo hago señor. Siempre lo hago —dijo con una voz muy delicada.

Residencia Kairouz Londres, Reino Unido Hora local: 2115 horas 28 de mayo GMT: 2015 horas 28 de mayo

Alex sonrió al ver a Dugan frotarse la barriga simulando angustia.

—Está claro que tendré que encontrar rápido un sitio por mi cuenta, señora Hogan —le comentó Dugan a la cocinera— Si me quedo aquí mucho más necesitaré un nuevo armario.

La cocinera sonreía mientras servía el café.

—Pues sí y no era nada especial, señor Dugan —le dijo mientras se retiraba a la cocina.

Otra conquista de Dugan, pensó Alex. Thomas había conseguido incluso descongelar un poco esta tarde a la señora Farnsworth. Se dio cuenta de la mirada de aprobación del ama de llaves cuando Cassie charlaba muy feliz con el invitado.

—Cassie, tienes deberes, así que di buenas noches —le ordenó la señora Farnsworth.

—Por favor, por favor, ¿podría hacerlos por la mañana? —le rogó Cassie.

—No cariño. Estoy convencida de que tu padre y el señor Dugan tienen que tratar cosas.

—Ah, vale —dijo Cassie y se levantó para abrazar a Dugan— Estoy muy contenta de que estés aquí tío Thomas.

—Yo también, Cassie —le dijo Dugan— Hablaremos mañana al salir del colegio. Daniel te traerá a casa antes de que te des cuenta.

—Daniel no, Farley —le corrigió Cassie.

—Tenemos nuevo chofer —explicó la señora Farnsworth, mostrando un más que evidente rechazo.

—Y es realmente asqueroso, tío Thomas —dijo Cassie— Pero papá dice que se irá.

Dugan miraba confuso a Alex.

—Te explicaré más tarde, Thomas —dijo Alex— Ahora Cassie, ¿y mi beso?

Cassie abrazó a Alex y le dio un besito en la mejilla mientras la señora Farnsworth se levantó.

—¿Eso es todo, señor? —le preguntó el ama de llaves.

Alex sonrió y asintió, queriendo esconder la tensión repentina, pero la mirada en la cara de Dugan señalaba que no lo había conseguido.

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó Dugan después de que Cassie y la señora Farnsworth se marchasen.

Alex vaciló y bajó el tono.

—Han habido amenazas de secuestro en contra de familias importantes.

—¿Te han amenazado?

—No directamente, pero me preocuparon —mintió Alex— Contraté a Farley como guardaespaldas. Parece ser que no es un tipo muy agradable.

—¿Pero por qué está molesta la señora Farnsworth?

Alex suspiró.

—No le he preguntado. Ya sabes lo protectora que es con Cassie. El que Farley sea un patán empeora las cosas.

—Ya veo —dijo Dugan, pero su cara decía que no lo veía. Con mucho tacto, le cambió el tema.

—Ponme al corriente con la situación laboral —le dijo Dugan— ¿Qué ahí de este otro? ¿Cómo visualizas la repartición del trabajo?

—Su nombre es Braun, capitán Karl Braun —respondió Alex— Es director de operaciones: programar, tripular, compra de combustible, pago de las nóminas, ese tipo de cosas. Tú serás el director técnico: mantenimiento, reparaciones de los astilleros y otras cosas. Lo haremos todo controlando las interferencias.

—Me parece bien —dijo Dugan con tono de aceptación— Estoy ansioso por empezar.

Alex vaciló.

—No hay ninguna prisa, Thomas. ¿Por qué no trabajas a media jornada unas cuantas semanas hasta que te acostumbres, buscas un piso y pones los pies sobre la tierra?

—Quiero ganar mi dinerito.

—Por supuesto, por supuesto, pero es un maratón, no un sprint —exclamó Alex.

—Ok, supongo —dijo Dugan. El “así de fácil” no era para nada el estilo de Alex Kairouz.

—Entonces ya está todo —dijo Alex y se levantó— ¿Me acompañas a tomar una copa?

Dugan bostezó.

—No gracias. El cambio de horario me está matando. Te veo por la mañana.

***

Dos horas más tarde Dugan estaba aún despierto y dándole vueltas al extraño comportamiento de Alex. Por lo que él sabía, era impensable que Alex no involucrase a la señora Farnsworth en cualquier cuestión relacionada con Cassie. Sin embargo, en caso de que así fuese, Dugan no creía que la señora Farnsworth intentase calmar las rencillas si la seguridad de Cassie estaba de por medio. Algo no estaba bien.

Atico, Plaza on the Thames Londres, Reino Unido Hora local: 2200 horas 28 de mayo GMT: 2100 horas 28 de mayo

—¿Cómo es que vives como un jodido príncipe árabe y yo vivo en un maldito armario encima de un garaje? —preguntó Ian Farley mientras se quedaba mirando con envidia desde el sofá. Con su metro ochenta y noventa kilos, parecía un cabeza rapada con aspecto musculoso y amenazador. Si solo se quedase callado.

Braun se tomó un sorbo de coñac y acercó la copa de coñac a la nariz para saborear el aroma mientras el líquido se deslizaba por su garganta. Miró desde la chimenea hasta la pared de cristal del enorme salón con vistas al Parlamento que estaba al otro lado del Támesis. La lluvia en el cristal refractaba las luces con un efecto deslumbrante. El tiempo en Cuba era mejor, pero no podía disfrutar de cosas de categoría en el paraíso del trabajador y Braun le estaba sacando provecho a Londres. A cuenta de Kairouz, por supuesto. Miró a Farley y suspiró. No más de lo debido, dado los idiotas a los que tuvo que aguantar.

—Porque, Farley, tu tapadera es de un criado. Tú vives en los aposentos de los criados.

Farley empezó a hablar, pero la mirada de Braun le dejó helado.

—Y no te alejes de la chica otra vez, a no ser que esté en el colegio o en cualquier otro sitio en donde tu presencia sea sospechosa. ¿Entendido?

—Sí, sí, lo he pillado.

Braun pegó otro sorbo y estudió a Farley por encima de la montura de sus gafas. Por todos sus defectos, Farley tenía las habilidades necesarias y era prescindible. El resto de la operación era igualmente austero, su único otro operativo era un obseso de la informática ansioso por guardar secretos de gobiernos extranjeros de su pasado trabajo. El chantaje no era el único incentivo de Joel Sutton. Braun había despedido al personal de informática y había contratado a Sutton con unos altos honorarios, otra vez con el dinero de Kairouz.

Sutton colocó micrófonos en la oficina de Kairouz y en los teléfonos de la oficina, casa y en el móvil y ahora controlaba los ordenadores de la compañía. Braun controlaba los teléfonos de la oficina en tiempo real y los otros teléfonos los grababa. Había descartado pinchar los teléfonos de la casa de Kairouz; el parloteo diario sería tedioso de revisar y revelaría poco. La presencia de Dugan quizás cambiaba eso.

—Con Dugan por ahí, pasa más tiempo en casa —le dijo Braun— Mantén los oídos bien abiertos.

—¿Para qué? —preguntó Farley.

—Signs Dugan es sospechoso, por supuesto. Idiota.

—No tan rápido, jefe. La maldita bruja irlandesa me odia. Me envenenaría el té si tuviera la oportunidad y esa puta presumida de Farnsworth me atraviesa con la mirada. No soy precisamente el señor Invisible.

Braun suspiró.

—Está bien. Haz todo lo que puedas.

—Ok —Farley se levantó para marcharse— ¿Cuándo puedo pillar a la tarada? Recuerda nuestro trato.

—Métela dentro de tus pantalones, Farley. Te diré cuándo. Y no puedes dañar la mercancía. Traerá una fortuna al Oriente Medio. A los moros les gustan las rubias.

Farley le lanzó una mirada lasciva.

—Seré un puñetero Sir Galahad. Llorará cuando me tenga que dejar, lo hará.