La Habana
26 de febrero, 19.55 h
Lucio Ross se sintió tranquilo. Bajo la llovizna de las calles mal iluminadas de La Habana Vieja y en medio de la gente que volvía del trabajo o salía de parranda, el manto de Kamchatka se mimetizaba magníficamente con su pelaje.
Cuando el hombre y el perro desembocaron en la Plaza de la Catedral, la fachada barroca del templo parecía una catarata de agua congelada flotando luminosa en la noche caribeña. Desde los balcones resplandecían los arcos de medio punto, y los palacios de piedra se alzaban macizos, ajenos a la algarabía. Lucio guió a Kamchatka entre los atriles sin cuadros, las mesas atestadas de El Patio y los grupos que conversaban en la plaza mientras de algún lugar llegaba una canción guajira.
Ya los curiosos se habían agolpado en calle Empedrado frente a las vallas policiales. Cincuenta metros más allá, en las graderías mecano, un público escogido agitaba banderitas cubanas y de la Unión Europea. Tal como lo había supuesto, sería imposible cruzar esa línea de protección con Kamchatka, por lo que se dirigió a la cara posterior del Cristóbal Colón. Pronto se encontró, sin embargo, con algo inesperado: las calles estaban cerradas y no había forma de aproximarse al hotel. Soltó una maldición. Azcárraga era más cauteloso de lo que había supuesto.
Siguió buscando un atajo hacia Tejadillo. Tenía que llegar hasta las inmediaciones de la entrada posterior del Cristóbal Colón. Lejos de ella no podría dirigir a Kamchatka mediante el silbido. El animal disponía de un gran olfato, pero sería incapaz de detectar a Azcárraga desde lejos y en medio de la gente.
Encontró una calle expedita cuadras más adelante y llegó por fin a Tejadillo. Pasó entre automóviles destartalados y gente sentada en los umbrales de los edificios, y trató de acercarse a la parte trasera del hotel. Llegó hasta unas cadenas que impedían el paso a vehículos, y se dio cuenta de que los guardias controlaban más allá a los cubanos, pero no a quienes parecían turistas. Hizo entonces lo único adecuado bajo aquellas circunstancias: cruzó como turista. Sin embargo, a media cuadra del Cristóbal Colón el paso estaba prohibido para todos. Allí se congregaban ahora los curiosos de siempre.
—Azcárraga solo puede hacerlo ingresar por aquí —masculló Lucio al ver despejada la calle frente al hotel.