San Petersburgo
30 de enero, 14.15 h
Después de la sesión diaria de entrenamiento con Kamchatka, Malévich condujo a Lucio a San Petersburgo en su Moskvich. La ruta estaba despejada y esquivaron con éxito los baches de la carretera y a la milicia del tránsito, siempre a la caza de mordidas. Boris lo dejó frente al Hotel Astoria, en la plaza de San Isaac, y quedaron en que pasaría a buscarlo dos horas más tarde.
—Recuerda, paséate por el lobby con el diario bajo el brazo para que ellos te vean —dijo Malévich. Lucio estaba a punto de tirar la puerta—. No te hablarán, solo quieren verte para preparar el contacto.
Lucio entró a la gran construcción triangular de color terracota vestido con el traje y la corbata comprados el día anterior en la galería comercial de Gostiny Dvor, pasó al restaurante a servirse un zakuski, plato de entremeses rusos, y luego se filtró en la sala de computadoras para huéspedes con el Pravda bajo el brazo. Revisó acuciosamente la versión electrónica de los periódicos cubanos, pero se marchó defraudado al no hallar la información que procuraba.
Después de recorrer las tiendas del hotel, desembocó en el lobby, un espacio amplio, alfombrado, con una gran lámpara de lagrimones, y consultó en inglés a una dependienta por folletos sobre Cuba.
—¿Cuba? Pocos rusos viajan actualmente a Cuba, usted sabe —explicó la mujer—. Mejor consulte en la agencia de viajes, al fondo del pasillo.
Recorrió el corredor de piso de mármol negro y paredes claras unidas por arcos, escuchando el eco de sus zapatos, con la convicción de que alguien del hotel debía estar espiándolo. Tras pasar junto a una estatua rodeada de lámparas doradas, alcanzó una oficina. Una joven le dijo que podía reservarle pasajes y hotel en La Habana.
—Primero necesito estudiar la oferta —dijo Lucio—. ¿Tiene folletos actualizados?
La mujer cruzó la sala dejando atrás un perfume dulzón y extrajo de una repisa unos folletos. Se dejó caer en la silla y desplegó uno en la mesa.
—Es el más actual que tenemos —aclaró—. Por precio, calidad y ubicación le sugiero hoteles como el Ambos Mundos, Sevilla o Inglaterra, están cerca de la zona colonial y son espaciosos y tranquilos.
—Esos nombres me resultan familiares.
—Varios escritores han escrito sobre ellos. Hemingway, Greene, en fin. ¿No se entusiasma?
Lucio prefirió estudiar los folletos en un salón con lámparas de cristal y sillones de terciopelo, donde un hombre con aspecto distinguido fumaba leyendo el Financial Times. No debía preocuparse del hotel en La Habana, Bento se encargaría de aquello. Casi dos horas más tarde, después de estudiar las noticias de la CNN sobre Cuba que anunciaban el inicio de un juicio en contra de los conspiradores de la Operación Foros, salió a la plaza de San Isaac, en cuyo centro relumbraba la estatua ecuestre del zar Nicolás I. Se cercioró de que nadie lo seguía, vio de refilón la cúpula dorada de la catedral, y caminó hacia la antigua embajada alemana. Allí esperó con las manos en los bolsillos y el Pravda bajo el brazo.
Minutos más tarde el Moskvich de Boris Malévich se detuvo tosiendo a su lado.