La Habana
21 de febrero, 13.00 h
—¡Cayó el hombre, ministro! —anunció Omar entrando al aire acondicionado del despacho. Desde el ventanal el ojo del gigantesco retrato exterior del Che Guevara observaba la ciudad.
El ministro se hundió en el sillón de cuero con los brazos cruzados, mirando a Omar en silencio. La palidez de su rostro acusaba la tensión que experimentaba desde hacía semanas debido a que el Comandante se negaba a creer que la CIA, como afirmaban los interrogados, no tenía papel alguno en Foros. Echó una ojeada a su reloj. Era hora de entregarle el reporte de mediodía al presidente, quien almorzaba ensaladas y pescado en su despacho del Palacio de la Revolución.
—Dame los detalles, que me esperan —dijo el ministro.
—La información es escueta. Lo ubicaron durmiendo en un motel carretero de Texas.
—¿Cómo dieron con él?
—Gracias a los datos que recibimos sobre su ingreso a Estados Unidos por el paso fronterizo Córdova-Américas. Después se ubicó el carro que había alquilado y se le instaló un emisor magnético para seguirlo.
—¿Fue Romeo?
—Fue Romeo con su brigada volante, ministro.
—¿Y cómo operaron? —preguntó el ministro acodándose en el escritorio, donde había carpetas, un bloc de apuntes y tres teléfonos, además de retratos de su mujer e hijos.
—No sé aún los detalles, pero parecerá un suicidio, ministro. Pierda cuidado.
—Recabe pormenores y reúna la confirmación de fuentes independientes, y me lleva todo eso al despacho del Comandante en palacio —ordenó el ministro y cerró el expediente de Constantino Bento, que tenía sobre el escritorio—. Creo que ahora sí descabezamos a Restauración Democrática.