Ciudad de México
3 de febrero, 21.40 h
Cuando el 747-400 de Air France aterrizó en el aeropuerto Benito Juárez de Ciudad de México, Lucio respiró tranquilo. La escala de cuatro horas en París, después de haber cogido la nave en Moscú, la había pasado en ascuas porque la policía antiterrorista examinaba pasaportes y maletines, en especial los de pasajeros con destino a Estados Unidos. Él, en rigor, nada tenía que ocultar, puesto que viajaba con un documento en regla, cumplía con los requerimientos de visado y no había cometido delito alguno.
Bento lo esperaba cerca de la estación de busecitos de la Hertz dentro de un Volkswagen alquilado. Llevaba la radio con unos corridos al máximo. Le entregó un sobre y le anunció que lo conduciría a un sencillo hotel próximo al Paseo de la Reforma. Se trataba de la Casa González, en la calle Río Sena, frente a la embajada británica, ubicación que a Lucio le disgustó por razones de seguridad.
—En el sobre está el comprobante del depósito en su cuenta de Bahamas y el pasaporte —dijo Bento mientras intentaba entrar a una pista atestada de vehículos que avanzaban a la vuelta de la rueda en la perpetua congestión capitalina—. Es de un mexicano parecido a usted. Cuando llegue al hotel, pase directamente a su habitación, la 202.
—No necesito presentarme en la recepción, ¿verdad?
—En el turno de la mañana ya ocupé la habitación por usted y di un número de tarjeta. Así que a la entrada simule que está volviendo a su cuarto después de un día agitado. Está todo pagado.
—¿Me dejó en el cuarto lo que le pedí?
Durante una luz roja, unos muchachos se abalanzaron sobre el carro y comenzaron a limpiar el parabrisas y los vidrios laterales. Bento buscó unas monedas en la chaqueta.
—En el cuarto hallará un maletín con ropa de su talla.
—¿Este es el pasaporte con que viajaré a Cuba? —preguntó Lucio extrayéndolo del sobre.
—Exactamente.
La luz pasó a verde, Bento bajó el vidrio y por una rendija le entregó dinero a los muchachos, que agradecieron golpeando el techo del carro.
—¿Está absolutamente limpio?
—Absolutamente. En el sobre hallará también la reserva en el hotel de La Habana y el pasaje de ida y vuelta. El del pasaporte no ha estado nunca en Cuba. Se supone que va en busca de mulatas y emociones fuertes. No tendrá problemas.
Lucio le entregó a su vez sus documentos a Bento y examinó el comprobante de su cuenta en clave y la foto del pasaporte bajo el foco interior del carro. Había cierta similitud entre el tipo de la foto y su rostro, cosa que lo tranquilizó. En La Habana se alojaría en el hotel Ambos Mundos, el mismo que le había sugerido la rusa.
—¿Cuenta ya con los materiales? —preguntó Bento.
—Me llegarán por correo.
—Eso sí suena raro…
No podía explicarle que Malévich enviaría todo del modo más seguro imaginable: empleando los sistemas internacionales de despacho de paquetes. Estados Unidos ofrecía facilidades inimaginables para el trabajo conspirativo, las que se habían visto mermadas, pero no anuladas, por el Departamento de Seguridad Nacional desde la guerra contra el terrorismo. Lo único que tenía que hacer era indicarle a Malévich una dirección y el resto funcionaría por sí solo gracias a la eficiencia norteamericana.
—Prefiero que no se inmiscuya en lo mío, Bento —aclaró Lucio al rato, al percibir cierto escepticismo en el cubano—. Sé como reunir todo para el éxito de Sargazo.
Los detuvo otra luz roja. Varios mendigos se aproximaron de inmediato a los vehículos, que aguardaban en cuatro pistas. Al Volkswagen se acercó una mujer indígena con un bebé en los brazos. Bento le entregó monedas y miró para otra parte.
—A mi retorno de La Habana necesito que nos reunamos con urgencia —dijo Lucio viendo como la mujer quedaba a la deriva en medio del río de vehículos que reanudaba la marcha—. Ya le indicaré detalles, pero necesitaré un buen pasaporte cubano-americano.
—¿En cuánto tiempo será eso?
—En una o dos semanas.
—¿Y dónde?
—En Ciudad Juárez.