Boato, derroche y poder
Cuando en diciembre de 1944 se realizó la fiesta de presentación en sociedad de la hija del matrimonio a sus dieciocho años, se organizó un baile donde “se tiró la casa por la ventana”, en tanto la sociedad española vivía en medio de la escasez y el hambre. Hubo dos mil invitados y el hecho fue presentado como un acontecimiento nacional.
Luego siguió el casamiento de Carmen con el médico Cristóbal Martínez Bordiú, en 1950, que avanzó un poco más en la caricatura, con el novio vestido con uniforme de la Orden del Santo Sepulcro, infinidad de medallas en el pecho y tocado con un casco de plata. Al principio los Franco se opusieron a la relación, pero Carmencita no aceptó ninguna objeción y, finalmente, los padres aceptaron al novio. Hubo ochocientos invitados y miles de regalos, pagados, en el caso de los organismos oficiales, con dinero público. El matrimonio tuvo siete hijos en catorce años, por lo que Nenuca estuvo embarazada casi continuamente durante tres lustros. La fecundidad de Carmencita fue ejemplar para España. Franco, como los nazis y los fascistas, otorgaba premios a las familias numerosas.
Bien distinta era la situación de las mujeres de posguerra. Hasta mayo de 1975 debían tener la autorización del marido para poder trabajar, para sacar el pasaporte, comprar un automóvil, tener una cuenta bancaria. Y el esposo podía cobrar el sueldo del trabajo de su mujer. Si bien ya en los años sesenta, en la mayoría de los casos, los esposos no se aprovechaban de la legislación en ese sentido, lo cierto es que existía y se podía aplicar. Estas situaciones eran toda una definición del lugar que tenía reservado el franquismo para la mujer.
La dirigente de la Juventud Socialista Soraya Vega explica que “mis tías, mi madre e incluso mi abuela me cuentan que ellas lo único que tenían que hacer era estar en casa y ya está. Estar en casa al cuidado de la familia, del negocio familiar en este caso, y luego, cuando pasaran los años, o llegaran a una edad determinada y pudieran marchar, si se casaban marchaban. La realidad era, y un poco sigue siendo, que no dejas de depender, primero de tu padre y después de tu marido. De lo contrario, parece que la mujer no puede marcharse de su casa. Cuando a mí me lo transmitieron en aquellos tiempos yo era pequeñita, pero sigo viéndolo un poco así. Si una mujer quiere irse de casa y emanciparse, para hacerlo todavía pasa de depender de su padre a tal vez no ya de un marido pero sí de un novio, o de un amigo, alguien que generalmente va a ser masculino”.
El general Francisco Franco y su esposa Carmen Polo en la explanada de la catedral de Santander.
Hubo dos elementos que fueron fundamentales para cambiar la situación de la mujer y las características de la sociedad: el comienzo del bienestar económico después de muchos años de posguerra llenos de necesidades y carencias, y la llegada de los turistas, que sirvieron para conectar a los españoles con el resto del mundo, con otras costumbres, con otra moral. La incorporación de cerca de un millón y medio de mujeres al mundo laboral entre 1968 y 1975 significó un cambio radical en el papel femenino en el hogar.
La nieta mayor del matrimonio Franco, también llamada Carmen, se casó con Alfonso de Borbón, primo hermano del príncipe Juan Carlos y nieto del último rey español, Alfonso XIII. La cosa estuvo rodeada de un clima conspirativo porque Doña Carmen hizo todo lo que estuvo a su alcance para que el relevo de su marido en la jefatura del Estado fuese Alfonso y no el designado Juan Carlos. También impulsaban la idea la madre de la novia y su padre, el Marqués de Villaverde, con el doble objetivo de continuar con el régimen sin Franco y de que la familia ingresara en el ámbito regio.
La boda siguió la línea de boato y derroche de la presentación en sociedad de Nenuca y su posterior casamiento. Se intentó darle un perfil monárquico, sobre todo cuando Doña Carmen, ante los dos mil invitados, se inclinaba repetidamente frente a la pareja llamándoles altezas sin que les correspondiera el título. La operación fracasó: Franco no aceptó las presiones y mantuvo a Juan Carlos como su sucesor en la jefatura del Estado con el título de rey.
Cuenta Peñafiel que para la época en la que Doña Carmen pretendía evitar que Juan Carlos fuera el heredero de su marido organizó un té con las esposas de los ministros. “Nunca había ofrecido Doña Carmen un té. Ese día, en un saloncito, estaban colocadas todas las sillas y allí estaban las ministras (así se les llamaba a las mujeres de los ministros). Todas sospechaban que se trataba de una encerrona. Las invitadas se preguntaban por qué había una silla vacía junto a la de Doña Carmen. De pronto aparece su nieta, y Doña Carmen se pone de pie y le hace una reverencia, ¡una reverencia! Así, al resto no le quedó más remedio que imitarla. Todo era surrealista. Luego, en vísperas de la boda, se hace un desfile de modelos de una peletería en la calle Jorge Juan, de Madrid. Había muchas invitadas porque iba Carmencita. En el lugar habían colocado un trono en el que se sienta la nieta con cara de estar sentada en un trono verdadero. Carmencita se lo creyó todo el tiempo. Eso ya era el despiporre. Había que llamarla ‘alteza’, al igual que al primer niño que tuvo, ‘…que si su alteza ha tomado el biberón’. Era La Corte de los Milagros”.
Carmen Domingo señala que “fue una señora que se dedicó a preservar todo el poder, y por eso intentó gestionar la boda de su nieta, que se casara con un Borbón, que fueran reyes consortes. Pero era el Borbón equivocado, porque Franco se movió con pragmatismo y sostuvo a Juan Carlos”.
“El objetivo era —explica Losada— lograr entrar definitivamente en la realeza, pues ella pasaría a ser la abuela de una reina, su nieta, lo que colmaba sus aspiraciones personales. Y por otra parte, asegurar que, tras la muerte de su marido —que cada vez se veía más inminente—, el régimen siguiese siendo fiel a los principios del 18 de julio de 1936 y, de paso, salvaguardar los intereses personales de las clases dirigentes franquistas”.
“Fue evidente —dice Preston— que ese grupo que estaba en El Pardo, manejado en cierto sentido por el yerno, por un lado no quería arriesgar la transición a un monarca que temía podría ser un demócrata”. Este sector fracasó y, “sin eso, yo creo que la transición de España podría haber sido mucho más sangrienta. Ése fue uno de los motivos por los que ese grupo acariciaba la idea de que Franco fuera inmortal, o sea, la idea de que muriese Franco. Y eso se nota cuando Arias Navarro da la noticia y está llorando. Veían caer todo su mundo”.
“España no era nazi, como dicen. España era franquista —asegura Carmen Domingo—, porque el ego de Carmen Polo fue lo más claro. Hemos conseguido que España, un país borbónico, sea ahora un país franquista. Para alguien que aspira a este tipo de cosas, debe ser como el delirium tremens”.
Hitler pretendía erigir un imperio de mil años y destruir a los comunistas, sus enemigos ideológicos y territoriales. Mussolini, quien de joven había tenido ideales socialistas, creyó que podía reconstruir el Imperio romano. Stalin apostaba por la revolución mundial y el triunfo universal del comunismo. ¿Qué buscaba Franco? Lo cierto es que, aunque aparecía como el heredero de los Reyes Católicos y hacía alardes neoimperiales, en realidad quizá buscaba demostrar que todo el mundo se había equivocado con él. A su padre maltratador, que le castigaba y humillaba; a aquellos que se burlaban de él por su estatura y su voz; a los que lo llamaban Franquito o el Comandantín, como lo denominaban burlonamente en Oviedo, a todos ellos buscaba enrostrarles que era el mejor.
“Mi abuelo fue socialista —agrega Soraya Vega—, de los que tuvieron que subirse al monte escapando. Él me contó quién fue Franco, y lo que significó para este país y para la gente humilde, lo que significó para él y para nuestra familia. En el colegio en las primeras etapas no escuché nada de Franco, pero a medida que pasan los años y en los cursos de Historia algo te van contando, aunque muy liviano”.