Una corte grotesca
El noviazgo ya era oficial, aunque la boda se pospuso varias veces por las obligaciones militares de él. Sin embargo, explica Losada, “sus ansias de poder se vieron truncadas cuando fue relegado del mando de la Legión al que aspiraba sin conseguir ser ascendido a teniente coronel. Molesto, pidió traslado a Oviedo a finales de 1922, cosa que le fue otorgada. De camino hacia allí pasó por Madrid en enero de 1923. El rey le concedió la medalla militar y le nombró Gentilhombre de Palacio, un título honorífico pero que significaba que el monarca le incorporaba a su círculo de militares selectos, valientes y de confianza. Cuando llegó en marzo todo Oviedo le esperaba como un héroe, y le hicieron homenajes a diestro y siniestro. Se fijó la fecha de la boda para junio. Sin embargo, un serio revés en Marruecos provocó la muerte del jefe de la Legión a principios de ese mes. Fue un golpe de suerte de los muchos que Franco tendría a lo largo de su carrera política y militar, pues fue llamado a toda prisa a comandar la unidad ascendiéndole a teniente coronel. Fue un sacrificio para los novios tener que aplazar la boda, pero sabían que era una excelente promoción profesional que la pareja no podía dejar pasar. En olor de multitudes partió para África fijando su boda para el próximo permiso”.
Al fin Carmen, de veintiún años, y Francisco Franco, de treinta, se casaron el 22 de octubre de 1923 en Oviedo. El padrino oficial del novio fue el rey Alfonso XIII. Franco entró del brazo de su madre y Carmen con el gobernador militar de Oviedo, en representación del monarca. Ella ingresó bajo palio, inaugurando así una larguísima serie de este tipo de ditirámbicos honores.
Fue ascendido a coronel a los treinta y dos años y se mantuvo al mando de las tropas africanas. En 1926 fue nombrado general de brigada, lo que implicó dejar África, que era un ferviente deseo de Carmen. A partir de entonces fueron aumentando sus distinciones militares y honores, a la par que crecían la ostentación y las pretensiones sociales de su esposa, hasta rayar en lo grotesco, sobre todo a partir de los años cincuenta. Franco, siempre militar hasta la médula, alardeaba de austeridad y fomentaba en su vida cotidiana un estilo casi cuartelero; por ejemplo, es famoso el pésimo nivel gastronómico en El Pardo, cuya cocina gobernaba un suboficial. Pero esa sequedad del Caudillo no coartó en absoluto las ansias de lucimiento y de ascenso social de Doña Carmen.
Destinado al mando de una brigada de infantería acuartelada en Madrid se llevó a su familia, instalándose en un lujoso piso de la avenida Castellana 28, que su sueldo de general de brigada no daba para pagar, pero que fue un capricho de Doña Carmen, cuyo padre había muerto recientemente dejándole una jugosa herencia con la cual pudieron pagar los gastos del piso y decorarlo al gusto de la señora.
El siguiente destino del matrimonio sería Zaragoza, de cuya Academia Militar Franco fue designado director en 1928. Allí Carmen Polo comenzó la tradición de rodearse de las mujeres de los oficiales que estaban bajo el mando de su marido: era la reina de una pequeña corte de mujeres sumisas, escogidas entre las que ella consideraba más leales. Y allí también establecieron amistad con el abogado Ramón Serrano Suñer, quien se casaría con la hermana de Carmen, Zita.