Un tipo feroz en tiempos feroces

Stalin nació el 18 de diciembre de 1878 en Gori, Georgia, por entonces parte del imperio ruso. Su madre, Ekaterina, muy religiosa y de carácter fortísimo, fue la primera mujer importante en su vida. Su padre, Visarión Djugashvili, era un zapatero alcohólico y agresivo. Las peleas en la pareja eran frecuentes y muchas veces terminaban a los golpes. En ese ambiente de violencia permanente creció Soso, como llamaban a Stalin en el círculo familiar.

Cuando tenía diez años, su padre se fue a vivir a Tiflis para trabajar en una fábrica de zapatos y en un momento dado intentó llevárselo para que aprendiese el oficio de zapatero. No puede precisarse si llegó a hacerlo, aunque si fue así la madre pronto lo recuperó pues Soso completó los estudios en la escuela parroquial en Gori con la mejor nota de su clase, lo que le valió una beca en el seminario de Tiflis.

La Catedral de San Basilio es el símbolo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que reúne a unos ciento cuarenta millones de fieles y cuyo centro religioso es Moscú. En ese templo pensaba la madre de Stalin cuando lo envió al seminario. De alguna manera la mujer intuyó el futuro de su hijo porque la ciudad fue el centro de esa cuasi religión que era la doctrina bolchevique, de la cual Stalin llegó a ser el representante máximo, un Papa rojo que convirtió el antiguo imperio de los zares en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero esas cosas ocurrirían mucho tiempo después.

Según la versión oficial, Stalin fue expulsado del seminario por sus actividades revolucionarias cinco años más tarde de haber ingresado, aunque la madre afirmaba que había sido por haber caído enfermo. Lo cierto es que Stalin era un elemento díscolo en el seminario, donde introducía libros marxistas. Efectivamente, dos años antes de su expulsión se había afiliado al Partido Socialdemócrata de los Trabajadores rama bolchevique dejando atrás la Iglesia Ortodoxa Rusa. Quienes lo conocieron por aquellos años aseguran que ya tenía las características personales que le acompañarían toda la vida, que al parecer eran una herencia materna: fanatismo extremo, destacada inteligencia natural y, sobre todo, elevada predisposición a la violencia.

Según el escritor español Luis Reyes Blanc, Stalin “era lo que se conocía como un mauserista, es decir, aquellos que llevaban debajo de la chaqueta una pistola alemana Mauser, unas armas grandes, pesadas y difíciles de manejar. Quienes las detentaban eran considerados muy viriles. Stalin, además, mezclaba en su personalidad el carácter clandestino de sociedad secreta rusa con la tradición del bandidismo caucasiano. Junto a su banda se dedicaban a asaltar bancos para financiar la acción revolucionaria con los botines obtenidos”.

Stalin era un tipo feroz que vivía en tiempos feroces, un capo de matones, alguien que se caracterizaba por la ausencia de límites morales y por una tremenda rigidez mental. Por desgracia, en épocas de crisis la gente se siente atraída por personalidades como éstas, que ofrecen respuestas simples a problemas complejos.