Llorar por un cínico
En la partida de nacimiento figura con el nombre de Clarice. Era hija de Francesco Saverio Petacci, un médico del Vaticano, y de Giuseppina Persichetti. Según Chessa, el padre era un hombre prepotente y la madre, una mujer terrible.
Había nacido en Roma el 28 de febrero de 1912. Tenía una hermana y un hermano, Miriam y Marcello (quien aprovecharía descaradamente la “cobertura” de Mussolini para sus negocios). En la familia la llamaban Claretta, o simplemente Etta. Mussolini casi siempre le decía Clara y ella a él, Ben.
Mauro Suttora, autor del libro Mussolini segreto, recuerda que “la Claretta Petacci que se encuentra por primera vez con Benito Mussolini […] había sido educada en el culto a la personalidad del Duce. La suya era una familia fascista”. Suttora cuenta que “cuando conoció a Mussolini Claretta estaba a punto de casarse —algo que efectivamente hizo— con el teniente de la Aviación Militar Riccardo Federici. Al comienzo, las relaciones entre el Duce y ella parece ser que fueron platónicas. Luego, poco a poco, las cosas fueron progresando. Ella comenzó a mandarle cartas de amor, que no tuvieron respuesta al principio, pero luego […] la relación se volvió carnal”.
Clara engañó a su marido con el Duce durante casi cuatro años. Porque además de su encuentro en la carretera se las arregló para tomar contacto con él y solicitar una entrevista personal en 1932. El Duce la recibió de acuerdo con el procedimiento habitual: petición, asignación de la cita, espera, visita. Y quedó deslumbrado por Claretta. A partir de ese momento ambos iniciaron su relación extramatrimonial. Lo cierto es que aunque Rachele conocía este affaire e intentó acabar con él, no lo consiguió. La muchacha se separó del marido en 1936.
En su relación hubo momentos idílicos y otros de cansancio o dolor, por ejemplo cuando Claretta perdió un bebé a causa de un embarazo extrauterino.
A Mussolini le gustaba mucho Claretta, pero “ni siquiera una mujer joven y deseable como la Petacci lo satisfacía”, cuenta el escritor Mimmo Franzinelli: necesitaba más. Quizá por ello, él la informa sistemáticamente de sus relaciones con las otras. Claretta era realista, conociendo la exagerada necesidad sexual de su Ben, pero también era profundamente celosa, por lo que siempre se enfurecía. Él también tenía relaciones con doña Rachele, aun cuando eran escasas y se reducían a los momentos en los que ella le imponía cumplir con los deberes conyugales, cosa que él hacía para que lo dejara en paz. El contacto quedaba resumido en su frase “Hoy he pagado el tributo”. Claretta entendía, lo insultaba, lloraba, gritaba, desesperada: “Lloro por ti, cínico traidor”, le decía. Lo quería sólo para ella, al tiempo que le confesaba: “Eres impulsivo, bestial”.
¿Qué hacía Claretta cuando no estaba con él? Dice Bruno Vespa en L’amore e il potere que ella tenía una existencia cómoda, pero monótona. Vivía en casa de sus padres, se levantaba tarde, comía frugalmente y hacia las cuatro se presentaba en el Palacio Venecia, donde esperaba pacientemente, escuchando música o leyendo, a que Ben terminase sus audiencias. Como afirma Chessa, “Mussolini, con su actividad sexual casi repetitiva, provocaba que Claretta tuviese miedo de que en otra parte del palacio él recibiera a otras mientras ella lo esperaba”.