El Infierno en la tierra

Todos los dictadores son igualmente inadmisibles, pero si comparamos a los cuatro que estamos analizando, creo que podemos advertir ciertas características peculiares en cada uno de ellos. Mussolini era un violador, tanto de las mujeres como, metafóricamente, de las masas; Hitler era un genocida personalmente pusilánime, Franco un mediocre y un beato, y Stalin, simplemente un asesino.

Podríamos hacer asociaciones con el mundo de la música para reflejar con mayor claridad a cada dictador y a su régimen. Si comparamos a Hitler con una ópera ensangrentada de Wagner, a Mussolini con una opereta bufa y a Franco con un sainete, Stalin sería un cuento de terror gótico. Era Nosferatu y necesitaba la sangre de los demás para poder seguir viviendo.

Probablemente la triste historia de Svetlana sea el mejor ejemplo de lo que significaba la convivencia con Stalin. En su conmovedor libro cuenta que, cuando tenía once años y ya estaba huérfana de madre, no entendía por qué iban desapareciendo uno tras otro todos sus queridísimos tíos y tías. Dice: “¿Por qué iba quedando vacía nuestra casa? ¿Adónde se habían metido todos? En aquel tiempo pegarse un tiro era bastante frecuente. […] Una tras otra se suicidaban numerosas personalidades importantes del partido. […] Los hombres desaparecían como sombras”. Qué palabras tan tremendas. Dibujan efectivamente esa aterradora intimidad, que es una perfecta representación, en lo doméstico, del horror colectivo que impuso Stalin en su pueblo, en su país. Ese hombre que prometió crear un Paraíso en esta tierra y que acabó construyendo un cruel Infierno.