Cartas de amor que ya son historia
Hagamos un breve alto para desgranar otras facetas de Claretta. Su hermano Marcello (que también fue ejecutado por los partisanos) mencionó que ella era “espía” o “al menos intermediaria entre los aliados y Mussolini”. Y para el sobrino de Clara, Ferdinando Petacci, su tía habría sido el contacto entre Winston Churchill y el Duce. De los diarios de Claretta sólo se ha publicado el correspondiente al primer año, no aquéllos de los años 1939-1945. Según su sobrino, esos diarios y las cartas que no vieron la luz podrían revelar esta función de intermediaria. Al final de la guerra incluso habría habido un acuerdo entre los agentes ingleses y la Resistencia (sobre todo con los comunistas) para recuperar la comprometedora correspondencia entre Mussolini y Churchill (quien había escrito en sus cartas al Duce que éste era “un gran hombre” que “había salvado a Europa del comunismo”) y matar a quienes sabían demasiado: Clara y Marcello Petacci, a cambio de lo cual la Resistencia habría podido hacerse con el tesoro de la República de Saló. Pero no se trata más que de meras conjeturas que nunca han podido demostrarse. Por otro lado, Chessa incluye en su libro una carta del propio Mussolini que desmentiría el rumor: “No es cierto que Clara sea una traidora. No es verdad […] que hay un espía de los ingleses con quien ella tiene contactos”.
Mussolini descubrió que Clara conservaba las cartas que le escribía pese a que siempre le había dicho que las rompiera. Ella respondía cada vez: “Las conservo porque son cartas acerca de nuestra historia y porque son Historia”. Sin duda, ella tenía una conciencia muy alta de su rol en esa Historia. Todo esto lo hallamos en los diarios, aunque cabe aclarar que a veces se hizo ayudar por un sobrino en su redacción, lo que sin duda les quita cierta intimidad.
Chessa considera que “esta conciencia corresponde exactamente al lugar en el que Clara se ubicó. Ella no es como Margherita Sarfatti, la gran intelectual, musa del Mussolini joven, ni es tampoco Angélika Balabánova, […] que no es ese tipo de mujer moderna al que él estaba acostumbrado”.
Regresemos ahora al momento de la detención. El Comité de Liberación del Norte de Italia no sabía qué hacer con el Duce prisionero. Entre las opciones, se barajó entregarlo a los aliados, o mantenerlo en manos de los italianos, o bien, como tercera posibilidad, apoyada por la aplastante mayoría de un comité compuesto por comunistas, socialistas (como Sandro Pertini, futuro presidente de la República Italiana), socialdemócratas, democristianos, etc., ejecutarlo.
Caranci entiende que “Churchill quería procesarlo pero salvarlo, y tratar de instaurar en Italia un fascismo sin Mussolini; los estadounidenses se debatían entre la prisión y la ejecución. Finalmente predominó la decisión del Comité de Liberación Nacional, que tenía prisa pues deseaba evitar que se lo arrebatasen los aliados.
El comunista Walter Audisio fue el encargado de la ejecución sumaria, el 28. El Duce y Claretta fueron conducidos a Giulino di Mezzegra, el sitio donde se consumó el fusilamiento. En el momento crucial Claretta se encontraba abrazada al Duce, apoyados ambos a una cancela. Le dijeron que se apartase: “Contra usted no hay nada”, pero ella se rehusó y también fue fusilada. Todo un final adecuado a los personajes.
Tras la ejecución, al día siguiente, domingo, los cadáveres de ambos y de unos quince jerarcas fascistas fueron trasladados a Milán, a Piazzale Loreto (donde había una estación de servicio que ya no existe), y colgados por los pies, como recuerdan Suttora y Caranci. El gentío insultaba y vejaba los cuerpos: precisamente en ese lugar, como lo indica un monumento existente hoy allí, en agosto de 1944 los nazifascistas habían asesinado a quince partisanos.
El final de Clara, según Chessa, la muestra “casi alucinada: esto tiene que ver con la identificación ideal con un hombre, en cierto modo con la ideología religiosa […], mística, del fascismo: identificarse de tal manera con él que, en el momento en que van camino a la muerte, lo ve puro, libre; la esposa ya no está, y las amantes, las otras, han quedado en Roma”.
Suttora explica que “es éste el único caso en la historia moderna en el cual el cadáver de un dictador fue expuesto para escarnio ante su pueblo […]. Porque, como todos sabemos, Hitler se suicidó [y su cuerpo fue encontrado más tarde en terrenos de la cancillería]; Stalin murió en su cama, igual que Franco; Ceaucescu fue asesinado, pero a escondidas, y por último, Saddam Hussein fue ahorcado, sin ser exhibido ante el pueblo”.
El fin de Mussolini y Claretta ha sido objeto de diversas polémicas a lo largo de los años. Ha habido teorías conspiratorias, hay quienes aceptan la versión oficial y quienes la rechazan, algunos dicen que se ocultó información que comprometía a Churchill. Lo que es real es que fue una muerte incómoda.