Simplemente Carmen

Tras una infancia difícil, la adolescencia de Francisco Franco no fue mejor. Ingresó en la Academia Militar de Toledo, en donde le fomentaron los valores básicos que regirían su existencia: austeridad, disciplina, militarismo, nacionalismo y una profunda desconfianza hacia la sociedad civil. En ese aspecto, también era diferente a los otros dictadores que estamos estudiando porque fue el único que tuvo una formación académica militar, mandó tropas desde muy joven y ascendió vertiginosamente en el escalafón gracias a sus méritos en la guerra de Marruecos.

“Él quiso entrar en la Armada —explica Preston— pero tropezó con problemas, porque después del gran desastre militar de 1898 estaban cerrados los ingresos en la Marina y por lo tanto tuvo que entrar al Ejército, algo que al principio no le gustó. Debió de ser una de las primeras experiencias a las que él llamaba postergaciones en su vida. En la academia militar este niño de mamá no estaba muy feliz, luego fue a África. Una idea mía es que Franco pudo superar psicológicamente esos problemas creando máscaras. Una vez una periodista italiana me preguntó con qué figura histórica, o real, o de ficción lo podría comparar, y sin que yo supiera de dónde salía (más allá de estudiar a Franco durante veinte años) respondí sin darme cuenta ‘con el Mago de Oz’, es decir, como una persona vulnerable dentro de una máquina o detrás de una máscara. Franco para mí era muy falso, alguien vulnerable, pero que se imponía sobre la base de fingir ser otro personaje”.

Franco no visitaba los prostíbulos ni iba a las tabernas ni a los garitos de juego, como era habitual entre sus compañeros de armas. Odiaba ese tipo de diversiones quizá porque le recordaban a su padre. Losada cuenta que “en 1912, con apenas veinte años, Franco llegó a Marruecos a luchar en las guerras coloniales. En la academia se había graduado con una nota muy mediocre, con el puesto 251 de los 312. Por entonces ya había alcanzado cierta fama como valiente y afortunado militar, que le habían supuesto ascensos y consideraciones”. En 1917, ascendido a comandante, dejó Marruecos y fue destinado a Oviedo, la capital de Asturias. Un día acudió a una romería que le cambió la vida, porque allí conoció a Carmen Polo, una niña de quince años que estudiaba en un colegio de monjas muy estricto, tanto que la inmensa mayoría de sus compañeras terminaron tomando los hábitos.

Según la escritora Carmen Domingo, autora del libro Conversaciones de alcoba, “había una diferencia de clase social, que a ella no pareció importarle porque enseguida intuyó que su pretendiente, tímido, sólo preocupado por su trabajo, iba a prosperar dentro del estamento militar. Es decir, no salía de putas, no se emborrachaba, lo que hacían los militares (no sé si ahora pero antes sí que lo hacían mucho); en aquella época, él era de los que claramente no lo hacían. Entonces a ella le hizo pensar, ya que era joven y había escalado muchos puestos, que le iba a ayudar a seguir escalando”.

Franco quedó impresionado con Carmen porque le recordaba a su madre. Era esbelta, con ojos misteriosos y profundos, y además era igual de recatada, religiosísima, altiva y distante. Su familia gozaba de una buena posición social y provenía de un medio aristocrático. Los Polo no estaban felices de que su niña fuera cortejada por un joven militar, sin fortuna, que además podía morir en cualquier momento y dejarla viuda. Hay que tener en cuenta que España en ese momento mantenía una guerra en el norte de África. Franco, que era un hombre tenaz, no se quedó quieto y comenzó a acudir a misa todas las mañanas para poder ver a Carmen aunque fuera desde lejos. Así se ganó a las monjas, quienes quedaron absolutamente admiradas de que un joven oficial acudiera tan fervientemente a la casa del Señor, algo que no era nada habitual.

En fin, Franco nunca se rindió y le enviaba cartas al internado de Oviedo, que eran interceptadas por las monjas y reenviadas a su tía. La familia de Carmen pretendía que se casara con alguien importante de la aristocracia ovetense y que además poseyera cierto patrimonio.

Según Preston “uno de los problemas consistía en que ella era de una familia muy distinguida de Oviedo y una snob tremenda. Él era de una familia militar de Galicia bastante venida a menos, un militar austero en sus gustos personales; no era muy de vinos, ni de gastronomía. En ese sentido era austero, y como la gran mayoría de los militares de su época, y sobre todo los africanistas, era, si no claramente anticlerical, por lo menos muy poco o nada religioso. Carmen, por el contrario, como una parte importante de la alta sociedad de Oviedo, era muy religiosa, e iba habitualmente a la iglesia, a misa y tenía relaciones con la jerarquía eclesiástica”.

De modo que, aunque en aquellos primeros años de juventud Francisco no era especialmente religioso, y más bien parecía que compartía incluso esa especie de anticlericalismo corriente entre compañeros de armas, más tarde, poco a poco y sin duda por la influencia de Doña Carmen, fue haciéndose más y más religioso, hasta llegar a ser un católico convencido frente a lo que consideraba la agresión del comunismo ateo.

Al morir la madre de Francisco, Carmen adoptaría también ese papel convirtiéndose casi en el único refugio para su esposo. La influencia a partir de ese momento debió de tornarse considerable, porque el general adoptó costumbres extremadamente religiosas, acudiendo a misa casi todos los días por la mañana y muchas veces rezando el rosario por la tarde.

“Al morir Doña Pilar —señala Carmen Domingo—, da la sensación de que se incrementa aun más el vivir por encima de las posibilidades, el aspirar a cosas que él no tendría por qué desear. Me da la sensación de que eso ocurre porque Carmen Polo reúne las dos fuerzas, que estaban antes repartidas: la suya propia y la de la madre fallecida. Con el tiempo se fue convirtiendo no sólo en una consejera, sino más o menos en una supervisora de todos los temas”.

Según sus allegados, su religiosidad era algo que no practicaba para impresionar a Carmen, aunque sí le permitía un mayor acercamiento. Siempre fue más religioso de lo normal y la religión fue una parte fundamental del régimen.

Joseph Göbbels, el todopoderoso ministro de Propaganda de Hitler, llegó a decir que Franco era “un beato fanático, y permite que España esté prácticamente gobernada no por él, sino por su mujer y el padre confesor”.

La familia Polo empezó también a mirar a Franco con mejores ojos cuando reprimió con gran éxito la huelga revolucionaria general de 1917, hecho que además le atrajo muchas simpatías entre la oligarquía del lugar, la que empezó a hablar muy bien de Franco en las más altas esferas del Estado.