Que no se le vean los muslos

Hay algo especialmente grotesco, brutal y sucio en la historia de Benito Mussolini, personaje ridículo y ridiculizado, del que pueden hallarse similitudes con el ex primer ministro Silvio Berlusconi. Pero no deben olvidarse su dictadura de veintitrés años, la represión de los no fascistas, la defensa del gran capital, las agresiones contra otros países de Europa y África y la muerte de etíopes, somalíes, albaneses, libios, españoles, soviéticos, griegos, yugoslavos, franceses…, las leyes raciales, su alianza con los nazis, y la guerra imperialista y absurda a la que sometió a los italianos y a sus enemigos entre 1940 y 1945. Ni que causó más de un millón de muertos.

Aun así, en la actualidad, en Italia hay quienes siguen mitificándolo y añorándolo. Para el alcalde del pueblo del Duce, Giorgio Frassineti, “hoy los jóvenes en Italia están condenados a la precariedad laboral, tienen grandes dificultades para insertarse en el mundo del trabajo. Algunos de ellos piensan en buscar respuestas en el pasado, entonces vienen a Predappio a visitar los lugares en los que vivió Benito Mussolini, y sobre todo la tumba donde está sepultado, pues creen que él fue el protagonista de la única Edad de Oro que vivió este país. […] La inquietud de estos chicos es legítima, pero creo que la respuesta es equivocada. El fascismo fue un movimiento político que hoy está absolutamente archivado, […] que ya no puede dar ningún tipo de respuesta. Sin embargo, todo esto debe hacernos reflexionar”.

En Predappio hay muchas tiendas de souvenirs del fascismo, recuerdos de Mussolini y Hitler. Pompignoli, el propietario de una de ellas, Predappio Tricolore, asegura sin rubor que “Mussolini fue uno de los mayores estadistas que hayan existido. […] Éramos envidiados por todo el mundo. Después vino la guerra, que fue un desastre. La ruina de Mussolini fue Hitler, porque si no hubiera existido Hitler, Mussolini todavía estaría en el gobierno… Nosotros abrimos este negocio en 1988. Porque en los años sesenta y setenta venían muchos turistas de todo el mundo a Predappio y buscaban souvenirs, y nosotros vendíamos postales y recuerdos de Mussolini. Hoy las cosas de él se venden en toda Italia. […] Y a España y el resto del mundo mandamos muchos productos, llaveros, camisetas”. Pompignoli propone: “Se necesitaría nuevamente un Mussolini, uno en cada pueblo. Porque hemos reducido a Italia… Yo no soy racista, pero todos esos inmigrantes…”.

Los nostálgicos del fascismo como Pompignoli añoran esa sociedad brutal y “ordenada” que estableció el Duce. Esa sociedad gobernada por un tirano que tantos males trajo no sólo a Italia, sino a muchos otros países. Esa sociedad que alababa a la mujer de boquilla y que en realidad la marginaba y la subalternizaba, cuando no la consideraba —como hacía su propio Duce—apenas una vagina.

Su muerte violenta estuvo en consonancia con su vida, con su dictadura: fue una muerte sucia, cruel, brutal, colgado cabeza abajo, pisoteado junto a Clara, su amante fiel, víctima innecesaria pese a su identificación con el fascismo. Fue la última aventura amorosa de estos trágicos amantes. La muerte de su última mujer no pareció importarle a nadie salvo, tal vez, a ese fraile que le sujetó la falda con un imperdible para que, colgada cabeza abajo, no se le vieran los muslos.