Zhenya y varias historias de crueldad
“Para el año 1928, los funcionarios de gobierno le habían tomado el gustito a la buena vida y creían que se la merecían”, explica Romanovna. “Empezaron a aparecer ambiciones propias, deseos de una especie de exclusividad. Así surgió la intención de construir un complejo gubernamental. Pero, como suele suceder, la gente con tanta ambición queda atrapada en ella. Esa casa, la Casa del Malecón, era una especie de trampa, en realidad una especie de cuartel. Cuando toda Moscú vivía en sótanos, y en una sola habitación se amontonaban entre quince y veinte personas, acá un departamento promedio tenía ochenta metros cuadrados y [los había] hasta de doscientos. Los muebles eran del Estado, no les pertenecían a quienes habitaban, por lo que si el inquilino ya no le servía al gobierno le eran negadas dos cosas tan valiosas para su vida: su trabajo y su hogar, [y] lo echaban también de esa casa, dejándole llevar sólo su ropa prácticamente en las manos, sin tener siquiera el derecho de llevarse un solo libro. Eso les recordaba de alguna manera a todos cómo tenían que comportarse. Así era ese edificio, adonde se mudó mucha gente, los funcionarios de gobierno, militares de rangos superiores. Los ‘viejos’ bolcheviques no eran mayores, ninguno superaba los cuarenta y cinco años, pero eran los revolucionarios que habían participado de la guerra civil. Ese gran complejo que fue el Malecón prácticamente se vació para el principio de la guerra contra los alemanes, un tercio de su población fue arrestada, se suicidó o se exilió”.
Romanovna recuerda que, “cuando empezó el período de Terror Rojo, el gran terror de aquel tiempo, en el año 1937, el primer golpe fue a ese complejo. Las causas eran varias; una, y creo muy importante, que el propio Stalin sabía que al pueblo, lamentablemente, le gusta que sufra la gente conocida, la que tiene poder. Y aquí había varios, desde el ministro de Defensa hasta artistas famosos. Y segundo, cuando vuelan cabezas de personas de esa magnitud, esto impide a los individuos preocuparse de sus familiares cercanos, diciendo por ejemplo: ‘Mi tío Vasya, que es plomero, debe ir a la cárcel, porque mira cómo sufre la gente importante, no hay excepciones’. Y por último, Stalin era muy rencoroso y vengativo. Podía estar recordando durante decenas de años quién, en qué momento y cómo lo había mirado, quién no lo había saludado, quién no acató alguna orden o lo trató con poco respeto. Y había muchos que no sólo se consideraban sus iguales, sino que se sentían por encima de él; se trataba de los ‘viejos’ bolcheviques, que habían entrado antes al partido y, cuando él recién era un simple funcionario, ellos ya eran muy importantes dentro de la organización, lo que también le molestaba.
”Como ya comenté, los departamentos de la Casa del Malecón eran realmente lujosos para los parámetros de ese período; el edificio parecía un palacio, tenían de todo: jardín de infantes, teatro, cine, supermercado, incluso un banco. Y los departamentos eran suntuosos, muchos tenían los techos pintados por maestros del Hermitage. Las cocinas eran pequeñas, de cinco metros, ya que se consideraba que no había tiempo para cocinar: había que dedicarse a la formación de una nueva sociedad. La cocina servía sólo para hervir agua o hacer un huevo frito. Allí ocurría algo que era horrible, muy feo; a la cocina se podía acceder directamente por un ascensor y lo usaba una persona encargada de sacar la basura para que los inquilinos no se molestaran. El nombre popular para la policía es ‘basura’ y acá hay una especie de juego de palabras: […] en cualquier momento alguien podría venir a buscarte para secuestrarte. Entraban de noche por la cocina”.
Justamente en la Casa del Malecón vivían Eugenia Zemlianitsin, conocida como Zhenya, junto a su esposo Pavel, hermano de Nadia. Zhenya era hija de un pope de la Iglesia Ortodoxa y había nacido en 1898 en Novgorod. Tenía treinta y cuatro años cuando entró en la vida de Stalin como su amante, poco después de un año del suicidio de su cuñada. Siempre se la veía bien arreglada, maquillada y perfumada, ataviada con vestidos y joyas que contrastaban con la austeridad del resto de las mujeres bolcheviques. Stalin apreciaba su sentido del humor; era una especialista en chastushka, poesía humorística tradicional rusa.
Para Reyes Blanc, Zhenya “es la única mujer que le planta cara a Stalin, en el sentido de que mantiene su personalidad y no se deja pasar por encima. No se deja pisar y Stalin tiene cuidado de no pisarla, porque Nadia tampoco se dejaba pisar pero él lo hacía… Zhenya se permite hacerle críticas políticas y él las admite, se permite criticarle comportamientos excesivamente autoritarios y señalarle que todos a su alrededor le consienten y le engañan. Zhenya se permite recomendarle libros, llegar tarde a los actos organizados por él, romper la etiqueta, cosas que a otras personas les costaba la vida”.
Esta relación se había iniciado en 1932, y cuando en 1936 comenzó la Gran Purga ésta alcanzó a Pavel, pero no a ella. En cambio, relata Reyes Blanc, “sí la alcanza la represión que acontece después de la Segunda Guerra Mundial, en los años 1947-1948, cuando empieza la campaña contra el cosmopolitismo, es decir la persecución antisemita. Se armó la historia de una confabulación de médicos para asesinar a Stalin. Murió un alto cargo bolchevique y alguien dijo que lo habían matado a propósito, por lo que se organizó una caza de brujas contra los doctores judíos, que eran mayoría dentro de la élite médica. Zhenya en ese entonces estaba casada con un judío y tenía muchos amigos judíos. Intentó volver a utilizar su influencia con Stalin para ayudar a los perseguidos y terminó en la cárcel con la otra hermana de Nadia, Ana”.
Volviendo a la década de 1930, Stalin pasó a controlar todos los resortes del poder en la Unión Soviética. Su mano derecha, Beria, se ocupó de transformar a la familia política de Stalin en sus víctimas favoritas. En varias ocasiones Zhenya le había montado escenas delante de Stalin. “¡Si este hijo de puta no me deja en paz le voy a romper las gafas!”, llegó a advertirle Zhenya a Stalin.
Stalin y su hija Svetlana en la casa de campo en los años 30.
Pero la represión fue implacable. Fueron detenidos el tío-padrino de Nadia, Abel Yenukidze, en 1936, y una de las cuñadas de Stalin, Mariko Svanidze, fue fusilada. En 1937, encarceló a su cuñado Aliosha Svanidze y su esposa María Korona, quienes fueron fusilados. Al año siguiente, el primer marido de Zhenya y hermano de Nadia apareció misteriosamente muerto en su despacho, envenenado. La propia Zhenya fue detenida en diciembre de 1947, acusada de pasar información sobre la vida familiar de Stalin a la embajada de los Estados Unidos. Entonces intentó suicidarse tragando piedras. Luego fueron detenidos su hija Kira y Molchnikov, su marido judío, sin que le sirviera de nada haber colaborado en la vigilancia de su esposa, y Ana Alliluyeva, quien había publicado un año antes un libro de recuerdos que a Stalin le pareció un conjunto de indiscreciones relacionadas con su pasado —aunque lo que más le irritaba, en realidad, eran las alusiones a su defecto físico, el brazo izquierdo anquilosado—. Cuando intentó abogar por sus tías y su prima, la propia hija de Stalin, Svetlana, fue amenazada por su padre con acompañarlas a la prisión.
Stanislas Redens, el marido de Ana, alto cargo de la policía política, fue detenido y los suyos ya no volvieron a verle. Ana y su madre, Olga, fueron a casa de Stalin a interceder por su vida. Podía esperarse un gesto de benevolencia por la vieja amistad y camaradería, por la relación familiar o el recuerdo de la antigua historia de amor. El resultado de la reunión fue terrible: Ana comenzó a gritarle a Stalin, quien las echó del despacho. Redens sería fusilado un año después.
Antes de encarcelarla, Stalin intentó recuperar la relación con Zhenya. Utilizó de intermediario a Beria, quien llegó hasta la casa de la mujer y le propuso convertirse en ama de llaves de Stalin. Zhenya consideró que se trataba de una trampa de Beria y se rehusó a aceptar. Fue después de esa circunstancia cuando la cuñada de Nadia y antigua amante de Stalin se casó con el ingeniero judío Molchnikov. El dictador montó en cólera y a partir de entonces Zhenya, al igual que Ana, tuvieron prohibida la entrada al Kremlin.
Stalin intentó atraer nuevamente a Zhenya cuando estalló la guerra y los alemanes estaban a tiro de piedra de Moscú. La convocó a su lado y le pidió que se hiciera cargo de los hijos y los llevara a Georgia. Zhenya volvió a negarse y Stalin nunca la perdonaría.