Donna Rachele, “el verdadero dictador de la familia”
Las mujeres de Mussolini procedían de distintas clases sociales, aunque la mayoría eran burguesas, pues a él le gustaban bien poco tanto las aristócratas como las de extracción modesta. Si los capitostes y jerarcas se limitaban a alguna amante, Mussolini sentía una “excesiva” propensión a las mujeres. Ya desde adolescente tenía una idea superlativa de la virilidad, y sus muchas compañeras —esposas, amantes fijas y temporales, aventuras— debían exaltarla.
Su primera esposa fue Ida Irene Dalser (1880-1937). Había estudiado medicina estética y tuvo un salón de belleza en Milán, lo que le permitió sostener económicamente a Mussolini durante mucho tiempo. La pareja tuvo un hijo, Benito Albino, al que él reconoció en 1915 antes de partir al frente.
En ese mismo año se casó civilmente con la que sería su esposa definitiva, Rachele Guidi (1890-1979), con quien había convivido desde 1910, una mujer que siempre había sabido “lo de la Dalser y su hijo”. Rachele era campesina, paisana de Benito. Como ella misma contó, nunca había tenido relaciones y él la forzó brutalmente “sobre una butaca”.
Al principio el padre de Benito se oponía a esta relación, pero él mismo arregló el asunto a su manera: con la violencia. Lo reunió con la madre de Rachele, ambos viudos, exhibió una pistola y dijo que le pegaría un tiro a la novia y después se suicidaría si no le daban el consentimiento para estar juntos; comprensiblemente, los padres aprobaron la unión.
Edda fue la primera hija de la pareja, aunque fue registrada como hija de Mussolini y de madre desconocida porque cuando nació ellos todavía no estaban casados. Para el historiador Pasquale Chessa, autor del libro Dux. Benito Mussolini: “Rachele representaba a la mujer, pero no como una figura tradicional, santurrona, religiosa… Con ella mantuvo una relación extremadamente compleja, aunque también extremadamente sincera”.
En cuanto a Ida Irene, cuando él ascendió al poder ella decidió consolidar su situación reclamando que la reconocieran como primera esposa, lo que enfureció a Rachele; vigilada por la policía, a Mussolini se le ocurrió una solución cruel, propia de su condición: enviar a Ida Dalser a un manicomio, donde la pobre murió en 1937. Del final de Benito Albino existen distintas versiones. Una de ellas asegura que murió en la guerra en 1941 en un combate naval. La segunda, menos fiable, es que, al igual que la madre, fue recluido también en un manicomio, donde habría fallecido en 1942.
Cuando ya era presidente del Consejo de Ministros Mussolini se casó con Rachele, esta vez por Iglesia, “para dar gusto a la clericalla y al Vaticano”. Tuvieron cinco hijos: Edda (1910-1995), Vittorio (1916-1997), Bruno (1918-1941), Romano (1927-2006) y Anna María (1929-1968).
Doña Rachele tenía un carácter prosaicamente práctico, discutidor, severo y autoritario, a veces más que el marido. Era una mujer dura y difícil, que se opuso a todo tipo de clemencia para su yerno Ciano, “el traidor”, casado con Edda, cuando fue condenado a muerte. Edda decía: “El verdadero dictador de la familia es mi madre”. Doña Rachele estuvo al tanto de todas las andanzas sexuales de su marido, pero dijo años después que solamente le importaron tres: “Me han hecho daño Ida Dalser, Margherita y la Petacci”.
Mónica, la segunda mujer de Vittorio, cuenta que cuando su marido la llevó a conocer a doña Rachele a Predappio, en la década de 1970, al verla le preguntó a Vittorio “¿Dónde encontraste a esta donna tan alta?”. “Yo me puse toda colorada”, asegura. “Doña Rachele —prosigue Mónica— era muy difícil, yo la quise igual aunque ella tenía preferencia por la hermana de Sophia Loren, María Scicolone, que fue la mujer de mi cuñado Romano. Y esa preferencia de doña Rachele era impulsada por mi cuñada Anna María, la menor de los hermanos Mussolini, que, pobrecita, de pequeña había tenido parálisis infantil y quedó totalmente inmóvil a excepción de la cabeza. Y, guste o no, quien la salvó fue Hitler, que le dijo al Duce ‘dámela que me la llevo a Alemania’, y gracias a Dios ella empezó a caminar y a recuperarse, pobre hija”.
“Rachele —continúa Caranci— apoyó a su marido en muchas de las decisiones importantes, pese a que la ofendían y desesperaban sus aventuras con distintas amantes; pero ella era una mujer tradicional, de esas que siempre siguen con el marido, y creo que él también tenía esa idea”.