Geli, la prisionera

Una relación muy importante fue la que Hitler mantuvo con Geli Raubal, su sobrina. Solía vérseles juntos cenando en restaurantes de primer nivel y asistiendo al cine, al circo o la ópera. Las relaciones entre Hitler y su medio-sobrina nunca han sido bien aclaradas, pese a que todos los historiadores coinciden en que ella fue su gran amor. “Fue, por raro que pueda parecer, su único gran amor, lleno de instintos reprimidos, de arrebatos a lo Tristán y de sentimiento trágico”, escribe Joachim C. Fest en Hitler, una biografía. “Él estaba enamorado de Geli, pero a su modo: quería, a la vez, poseerla y mantenerla a distancia. Ella era el adorno de su casa y las delicias de sus horas de ocio; su compañera y su prisionera”, dice Robert Payne, autor de Vida y muerte de Adolf Hitler. “Su sobrina Geli le ha cautivado. No hace nada para ocultar al exterior el evidente afecto, lo cual es bastante significativo en este virtuoso de la simulación. Con el tiempo nace una auténtica pasión amorosa, o al menos la siente Hitler”, apunta Hans B. Gisevius en Adolf Hitler. “Fuese la relación activamente sexual o no, la conducta de Hitler con Geli tiene todos los rasgos de una dependencia sexual fuerte o, por lo menos, latente. Esto se evidenció con muestras tan extremas de celos y posesividad dominante, que era inevitable que se produjera una crisis en la relación”, juzga Ian Kershaw, el último gran biógrafo de Hitler.

Ella también quería a Hitler; estaba deslumbrada por su éxito, su fama, su dinero y por su escalada hacia el poder; pero quizá deseaba que la situación se oficializase, ser la señora de Hitler, exhibirse como la aspirante a primera dama. Y eso no podía tenerlo. Seguro que él le había planteado más de una vez su firme propósito de mantenerse célibe, lo mismo que había comentado a alguno de sus íntimos. El fotógrafo Heinrich Hoffman, su mejor amigo de estos años al margen de la política, contó que Hitler le dijo en una ocasión: “Es verdad, amo a Geli y quizá podría casarme con ella; pero como bien sabe usted, estoy dispuesto a permanecer soltero. Por tanto, me reservo el derecho a vigilar sus relaciones masculinas hasta que descubra al hombre que le convenga. Lo que a ella le parece una esclavitud no es sino prudencia. Debo cuidar de ella para que no caiga en manos de cualquier desaprensivo”.

Adolf Hitler y su sobrina Geli Raubal.

Sjoerd de Boer dice que “el edificio de Múnich donde Hitler vivió desde 1929 con su sobrina, Geli Raubal, es hoy una dependencia policial. Él residía en el segundo piso, y cuando Geli se instaló en la casa de su tío comenzó una trágica historia. Todos los que la conocieron aseguraron que era muy bonita, con mucha vida, alguien a quien le gustaba salir y divertirse, aunque también hay indicios sobre una actitud sadomasoquista de él que disgustaba a la joven. Pero Hitler fue más que sobreprotector, la fue atrapando en una red de la que la joven no podía escapar. Siempre había alguien del partido cerca de ella vigilándola y la casa se transformó en una cárcel”.

El 18 de septiembre de 1931 mantuvieron una acalorada discusión, tras la cual Hitler se marchó de viaje a Núremberg. Según Hoffman, Geli se despidió desde el balcón con absoluta normalidad; sin embargo, él se marchó con cierta inquietud: “No sé qué me pasa —le dijo de pronto—, tengo una sensación desagradable”.

Esa noche, Geli dijo que tenía dolor de cabeza y se retiró temprano. En la habitación tomó la pistola de su tío, una pequeña Walhter 635, la envolvió en una toalla y se pegó un tiro en el corazón. ¿Por qué los suicidas por amor se pegan habitualmente tiros en el corazón? ¿Será para no desfigurarse? El caso es que era una bala de pequeño calibre y no acertó. Pasó toda la noche agonizando y recién a la mañana los criados tiraron la puerta de la habitación y la encontraron muerta.

Fue enterrada en el Cementerio Central de Viena, y se dice que Hitler permaneció inmóvil frente a su tumba durante media hora con la mirada perdida. Al regresar al automóvil, dijo: “Ya es hora de continuar la lucha… esta batalla terminará en un triunfo. Juro que así acabará”. Aunque después del suicidio su estado de desesperación era tal que Hoffman se las arregló para esconderle la pistola temiendo que también se quitara la vida. Durante esos dos días Hitler no comió ni durmió, consumiendo las horas en un interminable paseo de un lado a otro de su habitación.

Hitler era uno de esos hombres chapados a la antigua, un besador de manos, educadísimo, en lo personal casi un pusilánime, en resumen, un caballero de modo propio del Berlín señorial. Quizá radicaba allí el atractivo que ejercía en las mujeres, en esa mezcla entre la ardiente violencia ideológica y la blandura; era el héroe frágil, seda y acero, un individuo al que se idolatraba, pero que al mismo tiempo también se deseaba proteger.