Una beata con poder
Franco era un hombre extremadamente hermético. Su único rasgo destacable era la imperturbabilidad, la frialdad glacial, la falta de expresión emocional, el silencio casi perpetuo. Y, sin embargo, en las fotos de los años jóvenes en la Legión, se le ve sonriente y relajado. Una alegría que después desaparecería.
Al menos en lo público, la relación con su mujer parecía ser también extremadamente fría. En las comidas de la pareja reinaba el silencio. De esta situación dio fe el secretario privado y primo de Franco, Francisco Franco Salgado Araujo, Pacón, quien prefería que no lo invitaran a comer con ellos porque era incómodo, ya que estaba en la mesa con dos personas que apenas pronunciaban palabra durante el almuerzo y parecían estar ajenos el uno del otro.
La explicación que daban en el círculo familiar sobre las características de Franco era que ese ensimismamiento, que muchas veces parecía falta de atención, no era real porque cuando le interesaba reaccionaba. Tenía un mecanismo de desconexión siempre que la charla le resultaba indiferente, pero escuchaba aunque no hablara, una particularidad que suele atribuirse a gente prudente. Al parecer no era así con sus amigos ni con aquellos que le atraían, con quienes era atento y, con frecuencia, locuaz.
Los que están en desacuerdo con esas versiones aseguran que en las comidas con Franco no estaba solamente Pacón, sino también los dos ayudantes y más gente, de modo que a la mesa siempre solía haber seis o siete personas. Todos recuerdan que las sobremesas se extendían y eran divertidas cuando participaba la hermana del Caudillo, Pilar, una persona muy abierta. En cuanto a las cenas, el matrimonio solía hacerlas en su cuarto y generalmente solos.
Carmen Domingo dice: “Estaba pensando en el refrán tan español de ‘A Dios rogando y con el mazo dando’. Yo creo que a Doña Carmen le iba muy bien, porque la imagen era un poco de la beata que se centraba en misa, que no se metía en nada, pero era la que se acostaba cada noche con el Caudillo, o casi cada noche, o por lo menos compartían habitación. Cuando se cerraba esa puerta era una influencia nefasta, desde mi punto de vista; fue ella la que le ayudó a él a arrancar y a alcanzar un lugar al que nunca, creo, Franco se había planteado llegar”.
A veces, cuando él sentía que se estaba entrometiendo demasiado, le decía siempre la misma frase: “Tú calla que de esto no sabes nada”, pero la verdad es que la historia ha demostrado que Doña Carmen sí sabía cuándo y cómo opinar para ser escuchada. Por ejemplo, parece que fue ella quien consiguió desplazar del poder al hermano mayor de Franco, Nicolás, al que Carmen detestaba porque era un hombre fanfarrón, vividor, anticlerical. Es decir que tenía todos los defectos que ella odiaba y que además le recordaban al adúltero de su suegro. Carmen, al parecer, nunca llegó a apreciar la extraordinaria habilidad negociadora de su cuñado ni a agradecer su relevante papel en el ascenso de su esposo. Y eso a pesar de que siempre tuvo una clarísima conciencia del poder, tanto como de su ambición de ascender socialmente. En ese aspecto deben recordarse los repartos de títulos nobiliarios a los amigos del régimen, algunos verdaderamente chocantes. Por ejemplo el que recibió en 1955 el industrial Pedro Barrié: Conde de FENOSA (Fuerza Eléctrica del Norte Sociedad Anónima), el nombre de su empresa de energía eléctrica.
Pero regresemos al ascenso militar de Franco y a su carrera.