Bella y leal Valeshka
Cuando Alemania invadió la URSS Stalin cayó nuevamente en los abismos de la depresión. En junio de 1941 se retiró a su dacha, renunció a ejercer el mando y se aisló de la tremenda circunstancia histórica que vivía su país, esperando durante tres días que lo ejecutasen sus propios camaradas por incompetencia rayana en la traición.
En los años previos a la Segunda Guerra Mundial los soviéticos habían construido un búnker a diecisiete kilómetros de Moscú. Allí tenía su despacho Stalin y en ese lugar tomó gran cantidad de decisiones importantes para la historia del conflicto. Cuando los alemanes invadieron Rusia, en ese búnker permaneció durante tres semanas con sus generales sopesando qué hacer, si abandonar o no la capital. Finalmente, resolvió quedarse en Moscú y defenderla, una decisión clave para conseguir el triunfo sobre Hitler. Cuenta la historia que Stalin escogió esa opción después de leer a Mijail Kutúzov, un general mítico que había vencido a Napoleón en 1812. Otra versión señala que en esas angustiosas reuniones en el búnker, con los alemanes a pocos kilómetros de Moscú, los militares le aconsejaron abandonar la ciudad y cuando el dictador le preguntó a su ama de llaves y amante Valeshka si tenía todo preparado para irse y la joven le contestó: “Camarada Stalin, Moscú es nuestra madre, Moscú es nuestra ciudad, tenemos que defenderla”. Él se llenó de emoción y de energía y dijo: “Así se habla”, y se quedaron a defenderla.
Valentina Vasilevna Istomina, Valeshka, había nacido en 1915 en un hogar humilde, y comenzó a trabajar para Stalin cuando era muy joven. A pesar de ser una chica sin educación era inteligente, prudente y muy laboriosa. Sin embargo, tal vez el rasgo más importante para éste era la lealtad que ella le profesaba. A tal punto que, después de su muerte, y pese a los procesos de desestalinización, ella siempre defendió al dictador y respaldó todos sus actos.
Era una bella campesina, rubia y de ojos azules, poseedora de un cuerpo generoso que a Stalin le fascinaba. A medida que pasaron los años fue ganando la confianza del líder, algo que era importantísimo en el ambiente de paranoia que se vivía alrededor de Stalin. Por ejemplo, sólo Valeshka servía la mesa cuando el secretario general se reunía con jerarcas o personalidades del exterior. Si era preciso la ayudaban quienes participaban de la comida, pero no podía ingresar nadie más a la sala.
Reyes Blanc describe a Valeshka como “una criada, que a los dieciocho años se la llevan a servir a la dacha. Es una chica campesina, sin educación, sin formación, nada más que sus labores, con un físico atractivo y parece ser que de formas rotundas. A Stalin le gustaba físicamente, pero además él va teniendo sus años y ella lo cuida… Los hombres, cuanto mayores somos, más nos importa que nos tengan la sopa caliente… y la ropa preparada. Stalin apreciaba tanto estas cosas que cuando llegaban los visitantes extranjeros él les mostraba orgulloso el armario de la ropa blanca… Y les decía: ‘Mira qué bien ordenado lo tiene todo Valeshka…’ Yo me figuro a Palmiro Togliatti, o Walter Ulbricht, o Chou En Lai, allí mirando, y todos diciendo: ‘Por supuesto que sí, que la ropa está estupenda’.
”Se repetía el patrón: lo que Stalin quería de las mujeres era tener un ama de casa que, cuando él volviera de sus actividades clandestinas o de sus reuniones con el politburó, le atendiera en todos los sentidos y no le diera problemas”.
Cuando el georgiano murió, el 5 de marzo de 1953, en su dacha de Kuntsevo, Valeshka se arrojó sobre el cadáver y empezó a chillar, a gritar y a dar alaridos de pena y de dolor, con el convencimiento de que tenía todo el derecho a hacerlo. Y era verdad, porque ella fue la última mujer de Stalin.
Después de la derrota del nazismo, los medios periodísticos norteamericanos aseguraron que Rosa Kaganovich había sido la tercera mujer de Stalin, pero fueron rumores no confirmados. Vera Davidova, mezzosoprano del teatro Bolshoi de Moscú, fue amante de Stalin durante diecinueve años, al menos así lo dijo ella en su libro Yo fui la amante de Stalin, pero de lo único que estamos verdaderamente seguros es de que hubo una mujer final: la fiel Valeshka.
Volvamos ahora a los años cuarenta y al búnker de Stalin. Vladimir Lukin, director del museo del búnker, explica: “Stalin estuvo trabajando aquí en noviembre-diciembre de 1941. Ése fue el momento más complicado, cuando las tropas alemanas se aproximaron demasiado a Moscú. Para este entonces, fueron evacuados el gobierno y el cuerpo diplomático, pero él se estaba quedando, desde aquí se estaba decidiendo el destino del Estado. Le preguntó entonces al mariscal Zhukov: ‘¿Podremos evitar que tomen la ciudad?’, quien respondió que sí, que podrían hacerlo, pero que la defensa no iba a dar ningún resultado, aunque un contraataque podría salvar la situación. Y le pidió a Stalin las unidades militares de reserva, que le fueron concedidas. Se les decía ‘divisiones siberianas’. El búnker de Stalin tiene aproximadamente unos ochocientos metros cuadrados, pero todo el sistema posee varios miles de metros. Aquí llegan varios tipos de comunicaciones y caminos, desde aquí se puede acceder a la estación de subte. Fue un lugar muy importante, que servía para la seguridad personal del líder. Alrededor había tres aeropuertos militares, o sea que desde alguno podía salir para cualquier destino. Había también un ferrocarril, y debajo de la tierra, un tren blindado que lo llevaba al Oriente. Por eso no es un asunto de bromas, la seguridad de Stalin era de la mayor relevancia. Imagínese que esta persona fue casi como Dios”.
Los alemanes capturaron al hijo de Stalin, Jacob, que estaba peleando con el Ejército Rojo, y el dictador deportó a su nuera, porque cuando un soldado soviético era prisionero se castigaba a toda su familia. Stalin se negó a los canjes de prisioneros propuestos por los nazis, y el final de Jacob fue dramático: se suicidó dentro del campo de concentración donde se hallaba detenido.
Luis Reyes Blanc precisa que “esta actitud de Stalin demuestra su crueldad sin límites. Cuando detienen a su hijo, deporta a la mujer de éste; pero es que esto era lo habitual, es decir, cuando los soldados soviéticos caían prisioneros se deportaba a toda la familia. Las circunstancias de la invasión alemana eran tremendas. El Ejército Rojo pierde en un mes un millón de hombres, y cuando llegan al Molensko un ejército que era inmenso ha quedado reducido a la mitad. Entonces Stalin toma una de esas medidas que decidía con absoluta frialdad, sin tener en cuenta el costo humano. Se publica lo que se llama una orden, una especie de decreto ley que dice: ‘Todo soldado que se deje hacer prisionero será considerado un traidor a la patria… y su familia será detenida y tratada como la familia de un traidor’. De cualquier manera, supongo que ésta fue una medida que no pudo aplicarse a la totalidad de los familiares de los soldados rusos prisioneros, ya que ascendieron a cinco millones, pero lo que sí fue cierto es que a todos los trataron como traidores”.