La Sarfatti
La Margherita a la que se refería Rachele era la Sarfatti (1880-1961), alguien que fue esencial en la vida del Duce. Se trataba de una mujer refinada, inteligente y culta: periodista, coleccionista, crítica de arte, hija de un rico jurista veneciano de origen judío, era tres años mayor que Benito; fueron amantes durante dieciocho años. Fue otra de las grandes educadoras de Mussolini durante la década de 1920 y parte de la de 1930, y en 1925 publicó Dux, una biografía del líder. Cofundadora del Partido Fascista Italiano en 1921, era una eminencia gris del fascismo. “Con la Sarfatti —explica Chessa—, Mussolini tiene un vínculo político. Ella lo acompaña al tren que lo lleva a Roma para convertirse en primer ministro. Y le escribe los discursos, le explica qué es lo que debe decir, le compra las chaquetas, lo arregla, lo hace verse un poco más presentable”.
Margherita —dice Caranci— sentía fascinación por el poder; era arrogante, ambiciosa, enérgica. Ayudó a pintores y escritores, italianos y extranjeros; fue una autoridad en el universo artístico. Conoció a numerosas personalidades, a artistas célebres de todo el mundo y, de diversas ideologías. Fue amiga del pintor y muralista mexicano de izquierda Diego Rivera y del artista argentino Emilio Pettoruti, se codeó con el poeta fascista estadounidense Ezra Pound, con Gabriele D’Annunzio, Bernard Shaw, Colette, Josephine Baker, Albert Einstein, Victoria Ocampo, Alma Mahler, Jean Cocteau, Alberto Moravia… La Sarfatti se relacionó con figuras estadounidenses simpatizantes del fascismo, como Henry Ford, el aviador Charles Lindbergh, Joseph Kennedy y otras. También hizo propaganda del fascismo en los Estados Unidos, utilizando la cadena de periódicos de William Randolph Hearst.
Las desavenencias en la pareja, tanto políticas —ella se situaba en el ala “izquierdista” del fascismo y, además, impugnaba las aventuras coloniales— como personales, acabaron con la historia de Mussolini y la Sarfatti en 1934. Además, Margherita estaba envejeciendo y a él le agradaban las mujeres jóvenes. La cosa empeoró cuando, en 1938, entraron en vigor en Italia las leyes antisemitas y la Sarfatti tuvo que exiliarse pese a haberse convertido al catolicismo. Se radicó en Uruguay en 1939, donde trabajó como periodista, y luego pasó a la Argentina. En 1947, acabada la guerra, regresó a Italia, donde siguió siendo una personalidad influyente en la vida cultural; murió en 1961, después de haber vendido las más de mil doscientas cartas del Duce que tenía en su poder a un cirujano plástico estadounidense.
Margherita forma parte de una minoría de mujeres, junto a Rachele y muy pocas más, a las que el Duce no consideró inferior ni una mera vagina.
Mussolini era racista “por defecto”, como muchos italianos y europeos, hacia los árabes, los negros, los gitanos, y por la misma razón hacia los judíos. Aunque nunca se había mostrado especialmente antijudío, pese a que luego dijo haber sido antisemita desde 1921. Gran parte de los más de 40.000 judíos italianos apoyaban al fascismo, y él tuvo colaboradores y amigos que lo eran. Pero en 1938, por una difusa convicción personal, por imitación de Hitler y presionado por los fascistas más fanáticos impuso leyes racistas, en un país relativamente indiferente a este respecto, en el que nunca había habido un “problema judío” y en el que sólo la Iglesia, y no toda, era antisemita. Mussolini ha quedado como un racista y antijudío casi a la altura de Hitler.
Como Stalin, poseía sin duda una cultura más amplia que la de Hitler o Franco, y a diferencia de estos dos escribía y hablaba bien. Al mismo tiempo, era un exagerado y ridículo narcisista, enamorado de sí mismo. Profería cosas increíbles y grotescas, que parecían dichas en broma. Pero lo hacía muy en serio. Completamente convencido, llegó a manifestarle a una de sus mujeres acerca de sí mismo: “¡Mira qué mandíbula tan fuerte, tan decidida! Comprendo que una mujer pueda enamorarse de un hombre así, que pueda dormir con una foto mía debajo de la almohada, como tú haces”.