Mística y violencia
“En noviembre de 1918 acabó la guerra —continúa Caranci—; Italia, aunque vencedora, había salido frustrada del conflicto al no haber conseguido todos los territorios que ambicionaba, mientras que franceses y británicos obtuvieron la parte del león. Mussolini hablaba, así, de ‘victoria mutilada’, pese a los casi 700.000 muertos y más del millón y medio de heridos. Pero la frustración de los italianos es también económica y social: el gobierno no había cumplido las promesas prebélicas y la agitación social estaba a la orden del día, atemorizando a los industriales, los empresarios y los latifundistas con manifestaciones y con la ocupación de tierras y fábricas (aterrorizados también porque en Rusia habían tomado el poder los bolcheviques un año antes)”. Así, ante la debilidad de los partidos liberales, las oligarquías italianas encontraron en Mussolini quien los defendiera de la “chusma roja”.
Caranci resume la situación italiana de ese momento: “En 1919 [Mussolini] fundó los fascios di combattimento, con sus squadre d’azione o grupos ultranacionalistas de acción, los ‘camisas negras’ (parecidos a los freikorps alemanes), formados en la violencia por ex combatientes, nacionalistas furibundos, futuristas, meros reaccionarios, etc., útiles para combatir a la izquierda. Reivindicaba para sus ‘escuadristas’ el ‘derecho a gobernar Italia, como núcleo de la nueva clase dirigente’, pero en las elecciones de 1919 los fascistas no obtuvieron ningún escaño.
”Los fascios di combattimento y sus squadre, explotando el temor de la burguesía, de la aristocracia y los ambientes capitalistas, así como el de la monarquía, rompieron huelgas, desalojaron a los ocupantes de latifundios y fábricas, y atacaron a individuos y organizaciones de izquierda (cámaras del trabajo, cooperativas, casas del pueblo, etc.). Las palizas, el aceite de ricino, los incendios, la destrucción y los asesinatos eran moneda corriente. Débil, el Estado era incapaz de detenerlos, cuando no se pronunciaba directamente favorable a los fascistas: más de 3500 izquierdistas fueron asesinados por los camisas negras, contra algún centenar, […] en un clima de preguerra civil”.
Finalmente, en las elecciones de 1921 los fascistas obtuvieron 35 escaños, y Mussolini fue elegido diputado en las listas de los “bloques nacionales” antiizquierdistas. Desde ese momento los “camisas negras” multiplicaron los episodios de violencia física y verbal.
En 1922 Mussolini fundó una revista mensual, Gerarchia (jerarquía), en la que colaboraba la notable intelectual y desde 1911 amante del líder Margherita Sarfatti, quien según algunas fuentes le dio dinero para solventar su actividad política.
Si bien la ideología fascista en su conjunto posee un fundamento ideológico que, en muchos aspectos podría calificarse de burdo, la versión italiana disponía de una base intelectual más sólida que el falangismo y el franquismo o que el propio nazismo. El gran filósofo del Estado Giovanni Gentile aportaría solidez a las ideas del régimen, y otras importantes personalidades de la cultura, como Luigi Pirandello o Gabriele D’Annunzio, también lo apoyaron.
Una nueva huelga general en agosto de 1922 lo indujo a la acción definitiva: la conquista del poder. Mussolini proclamó la movilización general, y junto a su Estado Mayor (los “cuadrúnviros”) y con sus 30.000 fascistas más o menos armados inició desde Nápoles, el 28 de octubre, lo que se conoce como Marcha sobre Roma.
Según Caranci, fue un golpe de mano “audaz, con fuerzas relativamente modestas y desorganizadas, que podrían haber sido detenidas e incluso liquidadas (como exigía una parte del ejército y de las fuerzas del orden); sin embargo el poder estaba reducido al mínimo, y Mussolini entró en Roma con sus hombres”. Era un golpe de Estado, pero el rey Víctor Manuel III no calibró bien de qué se trataba, aunque no estaba descontento pues eran los que habían “domado a la izquierda”. Y ese mismo día, el monarca le encargó formar gobierno, compuesto por fascistas, nacionalistas y también representantes de los viejos partidos de derecha.
Inicialmente, Mussolini se mostró respetuoso de la legalidad parlamentaria. Pero en cuanto vio la ocasión apartó a los inoperantes partidos liberales, controló a la izquierda a través de la violencia (uno de los escándalos lo constituyó el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en 1924) y en 1925 proclamó el Estado fascista y el partido único, el Partido Nacional Fascista (PNF), esto es: la dictadura.
Mussolini concentró en sí mismo y en su partido todos los poderes, puso fin a las libertades políticas, reprimió a quienes se le oponían y prohibió las huelgas. Se estableció así una especie de “adoración” del Estado, en el que el rey contaría cada vez menos, de carácter laico, pese a zanjar el conflicto con la Iglesia firmando el Concordato con el Vaticano (1929) y encuadró a las masas en las organizaciones del partido. Consecuentemente, se emprendieron reformas económicas sin la participación del pueblo, mientras que los ideales nacionales superiores coincidían, curiosamente, con los de las clases dominantes.
Durante estos años la dictadura de Mussolini tuvo muchos amigos fuera de Italia, tanto en Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos como luego, naturalmente, en la España de Franco y en la Alemania de Hitler. Su régimen se remitía a la antigua Roma y era agresivo en lo atinente a la política exterior (conquista de Etiopía en 1935-1936 y de Albania en 1939, intervención en la Guerra Civil Española en 1936-1939). Durante los veintitrés años en los que Mussolini gobernó Italia participó en seis guerras; y en la última —la Segunda Guerra Mundial— intervino como aliada de Hitler “para aprovechar cínicamente las victorias alemanas y sacar tajada”, pero fue derrotada, lo que significó el fin de su régimen y de su vida.