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AL otro lado de la sala se
encontró con un tanque grande y transparente. Estaba lleno de un
líquido cuya azulada bruma era obsesionante. Le llamó la atención,
lo estudió con más detalle y advirtió que había miles de puntos de
luz que brillaban a través de la tenue bruma. En ocasiones observó
un ligero rastro entre los acontecimientos fluctuantes, y se dio
cuenta de pronto que observaba el análogo alienígena del modelo de
Caos de Ander. Ésta era la piedra Rosetta que sería el puente entre
dos culturas completamente alienígenas. Su descubrimiento era
probablemente el acontecimiento entrópico más importante en la
historia. Si pudiera comprenderlo y usarlo, entonces incluso la
ciencia física volvería a nacer.
Miró con fascinación hacia el campo brumoso
del fluido, y se preguntó si eso era el modelo de un universo real,
y si funcionaba en tiempo real. Si era así, entonces una de esas
chispas brillantes bien podía representarle a él. Un destello
brillante en particular iluminó por un tiempo toda la esquina del
tanque, pero si esto tenía algún significado, probablemente nunca
lo sabría. Tenía dos horas y media de reserva de aire, y ninguna
forma de volver arriba.
El encontrar el planeta, entrar en la sala a
través de la caverna y comprender la naturaleza de lo que había
encontrado, todas esas cosas tenían la apariencia de ser pruebas
para determinar la calificación de aquellos que buscaban lo que la
cámara contenía. La última prueba era salir vivo. Y ya que todas
las pruebas habían sido factibles, dados los medios adecuados y el
conocimiento correcto, era lógico que la última fuera también
factible. Pero sus medios no existían, y su conocimiento era
precario. Esta prueba estaba pensada quizá para medir las aptitudes
del individuo y, con su suministro de aire casi consumido, llevaría
una penalidad de tiempo.
Los alienígenas elegirían a sus sucesores
con meticuloso cuidado.
Se alejó del tanque. Confiaba en que
necesariamente debía existir una salida; todo lo que tenía que
hacer era encontrarla. Pensar en ir contra la corriente del arroyo
era imposible. También pensaba que a una profundidad de más de tres
kilómetros y con un suministro mermado de aire, no tenía esperanza
de que aquellos que había dejado en la superficie pudieran
encontrarle a tiempo. Quizá, después de todo, sí era en cierta
forma una unidad de desecho.
—¡Bron! —la voz de Jaycee entró con un
repentino estallido de alarma—. ¿Qué es lo que hace Cana con sus
fuerzas?
—Exactamente lo que le pedí, espero.
—Antares informa de un contingente de
fuerzas en órbita cercana. ¿Le ordenaste eso?
—¡Déjame en paz, Jaycee! Ya tengo bastantes
preocupaciones por ahora.
Se volvió para estudiar su problema. El
arroyo pasaba por detrás de la verja, y caía suavemente en las
entrañas del planeta. No existía ningún escape posible por esa
ruta.
—¡Bron! Hay una docena de cruceros pesados
entrando en el sistema Solar, y Defensa Espacial informa que hay
otros cincuenta en camino. ¿Cana considera un ataque a
Tierra?
Bron la ignoró. Sus investigaciones le
habían llevado de nuevo al centro de la sala. La columna central
era un pilar ancho y sin rasgos, alzándose hacia el techo sólido.
Era único entre los exhibidos, por su falta de complejidad. En su
base había una compuerta, abierta hacia su interior, y la brillante
solidez de las paredes tubulares le hicieron cavilar sobre qué
clase de presiones podría contener la debilitada estructura.
—Bron, ¿me vas a escuchar, maldito
seas?
—Te escucho, Jaycee.
—Conozco tu marca del Caos. La reconozco en
cualquier parte. ¿Ordenaste la destrucción de la base de
Antares?
—No su destrucción, Jaycee; sólo su
captura.
—Lo adivino, pero ¿por qué?
—Antares maneja el transmisor de unión. Si
tengo Antares, Tierra ha perdido el control sobre mí.
—No te saldrás con la tuya, Bron. Eso es
traición, y no puedes esperar ganar. El Comando Estelar echará a
Cana fuera del espacio.
—La principal flota del Comando está en el
Borde, con Ananías. Trata de decírselo a él.
La singular sencillez del pilar lo ponía
radicalmente aparte del resto del mecanismo, y podía ver ahora que
su posición central le hacía sobresalir. Los contrastes daban a sus
soportes algún significado: era algo diseñado para llamar la
atención de una inteligencia clara.
Por primera vez desde que había entrado en
la caverna, Bron se permitió una sonrisa.
—¡Maldito seas! ¡Maldito seas! —la
vehemencia de Jaycee cortó como un cuchillo muy afilado—. Tenías
todo esto planeado, ¿no? Ananías se ha llevado la Flota Comando tan
lejos dentro del vacío, que no podemos ponernos en contacto por
radio FTL. Nuestra única oportunidad es por el transmisor de unión,
a la nave radio de inteligencia...
—... y Ananías tiene el control —Bron
terminó la frase por ella—. Enfréntate a ello, Jaycee: el dominio
de Tierra ha terminado.
—¿Vas a destruir la Tierra? —su voz se elevó
con incredulidad.
—Oh, no. Todo lo contrario. La necesito, y a
los otros mundos principales. Pero en una adecuada perspectiva. No
como poderes imperiales, sino como miembros de una total unión de
los planetas habitados. Todo es parte del acuerdo que hice
celebrar, entre Ananías y Cana. Tierra, sus Dependencias y los
planetas de la Federación Destructora van a ser unificados en una
sola entidad. A Tierra no le va a gustar, pero ésa es la forma en
que la historia tiene que suceder. Hay mucho espacio por conquistar
para que la Humanidad se divida.
Se volvió y entró en el eje, examinó la
compuerta. Tenía un simple sistema de presión para mantenerla
cerrada. Si hubiera instrucciones alienígenas en relación con su
uso, no podría entenderlas; pero se movió con la fe ciega de que su
funcionamiento era el que la lógica pedía que fuera. Cerró la
compuerta detrás de él.
Inmediatamente, un torrente de metal líquido
se arremolinó sobre sus pies y empezó a levantarlo por el eje de la
columna. Más y más alto le elevaba la ola, hasta que Bron empezó a
pensar que el tubo no tenía límite y, por algún truco de la física,
se elevaba para siempre. Sólo el roce de su traje contra el negro
tubo le aseguraba que todavía seguía moviéndose hacia arriba.
—Bron. Antares se ha rendido... y se han
establecido grupos de aterrizaje. Esto te hace un traidor. ¿Sabes
de alguna razón por la que no deba apretar el botón de la
muerte?
—Si piensas que debes hacerlo, hazlo rápido,
Jaycee. La primera tarea de ese grupo de aterrizaje es destruir las
antenas del transmisor de unión. Pero si acaso fallas, ¿sabes lo
que va a pasar? Voy a volver a Tierra sólo por ti, y a pesar del
coste. He adquirido un imperio del infierno, y cuando la tarea de
dirigirlo sea algo pesada, créeme, voy a necesitar todo el respaldo
que pueda. No me digas que el papel de primera dama del Universo no
te llama la atención...
—¿Sabes lo que eres, Bron? Eres un egoísta,
un maldito enano.
—Me figuro que eso nos hace a los dos de la
misma clase. Cuando empiezo a recordar, me viene a la mente que tú
también eres algo maldita.
Finalmente vino un cambio, casi indetectable
por las pobres sensaciones que le llegaban estando dentro del
traje. Algo semejante al instinto le previno de que había llegado a
su destino. Al principio, nada parecía diferente. Al buscar con
cuidado, advirtió puntos tenues de luz sobre su cabeza. En un
shock de reorientación, supo que miraba
a las estrellas: en alguna parte, uno de esos irresolubles puntos
de luz era la galaxia de la Vía Láctea. Bron estaba flotando de
espaldas, en un charco de metal líquido, bajo la quietud de la
noche alienígena.
Encendió la luz de la radio en su traje, y
mientras esperaba que llegara la chalupa, miró a su alrededor, a
los puntos estrellados de su nuevo imperio. Los sollozos de una
mujer, oídos desde seiscientos mil parsecs, le recordaron que era
una criatura con debilidades humanas, pero con una fuerza
especial.
Por alguna razón, supo que ya nada iba a ser
como antes.
FIN