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EL humo se elevaba de los edificios incendiados en su camino. Bron caminaba con cautela, temiendo surgir de repente detrás de la cortina de humo, lo que podía conducir a que los vigilantes en alerta le dispararan. Sin embargo, obedeció las instrucciones implícitas en las direcciones de Jaycee, y se mantenía en el centro del camino, no haciendo ningún intento por esconderse.
—Maldito silencio, Jaycee. ¿Dónde está toda la gente?
—Evacuación total, Bron. Los Destructores han impuesto un toque de queda en cinco kilómetros alrededor de cada lugar de aterrizaje. Por favor, da un giro de noventa grados. Quiero hacer una comprobación de tu posición.
Bron se volvió con lentitud, siguiendo la línea del cielo con sus ojos y deteniéndose en las características de la tierra destruida que pudieran ser interpretadas como señales.
—¿Estoy en ruta?
—Bastante bien. Estás fuera del perímetro de los cinco kilómetros de los Destructores, pero todavía en una zona de evacuación. Tu principal peligro es la policía de Ashur, que vigila para evitar los saqueos. Permanece al descubierto, y mantén tus manos a la vista y vacías.
—¿No debería ir hacia la nave invasora?
—¡Debes estar bromeando! Cruza ese perímetro, y serás hombre muerto. La única forma de llegar allí es que los Destructores te elijan para llevarte.
—Y... ¿por qué piensas que me elegirán a mí?
—Lo esperamos. Vas a personificar a un tecnócrata clave de Onaris. Deberías de haber estado desde anoche en el Seminario de Ashur, pero los Destructores atacaron antes de que te pudiéramos llevar allí.
—¿Qué demonios quieren los Destructores de los tecnócratas?
—Se llevan cualquier cosa que tenga algún valor para ellos: cerebros, esclavos, metales y tantas cosas de alta tecnología como puedan encontrar. Por eso mandan una flota entera. Se llevan cualquier cosa útil que les sirva antes de destruir el planeta.
—Eso no tiene sentido, Jaycee.
—No lo tiene, pero es un hecho.
—Hombres para esclavos y metales puedo entenderlo, pero no tecnócratas. Pueden entrenar a mucha de su gente.
—Parece ser que están concentrándose en los que tienen cierta especialidad: todos son autoridades en materias agrupadas en las leyes del Caos. En Onaris había uno de los hombres más brillantes en ese campo.
—Pensé que era Tierra la que tenía a los hombres más brillantes.
—Eso es un mito clásico. De hecho, es al revés. Cuando las astronaves empezaron el Gran Éxodo desde Tierra, se fueron con ellos una gran cantidad de emigrantes con un coeficiente de inteligencia muy alto. No es raro encontrar en una colonia dos o tres familias que llevan en sus cromosomas una cadena de genio casi pura. Onaris tenía una familia con ese tipo de talento, los Halteras. Estás personificando a Ander Haltera, el noveno descendiente directo de Prosper Haltera. Ander es probablemente uno de los hombres sobresalientes de la galaxia en las leyes del Caos.
—¿Qué le ha pasado al verdadero Ander?
—Está en Tierra, cooperando con nosotros; lo trajimos secretamente hace seis meses. La historia ha sido remendada para sostener tu aparición en Ashur. Por otro lado, la costumbre en Onaris es que el nombre familiar no figure en los registros oficiales, así que tienes libertad para llamarte Bron. Te aconsejo que lo hagas. El segundo de indecisión para contestar a un nombre puede ser crucial en un momento de emergencia.
Bron de repente se detuvo.
—Voces, Jaycee.
—¿Dónde?
—Detrás del humo, en frente de mí.
—Sí, les oigo. Una patrulla de control policial, me imagino. Hablan con el acento de los nativos de Onaris y Ashur.
—¿Puedes escuchar todo eso?
—Cuando es necesario, podemos aplicar mucho más poder a la señal de tus oídos. Tienes que pasar a través de ese control, Bron. Deja que la síntesis conteste. No trates de contrarrestarla. Si lo haces, tú eres capaz de salir con unas cuantas respuestas y reacciones al puro estilo de Bron, y eso puede llevar a la conclusión del proyecto... y a tu muerte.
Cuando se abrió el humo, pudo ver lo que había sido una hilera de edificios de piedra; quedaba sólo la pared, circundada por el fuego. La calle continuaba a través de las ruinas, y una barrera había sido colocada a través de la calle; había hombres con uniformes verdes de la policía civil de Ashur.
—¡Deténgase o disparamos! —la voz fue reforzada electrónicamente.
Bron se detuvo. No había ninguna posibilidad de evitar el encuentro. La arena explotó delante de sus pies, delimitando una distancia segura para sus movimientos. Un oficial le arrojó un amplificador dentro del espacio acotado.
—¡Acerqúese al aparato y hable!
Bron se movió con precaución hacia el amplificador, sus manos levantadas y sus ojos en los cañones de las armas que se centraban en su cuerpo. En su interior, le complació la técnica de la policía de mantener la distancia. Aunque él hubiera tenido su equipo completo de comando, no hubiera conseguido arrojar una bomba de gas o una granada sin que le hubieran disparado.
—¿Qué hace usted en la zona evacuada? —el amplificador imprimía al tono del oficial un siniestro eco metálico.
—Trato de salir.
La resistencia natural de Bron a la autoridad produjo una respuesta espontánea, que impidió a la síntesis dar una respuesta. El amplificador llevó sus palabras contra las paredes como un eco.
—Ya veo —el amplificador era crítico y serio.
—¡Tonto! ¿Estás pidiendo que te maten? —el enfado de Jaycee estalló en su cabeza con tanta claridad, que encontraba imposible el creer que el amplificador no lo recogería y llevaría sus palabras a través del espacio acotado—. ¡Sígueles el juego, cretino estúpido!
—Escuchó la orden de evacuación anoche. ¿No sabe que no ofreceremos resistencia a los Destructores?
—Sí —indicó Jaycee.
—Sí —dijo Bron.
—Entonces conoce nuestras órdenes de disparar a cualquiera que encontremos en la zona. ¿Tiene usted alguna razón para que no debamos llevar a cabo dichas instrucciones? —los hombres en la barrera colocaron sus armas y se prepararon para disparar.
La voz de Jaycee era una ráfaga.
—He comprobado su rango, Bron. Es un oficial, alguien capaz de tener discreción... y no se molestaría en hablar contigo si no fuera una persona amable. ¡Deja hablar a la síntesis, demonios!
—Soy Ander Haltera; mi nombre familiar es Bron. Se me hizo tarde para llegar a mi residencia en el Seminario de la Sagrada Reliquia —con un shock, Bron se dio cuenta de que era su voz la que hablaba, pero las palabras y el tono se derivaban de la sugestión poshipnótica. Intrigado, dejó a su mente y a su lengua libres—. ¿Cómo podría llegar a mi destino a través de su barrera?
—¿Haltera? —hubo un momento de angustia entre la policía del control, y el amplificador fue apagado para cubrir una conversación. Era obvio que el nombre Haltera sonaba mucho entre ellos. Entonces el oficial habló de nuevo—. ¿Puede probar su identidad?
—¿Es necesario eso para un Haltera, en la misma Ashur? —la síntesis alteró su voz con intolerancia.
—¿Quizá una carta de presentación?
—Ninguna carta —dentro de él sintió un enfado temporal, y tomó nota de la cortedad del temperamento de Ander—. ¿Para qué necesita papeles un Haltera?
—Entonces cualquier otra cosa...
—Si usted no se fía de mi palabra, debe venir y verme. Eso es todo lo que tengo.
Con un gesto brusco, Bron se desabrochó la capa y la dejó caer al suelo. Su ropa interior la siguió y entonces, completamente desnudo, caminó hacia el borde del humo y esperó.
Lejos ya del amplificador, habló con suavidad:
—Demonios, Jaycee, esto es extraño. Es enervante no saber cómo vas a reaccionar hasta que lo has hecho.
—Pero ya ves cómo trabaja la síntesis, Bron. Responde con una acción cuando un estímulo directo, como una pregunta o una situación, lo exigen.
—Si incluye un striptease cada vez que se me pregunte por mi identidad, esta síntesis no tiene futuro.
Jaycee estaba muy divertida.
—No se puede decir lo que harás. Ander Haltera tiene un carácter muy personal. Pero lo que me preocupa es tu relajación tan rápida, fuera del personaje por síntesis. Sugiere que la síntesis no está muy firme. Tendré que poner a Doc sobre aviso cuando venga a reemplazarme.
El oficial, que llevaba sólo la pistola de reglamento, se acercó y le devolvió su ropa, empujándola con el pie. Por último, encontró la Biblia y la recogió. Entonces extendió su mano.
—Mis disculpas, Bron Ander Haltera, pero no podemos ser demasiado educados. Son tiempos muy difíciles —sus ojos miraron con aprensión hacia la lejana nave de los Destructores. Su rostro estaba casi gris por la preocupación.
Bron le trató con cortesía:
—¿Puede proporcionarme transporte hasta el Seminario?
—Desde luego, Bron Haltera. Ahora mismo lo arreglo.
El oficial volvió a la barrera, y Bron empezó a vestirse. Podía escuchar la risa de Jaycee mientras recuperaba sus pertenencias y se vestía con solemnidad.
—Se me acaba de ocurrir —dijo Jaycee, triunfante—. Quizá así sea como debes usar el libro. Te quitas la ropa y te pones de mal humor.
—¡Maldita seas, Jaycee! —dijo, tratando de no mover los labios y con un simple suspiro.
Jaycee respondió con una carcajada.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Bron, en la primera oportunidad que tuvo.
—Si no lo hubiera oído, lo habría adivinado. Pero no necesitas vocalizar; podemos escucharte cuando subvocalizas. Puedes comunicarte con nosotros delante de cualquier persona sin que se dé cuenta.
—Tienes todas las malditas respuestas, ¿no es así?
—Más de lo que tú crees, Bron. Y en este asunto en particular, te tengo en danza como a un muñeco, porque tú no recuerdas lo agudas que son algunas de estas respuestas.