17

 

MIENTRAS la naveta dejaba el vientre de su monstruosa madre, Bron se inclinó ligeramente hacia su escolta, cogió los lentes de Hockung y miró por ellos hasta ver en el centro del eje el que era su destino. El Tantallus no poseía ninguna de las características de eficiencia que tenían las naves de los Destructores, aunque debía ser digna del espacio. Al contrario de las otras naves, parecía haber sido sumergida en pintura blanca, que al envejecer había perdido su adhesión. Carecía de la forma de una nave por estar desplomada y desguarnecida, y rehecha su parte posterior en forma compleja y horrible por los aparatos de una docena de diferentes sistemas de propulsión. Si su casco había lucido alguna vez su nombre esmaltado, las letras hacía tiempo que habían sucumbido. El roce en el espacio y la corrosión habían deshecho la capa de revestimiento.
—Es de la Tierra —dijo Bron sin pronunciar las palabras, devolviendo el lente de Hockung al navegante de la nave.
—¡Comprobado, Bron! Parece que es el laboratorio de espacio profundo de la Armada, que hace tiempo desapareció. Están sus planos en el Archivo, y nos los van a enviar para poder tener una comprobación, y para ver si ha sido modificada como transportadora de bombas.
—Lo dudo. Incluso si un aparato como ése fuera capaz de disparar, no sé como ha logrado tanta exactitud a esa distancia.
—Alguien lo hizo —dijo Jaycee.
Bajo un examen más detenido, era posible ver el efecto de las destrucciones que el casco del Tantallus había sufrido durante su larga vida. Había enormes agujeros, de un metro de diámetro, que sugerían que había estado bajo la acción de ácidos. Habia lugares donde el metal se había deslaminado. Las ondulaciones y parches de la parte exterior prestaban a la nave un aire de enfermedad e infección. Sin embargo, su equipo de amarre funcionaba bastante bien y Bron, seguido de Daiquist y sus dos ayudantes, pasaron a través de la compuerta hacia el interior del laboratorio caliente y arcaico, en otro tiempo numerario del ejército de Tierra.
Cuando entraba, Bron se quedó rígido; se le puso carne de gallina.
—¿Qué pasa, Bron?
—Aquí hay algo mal. Esta nave tiene una sensación extraña.
—¿Qué clase de sensación?
—Extraña. No la puedo definir. ¿Ha sido modificado el Tantallus?
—No, en cuanto a lo que hemos visto. Pero sí llevaba armas convencionales, como todas las naves de la Armada; y éstas incluían bombas de la clase Némesis.
—La bomba que se estrelló en Onaris haría que el estallido de una bomba Némesis se sintiera como un beso. De cualquier forma, no había nada humano en el diseño de aquella maldita cosa.
—Eso significa que aceptas el punto de vista de Cana de que la bomba de Onaris no sólo era vieja, sino también alienígena... —estaba hablando con una gran ironía—. ¿Por qué demonios no...?
—¡Dilo, Jaycee! No acepto nada. Digo que si lo que huelo está bien, entonces estamos muy lejos de nuestra profundidad, que incluso si nos hundiéramos a 200 g de aceleración, nunca tocaríamos el fondo.
—¿Cómo computas eso?
—Acabo de darme cuenta de lo que está mal en esta nave. No es el Tantallus, no el que fue construido. ¡Es una maldita imagen reflejada en el espejo!
—¡Ten un poco de sentido, Bron!
—Mira a las esferas e indicadores. Mira los nombres. Todo. Hay una completa inversión lateral, hasta el último detalle. Esto no es un truco de Cana, Jaycee. Esto es real.
Bron se dio cuenta de repente que Daiquist estaba observándole con una mirada fija muy hostil. Jaycee recogió la misma sensación al mismo tiempo.
—¡Vigila a Daiquist, Bron! Creo que trata de usar el Tantallus para probar que eres un agente de Tierra. Si muestras alguna familiaridad con la nave, te traicionarás a ti mismo.
—¿Han salido ya las coordenadas en la transmisión general?
—No sé. Ananías no ha vuelto. ¿Por qué?
—Tan pronto como la fuerza naval de Tierra esté en camino y el plan no pueda ser interceptado, tendré que matar a Daiquist.
Jaycee empezó a hablar, pero se calló de repente para permitir que Bron se concentrara, ya que Daiquist se volvió hacia él.
—Parece asombrado, Bron Haltera.
—Esta nave, ¿no está hecha por los Destructores?
—No. Es terrícola. Un objeto flotante en el cosmos, que recogimos del vacío. Tiene sus usos.
—¿Es que los Terrícolas leen las medidas de atrás para adelante?
—No. Eso es sólo un fragmento del Caos. Eso no debería molestarle, ya que usted es un especialista en el campo.
Bron salió del encuentro con un encogimiento de hombros. Ni su entrenamiento ni la síntesis de Haltera le habían dado respuestas. Daiquist le siguió, aunque su interés quedó roto porque la alerta del subespacio señaló la reanudación del vuelo. En forma bien distinta a la nave de los Destructores, el Tantallus se deslizó al subespacio con un simple temblor, que de tan suave era casi sensual.
Mientras se movían a la fase tranquila, Bron empezó a recuperar su porte y echó a caminar sin rumbo a través de la instalación principal de la nave. Superficialmente, esperaba que mostrando un interés académico mantendría su pose como sincretista. En su interior, buscaba los hilos vitales que podían ayudarle a su propia supervivencia.
El Tantallus era una nave pequeña, con quizá sólo una centésima parte del poder de desplazamiento de uno de los transbordadores espaciales que llevaban esclavos; estaba ligeramente armada y era poco resistente a cualquier ataque. Se le ocurrió a Bron preguntarse exactamente cuál sería la función de esta nave en la flota. Sus equipos de laboratorio estaban bien mantenidos y en uso, y estaba tripulada por una alta proporción de técnicos de alto nivel; incluso unos cuantos eran civiles. La llegada de Bron despertó gran interés, en contraste con las sospechas de Daiquist.
Daiquist le acompañó en silencio durante un rato; luego se acercó y le tomó un brazo.
—Venga, quiero presentarle al capitán, el académico Laaris.
El capitán no era un típico empleado de los Destructores, al igual que el Tantallus no era de su flota. Su sala de gráficos era un conglomerado de instrumentos improvisados por los estrechos corredores, en los que se movía con la agilidad de un duende. Era pequeño y moreno; sus brillantes ojos mostraban sagacidad. Laaris hizo un gesto de cortesía hacia Daiquist y saludó a Bron en la forma familiar entre los Destructores, es decir, cruzando las venas de sus muñecas con las de Bron.
—¡Maestro Haltera, por usted moriría!
La sorpresa de Bron ante esta frase debió de reflejarse en su cara, ya que Laaris sonrió abiertamente.
—No, no nos hemos conocido antes, pero le conozco muy bien. Todo el que haya trabajado con el caos, le conoce. La ponencia que ofreció en Maroc sobre Priam es casi nuestro texto diario.
Bron no pudo resistir la pregunta:
—¿Es eso lo que está usted haciendo en el Tantallus, investigaciones sobre las leyes del caos?
—Desde luego —durante unos minutos Laaris se mostró perplejo—. ¿No es por lo que ha venido?
—No creo.
Bron miró a Daiquist y esperó a escuchar la explicación del coronel.
—Haltera no está aquí por su propia voluntad. Es un prisionero, y sospechamos que un espía. Por esa razón está bajo arresto. Vigílelo, capitán. Es un hombre peligroso.
Por la cara de Laaris cruzó un desconcierto que fue rápidamente reemplazado por una sonrisa de alivio.
—La ciencia del Caos es intergaláctica. Es usted, coronel, quien falla en comprender la relación entre las mentes científicas. Venga, Haltera; le buscaré una cabina. Después podemos hablar del caos.

 

 

 

En su nueva cabina, y fuera de los ojos inquisitivos de Daiquist, el contacto de Bron fue urgente.
—¡Jaycee, por Dios! ¿No has encontrado a Ander? O hablo de caos con un experto, o Daiquist empieza a despedazarme.
—Están localizando a Ander, Bron. Le encontraremos pronto.
—¿Están aún las coordenadas en transmisión?
—Ananías acaba de entrar. Le preguntaré.
—Ponle en línea. Las cosas están empeorando muy deprisa.
—No confío en Ananías cerca del panel de control.
—¡Maldita seas, Jaycee! Haz lo que te digo.
—¡Bien hablado, Bron! —se escucharon los insinuantes tonos de Ananías—. Me alegra saber que no soy el único que tiene problemas con la pequeña puta.
—¡Suéltalo ya, Ananías! ¿Salieron las coordenadas?
—Eso es asunto del Estado General.
—Y mío. Voy a tener que hacer algo pronto, pero si me muevo demasiado rápido, toda la fuerza de los Destructores se dispersará como un banco de peces asustados.
—Te sobreestimas mucho, soldadito.
—No, pero te subestimo a ti. Mira a mi alrededor, Ananías. ¿Ves donde estoy?
—En otra nave. Adivinaría que terrestre.
—No estás adivinando, Ananías. Tú bien lo sabes. La nave laboratorio Tantallus.
—¿Tiene eso que significar algo?
—Al empezar yo a recordar, sí. ¿Estás escuchando, Jaycee?
—A la escucha, Bron.
—Esta amnesia parece estar pasando. Procesa una repetición de la lista de los tripulantes del último viaje archivado del Tantallus.
—¡No te molestes! —la voz de Ananías mostraba enfado—. Admito que estaré en esa lista. Ya has pasado el límite, Bron; te prevengo que te quedes tranquilo. ¡No seas un maldito tonto!
—Escucha, Ananías: de ahora en adelante, esta operación la llevaré a mi modo. Y vas a cooperar, porque no tienes temperamento para soportar el estigma de ser conocido como un anormal.
El ruido de un forcejeo penetró en el transmisor de unión. Entonces alguien gritó con dolor.
—Está bien, Bron. Le estoy sujetando. Trató de tocar el botón de «Muerte», así que le disloqué sus dos pulgares. Danos el resultado. Mejor tener la información de este lado, para que podamos usarla en caso de que te suceda algo.
—Sí, será mejor. El coronel Ananías, su grado de entonces, mandaba el Tantallus en el viaje que se perdió. Llegó a Tierra dos años más tarde en una nave pequeña, como el único superviviente, y clamó que el laboratorio fue llevado fuera del espacio por las fuerzas armadas de los Destructores.
—¡Es la verdad! —la dolorida protesta de Ananías llegó bien clara.
—Lo dudo —dijo Bron—. El daño de esta nave no fue hecho por ningún Destructor. Adivino que huísteis fuera del espacio cuando algo sin nombre os alcanzó. Creo que abandonaste el Tantallus en alguna parte para hacer coherente la historia, y fuiste luego transbordado a Tierra en una pequeña nave. No quiero imaginar lo que le pasó a la tripulación.
—No tienes ni un simple fragmento como prueba...
—Yo no, pero creo que tú sí, Jaycee; probablemente has dormido con él. ¿No notaste nada extraño?
—Es un débil idiota, pero eso no es nada extraño —el desprecio de Jaycee era tan duro como un latigazo—. ¿Qué quieres decir, Bron?
—Siente bajo su camisa, Jaycee. Si mi idea es verdad, encontrarás su corazón en el lado derecho en lugar del izquierdo, donde estuvo cuando nació. Creo que sus órganos se invirtieron al mismo tiempo que el Tantallus. Y eso no fue hecho por un agente humano.