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MIENTRAS la naveta dejaba el
vientre de su monstruosa madre, Bron se inclinó ligeramente hacia
su escolta, cogió los lentes de Hockung y miró por ellos hasta ver
en el centro del eje el que era su destino. El Tantallus no poseía ninguna de las características
de eficiencia que tenían las naves de los Destructores, aunque
debía ser digna del espacio. Al contrario de las otras naves,
parecía haber sido sumergida en pintura blanca, que al envejecer
había perdido su adhesión. Carecía de la forma de una nave por
estar desplomada y desguarnecida, y rehecha su parte posterior en
forma compleja y horrible por los aparatos de una docena de
diferentes sistemas de propulsión. Si su casco había lucido alguna
vez su nombre esmaltado, las letras hacía tiempo que habían
sucumbido. El roce en el espacio y la corrosión habían deshecho la
capa de revestimiento.
—Es de la Tierra
—dijo Bron sin pronunciar las palabras, devolviendo el lente de
Hockung al navegante de la nave.
—¡Comprobado, Bron! Parece que es el
laboratorio de espacio profundo de la Armada, que hace tiempo
desapareció. Están sus planos en el Archivo, y nos los van a enviar
para poder tener una comprobación, y para ver si ha sido modificada
como transportadora de bombas.
—Lo dudo. Incluso si
un aparato como ése fuera capaz de disparar, no sé como ha logrado
tanta exactitud a esa distancia.
—Alguien lo hizo
—dijo Jaycee.
Bajo un examen más detenido, era posible ver
el efecto de las destrucciones que el casco del Tantallus había sufrido durante su larga vida.
Había enormes agujeros, de un metro de diámetro, que sugerían que
había estado bajo la acción de ácidos. Habia lugares donde el metal
se había deslaminado. Las ondulaciones y parches de la parte
exterior prestaban a la nave un aire de enfermedad e infección. Sin
embargo, su equipo de amarre funcionaba bastante bien y Bron,
seguido de Daiquist y sus dos ayudantes, pasaron a través de la
compuerta hacia el interior del laboratorio caliente y arcaico, en
otro tiempo numerario del ejército de Tierra.
Cuando entraba, Bron se quedó rígido; se le
puso carne de gallina.
—¿Qué pasa, Bron?
—Aquí hay algo mal. Esta nave tiene una
sensación extraña.
—¿Qué clase de sensación?
—Extraña. No la puedo definir. ¿Ha sido
modificado el Tantallus?
—No, en cuanto a lo que hemos visto. Pero sí
llevaba armas convencionales, como todas las naves de la Armada; y
éstas incluían bombas de la clase Némesis.
—La bomba que se estrelló en Onaris haría
que el estallido de una bomba Némesis se sintiera como un beso. De
cualquier forma, no había nada humano en el diseño de aquella
maldita cosa.
—Eso significa que
aceptas el punto de vista de Cana de que la bomba de Onaris no sólo
era vieja, sino también alienígena... —estaba hablando con una
gran ironía—. ¿Por qué demonios
no...?
—¡Dilo, Jaycee! No acepto nada. Digo que si
lo que huelo está bien, entonces estamos muy lejos de nuestra
profundidad, que incluso si nos hundiéramos a 200 g de aceleración,
nunca tocaríamos el fondo.
—¿Cómo computas eso?
—Acabo de darme cuenta de lo que está mal en
esta nave. No es el Tantallus, no el que
fue construido. ¡Es una maldita imagen reflejada en el
espejo!
—¡Ten un poco de sentido, Bron!
—Mira a las esferas e indicadores. Mira los
nombres. Todo. Hay una completa inversión lateral, hasta el último
detalle. Esto no es un truco de Cana, Jaycee. Esto es real.
Bron se dio cuenta de repente que Daiquist
estaba observándole con una mirada fija muy hostil. Jaycee recogió
la misma sensación al mismo tiempo.
—¡Vigila a Daiquist, Bron! Creo que trata de
usar el Tantallus para probar que eres
un agente de Tierra. Si muestras alguna familiaridad con la nave,
te traicionarás a ti mismo.
—¿Han salido ya las coordenadas en la
transmisión general?
—No sé. Ananías no ha vuelto. ¿Por
qué?
—Tan pronto como la fuerza naval de Tierra
esté en camino y el plan no pueda ser interceptado, tendré que
matar a Daiquist.
Jaycee empezó a hablar, pero se calló de
repente para permitir que Bron se concentrara, ya que Daiquist se
volvió hacia él.
—Parece asombrado, Bron Haltera.
—Esta nave, ¿no está hecha por los
Destructores?
—No. Es terrícola. Un objeto flotante en el
cosmos, que recogimos del vacío. Tiene sus usos.
—¿Es que los Terrícolas leen las medidas de
atrás para adelante?
—No. Eso es sólo un fragmento del Caos. Eso
no debería molestarle, ya que usted es un especialista en el
campo.
Bron salió del encuentro con un encogimiento
de hombros. Ni su entrenamiento ni la síntesis de Haltera le habían
dado respuestas. Daiquist le siguió, aunque su interés quedó roto
porque la alerta del subespacio señaló la reanudación del vuelo. En
forma bien distinta a la nave de los Destructores, el Tantallus se deslizó al subespacio con un simple
temblor, que de tan suave era casi sensual.
Mientras se movían a la fase tranquila, Bron
empezó a recuperar su porte y echó a caminar sin rumbo a través de
la instalación principal de la nave. Superficialmente, esperaba que
mostrando un interés académico mantendría su pose como sincretista.
En su interior, buscaba los hilos vitales que podían ayudarle a su
propia supervivencia.
El Tantallus era
una nave pequeña, con quizá sólo una centésima parte del poder de
desplazamiento de uno de los transbordadores espaciales que
llevaban esclavos; estaba ligeramente armada y era poco resistente
a cualquier ataque. Se le ocurrió a Bron preguntarse exactamente
cuál sería la función de esta nave en la flota. Sus equipos de
laboratorio estaban bien mantenidos y en uso, y estaba tripulada
por una alta proporción de técnicos de alto nivel; incluso unos
cuantos eran civiles. La llegada de Bron despertó gran interés, en
contraste con las sospechas de Daiquist.
Daiquist le acompañó en silencio durante un
rato; luego se acercó y le tomó un brazo.
—Venga, quiero presentarle al capitán, el
académico Laaris.
El capitán no era un típico empleado de los
Destructores, al igual que el Tantallus
no era de su flota. Su sala de gráficos era un conglomerado de
instrumentos improvisados por los estrechos corredores, en los que
se movía con la agilidad de un duende. Era pequeño y moreno; sus
brillantes ojos mostraban sagacidad. Laaris hizo un gesto de
cortesía hacia Daiquist y saludó a Bron en la forma familiar entre
los Destructores, es decir, cruzando las venas de sus muñecas con
las de Bron.
—¡Maestro Haltera, por usted moriría!
La sorpresa de Bron ante esta frase debió de
reflejarse en su cara, ya que Laaris sonrió abiertamente.
—No, no nos hemos conocido antes, pero le
conozco muy bien. Todo el que haya trabajado con el caos, le
conoce. La ponencia que ofreció en Maroc sobre Priam es casi
nuestro texto diario.
Bron no pudo resistir la pregunta:
—¿Es eso lo que está usted haciendo en el
Tantallus, investigaciones sobre las
leyes del caos?
—Desde luego —durante unos minutos Laaris se
mostró perplejo—. ¿No es por lo que ha venido?
—No creo.
Bron miró a Daiquist y esperó a escuchar la
explicación del coronel.
—Haltera no está aquí por su propia
voluntad. Es un prisionero, y sospechamos que un espía. Por esa
razón está bajo arresto. Vigílelo, capitán. Es un hombre
peligroso.
Por la cara de Laaris cruzó un desconcierto
que fue rápidamente reemplazado por una sonrisa de alivio.
—La ciencia del Caos es intergaláctica. Es
usted, coronel, quien falla en comprender la relación entre las
mentes científicas. Venga, Haltera; le buscaré una cabina. Después
podemos hablar del caos.
En su nueva cabina, y fuera de los ojos
inquisitivos de Daiquist, el contacto de Bron fue urgente.
—¡Jaycee, por Dios! ¿No has encontrado a
Ander? O hablo de caos con un experto, o Daiquist empieza a
despedazarme.
—Están localizando a Ander, Bron. Le
encontraremos pronto.
—¿Están aún las coordenadas en
transmisión?
—Ananías acaba de entrar. Le
preguntaré.
—Ponle en línea. Las cosas están empeorando
muy deprisa.
—No confío en Ananías cerca del panel de
control.
—¡Maldita seas, Jaycee! Haz lo que te
digo.
—¡Bien hablado, Bron! —se escucharon los
insinuantes tonos de Ananías—. Me alegra saber que no soy el único
que tiene problemas con la pequeña puta.
—¡Suéltalo ya, Ananías! ¿Salieron las
coordenadas?
—Eso es asunto del Estado General.
—Y mío. Voy a tener que hacer algo pronto,
pero si me muevo demasiado rápido, toda la fuerza de los
Destructores se dispersará como un banco de peces asustados.
—Te sobreestimas mucho, soldadito.
—No, pero te subestimo a ti. Mira a mi
alrededor, Ananías. ¿Ves donde estoy?
—En otra nave. Adivinaría que
terrestre.
—No estás adivinando, Ananías. Tú bien lo
sabes. La nave laboratorio Tantallus.
—¿Tiene eso que significar algo?
—Al empezar yo a recordar, sí. ¿Estás
escuchando, Jaycee?
—A la escucha, Bron.
—Esta amnesia parece estar pasando. Procesa
una repetición de la lista de los tripulantes del último viaje
archivado del Tantallus.
—¡No te molestes! —la voz de Ananías
mostraba enfado—. Admito que estaré en esa lista. Ya has pasado el
límite, Bron; te prevengo que te quedes tranquilo. ¡No seas un
maldito tonto!
—Escucha, Ananías: de ahora en adelante,
esta operación la llevaré a mi modo. Y vas a cooperar, porque no
tienes temperamento para soportar el estigma de ser conocido como
un anormal.
El ruido de un forcejeo penetró en el
transmisor de unión. Entonces alguien gritó con dolor.
—Está bien, Bron. Le estoy sujetando. Trató
de tocar el botón de «Muerte», así que le disloqué sus dos
pulgares. Danos el resultado. Mejor tener la información de este
lado, para que podamos usarla en caso de que te suceda algo.
—Sí, será mejor. El coronel Ananías, su
grado de entonces, mandaba el Tantallus
en el viaje que se perdió. Llegó a Tierra dos años más tarde en una
nave pequeña, como el único superviviente, y clamó que el
laboratorio fue llevado fuera del espacio por las fuerzas armadas
de los Destructores.
—¡Es la verdad! —la dolorida protesta de
Ananías llegó bien clara.
—Lo dudo —dijo Bron—. El daño de esta nave
no fue hecho por ningún Destructor. Adivino que huísteis fuera del
espacio cuando algo sin nombre os alcanzó. Creo que abandonaste el
Tantallus en alguna parte para hacer
coherente la historia, y fuiste luego transbordado a Tierra en una
pequeña nave. No quiero imaginar lo que le pasó a la
tripulación.
—No tienes ni un simple fragmento como
prueba...
—Yo no, pero creo que tú sí, Jaycee;
probablemente has dormido con él. ¿No notaste nada extraño?
—Es un débil idiota, pero eso no es nada
extraño —el desprecio de Jaycee era tan duro como un latigazo—.
¿Qué quieres decir, Bron?
—Siente bajo su camisa, Jaycee. Si mi idea
es verdad, encontrarás su corazón en el lado derecho en lugar del
izquierdo, donde estuvo cuando nació. Creo que sus órganos se
invirtieron al mismo tiempo que el Tantallus. Y eso no fue hecho por un agente
humano.