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—...ENFERMO a pesar de un
cuerpo roto...
Sintió el movimiento ligero del líquido
elevándose y cayendo.
—...llorando inútilmente hacia un viento
inútil...
El sentido de haber renacido en una
corriente móvil, hacia un oscuro túnel. Cambios perceptibles de
dirección..., invisibles, pero notados por su sentido de inercia.
La rápida vuelta del oscuro arroyo tenía el eco de las bóvedas
comprimidas. Y los sonidos... viscosos, coagulantes. Sonidos que
congelaban la sangre.
—...la mente perpleja, no por el acero
chamuscado, el nervio...
En alguna parte, un ganso cantó un himno
solitario a través de una garganta llena de su propia sangre. Se le
unió otro, y luego muchos más, en un himno inhumano que destilaba
terror y amargos reproches.
Más arriba, la presión de setecientos
millones de años de evolución se apoyaba contra las rocas del
túnel. Sus pulmones rehusaban aceptar el aire podrido con sabor a
metal. La incapacidad de sentir o mover sus brazos y piernas le
llevaron al borde de la histeria. Otra curva, y esta vez sintió con
claridad el golpe contra la orilla ... sintió el golpe... en su
traje.
—¡Jaycee!
—Estoy contigo, Bron.
—¿La caída no me mató?
—Te pusimos en estado catatónico. Te fue más
fácil bajar así. Realmente no fue tan malo como pensábamos. La
altura se rompió en una cascada con diecisiete rápidos. Ahora estás
como a tres kilómetros de profundidad, y el nivel baja más. Te
tenemos bajo anestesia consciente, porque no sabíamos lo mal que
podías estar debido a la caída.
—Quítame la anestesia, Jaycee. Me gustaría
averiguarlo.
Un zumbido llenó su cabeza por un momento, y
el dolor inundó sus miembros.
—¿Cómo te sientes, Bron? —preguntó Jaycee
con ansiedad.
—Quizá tenga alguna luxación, pero parece
que no tengo nada roto.
—En apariencia, el traje se convirtió en un
tejido algo rígido cuando aumentó la presión por la profundidad. Es
como una cáscara. ¡El diablo te protege!
—¿Puedes escuchar a los alienígenas,
Jaycee?
—Hemos estado midiendo las variaciones en la
intensidad del sonido. Según nuestros cálculos, les vas encontrar
en más o menos siete minutos.
El cloqueo de gansos se mezcló con un vasto
ruido de latón: un vibrante crescendo del resonar del líquido
contra las pareces del túnel, similar a un rugido. El coro estaba
tan cerca, que sintió que se encontraba entre ellos. Otro golpe
lateral, y supo que había bordeado la última de las curvas. Esta
vez no era un sueño. No había ninguna posibilidad de despertarse al
final de la pesadilla. Esta vez era real.
Sintió disminuir la marea y escuchó los
agudos ecos que se atenuaban por la distancia, como si hubiera
entrado en una caverna más grande. De repente hubo luz, una clara
luz a lo largo del nivel de las paredes... y un silencio
terrorífico.
Su espalda se apoyó para descansar en una
verja de tracería, en la que encontró que podía colocar su talón y
forzarse a salir del metal líquido. Miró a su alrededor con
asombro, preparado para conocer a sus perseguidores, sin importarle
las formas que tuvieran. Pero se encontró con que estaba
solo.
El arroyo metálico corría entre orillas
artificiales, interrumpidas sólo por la roca donde se había
encaramado.
Mirando a su alrededor descubrió una amplia
cámara con paredes que eran distintas y complejas, con miles de
formas que podían haber sido decorativas o funcionales. Máquinas
inmensas, silenciosas, diferentes a todo lo conocido en el diseño y
concepto, permanecían en hornacinas como mudos observadores,
terribles en su extrañeza.
Se heló por el horror ante un movimiento en
los oscuros mecanismos. Se oyó un grito familiar y dolorido, grito
que le heló hasta la medula. Sombras vivientes, oscuras en la poca
luz; gansos que salieron de algún lugar escondido y se movieron en
hilera, deliberadamente, yendo hacia el arroyo para beber.
Observó sus picos curvados inclinados en el
arroyo de metal; se columpiaban al pasar junto a su forma
silenciosa, protestaban por alguna desconocida indignidad, pero
ignoraban su presencia. Con horror y comprensión les observó
moverse: degenerados, ciegos, feos y estúpidos, con formas de ave;
tenían nidos, se alimentaban y se multiplicaban en esta casa del
tesoro de una cultura perdida. Incluso sus patas prensiles se
habían atrofiado; en cambio, tenían un pico ancho y un cuello
largo.
La sala parecía ser una catedral, y Bron se
dio cuenta de la ironía e incongruencia de los coros de voces. Una
vez, sus himnos habían estado llenos de significado. Ahora sus
sucesores se acercaban al fin evolutivo, y su queja personal había
degenerado desde las consideraciones cósmicas a una disputa sobre
la escasez de gusanos. Mientras, un gramófono alienígena había
gritado algo desde la cumbre de la grandeza.
De nuevo sintiendo confianza, Bron empezó a
explorar. Algunos de los mecanismos tenían extrañas luces que se
movían dentro de ellos, como si ejecutaran una función inteligente,
incluso a pesar de que todo el lugar estaba poseído por la estampa
de la gran edad. Una máquina, cuando él se acercó, empezó a hablar
en una agitación del cloqueo familiar de los gansos..., pero con
suavidad, como si fuera un mensaje de conformidad, una disculpa por
los himnos de odio anteriores. Los recordaba inquietantes, y ahora
sentía que la máquina era consciente de su presencia y supo que era
la voz que había amenazado sus sueños y probablemente dirigió el
ataque de la flota alienígena. Ahora la máquina conocía su
maestría, pero Bron no sintió la alegría del triunfo.
—¿Dónde están los alienígenas, Bron?
—La clase que esperábamos encontrar ya no
existe, Jaycee. Se han extinguido.
—Pero... ¡nos atacaron!
—Los antepasados de estas criaturas fueron
los que nos atacaron, pero desaparecieron y se olvidaron de
nosotros hace eones. Quizá había unos cuantos esqueletos en la
flota, pero habían perdido el sentido del propósito. Sólo las
máquinas realizaron la batalla, sin ninguna mente.
—¿Cómo puedes estar seguro de que los
alienígenas no existen?
—Evolución, Jaycee. El hecho de que lograran
la inteligencia es una prueba de que son organismos en desarrollo.
Le llevó al hombre alrededor de cuatro millones de años descolgarse
de los árboles y lanzarse al espacio. Con la posibilidad de ese
nivel de progreso, ¿tienes alguna idea sobre adónde nos llevarían
seiscientos noventa y seis millones de años más? Una cosa es
segura: no seremos ya el Homo sapiens
dominante. Lo mismo nos habría sucedido a nosotros, como ya les ha
pasado a los alienígenas.
—No había pensado en ello de esa
forma.
—Es probable que el desarrollo de la
inteligencia sea una clase de reacción evolucionista crítica. Es
inestable. El uso de la inteligencia como un factor de
supervivencia a largo plazo es cuestionable. Probablemente no es
válida por más de cinco millones de años.
—¿Y la señal de entropía que te trajo
aquí?
—Los antepasados de los alienígenas hicieron
buenas máquinas, Jaycee. Las diseñaron para que duraran una
eternidad, pero probablemente no se dieron cuenta de que olvidarían
cómo usarlas antes de que las máquinas se desgastaran. Es posible
que la señal fuera su unión de comunicaciones con el espacio
profundo, o quizá la estableció algún filósofo alienígena para
invitar a alguien, con tecnología y competencia, a que viniera y
tomara parte en las cosas que habían dejado. Una clase de
conmemoración final. Este lugar, ¿qué es, sino un museo para
demostrar su tecnología a cualquier forma de vida con la
inteligencia y habilidad para ganar la admisión?
—Pero... ¿por qué enviaron la armada, y las
bombas?
—Eso es fácil de imaginar. Al principio de
su evolución, este lugar puede haber sido algo especial para ellos.
Entonces leyeron a través de su versión de análisis del Caos que un
día una criatura extraña penetraría en su sala especial, y lo
recogería todo como un ladrón roba una tumba. No se daban cuenta de
que le darían la bienvenida; hicieron todo lo posible para
detenerlo. Pero no importaba lo que hicieran, la criatura todavía
permanecía, un espectro con futuro positivo. No supieron que serían
ellos quienes fallaran, y nosotros quienes les destruiríamos.
—Y tú sospechaste todo esto antes de entrar
en la caverna, ¿no es así? —Jaycee empezó a encontrar nuevos
significados en la insistencia de Bron por encontrar el hogar de
los alienígenas.
—Supe que no podrían sobrevivir a su propia
evolución por un gran período de tiempo. A pesar de la aparente
evidencia de lo contrario, no podía funcionar una tal amenaza
alienígena. Por lo tanto, tenía que haber algo más.
—¿Y eso es lo que tú buscabas?
—Jaycee, esta gente estaba técnicamente
mucho más adelantada que nosotros en muchos campos. Podían dirigir
moléculas de la misma forma que nosotros dirigimos máquinas. Usaban
la entropía con la misma competencia con que nosotros usamos el
electromagnetismo. Imagínate una fusión de su ciencia con la
nuestra... ¿Habrá algo en el universo que no podremos lograr?
—¡Y todo pertenece a Bron! —la amargura de
Jaycee grabó cada sílaba con ácido.
—Así es, Jaycee. Un día volveré con
suficientes hombres y equipos para abrir este lugar, y llevarme
todo lo que tengamos capacidad de comprender.
—Alguien podrá volver, Bron, pero no serás
tú. Tienes menos de tres horas de aire en ese traje. ¿De verdad
crees que tendrás la oportunidad de salir vivo de ahí?
—Tiene que haber una salida, por la misma
razón que hubo una entrada. Todo lo que necesito es suficiente
inteligencia para encontrarla a tiempo.