38

 

—...ENFERMO a pesar de un cuerpo roto...
Sintió el movimiento ligero del líquido elevándose y cayendo.
—...llorando inútilmente hacia un viento inútil...
El sentido de haber renacido en una corriente móvil, hacia un oscuro túnel. Cambios perceptibles de dirección..., invisibles, pero notados por su sentido de inercia. La rápida vuelta del oscuro arroyo tenía el eco de las bóvedas comprimidas. Y los sonidos... viscosos, coagulantes. Sonidos que congelaban la sangre.
—...la mente perpleja, no por el acero chamuscado, el nervio...
En alguna parte, un ganso cantó un himno solitario a través de una garganta llena de su propia sangre. Se le unió otro, y luego muchos más, en un himno inhumano que destilaba terror y amargos reproches.
Más arriba, la presión de setecientos millones de años de evolución se apoyaba contra las rocas del túnel. Sus pulmones rehusaban aceptar el aire podrido con sabor a metal. La incapacidad de sentir o mover sus brazos y piernas le llevaron al borde de la histeria. Otra curva, y esta vez sintió con claridad el golpe contra la orilla ... sintió el golpe... en su traje.
—¡Jaycee!
—Estoy contigo, Bron.
—¿La caída no me mató?
—Te pusimos en estado catatónico. Te fue más fácil bajar así. Realmente no fue tan malo como pensábamos. La altura se rompió en una cascada con diecisiete rápidos. Ahora estás como a tres kilómetros de profundidad, y el nivel baja más. Te tenemos bajo anestesia consciente, porque no sabíamos lo mal que podías estar debido a la caída.
—Quítame la anestesia, Jaycee. Me gustaría averiguarlo.
Un zumbido llenó su cabeza por un momento, y el dolor inundó sus miembros.
—¿Cómo te sientes, Bron? —preguntó Jaycee con ansiedad.
—Quizá tenga alguna luxación, pero parece que no tengo nada roto.
—En apariencia, el traje se convirtió en un tejido algo rígido cuando aumentó la presión por la profundidad. Es como una cáscara. ¡El diablo te protege!
—¿Puedes escuchar a los alienígenas, Jaycee?
—Hemos estado midiendo las variaciones en la intensidad del sonido. Según nuestros cálculos, les vas encontrar en más o menos siete minutos.
El cloqueo de gansos se mezcló con un vasto ruido de latón: un vibrante crescendo del resonar del líquido contra las pareces del túnel, similar a un rugido. El coro estaba tan cerca, que sintió que se encontraba entre ellos. Otro golpe lateral, y supo que había bordeado la última de las curvas. Esta vez no era un sueño. No había ninguna posibilidad de despertarse al final de la pesadilla. Esta vez era real.
Sintió disminuir la marea y escuchó los agudos ecos que se atenuaban por la distancia, como si hubiera entrado en una caverna más grande. De repente hubo luz, una clara luz a lo largo del nivel de las paredes... y un silencio terrorífico.
Su espalda se apoyó para descansar en una verja de tracería, en la que encontró que podía colocar su talón y forzarse a salir del metal líquido. Miró a su alrededor con asombro, preparado para conocer a sus perseguidores, sin importarle las formas que tuvieran. Pero se encontró con que estaba solo.
El arroyo metálico corría entre orillas artificiales, interrumpidas sólo por la roca donde se había encaramado.
Mirando a su alrededor descubrió una amplia cámara con paredes que eran distintas y complejas, con miles de formas que podían haber sido decorativas o funcionales. Máquinas inmensas, silenciosas, diferentes a todo lo conocido en el diseño y concepto, permanecían en hornacinas como mudos observadores, terribles en su extrañeza.
Se heló por el horror ante un movimiento en los oscuros mecanismos. Se oyó un grito familiar y dolorido, grito que le heló hasta la medula. Sombras vivientes, oscuras en la poca luz; gansos que salieron de algún lugar escondido y se movieron en hilera, deliberadamente, yendo hacia el arroyo para beber.
Observó sus picos curvados inclinados en el arroyo de metal; se columpiaban al pasar junto a su forma silenciosa, protestaban por alguna desconocida indignidad, pero ignoraban su presencia. Con horror y comprensión les observó moverse: degenerados, ciegos, feos y estúpidos, con formas de ave; tenían nidos, se alimentaban y se multiplicaban en esta casa del tesoro de una cultura perdida. Incluso sus patas prensiles se habían atrofiado; en cambio, tenían un pico ancho y un cuello largo.
La sala parecía ser una catedral, y Bron se dio cuenta de la ironía e incongruencia de los coros de voces. Una vez, sus himnos habían estado llenos de significado. Ahora sus sucesores se acercaban al fin evolutivo, y su queja personal había degenerado desde las consideraciones cósmicas a una disputa sobre la escasez de gusanos. Mientras, un gramófono alienígena había gritado algo desde la cumbre de la grandeza.
De nuevo sintiendo confianza, Bron empezó a explorar. Algunos de los mecanismos tenían extrañas luces que se movían dentro de ellos, como si ejecutaran una función inteligente, incluso a pesar de que todo el lugar estaba poseído por la estampa de la gran edad. Una máquina, cuando él se acercó, empezó a hablar en una agitación del cloqueo familiar de los gansos..., pero con suavidad, como si fuera un mensaje de conformidad, una disculpa por los himnos de odio anteriores. Los recordaba inquietantes, y ahora sentía que la máquina era consciente de su presencia y supo que era la voz que había amenazado sus sueños y probablemente dirigió el ataque de la flota alienígena. Ahora la máquina conocía su maestría, pero Bron no sintió la alegría del triunfo.
—¿Dónde están los alienígenas, Bron?
—La clase que esperábamos encontrar ya no existe, Jaycee. Se han extinguido.
—Pero... ¡nos atacaron!
—Los antepasados de estas criaturas fueron los que nos atacaron, pero desaparecieron y se olvidaron de nosotros hace eones. Quizá había unos cuantos esqueletos en la flota, pero habían perdido el sentido del propósito. Sólo las máquinas realizaron la batalla, sin ninguna mente.
—¿Cómo puedes estar seguro de que los alienígenas no existen?
—Evolución, Jaycee. El hecho de que lograran la inteligencia es una prueba de que son organismos en desarrollo. Le llevó al hombre alrededor de cuatro millones de años descolgarse de los árboles y lanzarse al espacio. Con la posibilidad de ese nivel de progreso, ¿tienes alguna idea sobre adónde nos llevarían seiscientos noventa y seis millones de años más? Una cosa es segura: no seremos ya el Homo sapiens dominante. Lo mismo nos habría sucedido a nosotros, como ya les ha pasado a los alienígenas.
—No había pensado en ello de esa forma.
—Es probable que el desarrollo de la inteligencia sea una clase de reacción evolucionista crítica. Es inestable. El uso de la inteligencia como un factor de supervivencia a largo plazo es cuestionable. Probablemente no es válida por más de cinco millones de años.
—¿Y la señal de entropía que te trajo aquí?
—Los antepasados de los alienígenas hicieron buenas máquinas, Jaycee. Las diseñaron para que duraran una eternidad, pero probablemente no se dieron cuenta de que olvidarían cómo usarlas antes de que las máquinas se desgastaran. Es posible que la señal fuera su unión de comunicaciones con el espacio profundo, o quizá la estableció algún filósofo alienígena para invitar a alguien, con tecnología y competencia, a que viniera y tomara parte en las cosas que habían dejado. Una clase de conmemoración final. Este lugar, ¿qué es, sino un museo para demostrar su tecnología a cualquier forma de vida con la inteligencia y habilidad para ganar la admisión?
—Pero... ¿por qué enviaron la armada, y las bombas?
—Eso es fácil de imaginar. Al principio de su evolución, este lugar puede haber sido algo especial para ellos. Entonces leyeron a través de su versión de análisis del Caos que un día una criatura extraña penetraría en su sala especial, y lo recogería todo como un ladrón roba una tumba. No se daban cuenta de que le darían la bienvenida; hicieron todo lo posible para detenerlo. Pero no importaba lo que hicieran, la criatura todavía permanecía, un espectro con futuro positivo. No supieron que serían ellos quienes fallaran, y nosotros quienes les destruiríamos.
—Y tú sospechaste todo esto antes de entrar en la caverna, ¿no es así? —Jaycee empezó a encontrar nuevos significados en la insistencia de Bron por encontrar el hogar de los alienígenas.
—Supe que no podrían sobrevivir a su propia evolución por un gran período de tiempo. A pesar de la aparente evidencia de lo contrario, no podía funcionar una tal amenaza alienígena. Por lo tanto, tenía que haber algo más.
—¿Y eso es lo que tú buscabas?
—Jaycee, esta gente estaba técnicamente mucho más adelantada que nosotros en muchos campos. Podían dirigir moléculas de la misma forma que nosotros dirigimos máquinas. Usaban la entropía con la misma competencia con que nosotros usamos el electromagnetismo. Imagínate una fusión de su ciencia con la nuestra... ¿Habrá algo en el universo que no podremos lograr?
—¡Y todo pertenece a Bron! —la amargura de Jaycee grabó cada sílaba con ácido.
—Así es, Jaycee. Un día volveré con suficientes hombres y equipos para abrir este lugar, y llevarme todo lo que tengamos capacidad de comprender.
—Alguien podrá volver, Bron, pero no serás tú. Tienes menos de tres horas de aire en ese traje. ¿De verdad crees que tendrás la oportunidad de salir vivo de ahí?
—Tiene que haber una salida, por la misma razón que hubo una entrada. Todo lo que necesito es suficiente inteligencia para encontrarla a tiempo.