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—DOC cree que tuviste suerte
de que el Sol no respondiera de otra forma, Bron —dijo Jaycee, con
una voz tranquila que se inmiscuyó en su ensueño.
—¿Ha vuelto Doc?
—Hace ya unas horas; está repitiendo las
cintas y tratando de obtener algunas respuestas.
—¿Respuestas a qué?
—Perdió ante el Estado General. Le quitaron
su puesto. Le han dado el mando al general Ananías.
—¿Incluyendo el control de la Flota
Espacial?
—Ananías lo ha obtenido todo. Es ahora
Consejero Superior para el Estado General.
—¿Dónde está ahora?
—En la nave radio de Inteligencia, creo. Al
menos, está interfiriendo nuestro transmisor de unión a
Antares.
—¿Quiere decir que puede estar
escuchándonos?
—¡Correcto, soldadito! —la voz de Ananías
llegó apagada, pero inteligible—. Me alegro de ver que estás de
nuevo en forma. Esa fue una destrucción que sobrepasó tu mejor
aspecto demoníaco. El problema es que diste en el lado equivocado.
Contigo alrededor, no necesitaríamos enemigos.
—Déjate de ruidos, Ananías. Tienes que
detener la flota de los Comandos antes que encuentren a los
Destructores. La flota de Cana está preparada para la batalla, y
creo que acabarían con los Comandos en horas.
—¡Tranquilízate, Bron! Esas dos flotas no se
acercarán la una a la otra. Ya me he ocupado de eso. Pero mi
preocupación verdadera eres tú. No sólo has olvidado que había un
plan... sino que también has olvidado que era tu plan. ¿No te acuerdas de nada?
—Algunas cosas, detalles, vuelven cuando
tengo un hilo que une circunstancias; pero el cuadro general se me
escapa.
—Entonces... para tu información, los dos
estuvimos metidos hasta nuestros cuellos en un enredo de un
kilómetro de espesor, por el que nos habrían podido colgar una
docena de veces. El hecho de que no nos hayan colgado se debe a una
rápida charla por mi parte. Pero no puedo seguir ayudándote, porque
nadie tiene tanta suerte. Tienes que ponerte en orden y rápido.
Mientras tanto, no tomes decisiones importantes sin contar conmigo.
Si maquinas otra loca maniobra como la última, perderemos a Tierra
como resultado. Jaycee, ¿estás ahí?
—A la escucha, Ananías.
—Vigila a este idiota. Estamos por llevarnos
la nave radio al subespacio, y no podremos mantener nuestra
interceptación del transmisor de unión. Si Bron se sale de la línea
otra vez, zúrrale con todos los circuitos de corrección que halles
en el panel. Te llamaré tan pronto como hayamos hecho el
vuelo.
—De acuerdo, Ananías. ¡Debes sentirte muy
orgulloso, maldito bastardo! El Estado General acaba de confirmar
su decisión de emergencia. Parece que desde este momento estamos
trabajando para ti...
—¿No te lo he dicho de muchas formas,
pequeña puta? ¿No te digo siempre que seas amable con el jefe? Pero
que las circunstancias no te engañen. Nunca hubiera tramado un plan
la mitad de grande y retorcido como éste ha resultado ser. El
verdadero arquitecto de nuestras desgracias está al otro lado del
transmisor de unión. Si no hubiera perdido tan convenientemente su
memoria, te lo diría él mismo.
Hubo de repente una variación en la calidad
del sonido, cuando Ananías dejó los circuitos fuera del transmisor.
La diferencia hizo que Bron se fijara más en los ruidos del
trasfondo que entraban en su cerebro junto con el silbido del
transmisor de unión. Se daba cuenta del aumento de fuerza del
cloqueo de los gansos. No sólo era más alto en volumen, sino más
amenazador en su textura. El cloqueo se separaba en diferentes
componentes, como los tonos de gansos individuales que hablaban a
través de la atmósfera. Pero cualquiera que fuera el lenguaje o la
naturaleza de las criaturas que lo articulaban, los tonos urgentes
del pánico estaban implícitos en el sonido.
Los ritmos de esta invasión de alienígenas
en su cabeza se rompieron como las olas en la playa, pero las olas
parecían de cristal y no de agua, y las criaturas que las
articulaban se ahogaban en una marea que barría las costas mucho
más allá de los grandes recursos del ser humano. Se dio cuenta con
horror de que si este sonido de emergencia continuaba aumentando,
llegaría un momento que ahogaría los mensajes humanos sobre el
transmisor de unión y le dejarían aislado en un golfo de balbuceos
espumosos y gelatinosos. Para rescatarse de estos oscuros
pensamientos, Bron se forzó a concentrarse en sus propias
circunstancias.
—Jaycee, ¿está Ander por ahí?
—No. ¿Quieres que le llame?
—Urgentemente. Quiero saber lo que es un
catalista del Caos.
—De acuerdo, Bron. Puedo tardar unos minutos
en encontrarle. A propósito..., supongo que debo sentir pena por la
forma en que utilicé ese castigo. Se diseñó para hacerte obedecer,
pero creo que cuando estamos tan unidos como lo estamos nosotros,
el uno con el otro, es casi imposible dejar los sentimientos
fuera.
—Ese momento fue inevitable, Jaycee. ¿No es
cierto? Tuvo que pasar. ¿Es que piensas mucho sobre nuestra
relación?
—No es una gran experiencia. Es fácil de
olvidar, si eso es lo que quieres decir.
—Ignorando la insinuación, eso fue lo que
quise decir. Me recuerda la armonía, el misterioso matrimonio de
las mentes entre el torturado y el torturador. Tú estás más conmigo
y más unida a mí que en una unión por amor. A veces pienso que
sabes lo que estoy pensando.
—Con frecuencia lo sé. En parte
instintivamente, en parte porque tú inconscientemente vocalizas sin
hablar una gran parte de tus pensamientos. No los transmites con
mucha claridad, pero sí lo suficiente para que yo recoja la
emoción. No sabes cómo me humilla cuando tocas a otra mujer, y
puedo leer los conflictos en tu mente...
—¿Humillarte, Jaycee?
—Maldito seas, ¡sí! Cuando tu piedad y odio
estallan y amargan el amor y la ternura, siento deseos de gritar.
Quiero decirles que si te entendieran como yo te entiendo, entonces
ninguna de nosotras sufriríamos daño, ni ellas ni yo.
—¿Y yo?
—Eso no está implícito en la relación, Bron.
Tú eres la víctima y la causa del sufrimiento. Ése es tu papel. No
me importa cuánto sufras, en tanto que nuestra relación continúe.
Sé que voy a sufrir contigo a pesar de todo, y eso es lo que me
dice con cuánta profundidad estoy unida a ti. Sólo algunas veces no
es suficiente la armonía... Siento la urgencia de poner mis uñas y
dientes en tu carne, para igualar el tanteo. Me pongo por las
nubes... ¡Oh, Dios mío! Ése es tu tipo de Caos, Bron. A través del
Universo, me alcanzas y me haces trizas.
Se calló como si la interrumpieran. Después
de un corto período volvió de nuevo.
—Tengo a Ander en línea, Bron. Le dejo
contigo. Doc me relevará después, así que si quieres algo, él
estará de guardia. Voy a coger una por todo lo alto, creo que haré
órbita.
Otra voz llegó por el transmisor de
unión:
—Ander al habla. ¿Quiere saber sobre los
catalistas del Caos?
—Sí, Ander. Me dicen que soy uno de
ellos.
—Es un concepto muy sencillo, Bron.
Recordará que hemos establecido que los aumentos positivos y
negativos en el valor normal de la entropía eran principalmente el
resultado de la intervención de una forma de inteligencia, como el
hombre. La mayoría de los individuos viven sus vidas con muy poco
efecto en toda la ley de la entropía y, por lo tanto, no destacan
individualmente. Pero hay unos pocos cuya influencia cataliza
sociedades enteras en nuevos modos de acción, y los puntos
efectivos de sus vidas pueden ser trazados con precisión por
análisis entrópico. Causan ondas de caos cuando sus actividades
alteran el aumento o la disminución de la entropía. Llamamos a
estos individuos catalistas del Caos.
—¿Qué clase de... de individuos son?
—La mayoría de los tiranos de la historia, y
unos pocos de los santos. Buena parte de los grandes pensadores,
aunque casi ningún político; y además muchos como usted, cuya
capacidad innata para la destrucción ha dejado o dejará una
cicatriz permanente en la historia. Los nombres de la mayoría de
ellos no le serían familiares, porque el juicio no se basa en
valores contemporáneos, sino en los efectos verificados del curso
alterado de la historia humana.
—Pero la historia no tiene veredicto sobre
mí —objetó Bron.
—Todavía no. Pero las leyes del Caos sí lo
tienen. Si las leemos hacia el futuro, podemos ver la violencia de
los efectos de los que un día usted será la causa. Fue la
intensidad de los efectos del Caos lo que causó la destrucción de
Onaris.
—Eso es un poco un cuento, ¿verdad,
Ander?
—Desgraciadamente no. Hace 700 millones de
años, alguna forma de vida inteligente debe haber leído las mismas
cosas en las leyes del Caos, y tuvo miedo. No podían tener medios
para saber cuál era el origen de esas ondas, pero conocieron la
posición en el espacio y tiempo con tanta exactitud, que la bomba
de Onaris fue correcta en metros y sólo un poco tarde en el
tiempo.
—Pero... ¿por qué yo?
—Sospecho que estaban tratando de desviar
las consecuencias de algo que van a hacer los expertos en Caos a
quienes Cana ha recogido. Pero es usted
el catalista principal, el foco principal de causa. No sé qué clase
de cosa va a hacer, pero las esferas de choque de la resultante son
las más violentas que jamás se hayan conocido.