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UN ruido al otro lado de la puerta impidió la respuesta de Bron. La voz de Daiquist se podía oír, enzarzada en una discusión con el grupo de guardia. Cana tocó el botón que abría la puerta.
—¡Entre, Martin! Tenín instrucciones de no permitir que nos molestaran.
Daiquist entró con paso largo en la habitación, seguido por dos oficiales jóvenes. Su cara estaba roja por la furia.
—¿Tiene aquí a ese maldito Sincretista?
—Desde luego —Cana miró a su teniente con aire especulativo—. ¿Qué tiene en mente, Martin?
—¡Él es! Pensé que era un espía, y ahora estoy seguro.
Cana permaneció muy tranquilo.
—Puede tener razón, Martin. Yo también tengo mis sospechas. Pero pueden no ser... apropiadas. No es un accidente que siete cilindros bajaran en Onaris. Espía o no, estoy seguro de que es uno de los mejores catalistas del caos.
—¡Al diablo con los catalistas! No confío en él. Es demasiado listo. Estaba husmeando en la cavidad del subespacio antes del vuelo.
Cana se estiró.
—¿Puede explicar eso, Sincretista?
—Estaba interesado en ver cómo programaban el vuelo. Tengo algunas teorías particulares sobre el subespacio.
—Yo también tengo algunas teorías —dijo Daiquist—, y una de ellas es que usted no es Haltera. Con media hora en la sala de los interrogatorios le sacaría la verdad.
—¡No! —la voz de Cana fue cortante—. Todas las señales indican que hemos adquirido una pieza clave de este rompecabezas de la entropía. Sea o no Haltera, no parece importar mucho. Es de creer que tiene la potencia de realizar culquier papel catalítico que las leyes del caos ya hayan establecido. Para ponerlo en claro: una gran parte del futuro amenaza con cabalgar sobre las espaldas de este hombre, y sería mejor soportado por una espalda adecuada que por una tullida.
—Entonces... reténgalo donde no pueda hacer ningún daño. Si no lo hace, yo no me hago responsable por su seguridad, o la de la nave.
—Muy bien —Cana tomó de repente una decisión—. Rompa el vuelo, Martin, y llévelo a bordo de la corbeta más cercana.
Daiquist negó con la cabeza.
—No..., tengo una idea mejor. Vamos a ponerlo en el Tantallus, y yo iré con él. Estoy interesado en ver sus reacciones.
Cana pensó que había alguna implicación escondida en su propuesta, pero inclinó la cabeza para dar su aprobación.
—Dudo de que tenga razón, Martin, pero hay una ligera oportunidad de que podamos aprender algo. Tiene que haber algo muy especial sobre un hombre cuya muerte fue considerada tan esencial hace setecientos millones de años.
Daiquist hizo un gesto brusco a sus acompañantes:
—Llévense al Sincretista, y enciérrenle en alguna parte. Uno de ustedes debe permanecer con él todo el tiempo. —Se volvió a Cana—. Haré detener el vuelo. Estaremos listos para hacer el traslado en menos de una hora.
Bron fue escoltado a una cabina vacía y encerrado junto con uno de los ayudantes. Se echó en la litera, pretendiendo estar desesperado, y dirigiendo su mirada hacia el techo, se tapó con la túnica para esconder los movimientos subvocales de su garganta.
—¡Jaycee!
—¡No me hables, cretino!
—¿Qué diablos te está pasando?
—Si descubren ahora quién eres, ¡puedes arruinar todo el ejercicio!
—Déjate de sermones, Jaycee. Necesito a Ander, rápido.
—Tú necesitas veneno, y rápido. Ander no está aquí; trataré de ponerme en contacto con él. ¿Qué es lo que quieres?
—Necesito una repetición rápida de todo ese asunto de las leyes del caos. Quizá Ander pueda sacar algún sentido de todo esto, pero yo maldito si puedo. ¿Está Doc ahí? ¿Ha escuchado las últimas palabras?
—Está escuchando todo el tiempo. Cuando acabe con sus uñas, empezará con las mías.
—¡Encantador! ¿Cuál es la impresión general?
—Tal como lo vemos, nos parece que lo único que te mantiene vivo es el miedo de Cana a algo... Sólo Dios sabe qué es ese algo; pero existe, o Cana es el mayor chiflado del milenio.
—El tipo no es un chiflado. Tiene un cerebro poderoso y está bien equilibrado. Está en guerra con algo o alguien, pero no es la Federación Terrestre. ¿Quién es... o qué demonios es, Jaycee?
—Algunas veces me pregunto si Ananías lo sabrá. Se mueve como un perro mareado a cualquier mención de los misiles de Messier 31. No quiere ni oír hablar de la idea.
—Sospecho que hay mucho respecto de Ananías que él no nos cuenta. ¿Está ahí ahora?
—No. Corrió al Estado General con las coordenadas, en lugar de enviarlas por las transmisiones normales. Pienso que tiene la intención de hacerse cargo de ti personalmente. No sabe que el trabajar contigo no es el tipo de trabajo que se pide voluntario.
—¡Júpiter! Desearía que lo intentara. ¿No tienes idea de qué clase de nave es el Tantallus? Parece tener un significado especial para Daiquist y Cana.
—Lo comprobaré por la computadora a través de los archivos de Inteligencia; no hay ninguna nave destructora con ese nombre... Hum. El único Tantallus que existe en los últimos cincuenta años es la nave laboratorio para espacio profundo del Ejército de Tierra, que se perdió hace algunos años en una expedición experimental al otro lado del Borde.
—Mira a ver si puedes conseguir más detalles sobre dicha nave. Puede sernos útil. Me gustaría cambiar unas palabras con Doc, si todavía está ahí.
—Aquí estoy, Bron —la pausada voz de Doc Veeder contrastó con los tonos filosos de Jaycee—. ¿Cuál es tu opinión?
—Asumiendo por el momento que Cana tiene razón sobre los siete cilindros en Onaris, y se enviaron específicamente para Haltera, no te olvides que al hombre a quién debían matar era a Ander y no a mí. No sé lo que es un catalista del caos, pero si Cana no está mintiendo y no está loco, podrías estar sentado sobre una bomba de tiempo de eventos centrados en Ander. Pensé que podía haber escapado de tu atención.
—No se me había ocurrido... Estábamos tan concentrados en ti, que nos habíamos olvidado de la sustitución. No estamos muy convencidos sobre este asunto del caos, pero será mejor jugar a lo seguro. ¿Alguna sugerencia?
—Sí. Mantened a Ander bien vigilado y disponible para la comunicación por el transmisor de unión. Como yo lo veo, va a pasar algo grande..., y él bien puede ser la única persona que le sepa encontrar sentido. Sugiero que pongas una computadora en comprobación de las coincidencias, y que la alimentes con cada átomo de datos que parezca relevante. Todo este asunto me da una extraña sensación.
—No te sigo, pero lo haré. Me quedaré en conexión durante un rato por si surge algo nuevo.
Bron se relajó y cerró los ojos. El guarda que lo vigilaba se relajó extendiendo un brazo por la mesa, irritado por la inactividad, y completamente ignorante de que los ojos y oídos del Comando Estelar estaban con él en la habitación, en la forma de un transmisor de unión de tiempo real con el hombre echado en la litera.
La situación llegó al silencio. Los dos hombres esperaban el final del vuelo, que iniciaría la próxima vuelta a la acción. Bron, buscando algún estímulo en su mente para cubrir la pausa, empujó su percepción hacia lo más profundo de sus ideas, pasó la estática de las estrellas y el silbido del circuito de unión que se había introducido en su cabeza, y allí encontró algo más. Algo a lo que, aunque conocía su sombra, estaba completamente desorientado para enfrentar: el cloqueo de gansos, el sonido fantasmal como un líquido. Pero esta vez se sentía más alto, más cerca y con una urgencia articulada y rabiosa que le heló hasta la médula.
Su sensación inicial fue de temor, pero su facultad analítica le forzó a buscar alguna explicación. Viscoso, aglutinante, incomprensible, el significante balbuceo le golpeó con toda la urgencia y el horror de un desastre inalterable.
De nuevo su imaginación voló en una intangible balsa bajo las aguas de una laguna Estigia subterránea, llena de sombras, llena de sonidos cuyos orígenes no se atrevía a imaginar. Sintió el movimiento de la onda al romperse con suavidad bajo la turbulencia, y sintió su lento avanzar por el túnel hacia el final. ¿Qué final? ¿Qué discurría alrededor de las oscuras curvas del río? Surgían de su imaginación fantasías más terribles que la muerte...
Su grito coincidió exactamente con el estridente sonido de la alerta de vuelo, y unos pocos segundos más tarde el ruido de los gansos desapareció en las intrincadas agonías del final del vuelo por el subespacio.