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UNA voz rompió su descanso.
—...la mente retorcida no por el acero chamuscado, el nervio... sino por una vasta herida...
—¡Cállate! ¡Deja de decir esas cosas!
—Ponte de pie, Bron. ¿Qué crees, que te mereces un día de descanso?
Bron se despertó entre las ruinas, y se dio cuenta del frío dentro de sus huesos. Las primeras y rosáceas luces del amanecer rasgaban la cubierta del cielo. Le dolía la cabeza, y la herida en su sien estaba dura con sangre seca. Con dificultad se puso de pie, temblando y tratando de poner en claro sus pensamientos.
—Tú, la que está en mi mente... no eres quien habló conmigo anoche.
—¡Dios, no tendrás tanta suerte de olvidarte de mí! —la voz le seguía con incredulidad—. No, Bron. Soy Jaycee —a pesar de las limitaciones del transmisor de unión, la voz era claramente femenina—. Doc me dijo que hubo una explosión. ¿Cuánto recuerdas?
—Casi nada. ¿Qué es toda esa rutina sobre el enfermo, y Dios está muriendo, que continuáis diciéndome?
—¡Demonios! Doc tenía razón. Estás en baja forma. Esas frases son un disparador semántico grabado en tu subconsciente. En cualquier condición de inconsciencia, desde el sueño hasta el coma, si tú escuchas esas frases tendrás que responder. Las palabras están mezcladas con la hipnosíntesis que hemos grabado en tu mente.
—Esto se vuelve cada vez más irreal. ¿Qué es eso de la hipnosíntesis?
—Un modelo de carácter grabado por medio de una profunda hipnosis: es el personaje que tienes que interpretar para pasar a los Destructores.
—Pero si no sé ni quién soy yo, ¿cómo podrá mantenerse esa síntesis?
—El hecho de que respondas al disparador significa que la síntesis está firme. Reaccionarás al estimulo apropiado, incluso aunque no entiendas tus propias reacciones. En cierta forma, la amnesia de tu memoria es una suerte: disminuirá el conflicto entre la síntesis y tu propio yo. ¡Dios! Va a ser fabuloso escucharte, creyéndote un santo, Bron.
El sarcasmo de la voz golpeó su mente con profundidad.
—¿Es que se supone que sea... un santo... Jaycee?
—Más o menos un caballo de Troya, aunque electrónico. Pero levántate; tenemos que trabajar. Los Destructores han aterrizado con tres naves alrededor de Ashur, y su primer paso será imponer su ley. Eso significa una orden prohibiendo todos los movimientos y absoluta obediencia a sus edictos. Debemos de llevarte al lugar donde tenías que estar desde anoche.
Bron buscó en su mente las cosas que debería saber y había olvidado.
—Todo eso está muy lejos de mí, Jaycee. Al menos, me gustaría saber la causa por la que voy a convertirme en mártir.
—¡Ah, eso está mejor! Un toque de la vieja ironía estilo Bron. No tengo en este momento mucho tiempo para informarte. Te diré que los escuadrones de Cana han aumentado su alcance de destrucción a un punto en que ya amenazaban las dependencias mismas del Borde. No podemos vigilar todo ese volumen de espacio, y ellos han destruido treinta y siete planetas en cinco años. Nuestra única esperanza es detenerles, encontrando su base universal y atacándoles. Ése es tu trabajo. El truco es embarcarte en una nave de los Destructores en el espacio durante un tiempo, para que nosotros podamos descubrir dónde está la base universal.
—Y eso es un buen truco, me imagino.
—Si pudieras recordar... Nos ha llevado seis años llegar hasta aquí. Primero tuvimos que construir transmisores gigantes en Antares, para hacer funcionar la unión de comunicaciones entre nosotros y las distantes galaxias. Nos llevó dos años de trabajo de investigación decidir la mejor forma de atacar el problema, y casi un año desarrollar tu cobertura. Y por último, estabas tú, el personaje principal de toda la operación...
—Cuéntame algo sobre mí mismo, Jaycee.
—Otro día será, cuando quiera incordiarte. El caos, ése es tu fuerte... la clase de caos que alcanza y afecta a todo el mundo, y a todas las cosas que toca. Es la única parte de tu propio carácter que hemos dejado sin atenuar por la síntesis. Es el único rasgo que tienes, que puede hacer que esta misión tenga éxito.
Bron pensó todo eso en silencio.
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Tenemos que introducirte en el trasfondo, para que cuando los Destructores te encuentren no sospechen nada. Tenemos estudiado un papel para ti, pero... deberías haber estado en tu lugar anoche.
—¿Por qué me quieren encontrar los Destructores?
—Porque tú eres el sustituto del hombre que ellos vinieron a buscar a Onaris. Mira, tendré que ir dándote detalles mientras avanzamos. Pero escúchame, Bron, esto es importante. Juega este juego como te lo damos, y confía en la síntesis para la continuidad. No intentes ninguno de tus trucos, porque es seguro que te matarán. Ya hemos perdido muchos hombres sólo para colocarte donde estás.
—¿Qué camino sigo?
El cielo iba aclarándose con los grises del amanecer, y unos vagos colores separaban las sombras.
—Márchate hacia el paso subterráneo, y busca unos cuantos nombres de lugares. Una vez que podamos señalar tu posición, haré que la computadora nos proporcione tu ruta. Después busca un espejo, y deja que te mire. Necesitas dar bien tu personaje, si queremos seguir con esto.
Bron se encogió de hombros y observó las paredes rotas que le habían dado cobijo durante la noche. La parte posterior del edificio estaba intacta, y fue hacia allí donde se encaminó. El edificio estaba desierto; se reconocía la prisa de la huida por el desorden en las habitaciones y los pasillos. Por fin encontró una puerta cubierta con un espejo, la que abrió y ajustó para obtener el máximo de iluminación.
—Así que éste soy yo...
—¿No recuerdas ni cómo era tu cara?
—No podría ni llamar a mi memoria. ¿Estoy bien, Jaycee?
—No mucho. Tendrás que limpiar ese corte en tu frente. No podemos arriesgarnos ante una infección.
—Lo limpiaré de alguna forma. ¿Algo más?
—No..., excepto que no me acostumbro a verte como un angelito. Ése es el efecto psicosomático de la síntesis de la personalidad.
—¿Qué propones que haga? —se sentía irritado por la malicia en la voz de Jaycee.
—No lo estropees, Bron. Todo se desgastaría. Ninguna psicosíntesis puede ocultar tu verdadero yo por mucho tiempo.
Encontró los nombres de las calles para que Jaycee trabajara. Limpió su herida con el agua que encontró en una cisterna, y cepilló como pudo el barro y la sangre de la capa que lo cubría. Entonces volvió al espejo, para estudiar el resultado.
No recordaba haberse puesto la ropa, pero llevaba una sencilla capa de tejido grueso, con ropa interior del mismo tejido. De su cuello colgaba una fina cadena de oro, rematada por un gastado crucifijo. Una Biblia en uno de los amplios bolsillos de la capa era la última de sus posesiones.
Como Jaycee había dicho, su cara había adquirido una mirada angelical, una piedad que brillaba de sus líneas juveniles. Estudiaba sus rasgos con cuidado; los recordaba vagamente, pero no estaba seguro de si luciría diferente antes de la hipnosíntesis. Se sentía orgulloso de la fuerza de carácter que mostraban su mandíbula y sus cejas, pero algo diabólico parecía emerger por detrás de sus ojos: una profundidad que no sólo le atemorizaba sino que también le fascinaba.
—Cuando hayas terminado con tu orgía narcisista, tengo la ruta para ti.
La voz de Jaycee llegó tan inesperadamente que le hizo saltar. Tuvo la certeza de que ella le observaba en el espejo, a través de sus propios ojos. La estrecha vigilancia le fastidió; algo muy dentro de él clamaba por libertad, como una bestia encerrada en una pequeña jaula. Ella recogió el pensamiento, porque su expresión había mostrado su silenciosa emoción.
—No lo digas, Bron. Tendrás que vivir conmigo dentro de ti. Es una situación en la que disfruto estar debajo de tu piel.
—¡Perra!
Se rió.
—Sí, soy eso, y la mayoría de las otras cosas que me has llamado en el pasado. Pero ahora..., mejor empieza a caminar. Te daré las direcciones a partir de las señales que podamos identificar.
Las instrucciones de Jaycee le dirigían hacía la región donde había estallado la bomba la noche anterior, y estaba cubierta por la erosión gris verde de las refracciones de la luz solar. Incluso el policromático amanecer de Onaris parecía manchado con sangre.
Las ruinas estaban en silencio y desprovistas de vida. Sintió que su brazo se aliviaba. Sus dedos rozaron la Biblia que estaba en su bolsillo, un acto que levantó una sonrisa divertida en sus labios. Se miró las manos. Las uñas eran largas, y los músculos duros.
—Jaycee, sé que tengo que luchar, pero... ¿qué se supone que haga con el libro?
Por primera vez, ella no contestó, aunque Bron sintió que estaba escuchando. Su silencio le hizo darse cuenta de la seriedad de la situación. En esta misión, la síntesis y el libro eran las dos únicas armas que iba a usar. Con éstas —y la voz de Jaycee en su cabeza— esperaban que ayudara a destruir toda la crueldad de la Federación Destructora.