23
DESPERTÓ en una celda. Le
habían quitado las esposas, y con ellas el uniforme de los
Destructores. Mientras dormía, alguien le había vestido con una
túnica blanca y limpia, y en su bolsillo pesaba tranquilizadora la
Biblia. El jergón donde yacía estaba sin duda en el planeta, ya que
no tenía las vibraciones características de las literas de las
naves.
Durante unos segundos permaneció recuperando
sus facultades, después se apeó del jergón.
—¡Jaycee! ¡Doc! ¡Ananías! ¡Por favor, que
alguien conteste!
La celda daba, a través de un cristal
biselado, a un pasillo de ladrillos grises. El espesor de la puerta
limitaba su campo de visión, y no había nadie a la vista.
—Jaycee, ¿dónde demonios estás? Antares, si
tienen un monitor en esta unión, por favor llamad a Control. ¡Esto
es una emergencia!
Miró a su alrededor en agonía, buscando
alguna forma de atraer la atención de alguien. La sólida puerta
sólo hizo un ruido imperceptible cuando la golpeó con sus manos, y
el cristal ahogaba sus intentos de gritar hacia el pasillo.
—¡Jaycee, por amor de Dios!
Escuchó un ligero gemido por sobre el
cloqueo de los gansos y el ruido natural del transmisor de
unión.
—Demonios. No estás en el mercado por una
resaca como un planeta, ¿verdad?
—Anímate, Jaycee. Tengo que ponerme en
contacto con Ananías, rápido.
—¿Tienes que ponerte en contacto con
Ananías? —Jaycee estaba incrédula—. Bron, yo tengo el turno para
encontrar a Ananías, y cuando al fin lo haga, no oirás nada a causa
de los gritos. Ese maldito enano puso algo en mi bebida.
—¡Maldito sea! Haz lo que te digo y busca a
Doc, y dile que tiene que detener a la Flota Espacial. Todos hemos
cometido un error.
—Necesitará una razón mejor que ésa para
detenerlos.
—Tú encuéntrale, y yo le daré una razón. Si
esas dos flotas se encuentran, se arrasarán la una a la otra.
—¿No me digas que te está entrando el miedo
porque estás sentado en el centro de la acción?
—Jaycee, yo soy hombre muerto de cualquier
forma. Pero acabo de darme cuenta de que estamos luchando contra el
enemigo equivocado.
—¿Qué quieres decir?
—Que Cana tenía razón cuando dijo que ellos
no lanzaron la bomba en Onaris. No tienen esa clase de armas. Esa
cosa era alienígena, y vino desde el vacío con una precisión
increíble para aniquilar un planeta de doscientos millones de
habitantes. Las criaturas que la enviaron, a ésa y las otras
treinta y cinco imputadas a los Destructores, son nuestros
verdaderos enemigos. Si nos enfrentamos a Cana, mutilaremos ambas
flotas y dejaremos la Galaxia limpia y abierta todo el camino hasta
Tierra.
—Si hay alienígenas, ¿qué es lo que te hace
pensar que vienen?
—Primero, porque puedo escucharlos en el
transmisor de unión. Segundo, porque ésa es la razón de que Cana
construyera una flota tan poderosa.
—No estoy de acuerdo, Bron. Cana construyó
esa flota para reforzar su posición contra Tierra.
—A Cana le importa un bledo Tierra, o la
misma Flota Estelar. Trata de mirarlo a través de sus ojos. Si él
tuviera un arma como la bomba de Onaris, podía dispararla contra
Tierra y olvidarse del Comando Estelar. No necesitaría una flota
espacial más poderosa para hacerlo.
—De acuerdo, Bron. He puesto una llamada de
alerta roja para Doc y Ananías. No creo que convenzas a Doc y no me
has convencido a mí, pero mereces que te escuchen.
—Me merezco más que eso, Jaycee. Tengo
razón, y tú lo sabes.
—Eso es algo que Doc decidirá. Entretanto,
Bron, estás actuando bajo órdenes. No trates de romperlas otra vez,
o tendré que hacerte obedecer.
—No puedo esperar tanto, Jaycee. Tengo que
prevenir a los Destructores para que saquen sus naves de allí. No
podemos arriesgarnos a que la flota de los Destructores sea
destruida. Son la única fuerza preparada en espera de los
alienígenas.
—No puedo permitir que te muevas, Bron. No
hasta que vea la reacción de Doc sobre la Flota Espacial. Puede
decidir que ataquemos.
—No estaba hablando de la amenaza de la
Flota Estelar. Estoy hablando de una pieza de Caos que yo tramé en
el Tantallus, cuando pensé que la flota
Espacial no iba a llegar.
—¿Por qué? ¿Qué demonios has hecho? —la voz
de Jaycee era dura como el diamante.
—¿Hecho? Jaycee, ya arreglé la destrucción
de todo este sistema planetario.
—Deja de actuar, Bron. No tenías los
elementos para esa clase de acción.
—Lo hice, Jaycee. Tenía las bombas del
Tantallus, que disparé estando en el
subespacio; para las que precalculé la salida del subespacio y
programé su trayectoria desde allí. Deben de llegar a su blanco muy
pronto.
—No debes entrar en pánico. Cuatro bombas
Némesis no destruirían una flota espacial en órbita. No harán más
que ennegrecer un par de continentes.
—Pueden, si las usas bien. No es sólo la
base mundial lo que va a hundirse, sino tres planetas inhabitados
de ese sistema.
—Deja de presionarme, Bron. Yo sé que tú
eres Satanás reencarnado, pero no puedes hacer todo eso con cuatro
pequeñas bombas. De cualquier forma, los Destructores pueden verlas
llegar.
—No desde donde yo las envié. En una
trayectoria de acercamiento larga serían detectadas e interceptadas
tan pronto como llegaran a la distancia de ataque, pero los míos no
fueron programados para entrar en ataque.
—Entonces ¿dónde demonios los enviaste? ¿A
la primaria?
—No, su efecto sería insignificante en el
Sol. Aunque hay seis planetas en este sistema, éste es el tercero.
El más cercano al sol y al espacio, son también inhabitables de
acuerdo con el índice cosmológico de los Destructores en el
Tantallus. Pero el planeta más al
interior está demasiado cerca del sol, y es demasiado denso para
tener vida. Está la mitad fundido y la mitad helado. Las bombas
están programadas para bajar en ése.
—Pero... se romperá en pedazos, y... —la
última parte de la frase se perdió cuando las implicaciones de la
situación inundaron los poderes de credulidad de Jaycee—. Pero si
una parte substancial sale fuera de órbita y se va hacia el Sol,
obtendrás un destello que esterilizará todo el sistema.
—Si mis cálculos son correctos —dijo Bron—,
casi toda la masa irá hacia el Sol. Tengo que prevenir a los
Destructores para que salgan de aquí. Quiero que pongas una
transmisión con todo el poder desde Antares hacia las ondas de
emergencia de los Destructores. Ponme a Antares en línea.
—¡Déjalo ya, Bron! Sabes que no puedo
hacerlo sin la autorización de Doc, e incluso tendría que pedir
permiso a través del Estado General...
—No hay mucho tiempo disponible. Para cuando
el Estado General tome una decisión, todo habrá terminado.
Fue a la puerta de la celda y la golpeó con
sus manos.
—¡Maldición! Jaycee, si no prevengo a los
Destructores, tendré que buscar alguna forma de atraer su
atención.
—No intentes nada, Bron. Estás bajo órdenes,
y esas órdenes todavía dicen que los Destructores son el enemigo.
Si intentas prevenirles, será un motín. Te detendré con todos los
medios que tenga.
—¡Déjame en paz, Jaycee!
Se deslizó hacia el suelo y exploró la parte
de abajo de la puerta de la celda con sus dedos. Encontrando la
situación satisfactoria, miró a su alrededor buscando una idea que
fuera posible.
—No trates de hacer nada, Bron. Ya has
saltado la línea una vez y te golpearon. ¿Es que no aprendes
nunca?
—Hazme un favor, Jaycee: ¡cállate!
El pequeño aplique en el techo atrajo su
atención, y le dio una idea. Para seguirla, buscó la Biblia en su
bolsillo, la sacó y la examinó con cuidado. El material era
inflamable. El banco de metal en que estuvo echado fue su próximo
objetivo. Afortunadamente no estaba fuertemente sujeto a la pared,
y con un fuerte tirón le tuvo fuera.
—Te prevengo, Bron. Si me contrarías esta
vez, te mataré. No estoy de humor para tus malditos juegos.
—Déjame en paz, Jaycee. No te atrevas a
tocar el botón de «Muerte». Ninguno de los otros me va a
detener.
Bron elevó el banco hasta el techo y golpeó
el aplique de protección transparente. La luz vaciló, pero no se
apagó.
—No sé lo que estás tramando Bron, pero
olvídalo. Te prevengo, estoy como para darte unos cuantos circuitos
de castigo.
—Lo disfrutarías, ¿verdad, Jaycee?
Bron golpeó la lámpara y la celda se
oscureció, excepto por la velada iluminación que llegaba a través
de la rendija de la puerta.
—¡Dios! ¿Disfrutarlo? No sabes lo cerca que
he estado de usarlo a veces. Si sólo fuera...
—¿Rencor?
Con el banco puesto de lado y haciendo
equilibrio sobre él, Bron apenas podía alcanzar los pequeños
alambres que había expuesto en la lámpara rota.
—Rencor... venganza... odio... Ya no sé qué
demonios induces en mí.
Un trozo de fino papel sacado de la Biblia
le sirvió para colocarlo entre los alambres. No sabía si usar otra
hoja, pero tenía miedo de cerrar el arco. Probablemente sólo
tendría una oportunidad antes de que los circuitos protectores
cortarán la corriente.
—Bron, te prevengo...
—¿Por qué no tocas el botón, Jaycee? Si
tanta satisfacción te da...
Bajo sus dedos brilló una chispa suficiente
para la ignición. Una llama saltó entre sus dedos mientras el papel
seco empezó a arder. Bajó con él, y mpezó a amontonar hoja tras
hoja en la pequeña hoguera que estaba haciendo en el suelo.
—¡Oh, Dios mío, Bron! ¡Las cosas que haces
surgir en mí!
Bron llevó con éxito una hoja de papel
encendida hasta la puerta y la empujó por debajo. No tenía medios
de saber si el fuego había sobrevivido, pero puso más hojas de
papel por debajo de la puerta y esperaba que al menos el humo
pusiera en funcionamiento algún sistema de alarma.
—Presiona el botón, Jaycee, maldita puta. Si
te atreves, me gustaría saber lo que nos hace a los dos.
Aunque estaba preparado, la vibración de
dolor que le golpeó era mucho más de lo que había imaginado. Casi
todos los nervios sensoriales en su cuerpo contribuyeron al pilar
de agonía que le poseía. Incluso cuando la vibración se fue, se
tendió por un minuto, tratando de borrar el recuerdo de esos
escasos segundos. Cuando trató de hablar, sus cuerdas vocales
estaban mudas, y las palabras que deseaba formar no le
salían.
Pero no necesitaba hablar. La histeria de
Jaycee llego claramente contra el trasfondo del cloqueo de gansos.
Pensó que esos segundos de agonía le habían costado a Jaycee tanto
como a él. La voz de Jaycee le interrumpió el pensamiento:
—...me contaminas, Bron. Retuerces todo lo
que hay en mí. ¡Maldito seas... maldito seas...!
Cuando el segundo impulso de dolor llegó,
supo por los sollozos de Jaycee que su dedo iba a mantenerse sobre
el botón por largo tiempo. Quizá hasta que Doc o Ananías volvieran
y la quitaran de allí. Afortunadamente, ella estaba demasiado
desesperada para pensar en usar el disparador semántico, y Bron se
desmayó donde estaba caído.