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LA pequeña nave hizo un
precario aterrizaje en la única superficie llana del área. Durante
todo el camino de bajada hacia la troposfera, los densos vientos de
metano habían estado golpeando al vehículo y le hacían salirse de
su ruta. En la tempestad, grumos de hidrocarburos polimerizados
envolvieron los sistemas ópticos de navegación e hicieron que las
lecturas del altímetro láser no fueran exactas. La alta carga
estática que la nave había adquirido tendría que ser lavada
cuidadosamente con plasma de sodio antes de que se acercaran al
océano de metal.
Finalmente se logró el aterrizaje. La nave
se plantó, doblándose ligeramente sus amortiguadas patas bajo las
presiones de la tormenta; el morro señalaba hacia la quietud del
espacio. Su posición, cuidadosamente elegida y duramente
conseguida, había sido determinada sobre una roca grande y negra
que sobresalía como una isla minúscula fuera del océano. El mismo
océano allí no era nada más que los bordes de la marea, que
erosionaba una quebrada roca costera. Las olas de metal
martilleaban la roca con una insistencia que era enervante
contemplar.
A unos cien metros, en las montañas, se
abrían las fauces de la caverna, como una negra boca en una cabeza
retorcida y desfigurada. Por algún mecanismo inexplicable, una
fuerte corriente entraba en la caverna, pero estaba sujeta a un
flujo sin aparente reversión.
—Tu aptitud para la mayoría de las
debilidades de la carne está probada más allá de cualquier duda
—especificó Jaycee—. Desafortunadamente, tu capacidad para el
suicidio nunca ha sido establecida. ¿Es ése el lugar?
—Sabemos que las señales vienen de esta
área, y la corriente que entra en la curva es igual a la de mi
sueño.
—¿Cuáles son tus planes?
—Voy a entrar, Jaycee.
—¿Con un grupo de hombres?
—No, sólo yo. Contigo, claro.
—No entiendo tus motivos, Bron. Aunque no
hubiera alienígenas, es un viaje suicida. Mira la fuerza de esa
corriente. ¿Qué estás tratando de probar?
—Mi viaje a estos confines es parte de la
historia. Tengo que saber lo que hay detrás de la última
curva.
—Dime una cosa, Bron. Tú no tienes madera de
mártir, ni vas a arriesgar tu cuello por los intereses de las
relaciones interestelares. No es heroísmo, y no es curiosidad. Tú
eres un maldito egoísta, un egocéntrico como para que te importe un
bledo el resto del universo. Si vas a bajar por allí, es porque
tienes una clara idea de que al final de ese túnel hay algo que
quieres, y estás seguro de que vas a poder llevártelo contigo. No
sé lo que piensas encontrar, pero siento gran curiosidad.
—¿Sabes cuál es tu problema, Jaycee? No
tienes alma.
—Y... ¿sabes cuál es el tuyo, Bron? Te queda
muy poco de futuro.
Bron observó la espantosa escena durante
varios minutos, antes de empezar a moverse. Por último, abandonó la
nave; antes había dicho a la tripulación que permaneciera dentro,
en caso de que necesitara ayuda para volver. Una vez fuera, las
terroríficas presiones endurecieron el traje resistente al calor y
lo hicieron más incómodo, ya que tenía que caminar a través de las
agrietadas rocas encima de la marea sin poder ver bien, ni confiar
en los lugares donde ponía sus pies.
Su viaje a través de la terrible atmósfera
fue como el de un buzo de mar profundo, cogido en un remolino
submarino. Se podía discutir si era su propio deseo o las
características del lugar las responsables de llevarlo hacia la
entrada de la cueva; pero tuvo la sensación de que incluso el
viento conspiraba para hacerle entrar. Llegó a la boca y siguió
hacia adentro.
—Sigue moviéndote, Bron. Estoy contigo —la
voz de Jaycee fue un toque de realidad en medio de la
pesadilla.
—¿Cómo van los sistemas de soporte de vida,
Jaycee?
—Según los leo, el traje parece adecuado
para resistir diez horas, si no lo dañas antes. Pero no estamos tan
seguros de que puedas resistir ese tiempo de encierro. Si sientes
claustrofobia, te harás probablemente daño.
—Ya sabes cómo tranquilizarme si llego a ese
grado de tensión.
—Será un placer, y no la primera vez. Tú
siempre has sido un lío psicológico —su voz portaba un tono de
disgusto.
Estaba ya muy adentro de la entrada de la
caverna; trató de usar la luz del traje para ver su camino. El
negro poroso de las rocas rehusaba reflejar cualquier haz, y sólo
el arroyo de metal se mostraba ancho y centelleante bajo un techo
que descendía progresivamente.
Entonces lo oyó. El cloqueo de los gansos
venía esta vez de los auriculares del traje, y no del transmisor de
unión. Desde alguna parte no muy lejos podía oír los glutinosos
gritos, y supo por su apremio que habían detectado su venida.
También escuchó a Jaycee suspirar con ansiedad.
Pronto tuvo que detenerse. La dentada orilla
por la que había estado gateando llegaba a su fin, con el cierre
gradual de la boca del túnel. Trató de comprobar el desbocado
arroyo con la esperanza de tocar el fondo, pero era tal su
profundidad y densidad que fue incapaz de descargar el peso
suficiente en su pierna para bajarla hasta las rocas del fondo. Y
como si hubiera extendido su pie en un torrente de mercurio, el
pesado líquido le arrastró. Resbaló dando un grito y cayó de
espaldas dentro de la corriente.
Fue llevado boca arriba a través del
fantástico túnel, que murmuraba y susurraba con las olas y el
remolino de la corriente de metal líquido. Cuando caía, oyó el
ruido que produjo la lámpara de su casco al chocar contra el filo
de una roca. Eso no debía dañar la lámpara, pero dejó de funcionar.
Por primera vez desde su entrada en el túnel experimentó pánico, a
causa de una completa apreciación de su indefensa animalidad,
cerrada sobre su pensamiento.
—¿Estás bien, Bron? —la voz de Jaycee le
trajo de nuevo a la objetividad.
—Todavía estoy a flote, si es que estás
acumulando puntos para alegrarte. Pero ésa es la suma total de mis
posesiones en este momento.
—Créeme, no estoy bromeando. Alienígenas o
no alienígenas, sabes que no tienes ninguna oportunidad de salir de
esa caverna. Por lo tanto, ¿qué es lo que buscas, Bron?
—No me creerás que no busco nada.
—¡No! Te conozco bien, por los miserables
proyectos que planeas.
—Entonces te diré lo que tengo en mente.
Interpreto las imágenes de mi sueño como piezas visualizadas del
Caos. Las considero como prueba de que yo, en alguna forma,
penetraré justo en ese sitio. En el lugar donde están los
alienígenas.
—Pero no sabes lo que sucederá más allá de
ese punto...
—No, excepto que es un axioma el que esta
expedición debe ser un éxito.
—¿En qué lugar del espacio conjuraste ese
maravilloso pensamiento?
—Mi querida Jaycee, está implícito en todo
lo que los alienígenas han hecho. Las bombas, la armada, todo de
alguna forma tiende a disminuir la probabilidad de que se haga este
contacto. Por setecientos millones de años trataron de impedir este
evento que pronto va a tener lugar. Pocas veces han debido usar
esos medios de prevención para evitar el fallo. Por lo tanto, el
éxito debe ser seguro.
—Yo no lo veo así, Bron. Creo que han
tratado de destruir el factor del Caos que tú representas con todos
los medios que conocían. Todos sus ataques de largo alcance
fallaron a causa de cálculos equivocados, así que te han inducido a
llegar a ellos. Yo creo que, de alguna forma, tú eres una unidad de
desecho del Caos. Como lo veo, te tienen en una trampa que se
convertirá en letal, para que el potencial del Caos que tú
representas se destruya completamente.
—No estoy de acuerdo, Jaycee. Pero incluso
si tienes razón, ya han fallado.
—¿Qué quieres decir, Bron?
—Una cuestión que tú y ellos habéis pasado
por alto. Yo no soy sólo un individuo. A través del transmisor de
unión, soy un ser compuesto, una síntesis gestalt de mí, de ti, de tu computadora y tu
complejo de comunicaciones y de personas tales como Doc, Ander y
Ananías. Los alienígenas pueden destruirme, pero el resto del
gestalt permanece con el conocimiento
original y el propósito intocable. Busca un nuevo agente y nada se
habrá perdido; sólo unos pocos kilos de proteínas reemplazables.
Como ves, no soy yo sólo el catalizador, sino todo el sistema del
que yo formo parte.
—Deja de hablar, Bron; no te escucho
claramente. Voy a subir el volumen. Parece que hay una cascada o un
torrente allí. ¿Cómo va la corriente?
—Parece que tira más fuerte, pero no hay
muchos datos para juzgar.
—Mira a ver si puedes tocar la orilla, y
trépate a ella. De acuerdo con nuestros instrumentos, esa cascada
es muy peligrosa.
—¿Hasta qué punto es peligrosa?
—Podemos estar tanteando porque no conocemos
todas las cantidades de los parámetros físicos, pero leemos una
probable caída de tres kilómetros.
—¡Jaycee...!
—¿Qué?
—Nada. ¿Cuáles son las probabilidades de
sobrevivir?
—Si fueras gelatina, te diría que la
probabilidad es del uno por ciento. Sin embargo, como un
vertebrado...
—¿Lo soportará el traje?
—Depende de aquello con lo que choques al
final. Probablemente no. La mayor parte de tus sistemas de vida no
soportarán esa dura deceleración.
—Entonces habrá una respuesta rápida, y
sabremos quién de nosotros dos tiene razón.
En ese momento sintió un golpe. En lo más
profundo de su mente supo que caía y se hundía. Desde alguna parte
muy lejana, el terrible sonido de fluidos agitados se lanzó a su
encuentro. Sin vergüenza gritó, y mientras continuaba cayendo el
grito se heló en sus labios.