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—MUY bien, Ananías. Ya lo he
visto. Ahora me lo puedes explicar —la voz de Bron se había
endurecido a la vista del acontecimiento, aún subvocalizando.
—¿Cómo piensas que adquirieron el nombre de
Destructores, Bron?
—Pero... ¿de dónde vino la bomba? No fue
lanzada desde esta flota.
—Claro que no. Una nave que lleva armas como
ésa, es dudoso que hiciera un aterrizaje en una incursión para
capturar esclavos. Incluso en una órbita regular puede ser un
riesgo. Deben mantenerla fuera, en el vacío. Cuando terminan la
incursión, arrojan la bomba para que oculte la evidencia.
—No me parece que Cana necesitara destruir
la evidencia. Es lo suficientemente fuerte para no preocuparle lo
que piense la Galaxia.
—En los últimos cinco años, las patrullas de
la Galaxia han encontrado treinta y siete planetas habitados
convertidos en esferas muertas de níquel y hierro. Once de ellos,
que han estado equipados con transmisores del subespacio, han
transmitido señales hablando de ataques de los Destructores poco
antes de su extinción. Otros cinco emitieron transmisiones
normales, limitadas por la velocidad de la luz, con el mismo tema.
Algunos de esos planetas estaban ya muertos tres años antes de que
alguien recibiera sus mensajes.
Bron consideró esto en silencio por unos
minutos.
—Dime, Ananías, ¿cuál era la población de
Onaris?
—Alrededor de doscientos millones.
—Entonces, si sabíamos que los Destructores
iban a hacer esto cuando llegaran, ¿por qué demonios no teníamos
una flota esperándoles, en lugar de tenerme sólo a mí?
—Si hubiéramos sabido que Daiquist y Cana
estaban con el grupo, probablemente lo hubiéramos hecho. Con esta
misión estamos cumpliendo una decisión política, para localizar la
base mundial de los Destructores.
—¿Decisión política? ¡Esto ha costado
doscientos millones de vidas en Onaris! ¿Qué clase de política es
ésa?
Bron se heló cuando sintió una mano en su
hombro. Daiquist se dejó caer en el asiento junto a él.
—¿Por qué está tan pensativo, Sincretista?
¿Es que nunca había visto la destrucción de un mundo?
—Eso era Onaris —dijo Bron rotundamente—.
Todo acabó. En el nombre de Dios, ¿por qué tuvieron que hacerlo? Ya
obtuvieron todo lo que venían buscando...
Los ojos de Daiquist buscaban la cara de
Bron.
—Aún me pregunto si no hemos conseguido
algo más que lo que vinimos a buscar.
Usted me hace sentir incómodo, Sincretista. Nunca he tenido mucho
tiempo para dedicarle a los intelectuales, pero un intelectual con
la fortaleza y el tono muscular de un luchador, definitivamente
necesita vigilancia. Ni yo mismo me arriesgaría. Preferiría matarle
ahora..., pero Cana ha decidido otra cosa. Le... aconsejo que no le
defraude.
Bron volvió su rostro a la pantalla.
—Todavía no ha contestado a mi pregunta.
¿Por qué era necesario destruir Onaris?
—Puede usted ser un Sincretista —dijo
Daiquist—, pero todavía tiene, demonios si lo tiene, mucho que
aprender. Venga, Cana quiere verle en su despacho. Le vamos a dar
la oportunidad de efectuar un ejercicio en cooperación.
—¿Cooperación? Dios mío... ¿Esperan que
coopere con ustedes, después de lo que acabo de ver? —hizo un gesto
muy dramático hacia la bola de fuego, todo lo que quedaba de
Onaris—. Prefiero morir.
—A mí me gustaría mucho que usted muriera
—dijo Daiquist—. Desafortunadamente, la decisión no es mía. Pero
escuche con cuidado lo que Cana tiene que decirle, porque es seguro
que cambiará su forma de pensar.
—No se doblega a un Haltera con tanta
facilidad. ¡Maldito sea, Daiquist! Si debo hacer este viaje,
permita que sea en la nave de los esclavos —la síntesis todavía se
revolvía débilmente.
—¡Tranquilo,
Bron! —la voz de Ananías sonaba precavida.
—Sucede que no le estoy ofreciendo una
elección —Daiquist estiró su brazo armado, con gesto amenazante—.
No es buena idea tener a Cana esperando. Si está usted pensando en
resistirse, recuerde que nunca disparo a matar.
No teniendo otra opción, Bron se levantó y
de mala gana caminó en la dirección indicada. Daiquist le siguió,
con su arma apuntándole. Ya junto a la puerta del despacho de Cana,
Bron se sorprendió de que la manilla se abriera con facilidad al
tocarla. Cana estaba sentado frente a su gran mesa de trabajo,
observando la cinta que salía de la terminal de impresión de la
computadora. Ésta había sido su ocupación durante algún tiempo, ya
que el suelo estaba lleno de cintas impresas con series de
números.
—¡Ah, el Sincretista! —Cana golpeó las
cintas, que cayeron desparramándose en un montón sin forma—.
Quédese con nosotros, por favor, Martin.
—Sería más inteligente.
Daiquist seleccionó una silla e indicó a
Bron que se sentara en otra. Cana se dirigió a Bron.
—Sé por su cara que ha visto lo sucedido en
Onaris.
—He visto lo que ha sucedido. Lo que no
puedo comprender es por qué fue necesario. ¿No habían obtenido ya
lo que querían?
Cana frunció el ceño, mostrando una
profundidad de concentración fuera de la experiencia de Bron.
—Todavía no lo puede entender, pero...
precisamente porque habíamos obtenido lo que queríamos, Onaris
murió. Nuestros únicos medios de establecer el éxito de una
incursión es si una bomba explota y la vida del planeta, que es el
blanco, se extingue horas después de nuestro despegue.
Bron se mantuvo en silencio durante un largo
segundo, luchando con lo erróneo de la frase dicha. Finalmente,
miró de nuevo a Cana y negó con la cabeza.
—No tiene sentido.
—Para nosotros, sí. El punto que deseo
aclararle es que nosotros no lanzamos esa bomba. Alguien más lo
hizo.
—Está mintiendo,
Bron —la voz de Ananías no dejaba lugar a dudas.
—No esperará que me crea lo que ha
dicho.
—En estas circunstancias, no. Conozco su
nivel intelectual, y me doy cuenta de que le excluye de aceptar una
afirmación si no está satisfecho con la evidencia en que se basa.
Por lo tanto, le doy la oportunidad de establecer y examinar la
propia evidencia y sacar sus propias conclusiones.
—¿Cómo?
—Le invito... no: le desafío a examinar cualquier dato disponible de
cualquier nave de esta flota, e intentar calcular la causa y tiempo
de origen del artefacto que destruyó Onaris. Añadiré dos detalles.
Primero: aunque la posición del misil era exacta, su llegada se
demoró en dieciséis punto una horas de tiempo.
»En segundo lugar... —Cana se volvió a mirar
a Bron, para dar más énfasis a sus palabras, y Daiquist levantó su
brazo— ...tendrá acceso a nuestros archivos en video, o cualquier
dato en nuestra posesión, para que pueda calcular el punto exacto
del impacto de la bomba en Onaris. Aunque su efecto hubiera sido el
mismo dondequiera que hubiera caído, creo que encontrará que el
punto de colisión coincide exactamente con su
propia posición, dieciséis punto una horas más temprano. Como
descubrirá, Bron Haltera, no intentaron disparar ese misil contra
Onaris, ni tampoco contra nosotros. Ese misil lo dispararon contra
usted, personalmente contra usted.