11

 

—MUY bien, Ananías. Ya lo he visto. Ahora me lo puedes explicar —la voz de Bron se había endurecido a la vista del acontecimiento, aún subvocalizando.
—¿Cómo piensas que adquirieron el nombre de Destructores, Bron?
—Pero... ¿de dónde vino la bomba? No fue lanzada desde esta flota.
—Claro que no. Una nave que lleva armas como ésa, es dudoso que hiciera un aterrizaje en una incursión para capturar esclavos. Incluso en una órbita regular puede ser un riesgo. Deben mantenerla fuera, en el vacío. Cuando terminan la incursión, arrojan la bomba para que oculte la evidencia.
—No me parece que Cana necesitara destruir la evidencia. Es lo suficientemente fuerte para no preocuparle lo que piense la Galaxia.
—En los últimos cinco años, las patrullas de la Galaxia han encontrado treinta y siete planetas habitados convertidos en esferas muertas de níquel y hierro. Once de ellos, que han estado equipados con transmisores del subespacio, han transmitido señales hablando de ataques de los Destructores poco antes de su extinción. Otros cinco emitieron transmisiones normales, limitadas por la velocidad de la luz, con el mismo tema. Algunos de esos planetas estaban ya muertos tres años antes de que alguien recibiera sus mensajes.
Bron consideró esto en silencio por unos minutos.
—Dime, Ananías, ¿cuál era la población de Onaris?
—Alrededor de doscientos millones.
—Entonces, si sabíamos que los Destructores iban a hacer esto cuando llegaran, ¿por qué demonios no teníamos una flota esperándoles, en lugar de tenerme sólo a mí?
—Si hubiéramos sabido que Daiquist y Cana estaban con el grupo, probablemente lo hubiéramos hecho. Con esta misión estamos cumpliendo una decisión política, para localizar la base mundial de los Destructores.
—¿Decisión política? ¡Esto ha costado doscientos millones de vidas en Onaris! ¿Qué clase de política es ésa?
Bron se heló cuando sintió una mano en su hombro. Daiquist se dejó caer en el asiento junto a él.
—¿Por qué está tan pensativo, Sincretista? ¿Es que nunca había visto la destrucción de un mundo?
—Eso era Onaris —dijo Bron rotundamente—. Todo acabó. En el nombre de Dios, ¿por qué tuvieron que hacerlo? Ya obtuvieron todo lo que venían buscando...
Los ojos de Daiquist buscaban la cara de Bron.
—Aún me pregunto si no hemos conseguido algo más que lo que vinimos a buscar. Usted me hace sentir incómodo, Sincretista. Nunca he tenido mucho tiempo para dedicarle a los intelectuales, pero un intelectual con la fortaleza y el tono muscular de un luchador, definitivamente necesita vigilancia. Ni yo mismo me arriesgaría. Preferiría matarle ahora..., pero Cana ha decidido otra cosa. Le... aconsejo que no le defraude.
Bron volvió su rostro a la pantalla.
—Todavía no ha contestado a mi pregunta. ¿Por qué era necesario destruir Onaris?
—Puede usted ser un Sincretista —dijo Daiquist—, pero todavía tiene, demonios si lo tiene, mucho que aprender. Venga, Cana quiere verle en su despacho. Le vamos a dar la oportunidad de efectuar un ejercicio en cooperación.
—¿Cooperación? Dios mío... ¿Esperan que coopere con ustedes, después de lo que acabo de ver? —hizo un gesto muy dramático hacia la bola de fuego, todo lo que quedaba de Onaris—. Prefiero morir.
—A mí me gustaría mucho que usted muriera —dijo Daiquist—. Desafortunadamente, la decisión no es mía. Pero escuche con cuidado lo que Cana tiene que decirle, porque es seguro que cambiará su forma de pensar.
—No se doblega a un Haltera con tanta facilidad. ¡Maldito sea, Daiquist! Si debo hacer este viaje, permita que sea en la nave de los esclavos —la síntesis todavía se revolvía débilmente.
—¡Tranquilo, Bron! —la voz de Ananías sonaba precavida.
—Sucede que no le estoy ofreciendo una elección —Daiquist estiró su brazo armado, con gesto amenazante—. No es buena idea tener a Cana esperando. Si está usted pensando en resistirse, recuerde que nunca disparo a matar.
No teniendo otra opción, Bron se levantó y de mala gana caminó en la dirección indicada. Daiquist le siguió, con su arma apuntándole. Ya junto a la puerta del despacho de Cana, Bron se sorprendió de que la manilla se abriera con facilidad al tocarla. Cana estaba sentado frente a su gran mesa de trabajo, observando la cinta que salía de la terminal de impresión de la computadora. Ésta había sido su ocupación durante algún tiempo, ya que el suelo estaba lleno de cintas impresas con series de números.
—¡Ah, el Sincretista! —Cana golpeó las cintas, que cayeron desparramándose en un montón sin forma—. Quédese con nosotros, por favor, Martin.
—Sería más inteligente.
Daiquist seleccionó una silla e indicó a Bron que se sentara en otra. Cana se dirigió a Bron.
—Sé por su cara que ha visto lo sucedido en Onaris.
—He visto lo que ha sucedido. Lo que no puedo comprender es por qué fue necesario. ¿No habían obtenido ya lo que querían?
Cana frunció el ceño, mostrando una profundidad de concentración fuera de la experiencia de Bron.
—Todavía no lo puede entender, pero... precisamente porque habíamos obtenido lo que queríamos, Onaris murió. Nuestros únicos medios de establecer el éxito de una incursión es si una bomba explota y la vida del planeta, que es el blanco, se extingue horas después de nuestro despegue.
Bron se mantuvo en silencio durante un largo segundo, luchando con lo erróneo de la frase dicha. Finalmente, miró de nuevo a Cana y negó con la cabeza.
—No tiene sentido.
—Para nosotros, sí. El punto que deseo aclararle es que nosotros no lanzamos esa bomba. Alguien más lo hizo.
—Está mintiendo, Bron —la voz de Ananías no dejaba lugar a dudas.
—No esperará que me crea lo que ha dicho.
—En estas circunstancias, no. Conozco su nivel intelectual, y me doy cuenta de que le excluye de aceptar una afirmación si no está satisfecho con la evidencia en que se basa. Por lo tanto, le doy la oportunidad de establecer y examinar la propia evidencia y sacar sus propias conclusiones.
—¿Cómo?
—Le invito... no: le desafío a examinar cualquier dato disponible de cualquier nave de esta flota, e intentar calcular la causa y tiempo de origen del artefacto que destruyó Onaris. Añadiré dos detalles. Primero: aunque la posición del misil era exacta, su llegada se demoró en dieciséis punto una horas de tiempo.
»En segundo lugar... —Cana se volvió a mirar a Bron, para dar más énfasis a sus palabras, y Daiquist levantó su brazo— ...tendrá acceso a nuestros archivos en video, o cualquier dato en nuestra posesión, para que pueda calcular el punto exacto del impacto de la bomba en Onaris. Aunque su efecto hubiera sido el mismo dondequiera que hubiera caído, creo que encontrará que el punto de colisión coincide exactamente con su propia posición, dieciséis punto una horas más temprano. Como descubrirá, Bron Haltera, no intentaron disparar ese misil contra Onaris, ni tampoco contra nosotros. Ese misil lo dispararon contra usted, personalmente contra usted.