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EL ruido de la alarma de
batalla cubrió los pensamientos de Bron y llevó a la tripulación de
la nave a estar dispuesta con una velocidad y precisión que
demostraban su gran preparación. Bron examinó automáticamente el
puente del Skua, ya que la alarma excitó
su medio olvidado instinto de cuando era comando y se estaba
entrenando. Con mirada profesional reconoció las diferentes
técnicas espaciales de los Destructores y las tradujo a términos
que podía entender.
Entonces se detuvo, perplejo.
Instintivamente sus ojos se dirigieron hacia los detectores y las
pantallas, que serían la fuente de aviso del peligro que se
acercaba. Pero hasta el momento, las pantallas estaban en blanco.
Ninguna de ellas tenía señales que se interpretaran como alarma de
batalla. Por otro lado, los detectores se esforzaban en buscar
reingresos en el vacío, pero no daban una señal clara de que el
peligro se acercara. Los ojos de todos los tripulantes estaban
observando a la computadora, cuyas señales digitales ajustaban y
corregían los instrumentos de rectificación como si anticiparan
algún Némesis que estaba bajo los límites de percepción del
aparato.
La situación recordó a Bron la pausa
anterior a que la bomba de Onaris llegara al nivel de detección.
Aquí existía el mismo ambiente de expectación y asombro: una
situación que empezó al anticipar una semilla indetectable en el
espacio. Entonces se concentró en ella, y supo que crecería en
algún diabólico mecanismo de destrucción contra el que no estaban
ni preparados ni equipados para enfrentarse.
—Doc, ¿estás ahí?
—A la escucha, Bron.
—Comprueba si todas las grabaciones están
ajustadas. Hay algo importante que está surgiendo.
—De acuerdo. A propósito, ¿quieres darme
alguna explicación antes de que lleve mis grabaciones al Preboste
del Comando?
—No te entiendo, Doc. ¿Qué clase de cargo
podría el Preboste tener contra mí?
—Si está en los índices criminales, estará
en la acusación.
—Trata de ser específico. No tengo mucho
tiempo.
—Más específico: supresión de datos de
inteligencia, falsificación de los informes, manipulación de los
fondos del Comando para financiar proyectos no autorizados y varios
cargos de espionaje, sabotaje y traición.
—Eso es suficiente. No recuerdo nada de
ello, así que no puedo discutir. ¿Y tú cómo te encuentras,
Doc?
—Estoy muy disgustado. He trabajado cinco
años contigo en este proyecto, Bron; cinco años que han sacado más
de mí de lo que yo tenía para dar. ¿Y qué descubro? Que tú y
Ananías me habéis estado usando. Jugando conmigo como con un
tonto...
—No eres un tonto, Doc, y estoy seguro de
que nunca te tomé por uno. Hay una buena razón detrás de todo esto,
sólo que por ahora yo no puedo recordarla...
—Entonces sugiero que le preguntes a
Ananías, porque el Comando Central está también detrás de él.
—Pensaba que Ananías estaba en buenas
relaciones con los dirigentes...
—En cuanto a la política, sí. Pero
legalmente, el Preboste del Comando está montando el caso contra
ambos, y ni siquiera los jefes de Ananías en el Comando General
serán capaces de invalidarlo. He tratado de ayudaros..., pero no
hay nada que hacer: no puedo ayudaros si no me podéis dar unas
buenas razones del porqué.
—No puedo, Doc. Lo haría si pudiera. Pero
permanece a la escucha, porque algunas de las respuestas están
aquí, y una de ellas podría ser lo que va a suceder ahora.
Mientras estaba hablando, los detectores
habían ajustado sus posiciones en respuesta al pronóstico de la
computadora. Bron entonces se dio cuenta de que en ausencia de
cualquier informe electrónico de los instrumentos, el estado de
emergencia actual debía basarse en la predicción del Caos en tiempo
real. Eran los complejos y diminutos detalles de las ondas
entrópicas los que suplían el punto en el que los instrumentos
estaban siendo alineados.
Gradualmente, las pantallas empezaron a
exhibir una ligera pelusa electrónica, que estaba justo en los
límites de la capacidad de detección, y bien fuera del alcance de
ataque. Con desaliento, Bron advirtió que el grupo de Control de
Armas no parecía seguir los montajes con precisión. Para comprobar
esto, empezó a caminar a través de la sala. Una mano le retuvo y se
volvió para enfrentarse a Cana, que le había seguido en
silencio.
—Puedo adivinar lo que está pensando,
Sincretista, pero no resultará. El Caos predice que la nave
alienígena estará a nuestro alcance dentro de diez minutos. También
predice que vamos a perder una nave. Tan pronto como podamos
localizar a los alienígenas con exactitud, abriremos fuego contra
ellos. Pero no alterará el resultado; por lo tanto, tiene que tener
lugar. En relación con las leyes del Caos, la pérdida de una de
nuestras naves es ya un hecho histórico.
—No, para mí no lo es —dijo Bron—. Pronto
tendrán el acceso de la nave alienígena marcado en tres dimensiones
más el componente tiempo, con toda la exactitud que necesitan para
cometer un asesinato. ¿Está tratando de decirme que no puede poner
armas pesadas en número suficiente bajo esa línea para destruir
cualquier cosa que tenga capacidad de navegar en el espacio?
—Desde luego que podemos intentarlo —dijo
Cana—. Pero usted todavía no ha entendido el hecho esencial.
Sabemos que nuestras armas no serán efectivas, porque ya sabemos
cuál será el resultado. No se puede alterar un hecho futuro en el
que usted puede leer la resultante.
—¿Por qué no? —preguntó Bron.
—Porque alteraría lo inalterable, y eso es
una contradicción. Por definición, usted está derrotado antes de
que pueda empezar a componer su defensa. ¿Cómo espera ganar una
batalla que la historia futura ya ha determinado que ha
perdido?
—Puedo ver lo que dice, pero no lo acepto.
No veo cómo se resuelve la paradoja; pero eso es un problema del
Caos, no mío.
Cana miró largamente a Bron, y entonces se
volvió con decisión:
—Maestro de Armas: el Sincretista dirigirá
la batalla. Siga sus instrucciones como si fueran las mías.
Bron no necesitó una segunda invitación. Con
una larga experiencia en guerras espaciales en el Comando apoyando
su intuición, se movió hacia la acción: dio instrucciones a la
tripulación de Control de Armas para asegurar una inmediata unión
con las coordenadas del Caos. Entonces se volvió de nuevo a
Cana.
—Supongo que tendrá analistas del Caos, que
determinan qué leyes va a procesar la computadora. Necesito
hablarles.
Cana hizo una señal a un hombre de la sala
de Comunicaciones, que entregó a Bron un micrófono.
—El complejo de Caos a la escucha.
—¡Bien! Corríjame si estoy equivocado, pero
nos estamos acercando a una resultante del Caos que parece indicar
la destrucción de una nave de los Destructores debido al fuego
alienígena.
—Eso es correcto.
—¿Qué hay en la evidencia del Caos que le
lleva a deducir que la resultante es de
hecho la destrucción de una nave Destructora?
—Estamos seguros de que será una nave. Una
explosión de 18 teramegatones no sucede en el espacio vacío a menos
que un poderoso artefacto haga explotar una nave. Las coordenadas
espacio-tiempo indican sólo a la corbeta Anne
Marie como posible blanco, porque se aproxima a ese punto. Ya
hemos enviado instrucciones de evacuación a la tripulación...
—Entonces cancélelas. Quiero al Anne Marie a toda máquina y fuera del área antes
de que la resultante llegue a su término.
—¡No puede hacer eso! —la voz estaba
horrorizada—. ¡No puede vencer al Caos!
Bron se volvió a Cana:
—Confirme esa orden, por favor. Tengo otras
cosas que hacer.
Se volvió al Control de Armas con una mirada
interrogante. La respuesta era negativa. Llamó a los hombres de
comunicaciones a una reunión, y allí desarrolló su plan. Frente a
su lógica nadie discutió. En menos de un minuto, todos sabían lo
que tenían que hacer. El acercamiento radical de Bron causó un
entusiasmo contagioso, que contrastaba con la actitud anterior.
Sólo Cana permaneció inalterable, pero no interfirió.
En esos momentos, la nave alienígena ya se
mostraba clara en las pantallas. Para las leyes humanas era una
monstruosidad: una mole inacabada de metal negro y siniestro,
similar a un rodillo. Aunque aún se movía por debajo de la
velocidad de la luz, su velocidad era mayor que la del Skua o sus hermanos de flota. A esa distancia, la
nave alienígena se veía ciega y sin el diseño requerido por una
nave con capacidad de maniobra en el espacio profundo. Mientras la
computadora verificaba su posición, la imagen de la nave alienígena
se mantuvo enfocada en la pantalla, y los instrumentos marcaron el
final. La tripulación de Control de Armas estaba muy atenta a la
tarea de ajustar los últimos puntos decimales para un estudio
detallado, que llegaba al límite del alcance de sus armas.
El Maestro de Control de Armas permaneció en
el aparato de comunicaciones, hablando con rapidez a sus compañeros
en las otras naves; estaba de lado para poder observar las
coordenadas a través del panel de lectura de la computadora. El
acuerdo llegó. Todas las posiciones estaban establecidas y eran
mantenidas por la computadora. Si el experimento fallaba, no habría
oportunidad para volver a pensar las tácticas. Bron observó los
registros que corrían hasta cero y señaló su acuerdo.
Los dedos tocaron las teclas de seguridad, y
el orden de la batalla pasó a las manos electrónicas, cuyas
reacciones estaban limitadas sólo por la velocidad de la luz. Pero
nadie en el puente se engañó en cuanto a la naturaleza de la
confrontación: era el Sincretista Bron contra las inexorables leyes
del Caos.