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ANANÍAS volvió de las
pantallas con un grave disgusto escrito en su cara:
—Vaya habilidad en tratar a Bron, putita.
Déjale destrozado así otra vez y te reduciré a caminar las calles;
y conociendo tus venenosos talentos, dudo que tengas éxito.
—¡Vete al diablo, maldito enano!
Ananías miró involuntariamente hacia las
señales del rango en sus hombros. Sus labios pequeños y rosados
estaban húmedos, y sus ojos brillantes parecían reflejar un fuego
interior.
—No me subestimes, mi pequeña puta.
—Tienes sueños enfermos, Ananías. Tendrás
suerte si sigues con tu misión después de que Doc te
denuncie.
La importancia de la frase le llevó un
segundo completo antes de producir una reacción de shock.
—Di eso otra vez, lentamente, puta maldita
—su voz era aguda y suspicaz.
—No juegues al inocente. Sabes que es contra
todas las reglas destruir las grabaciones de las sesiones del
transmisor de unión.
—¡Qué! —en su enfado, Ananías levantó la
mano como si fuera a golpearla, pero se detuvo al darse cuenta de
que antes de que su bofetada le llegara, ella probablemente le
habría roto el brazo. Se forzó a sí mismo a un talante más
calculador—. ¿Quién te puso sobre aviso?
—Bron, haciendo preguntas —ella estaba
disfrutando con su incomodidad.
—¿Y tú se lo dijiste a Doc?
—Desde luego. Incluso le concerté una
llamada al Comando Central, para que no tuviera tiempo de
enfriarse.
—Eso fue muy tonto de tu parte, putita...
—Ananías luchaba contra su enfado—. Doc no debería haber hecho esa
llamada. Llevo el mandato del Estado General, y eso significa que
yo tengo más rango que cualquiera en esta instalación. Si me parece
adecuado, destruiré algo o incluso todas las grabaciones, y ni tú
ni el comandante médico Veeder han de interferir.
—¡Estás muy equivocado sobre eso! —Veeder,
que entraba por la puerta, había cogido el final de la
conversación. Lo enrojecido de su cara y cuello mostraban lo
intenso de sus sentimientos—. Le recordaré, general Ananías, que
esto es una instalación del Comando, y está sujeta al control del
Comando.
—Y yo le recordaré —dijo Ananías— que está
usted comprometido en una misión conjunta con Inteligencia, bajo
las órdenes del Estado General. Eso le coloca a usted bajo mi jurisdicción. Hasta ahora, no puedo
decir que esté muy impresionado de cómo lleva la situación. Además,
la pequeña puta ha demostrado lamentablemente poco control sobre su
agente, y el mismo Bron... Mirad la clase de tarado mental con el
que se espera que trabaje: conmoción, amnesia, esquizofrenia y
paranoia..., por no decir insubordinación y rebelión.
—¡Oh, Dios! Realmente eres la persona
adecuada para hablar de taras —Jaycee resplandecía de furia—. De
cualquier forma, Ananías, ¿de dónde sacas que lo de Bron es
paranoia? No he visto nada de eso. ¿O está acaso en la grabación
que pensaste que era conveniente borrar?
—Pequeña puta —dijo Ananías, en peligroso
tono—, ya te he dicho qué es lo que voy a hacer contigo... Y para
Doc, creo que un retiro prematuro con pensión reducida sería más
que justo. Desde mañana traeré operarios del Servicio de
Inteligencia para que tomen posesión de vuestras funciones.
—¡Cállate ya, Ananías! —Veeder adoptó el
tono de rebeldía de Jaycee—. De acuerdo a mi petición, el Comando
Central ha decretado que el brazo principal de esta misión
permanezca bajo mi control. Tu puesto ahora es sólo de consejero.
En cuanto a mí se refiere, estás aquí con permiso especial.
—Discutiré esa decisión con el Estado
General. No esperes ganar.
—Quizá no, pero mientras la orden
permanezca, no destruirás más grabaciones y no interferirás con las
operaciones de esta instalación.
—¿Y suponiendo que igual lo hiciera?
La cara de Veeder reflejó un brillo de
diversión, que era lo único que se permitía para acercarse al
triunfo humano.
—Si lo haces, general Ananías, te
encontrarás bajo arresto en una celda del Comando, esperando por un
Consejo de Guerra.
—No podrás encerrarme...
—Podría hacerlo, por el tiempo suficiente
para que la misión termine sin interferencias.
Jaycee dijo «touché» por lo bajo, de forma que el enfado de
Ananías no aumentara. Blanco como la nieve, Ananías se dio vuelta
para enfrentarse con los dos. Por un momento no se supo si estaba
al borde de la risa o de las lágrimas.
—No os escaparéis con esto, lo sabéis. Detro
de una semana a más tardar, toda la unidad estará bajo mi
control.
—No tendrás una semana, Ananías —saltó
inmediatamente Jaycee—. En cualquier momento, Bron tendrá las
coordenadas que necesitamos. Ésa era la orden, ¿no? El establecer
la situación de la base mundial de los Destructores. Todo
finalizará, excepto el ataque.
—No, mi pequeña puta, no estará todavía
terminado. Tengo varios viejos asuntos que resolver.
Doc volvió al ataque:
—Entretanto, Ananías, hay algunas preguntas
que necesitan respuesta.
—¿Como cuáles?
—El ruido a gansos que Bron escuchó, al que
yo no habría dado ninguna importancia si tú no te hubieras
molestado en borrar cualquier referencia en las cintas.
—¿Y?
—La pregunta es: ¿cómo estabas tan seguro de
que Ander Haltera era el único tecnócrata en Onaris que interesaría
a los Destructores?
Ananías se frenó de momento.
—Creí que eso estaba completamente...
—¿Destruido? Oh no, Ananías. El transmisor
de unión a Antares está dirigido a través de las señales del
Comando. Ellos también graban todo lo que transmite y recibe.
—Eso tiene que acabar...
—Necesitarías una razón muy buena.
—La tengo.
—Entonces dínosla. El Comando ha gastado
casi un cuarto de su presupuesto total para seis años al establecer
este proyecto, y mi mejor agente se encuentra en esa nave de los
Destructores. Si hay información que no nos has proporcionado, te
sugiero que lo hagas rápidamente. Estoy completamente seguro de que
el Comando Central nunca habría cooperado hasta aquí si hubieran
tenido la sospecha de que algo había sido silenciado.
—Hay niveles de seguridad —dijo Ananías—.
Este es uno de los más altos secretos; mientras menos gente lo
sepa, mejor.
—¡Estás mintiendo, Ananías! —incluso Veeder
se sorprendió por la vehemencia del ataque de Jaycee—. Sé que estás
mintiendo, porque es cuando pareces humano. ¡Oh, Dios! Seguridad es
sólo una palabra que usas para salirte con la tuya sin preguntas,
pero no seas tan ingenuo como para hacerlo conmigo. Estás tramando
algo, y el asunto hiede.
—Mi pequeña puta —dijo Ananías—, mejor será
que mantengas tu lengua callada en esa viperina cabeza tuya.
—¡Márchate, enano chantajista! No trates de
amenazarme. ¿No te das cuenta de que puedo acabar contigo cuando
quiera?
—¿Cómo puede ser eso, putita?
—Tu fijaste en Bron la psicosíntesis y los
disparadores semánticos, pero yo tengo unos cuantos trucos con él
que son mucho más antiguos que los tuyos. Sólo una palabra mía, y
Bron se pondrá en actitud defensiva; entonces no cooperará, no
importa lo que tú hagas. ¿Cómo vas a sobrevivir a eso,
Ananías?
—Quítate de esos controles, Jaycee. Es una
orden.
—¡Vete al infierno, Ananías! —dijo el
comandante médico Veeder.
—Cuando hayáis
terminado la discusión, quizá me dediquéis unos minutos —la
burlona voz de Bron rompió la discusión cuando se oyó a través de
los altavoces—. Voy a tratar de obtener las
coordenadas dentro de la cavidad subespacial.
—¡De acuerdo! —Jaycee abandonó la discusión
y se absorbió rápidamente en la concordancia con las pantallas; sus
manos ajustaron con delicadeza los controles—. Te sigo, Bron, con
toda la capacidad de grabación.
Ananías se encogió de hombros con
resignación y caminó hacia la computadora. Sólo cuando las
coordenadas de la nave estuvieran establecidas y preparadas para la
trasposición, se atrevería a intervenir. Pero cuando se moviera,
los resultados serían ligeros, masivos y finales. No había lugar
para dudas, o tolerancia con la oposición en esta etapa del juego,
porque se habían cometido ya demasiados errores.