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—JAYCEE, encuentra a Ander. Necesito saber si las transmisiones entrópicas deliberadas son factibles.
—He tenido a Ander a la escucha desde que Laaris vino a verte. Dice que las técnicas modificadas de transmisiones entrópicas son factibles en ambos sentidos, y realmente posible su uso para comunicaciones instantáneas, sobre distancias galácticas. De hecho, una de esas técnicas se usa en el mismo transmisor de unión.
—Entonces ¿podemos estar pasando por encima de algún rayo alienígena mensajero, que estamos confundiendo con el eje eventual del suceso?
—Afirmativo, Bron. Con su tecnología, cualquier cosa es posible.

 

 

 

La alerta de romper vuelo señaló la terminación de su presente transversal a través del subespacio; en seguida Bron se encontró inmerso en las intrincadas agonías de su reentrada en el espacio real. Un repentino estallido del cloqueo de gansos alienígena le llenó de una aprensión considerable, como en su coma inducido mientras estaba a bordo del Skua; las voces no se habían elevado a un nivel detectable, aunque ahora tomaba drogas antihipnóticas antes de dormirse, como un seguro contra la repetición del hecho.
Al oficial de la radio de la nave le llevó sólo segundos ratificar la catástrofe de las naves acompañantes. Dos de ellas habían fallado al salir del vuelo. Había una ligera posibilidad de que las naves perdidas volvieran al espacio real, pero sería en algún momento en el futuro cercano, y en algún lugar lejos de su destino. Aunque quizá se hubieran unido a la legión de naves perdidas: las sentenciadas a muerte que pasarán el resto de su futuro en los corredores sin dimensión del subespacio.
Bron convocó una conferencia por radio con los capitanes de las distintas naves mientras se empezaba a programar el próximo vuelo. En su presente situación, se requerían cuatro vuelos más al subespacio, de cincuenta kiloparsecs cada uno, para completar el viaje hasta los límites de la galaxia de Andrómeda. Cada vuelo tenía sus propias posibilidades de fallar el salto. Los principios estadísticos de supervivencia ya habían aumentado en su favor, por llegar cuatro naves tan lejos. Por esta razón, Bron decidió hacer los últimos doscientos kiloparsecs en un solo vuelo. Nadie disentió, aunque todos sabían que jugaban en un área de la física donde no tenían antecedentes.
Laaris pronto trajo evidencia de una transmisión entrópica pura de tal intensidad, que destruyó completamente las determinaciones normales de Caos. Aunque la trampa era obvia. Bron ordenó que se estableciera la ruta indicada en las redes del subespacio. Donde hubiera una señal alienígena, sería el lugar más adecuado para encontrar a los propios alienígenas. Comprobadas todas las coordenadas dos y tres veces; las cuatro naves volaron hacia el subespacio.

 

 

 

Cuando alcanzaron el lugar de la separación, el Némesis estaba solo.
Bron tuvo que admitir una mezcla de sensaciones cuando su nave solitaria volvió al espacio real, en el Borde de la gran galaxia de Andrómeda. El miedo, la ansiedad y el pesar por la pérdida de sus naves compañeras eran enormes, pero el prodigio que presentía no era la menor de sus emociones.
Había recorrido antes la Vía Láctea, y conocía algo sobre la infinita variedad de sus estrellas. Las de Andrómeda eran de aspecto similar en cuanto a tamaño, tipo, espectro y densidad de distribución, aunque nunca sus propios ojos le convencerían de que éstas eran las estrellas que veía en casa. En alguna forma indefinible, la magnífica formación de estrellas contenía una originalidad y una singularidad que le hacían sentirse extraño, insignificante y terriblemente solo.
Aunque quizá Andrómeda fuera diferente. Entre todos los millones y millones de estrellas habitables en la Vía Láctea, sólo Tierra había producido vida inteligente detectable. Ahora, en las costas de otra Galaxia, estaba destinado a encontrar al extraterrestre equivalente al Homo sapiens. Adaptado al estado de individuo solitario por circunstancias precalculadas, supo que cuando llegara a la última curva en el túnel estaría indefenso y solo. Solo ante otra forma de vida, y una que había logrado la capacidad de surcar el espacio cuando las primeras alarmas de vida empezaban a sonar en Tierra.
—¡Escuchad, vosotros ahí fuera! —dijo, impresionado de repente por la idea de que los alienígenas podían, casi seguro, interceptar su transmisor de unión—. Sé que estáis escuchando.
El balbuceo de los gansos se elevó hasta ser perceptible; luego descendió de nuevo bajo el nivel audible, casi como si fuera una respuesta. Bron continuó:
—Voy a bajar a encontraros. Habéis destruido muchos de nuestros mundos sin una razón aparente. Si quisiera, podría destruir muchos más de los vuestros, ya que tengo acceso a naves que pueden cruzar el vacío en simples fracciones del curso de una vida. Por lo tanto, saldré fuera con fuerza, no con debilidad. No llevaré armas; pero si yo o mi nave sufrimos algún daño, entonces el resto de los de mi clase lo sabrán, y finalmente seréis destruidos por ello.
Otra vez el cloqueo de los gansos se elevó como olas de un mar embravecido; luego se calló excepto por el ruido del trasfondo, como la marea de una playa distante.
Laaris entró, con sus últimos cálculos. Ahora podía señalar con precisión la causa del ruido entrópico. Parecía originarse en un sistema a sólo dos kiloparsecs desde el borde. Bron autorizó el vuelo y después de que las computadoras habían procesado un examen astronómico para establecer una verdadera réplica en la matriz de estrellas, el Némesis se deslizó hacia el subespacio en el que sería el último vuelo de aproximación.
Emergieron en la vecindad de la primaria K5, perfecta y ordinaria, de alrededor de un ochenta por ciento de la masa de Sol. Tenía un solo planeta, más pequeño que Tierra. Un examen con el telescopio de lo poco que se podía ver sobre la superficie del planeta no reveló nada significativo. Era una roca desigual, limitada por nubes y en apariencia sin vida, con una hirviente y turbulenta atmósfera de hidrocarburos. La temperatura de su superficie era de más de doscientos grados Celsius. De alguna región de su inhóspito terreno se originaba la señal alienígena entrópica, pero la limitada discriminación de los radares en el Némesis fallaron en resolver su situación, excepto en términos muy amplios.
El Némesis sólo llevaba a bordo un vehículo pequeño, una chalupa. Bron ordenó usar trajes espaciales para tareas pesadas y pidió dos voluntarios para acompañarle. Cuando examinó el traje, supo que el viaje de bajada por el terrible túnel iba a convertirse en realidad.
La chalupa se había construido en primer lugar para trabajos en las profundidades del espacio, no para esa clase de atmósfera. Se comportaría muy mal en las tormentas de hidrocarburos cargados de vapor, en las que ahora estaba entrando. No era capaz de usar sus motores con eficacia a tan baja velocidad, y su forma aerodinámica era inadecuada para lograr la estabilidad en vapores hirviendo; el vehículo se bamboleó, se movió y luchó contra los vientos de lado, las corrientes convectivas y las corrientes bajas.
Vieron en ocasiones la superficie del planeta. Miraron con asombro las escabrosas rocas, barridas por un viento cargado de gotitas aceitosas y un tétrico mar de metal líquido. Aquí y allá había amplias cordilleras de montañas que parecían haberse retorcido por las raíces, sacudidas lateralmente para romperse en rocas negras afiladas como cuchillos, con fisuras impenetrables. En ninguna parte existía señal de una vuelta al orden, que fuera reveladora de una intervención inteligente.
Hicieron tres salidas en la chalupa, volviendo al Némesis para descansar, calibrar los instrumentos y dejar las cintas de datos tomadas para que fueran procesadas. Laaris estaba trabajando con todo el poder de las computadoras que tenía a su mando, tratando de igualar las variantes de fuerza de la señal alienígena con algunos aspectos de la geometría del planeta. La información de los vuelos a ras de tierra empezaba a igualar las leyes de coincidencia, indicando, en primer lugar, un punto en el hemisferio sur, después ajustándose gradualmente hacia una masa de tierra en particular y, por fin, las coordenadas indicaron un área llana de un kilómetro de diámetro.
Bron pidió fotografías aéreas, y los dos conjuntos de niveles altos y bajos se unieron para dar un facsímil razonable del área. Cuando cogió las últimas copias, las manos le temblaron. Una descripción del lugar alienígena, sin que la recordara hasta ahora, estalló en su reconocimiento. Supo interpretar por instinto los modelos de luz y oscuridad. Se dio cuenta de que todo eso le había sido descrito en el coma hipnótico profundo que había experimentado en el Skua. En su despertar, había recordado los momentos traumáticos que le llevaban hasta el punto donde había sido arrancado del encuentro antes del climax. Ahora estaba de nuevo al principio del viaje, y esta vez se sintió seguro, ya que por fin llegaría hasta el final.
—¡Jaycee!
—Te escucho, Bron.
—Dame la lectura de los circuitos secundarios en el transmisor de unión, los que sirven para penalizarme.
—¿Por qué? ¿Estás pensando en tomarte unas vacaciones?
—Dije que los leas, Jaycee.
—¡Muy bien! Estado catatónico, anestesia con conciencia mantenida, castigo y muerte. ¿Qué piensas hacer, Bron?
Bron sostuvo una foto frente a sus ojos, y señaló un área en sombras que no mostraba ningún detalle.
—Ésa es la entrada al túnel, Jaycee. Voy a bajar ahí. A menos que falle mi conjetura, va a ser un viaje muy duro. Tenemos seis horas para prepararnos. Descansa un poco. Una vez que empecemos, necesitaré todo el respaldo que seas capaz de darme.